domingo, 25 de diciembre de 2022

sagitario films

Actualizado el 11 de abril de 2023

Con permiso... Esta semana, la Academia de Cine anunciaba que el Premio Muñoz Suay al mejor trabajo de investigación histórica sobre cine español de 2021 ha recaído en Sagitario Films, oro nazi para el cine español, publicado por Shangrila Textos Aparte, en la colección Hispanoscope.

Por aquí se nos ha quedado la misma cara de pasmo que a Carlitos Muñoz en la portada del libro.

Actualización:

El 20 de abril de 2023 a las 19:00 se proyectará en la sede de la Academia (c/ MonteEsquinza, 30) El señor Esteve (Edgar Neville, 1948), una producción de Sagitario Films. Antes habrá un coloquio con Marina Díaz López (responsable del área de Audiovisual del Instituto Cervantes), Asier Aranzubia (historiador cinematográfico y prologuista del libro), Felipe Cabrerizo (compañero de fatigas del autor en otras ocasiones) y Santiago Aguilar.

https://www.academiadecine.com/actividades/premios-munoz-suay-2021-proyeccion-el-senor-esteve/

El 26 de abril, en el mismo lugar y a la misma hora, tendrá lugar la entrega de los premios Muñoz Suay a los mejores ensayos cinematográficos de 2021 y 2022.

domingo, 18 de diciembre de 2022

coda a la filmografía de luis marquina

La operación Tuset Street (1969), promovida por Ricardo Muñoz Suay, pretendía la incorporación de los elitistas postulados de la Escuela de Barcelona al cine, llamémoslo, comercial. De ahí que se contara con Jorge Grau para dirigir la película y con Rafael Azcona como colaborador literario. También de la incorporación al reparto de Teresa Gimpera, Emma Cohen, Joaquín Jordá y Luis G. Berlanga. En la contraparte estaban Sara Montiel y la producción de Proesa y Cesáreo González. Proesa estaba formada por Marciano de la Fuente —representante de los intereses de Cesáreo González— y José Vicente Ramírez García-Olalla, marido y representante de Sara Montiel, que de este modo invertía su caché como coproductora. [Esteve Riambau y Casimiro Torreiro: Productores en el cine español: Estado, dependencias y mercado. Madrid: Cátedra / Filmoteca Española, 2008, pág. 234.]

Aquello acabó como el rosario de la aurora. Todos los implicados han dado su versión del asunto, más o menos interesada. El hecho es que en enero de 1968, después de haber rodado un tercio del metraje —en su monografía sobre Marquina, Julio Pérez Perucha afirma que el 80%—, la estrella se plantó, el director negoció su salida del proyecto y el veterano Marquina se hizo cargo de la película, así que es difícil atribuirle a nadie la autoría de lo que queda. La sinopsis de partida era obra de Grau y de Enrique Josa. Estaba pensada para que la protagonizara Serena Vergano y trataba sobre la relación entre una vedette del Molino y un joven profesional en una Barcelona que buscaba sus referencias en el swinging London y en el París de la Nouvelle Vague. Lógicamente, la presencia de la internacional manchega descompensó lo que sobre el papel podría haber funcionado al modo de un drama romántico en sordina, contemporáneo y truffautiano, como el que Grau acababa de hacer en Una historia de amor (1966).

En su versión definitiva Tuset Street presenta a un donjuán moderno (un desnortado Patrick Bauchau) que seduce por una apuesta a la vedette del Molino y prostituta ocasional Violeta (una reciclada Sara Montiel), para terminar dándose cuenta, cuando ya sus amigos han puesto en evidencia la superchería inicial, de que éste era el amor de su vida. O sea, una nueva Calle Mayor (Juan Antonio Bardem, 1956) con los roles cambiados. El final ofrece, en montaje paralelo, las frías calles en el amanecer barcelonés después de una noche de juerga y los calurosos aplausos en el Paralelo para la artista que ha fracasado una vez más en el amor. Una idea que posiblemente estuviera en el argumento original, pero que no termina de encajar en una cinta que ni pudo ser escaparate para el gran público de la Escuela de Barcelona ni vehículo para la puesta al día de Sara Montiel.

Marquina ya había tenido relación con la estrella cuando se le encargó desde Balcázar proporcionar viabilidad presupuestaria a la producción de La dama de Beirut (1965), cuyo rodaje se había visto suspendido repentinamente por el fallecimiento de Ladislao Vajda, y mantenía relaciones cordiales con Marciano de la Fuente desde su etapa de Tarfe Films, así que la elección estaba clara. En junio de 1970 se anuncia que está punto de empezar a rodar Esta noche a las diez, comedia policiaca que deberían protagonizar Elisa Montés, Pastor Serrador y Paco Morán. [Antonio Colón: “El cine del mundo”, en ABC, 19 de junio de 1970, pág. 52.] Sin embargo, su última película como director será Cerco de terror / Corruption (1970). La cinta bascula entre el thriller psicológico y el giallo. Ambientada en Nueva York y Miami, la historia arranca con un crimen montado como si fuera una alucinación. Carla (Libertad Leblanc) dispara contra su amante, Nick (Carlos Piñar). Inmediatamente después de los créditos la vemos llegar a Florida, donde su marido, el doctor Warren (Riccardo Garrone), un médico eminente, asiste a un congreso de su especialidad. La vida marital no es nada fácil porque, debido al trauma que le causó aquella muerte, Carla es incapaz de mantener relaciones sexuales con él. Además, éste debe tratarla de las alucinaciones que sufre continuamente y en las que se cree atacada por el fantasma del difunto. Para terminar de liar la situación, el detective del hotel, Andrew (Tony Kendall, el protagonista de la serie de pseudo-Bonds alemanes Kommissar X), deja plantada a su novia (Loredana Giusti) con la excusa de que debe vigilar a la atractiva señora Warren. Finalmente, Carla decide ponerse en manos de un psiquiatra (Francisco Piquer) que es el futuro suegro de Andrew. Ha transcurrido una hora de metraje cuando Carla le cuenta al psiquiatra lo que ocurrió en Nueva York y de que en un inesperado —¿o no?— giro argumental descubramos que nada es lo que parece.

Homenajes a Psycho (Psicosis, Alfred Hitchcock, 1960) y visiones distorsionadas por el LSD se alternan con largos fragmentos de viaje en coche o de navegación en hidrodeslizador por los manglares de Florida que parecen exclusivamente concebidos para que luzcan las localizaciones, sin el más mínimo interés dramático. Todo ello propicia una estructura en dientes de sierra en la que la posible intriga se diluye una y otra vez en interludios inanes. Tampoco las interpretaciones del elenco ítalo-español, con el añadido de la argentina Libertad Leblanc —menos desnuda que en otras películas coetáneas, al menos en la versión que se exhibió en España—, resultan sobresalientes. En un conjunto, por tanto, con notables carencias sobresalen la voluntad de estilo en algunas secuencias aisladas, la relevancia un tanto ornamental de las localizaciones estadounidenses, y ciertos apuntes argumentales que, más allá de la intriga de novela de quiosco, buscan dotar al villano de un carácter de superhombre nietzscheano.

Pareciera que este extraño quiebro hubiera supuesto el telón en la filmografía de Luis Marquina. Pues no. En 1973 se estrena en España la comedia familiar de filiación disneyana El hombre invisible / L’inafferrabile invincibile Mr. Invisibile (Antonio Margheriti, 1970) —nueva coproducción con participación de la Producciones DIA de Miguel Tudela— en cuyos créditos Marquina figura como guionista único a partir de una supuesta novela de Mary Eller. Telón rápido.

Caricatura de Luis Marquina por Savoi,
publicada en Primer Plano, núm. 323, 22 de diciembre de 1946
 
Filmografía de Luis Marquina como director cinematográfico:
 
Don Quintín el amargao (1935)
El bailarín y el trabajador (1936)
La chismosa (1938), con Enrique Susini
El último húsar / Amore di ussaro (1940)
Yo soy mi rival / L'uomo del romanzo (1940), con Mario Bonnard
Su hermano y él (1941)
Torbellino (1941)
Malvaloca (1942)
Vidas cruzadas (1942)
Noche fantástica (1943)
Santander, la ciudad en llamas (1944)
Doña María la Brava (1948)
Filigrana (1949)
El capitán Veneno (1951)
Quema el suelo (1952)
Amaya (1952)
Manchas de sangre en la luna / Come Die, My Love (1952), con Edward Dein
Así es Madrid (1953)
Alta costura (1954)
Las últimas banderas (1957)
Aventura para dos / Spanish Affair (1956), con Don Siegel
¡Adiós, Mimí Pompón! (1961)
Ventolera (1962)
La viudita naviera (1962)
La batalla del domingo (1963)
Valiente (1964)
Tuset Street (1968)
Cerco de terror / Corruption (1970)

domingo, 11 de diciembre de 2022

reciclaje de material de archivo

No tengo mucho que decir de La batalla del domingo (1963), más allá de su intención decididamente humorística, al contrario que otras cintas que Di Stéfano ha protagonizado tanto en su Argentina natal —Con los mismos colores (Carlos Torres Ríos, 1949)— como en España —La saeta rubia (Javier Setó, 1956)—. Marquina escribe el guión con José López Rubio y José Vicente Puente.

El productor míster Thompson (Antonio Garisa) —un remedo paródico de Samuel Bronston— está dispuesto a producir la película definitiva sobre el fútbol. Para este fin, una guionista americana (Mary Santpere) ha escrito una absurda biografía del jugador del Real Madrid Alfredo Di Stéfano: Semana Santa en Sevilla, secuestro del futbolista vestido de gaucho, gánsteres disfrazados de rumberos... Cuando éste niega a participar en semejante disparate, ella tiene que convertirse en su sombra para conocer la auténtica y sencilla vida del ídolo del balompié, hecha de retazos de partidos extraídos del archivo del noticiario oficial No-Do.

Si en 1963 Marquina se acerca como director a la pasión balompédica, en 1964 le toca el turno al mundo de los toros. Ambos se encuentran en su momento álgido de popularidad gracias a las retransmisiones televisivas, que amplían lo que antes difundían la radio, el No-Do y la prensa. Pero la emoción del directo, la posibilidad de “ver” lo que está sucediendo en el estadio o en el ruedo en tiempo real, confiere a futbolistas y toreros una notoriedad impensable hasta ese momento. Y la industria cinematográfica aprovecha la ola y parece que no hubiera torero que no tenga su película en la década del desarrollismo: El Cordobés, Luis Miguel Dominguín, Palomo Linares, Miguel Mateo “Miguelín”, El Pireo, Pedrín Benjumea... Valiente (1964) es la película de Jaime Ostos. 

Como en otros casos, la historia de ficción se superpone con la biografía del matador, al que un doblador profesional (Simón Ramírez) coadyuva a convertirlo en personaje de ficción. Desde la confirmación de la alternativa en Madrid en 1958 hasta una cogida gravísima en Tarazona en 1963, las tardes de gloria y cornadas se van insertando en el metraje a partir —de nuevo— del material del noticiario oficial No-Do. Esta decisión narrativa condiciona tanto la elección del blanco y negro en un momento en que el color ya se ha generalizado como la estructura, que es lo más llamativo de la cinta. Otras películas del ciclo cuentan las ansias de gloria y el ascenso a la cumbre y/o la tragedia del fracaso o la muerte. Valiente, en cambio, opta por mostrar los pros y los contras de una decisión inquebrantable: la fama, el dinero, las mujeres, el cansancio... Y lo hace al modo brechtiano, insertando rótulos al principio de cada viñeta, que puede ser un breve sketch dramático, pero también una figura retórica. El episodio del “miedo” se resuelve al modo documental, con una serie de planos de toros en la dehesa que miran fijamente al objetivo; no hay más. El “cansancio” alterna faenas en la plaza con planos de “la rubia” —el haiga— recorriendo la geografía española: se trata de un montaje sincopado en el que la banda sonora de los planos de la plaza está ocupada por pasodobles y el ambiente de los tendidos, en tanto que los de las carreteras van acompañados por el ruido del motor coche al pasar: cortes abruptos de imagen y sonido que nos recuerdan que la primera ocupación de Marquina en el cine fue precisamente esa, la de ingeniero de sonido.

De cualquier modo, seguro que no era ésta la gran película taurina que Marquina llevaba anunciando desde la época del proyecto abortado sobre Manolete. En 1949 decía: “Las corridas de toros son fiestas de colorido, de luz y de pasión; tres cosas que el gris, el blanco y negro atenúan de tal manera que les quitan lo que tienen de emocionantes”. [Citado en Julio Pérez Perucha: El cinema de Luis Marquina. Valladolid: Semana Internacional de Cine, 1983, pág. 123.]

Entretanto, Marquina sigue participando en guiones para películas ajenas como Maribel y la extraña familia (José María Forqué, 1960), adaptación de una comedia de Miguel Mihura con varios puntos de contacto con la coetánea ¡Adiós, Mimí Pompón! (1961); Navidades en junio (Tulio Demicheli, 1960), adaptación de otra comedia de Alfonso Paso protagonizada por Alberto Closas; Crucero de verano (Luis Lucia, 1963), de la que ya hablamos aquí: https://documentitosdeunindocumentado.blogspot.com/2021/10/la-amargura-de-luis-lucia-8.html; y ha firmado las versiones españolas de los diálogos de A escape libre / Échappement libre (Jean Becker, 1964) y Atraco al hampa / Le Vicomte règle ses comptes / The Viscount - Furto alla Banca Mondiale (Maurice Cloche, 1967), una de las coproducciones de Miguel Tudela con la marca Producciones DIA adscritas al pseudobondismo.

domingo, 4 de diciembre de 2022

del escenario a la pantalla

La década de los sesenta arranca con la vinculación de Luis Marquina a Tarfe Films, la productora de Marciano de la Fuente. En ella ejerce como jefe de producción José María Ramos, que ha sido alumno de Marquina en esa especialidad en la primera promoción del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas.

¡Adiós, Mimí Pompón! (1960) está basada en una pieza teatral que Alfonso Paso escribe en 1958 para la compañía de Ismael Merlo y Diana Maggi, que habían obtenido un éxito rotundo la temporada anterior con Usted puede ser un asesino. Según el propio autor, esta comedia habría sido pionera en llevar a la escena española el humor negro, por lo que decide seguir explotando el filón gracias a la saturación de situaciones macabras cuya posible acidez se diluye en la misma progresión exponencial del horror. En esta ocasión sitúa la acción en una ciudad de provincias francesa durante la Gran Guerra. Mimí Pompón, una especie de Madelón adorada por los soldados que luchan en el frente, se despide de la vida mundana parisina para casarse con Heriberto, un Landrú que ya ha pasaportado a sus seis mujeres anteriores a causa de unos celos prospectivos. O sea, que Heriberto no está dispuesto a que se la peguen y, para defender su honor antes de que esté quede manchado, se carga a sus esposas durante la misma noche de bodas. Luego, hace desaparecer los cuerpos en el horno. Pero en esta ocasión todo le sale mal: la futura asesinada consigue eludir siempre el atentado definitivo y Heriberto resulta cada vez más perjudicado por sus propias trampas. Como el Coyote y el Correcaminos de Chuck Jones, vamos. Las cosas se complican aún más en el último acto, cuando un inspector de policía y un psiquiatra le explican que Mimí es una lunática y que, en noches de luna llena, ha enviudado ya cinco veces.

La adaptación de Marquina se demora durante los primeros veinte minutos en la recreación ambiental de la época: la canción titular en el Moulin, la despedida de Mimí (Silvia Pinal) de sus admiradores, los celos de Heriberto (Fernán-Gómez), el inevitable cancán —pobremente puesto en escena y más si tenemos en cuenta que Marquina había dirigido El bailarín y el trabajador— e, incluso, una bien compuesta escena bélica en la que, bajo el influjo de la luna llena, la cancionista empuña una ametralladora y fulmina a todo un batallón enemigo. Luego, ya en la casa familiar, multiplica las acciones paralelas. La madre de Heriberto —la “reaparición cinematográfica de Catalina Bárcena” reviste carácter de acontecimiento en los títulos de crédito y las gacetillas— colecciona las calaveras de las mujeres asesinadas por su hijo, la hermana (Carmen Bernardos) está empeñada en que la oca que pulula por la casa es su marido y la sobrinita (Amparo Baró) no deja de proclamar que lleva en sus entrañas un hijo del pecado. Salvo en el caso de la madre, los otros dos personajes apenas tienen peso en la trama principal y aparecen a conveniencia del guionista. Más utilitaria resulta la figura del boticario (José Luis López Vázquez), que se presenta como admirador rendido de Mimí y podría estar proporcionándole un tóxico con el que envenenar el borgoña que bebe Heriberto. Hay también un asesino múltiple (Santiago Ontañón), que entiende, al modo de De Quincey, el crimen como una de las bellas artes; pero su presencia es puramente circunstancial. Y por último están el policía y el psiquiatra (Manuel Collado y Antonio Ferrandis) cuya presencia a lo largo del metraje no se concreta hasta el último acto. En resumen, que la trama avanza un poco a trompicones, con situación un tanto repetitivas y escaso interés más allá de unas situaciones puntuales y unos diálogos netamente codornicescos. No en vano, la crítica ha reprochado a la comedia de Paso su filiación jardieliana —Enrique Jardiel Poncela era su suegro y en efecto, hay ecos patentes de Eloísa está debajo de un almendro y Los habitantes de la casa deshabitada— y la película, sin resolver estos problemas, se crea algunos otros al añadir episodios. Nada de esto tiene que ver con la solvente factura técnica: los decorados de Enrique Alarcón, los figurines de Ontañón, el vestuario femenino de Pedro Rodríguez y la fotografía de José F. Aguayo proporcionan un envoltorio lujoso para una obra de bisutería.

Estrenaron en el escenario del teatro Reina Victoria la “farsa gaditana con comentarios chirigoteros” de José María Pemán, La viudita naviera, Analia Gadé y el que había sido su marido hasta un par de años antes, Juan Carlos Thorry. Se trataba de una comedia de picardías ambientada en el Cádiz finisecular con la guerra de independencia de Cuba como fondo, por cuenta de una viudita que nunca consigue llegar a catar el matrimonio. Luis Marquina la adaptó de inmediato al cine, en 1961, aprovechando las dotes de cantante de Paquita Rico, la donosura para el musical de Lina Canalejas, la comicidad de Mary Santpere y la apostura de Arturo Fernández.

La excusa argumental son los amores nunca consumados de Candelaria (Rico), casada en primera instancia con el capitán Carmelo Pimentel (José Franco) que debe partir hacia Cuba inmediatamente y jamás regresa de allí. Fidelidad (Santpere), la hermana del fallecido, y Candelaria se visten de negro, rebautizan el barco con el nombre de “Difunto Carmelo” y le entregan el mando al apuesto Igartúa (Fernández). Aunque éste es un mujeriego empedernido, deja incluso de frecuentar el bochinche cubano de la Niña García (Canalejas). Está tan enamorado de la viuda que, para evitar maledicencias, le propone que se casen por poderes. Ella se casará en Cádiz con el indiano Filgueras (Ismael Merlo) y él, al otro lado del océano, con un señor inglés, pero “tan católico como la reina Isabel”. Pero, ya, cuando el “Difunto Carmelo” regresaba a España, naufraga. Filgueras ve expedito el camino al tálamo de la bella Candelaria y paga a las chirigotas para que canten que a Igartúa se lo comió una ballena. Pero éste, cual nuevo Jonás, reaparece en Cádiz para asegurarle a Candelaria que esta vez no ha enviudado y que no se puede casar con Filgueras. Fidelidad y ella urden entonces una estratagema que dará por resultado la formación de dos parejas.

La viudita naviera (1961) resulta interesante en la ambición de lograr un musical de raíz española que escape del imperio de la copla. Habaneras y fandangos hacen avanzar la acción y sirven a la vez de comentario a la misma, en tanto que la chirigota de Paco de Alba —que ya había intervenido en las representaciones teatrales de la comedia— actúa a modo de coro, ofreciendo una versión burlesca de la tragedia grotesca de la viuda que no consigue consumar nunca sus matrimonios.

Ventolera (1962) fue una obra póstuma de los hermanos Álvarez Quintero que la actriz Lola Membrives estrenó en Madrid en diciembre de 1944. Tórtola Cisneros es una viuda joven que llora la usencia su marido hasta que se entera por un señorito calavera que la pretende de que su príncipe azul era un golfo y con la misma vehemencia con la que se entregó a él busca ahora vengarse. La presencia en la casa de un hombre bueno, amigo de su marido hasta el extremo de prohijar a la niña que aquél tuvo fuera del matrimonio, terminará conduciendo a un final feliz a esta comedia sentimental, sazonada con diálogos intencionados y adobada en espíritu sevillanísimo, según la norma de la casa.

La adaptación de Luis Marquina en 1962 airea la comedia con el socorrido recurso a la Feria de Abril que, además, propicia la introducción de un par de números musicales, aunque la cinta se atiene a la falsilla genérica de la comedia dramática. El otro artificio para engrosar la trama y modernizarla un poco es la multiplicación del número de candidatos al corazón y la fortuna de la protagonista, rebautizada como Cristina (Paquita Rico). Están el señorito calavera (Ismael Merlo) y el amigo fiel (Francisco Muñoz), pero también el torero en la cumbre de su fama (Jorge Mistral), el hombre de negocios casado (Gabriel Llopart), el playboy italiano (Hugo Pimentel) y hasta un actor estadounidense (Jaime Avellán). 

Fotografiada en brillante Eastmancolor por Antonio L. Ballesteros, acaso lo más llamativo desde el punto de vista técnico sea el uso del registro directo de sonido, algo totalmente infrecuente en el cine español de estos años. También sorprende ese ir a contracorriente de los tiempos que supone el seguir atado al formato académico cuando la pantalla ancha y los formatos panorámicos han invadido Europa.

A principios de 1962 algunas gacetillas anuncian que Marquina se dispone a dirigir un guión original de Álvaro de Laiglesia titulado El vino de San Serenín, pero ni hay ninguna noticia ulterior de este proyecto ni el guión fue siquiera sometido al procedimiento de censura previa que hubiera sido indicio de que Marquina pretendía llevarlo adelante.

domingo, 27 de noviembre de 2022

metido a productor

Entre 1954 y 1956 Luis Marquina de dedica, sobre todo, a producir y escribir guiones para otros. En 1956 funda la marca Producciones DIA y con ella saca adelante proyectos dirigidos por Antonio Román, Jerónimo Mihura y, sobre todo, Luis César Amadori.

En buena lógica —escribía su hija en 1983—, parecía el momento idóneo para, por fin, dedicarse a dirigir a sus anchas, sin imposiciones ni ataduras, ¿no? [...] Pues resulta que no, que no sabe imponerse a sí mismo, o que no lo desea. Que, sabe Dios por qué recónditas razones, decide contratar a otros directores para sus películas. ¿Por qué? Claro está que la productora no le vino llovida del cielo, ni heredó el dinero de ningún tío de América, ni le tocó la lotería... Obtuvo simples préstamos, a costa de mucho batallar y gracias a esa estela de hombre formal, profesional y conocedor del medio, como garantía. [Teresa Marquina: “Una semblanza de Luis Marquina”, en Julio Pérez Perucha: El cinema de Luis Marquina. Valladolid: Semana Internacional de Cine, 1983, pág. 16.]

Congreso en Sevilla (Antonio Román, 1955) es un proyecto gemelo a Las últimas banderas (1954). Si en ésta Marquina había terminado sustituyendo a Román en la dirección, Congreso en Sevilla estaba destinada a ser una nueva película de Velázquez Producciones Cinematográficas —la productora de Román y Pedro de Juan— que el realizador llevó a Marquina en una suerte de quid pro quo financiero. La cinta es una comedia protagonizada por Carmen Sevilla, Fernando Fernán-Gómez y Manolo Morán, con algunos toques de humor excéntrico y algún apunte satírico sobre la “españolada”. La cinta tuvo buena acogida por parte del público y la crítica, y el director recibió varios reconocimientos. O sea, que supuso un paso en la dirección correcta por parte de Marquina como productor debutante. [Pepe Coira: Antonio Román, un cineasta de la posguerra. Madrid; Editorial Complutense, 2004, págs. 175-181.]

Los maridos no cenan en casa (Jerónimo Mihura, 1956) es una película protagonizada por Zori, Santos y Codeso de la que ya hablamos al abordar la carrera del mayor de los hermanos Mihura: https://documentitosdeunindocumentado.blogspot.com/2017/08/jeronimo-mihura-15.html. Como decíamos allí, Marquina habría preparado el guión para dirigirlo él mismo en 1951 en los estudios Roptence, para los que estaba haciendo entonces El capitán Veneno, pero la quiebra de estos dio al traste con el proyecto.

Historia de un joven pobre / Il romanzo di un giovane povero (Marino Girolami, 1958) es una coproducción de Marquina con la Theseus Cinematografica de Roma. Adaptación de una novela de Octave Feuillet que ya había sido llevada previamente a la pantalla media docena de veces, por la parte española protagonizan la cinta Susana Canales y Gustavo Rojo, y se hace cargo de la fotografía José F. Aguayo. En Italia obtiene el nihil obstat sin el más mínimo contratiempo el 25 de marzo de 1958. La inaccesibilidad de la película en ambas versiones me impide valorar adecuadamente sus méritos, si es que los tuvo.

Marquina debió programar El pasado te acusa (Lionello de Felice, 1958)—una intriga criminal protagonizada por Alberto Closas, Luis Peña, Luz Márquez y Gino Cervi— como una coproducción, según atestiguan el guión y la dirección de De Felice y el protagonismo de Cervi, pero por algún vericueto administrativo se perdió la operación internacional y la cinta quedó acreditada con nacionalidad exclusivamente española. Un asesinato y dos intentos más durante la luna de miel de los protagonistas en un castillo edificado en una isla sustentan una trama con un puñado de sospechosos, un policía cachazudo y unos recursos un tanto manidos. En Italia no se estrena hasta 1963 con el título de L’accusa del passato.

Closas había estrenado la comedia Una muchachita de Valladolid de Joaquín Calvo Sotelo en el teatro de la Comedia el 10 de abril de 1957. El éxito propició su versión cinematográfica, promovida por  Marquina para su propia marca. Tras el estreno de La violetera (1958), Una muchachita de Valladolid (1958) y ¿Dónde vas Alfonso XII? (1959), el argentino Luis César Amadori parece asentado definitivamente en el cine español y capaz de llevar adelante proyectos suntuosos, con despliegue de medios y repartos de prestigio. Una gran señora (1959) continúa la línea de Una muchachita de Valladolid, que quedará rematada con Un trono para Cristy / Ein Thron für Christine (1960). Las tres son adaptaciones de altas comedias teatrales y en la confección de sus guiones figura Marquina en lugar preeminente.

Cuando se organiza la adaptación cinematográfica de la comedia de Enrique Suárez de Deza Una gran señora la argentina Zully Moreno, la mujer de Amadori, será la encargada de asumir el personaje titular, una modelo de una casa de alta costura llamada Charo a la que por su apariencia señorial todos llaman “la condesa”. La da la réplica femenina Isabel Garcés, primera actriz del teatro Infanta Isabel durante décadas y debutante en la pantalla, en el papel de lady Chrysler, una excéntrica millonaria. Ésta confunde a Charo con una auténtica aristócrata y la invita a su residencia de Estoril, pero como la casa de modas de madame Rasy (Yvette Lebon) está al borde de la bancarrota, ésta decide apoyar la superchería con toda su colección a fin de que lady Chrysler invierta en la empresa unos cuantos millones que le sobran. En una doble pirueta de falsas identidades, Charo ha sido cortejada en su condición de trabajadora por el misterioso Adolfo (Alberto Closas), con el que se encuentra en casa de lady Chrysler convertido en un petimetre y con el nombre de Willy. Además, parece no reconocerla. El enredo se prolonga a lo largo de todo el segundo acto y culmina de nuevo en Madrid cuando Charo descubra que Adolfo y Willy son gemelos, que el primero había renunciado a su título para ganarse la vida tocando el violín y que el segundo no está dispuesto a renunciar a su amor. Es en este último acto cuando el insostenible (y sostenido) embrollo que alimenta los sueños de Charo desemboca en un auténtico final de screwball comedy, que hubiera precisado de un ritmo más rápido y con la habilidad de un Lubitsch, un Leisen o un La Cava. 

Un trono para Cristy, de nuevo dirigida por Amadori y protagonizada por Zully Moreno, debió ser un proyecto de Marquina que encontró algunas dificultades porque al final la participación española en la producción fue asumida por Procusa. Otro tanto ha ocurrido con Madrugada (Antonio Román, 1957), una adaptación de un drama de Antonio Buero Vallejo que Marquina le ha propuesto a Román, pero que oficialmente está producida por Máximo Gómez Martín:

Que la película no tuviese éxito no debió de sorprender ni a Antonio Román ni a Marquina, que jugaban con un bajo presupuesto para limitar el riesgo de la producción. Ésta había sido asumida por Máximo Gómez Martín, en su primera y última aventura conocida como productor, asociado hacia el final del proyecto con Marciano de la Fuente, Posteriormente, Luis Marquina obtendría los derechos de aquel film que él había propiciado. [Pepe Coira: Op. cit., pág. 200.]

La relación con Amadori propicia que se incorpore al equipo de guionistas de ¿Dónde vas, Alfonso XII? y su secuela ¿Dónde va triste de ti? (Alfonso Balcázar, 1960).

La actividad de Marquina en Producciones DIA cesa con el fin de la década. En 1966 cede los derechos de sus películas al jefe de producción Miguel Tudela, que dedicará la marca al pujante mercado de las coproducciones de cine de género. [Esteve Riambau y Casimiro Torreiro: Productores en el cine español: Estado, dependencias y mercado. Madrid: Cátedra / Filmoteca Española, 2008, pág. 654.]

domingo, 20 de noviembre de 2022

la humildad del artesanado


Alta costura
(1954) está ambientada en la casa de modas de don Amaro (Manuel Díaz González), donde se cruzan los destinos y las ambiciones de una serie de mujeres cuya misma esencia es la apariencia. Durante el pase de la colección de primavera habrá de resolverse el crimen del ex-novio de Tona (Lyla Rocco), a la que el canalla sacó unas fotos comprometedoras que ella pretendía recuperar antes de casarse con el heredero de un emporio minero en Asturias (Alfredo Mayo). Las otras chicas son la romántica Pituca (Mónica Pastrana) empeñada en que su prometido (Mario Berriatúa) se sitúe profesionalmente antes de la boda; la descreída Kiki (María Martín), que lo mismo le saca una joya a un marqués que una comida a un estraperlista; la descarada Sole (Laura Valenzuela), recién escapada de un tablao flamenco; la pragmática Lina (Margarita Lozano), la eficacísima Marta (Lina Sten)... Los hombres son como mariposas que revolotean alrededor de ellas, que se dejan querer mientras sus sueños se desvanecen al tiempo que caen las máscaras. Y luego hay clientas añosas que aún se quieren jóvenes (Julia Lajos) o la estrella argentina dispuesta a hacerse con los servicios del figurinista de la casa (Pedro Anzola).

Marquina toma el guión moralizante de Darío Fernández Flórez —quien fustiga tanto la veleidad de la mujer como la dudosa procedencia del dinero de los clientes de don Amaro— y aprovecha la unidad dramática de tiempo para obtener el máximo rendimiento de la intriga mientras va entretejiendo los pequeños dramas o grandes dramas de las mujeres que protagonizan colectivamente la cinta. El motivo del chantaje y su resolución están calcados de The Earring, un cuento de William Irish que León Klimovsky y Mario Soffici han dirigido en Argentina en 1951.

Hasta en el título de Las últimas banderas (1954) remite a Los últimos de Filipinas (Antonio Román, 1945). El argumento es de nuevo obra de Llovet y Román y su habitual colaborador literario y en la producción, Pedro de Juan, se encuentran detrás del proyecto aunque la realización terminara recayendo en Marquina, cuando el rodaje sufre varios aplazamientos y Román se desentiende de la película y abandona Producciones Cinematográficas Velázquez.

El argumento de Llovet se refiere al asedio al que somete Simón Bolívar a la guarnición española del puerto del Callao en 1825. Ambos ejércitos están pendientes de la decisiva batalla de Ayacucho. A pesar de este contexto, narrado en off, Marquina nos ubica desde el mismo inicio en el género de aventuras, no en el épico-histórico. El capitán Jaime Pardo (Eduardo Fajardo) y Miguel Bermejo (Fernando Rey) acuden de incógnito a un teatro de Lima, ciudad que está ya en poder del ejército independentista. Miguel, que ha nacido en Perú, frecuenta a Laura Medina (Pilar Lorengar), una cancionista, pero Jaime se quedado prendado de la belleza de Rosa (Rita Macedo), la prima de su compañero que ha acudido también al teatro. La aventura termina en altercado porque son sorprendidos por el capitán Quesada (Ángel Picazo) del ejército independentista y sólo les salva de una ejecución sumarísima la entereza de la tía de Miguel (María Arias), que hace valer la hospitalidad de su casa ante el ordenancismo del militar. El flechazo entre Jaime y Rosa es fulminante. De vuelta al Callao, el general (Félix Dafauce) les comunica que han sido derrotados en la batalla de Ayacucho, pero que la guarnición del Callao no se va a rendir mientras no llegue la orden de Madrid. El fuerte alberga a ocho mil personas entre militares y refugiados, y hay víveres y las municiones para unos tres meses. A pesar de que habían sido arrestados los dos amigos recuperan la libertad para defender el baluarte de San Miguel. Herido Jaime, Miguel se hace cargo de la defensa, pero sólo para pasarse al otro lado, donde permanece detenida Laura por las insidias de Quesada. No tardan mucho en reunirse los amigos –ahora enemigos irreconciliables- porque Jaime es apresado cuando sale de la guarnición para pedir refuerzos. Sin embargo, Miguel y Laura se esfuman del relato, cuando Jaime vuelve al Callao en un intercambio de prisioneros y Rosa rompe el cerco de la ciudad para llegar junto a él y casarse. Los independentistas deciden entonces atacar con todas las fuerzas a su disposición y los apenas trescientos hombres que quedan en El Callao deciden volar la guarnición antes que caer prisioneros.

Según Fernando Rey todo debería haber culminado con una espectacular batalla, pero el agotamiento del presupuesto impidió que se rodara. De hecho, los problemas económicos de la productora determinaron que esta fuera su última producción y que el estreno se retrasara considerablemente —hasta septiembre de 1957— a pesar de haber obtenido dos premios del Círculo de Escritores Cinematográficos. La crítica tampoco fue demasiado benévola, centrando en general los aciertos en el terreno interpretativo y perdiéndose por las ramas de las gestas del ejército español. Lo cierto es que, a casi una década del estreno de Los últimos de Filipinas, la situación internacional de España había cambiado y el aislamiento de los militares ya no funcionaba con la misma eficacia como metáfora de una España excluida del concierto internacional.

Rodada en 1956, en Technicolor y VistaVision, entre Madrid y Segovia, Tossa del Mar y Toledo, Aventura para dos / Spanish Affair (Don Siegel y Luis Marquina, 1956) es poco más que un travelogue español. La excusa argumental sigue a Merritt Blake (Richard Kiley) y Mari (Carmen Sevilla) en un recorrido en descapotable por la geografía española a fin de que él, arquitecto estadounidense de ideas avanzadas, convenza a uno de los socios de la constructora (Julio Peña) de la que ella es secretaría para que acepten su proyecto de edificar un modernísimo hotel en España. Para que el vagabundeo por las carreteras ibéricas tenga un poquito de picante, un gitano amenazante (José Guardiola) les sigue a todas partes, pues de niños él y Mari quedaron comprometidos conforme a la tradición de su raza. Claro que ella no es más que medio gitana y también es una mujer moderna capaz de irse de viaje sola con un hombre a cambio de mil pesetas diarias, del mismo modo que el americano, después de haberle zurrado la badana al gitano, se da cuenta de que en la vieja España existen tradiciones seculares a las que los proyectos arquitectónicos no tienen más remedio que amoldarse. La tensión entre lo viejo y lo nuevo se resuelve una vez más gracias al amor. El gitano ha quedado definitivamente descartado de la ecuación tras una visita al poblado chabolista de la periferia barcelonesa en la que sus familiares viven en unas condiciones de miseria extrema... al parecer, por gusto.

Don Siegel se incorpora al proyecto a instancias del guionista Richard Collins, con el que había trabajado previamente; el dinero proviene de un financiero estadounidense que pretendía comprar los estudios CEA; Benito Perojo pone en el paquete a su estrella exclusiva Carmen Sevilla; y como el Sindicato Nacional del Espectáculo exige que haya un español al frente del equipo, en las copias españolas figurará Marquina como director adjunto en tanto que en las anglosajonas aparece acreditado como humildísimo "technical advisor".

domingo, 13 de noviembre de 2022

coproducciones no regladas

 

Antes de que se firmaran los primeros acuerdos de coproducción con Italia y Francia, que permitieron a la España autárquica incorporarse a la cinematografía europea, hubo varias películas que optaron por esta modalidad, aunque habitualmente figuraban únicamente como producciones españolas de cara a la administración de acá.

Jack, el negro / Black Jack  (Julien Duvivier y José Antonio Nieves Conde, 1950) es una de las primeras coproducciones realizadas aún en plena autarquía económica en la España de 1949. La operación se concibe a tres bandas: por un lado los hermanos Salkind, con la marca de Alexander, Alsa Films; por otro lado una compañía española de nombre tan exótico como efímera trayectoria, Jungla Films, comandada por un profesional del doblaje; y, por último, Julien Duvivier, como director y productor “de facto”. Si a todo esto le añadimos que el domicilio social de Alsa Films estaba en Liechtenstein el lío financiero se presenta tan enrevesado como el argumento de la propia película. Fuera por éste o por otros motivos, el rodaje, que debería haber tenido lugar a lo largo de ocho semanas en el declinar del verano de 1949 se prolongó a lo largo de seis u ocho meses, según las versiones. George Sanders aseguraba en sus memorias que pensó que no se acabaría jamás y que seguirían, cual judíos errantes, navegando eternamente por la bahía de Palma en el Black Jack.Desgraciadamente, tanta dilación se trasluce en la desgana con que el protagonista arrostra su papel. El resto de reparto parece funcionar a piñón fijo, sin un objetivo demasiado claro o, en el mejor de los casos, haciendo de su capa un sayo, como Marcel Dalio o Agnes Moorhead, Si algo de wellesiano pudiera haber contagiado a la película la presencia de ésta, también voló por la borda, junto con la cocaína que Michael Alexander (Sanders) arroja al viento para merecer el amor de la refugiada Ingrid (Patricia Roc).

Salvo José Nieto, con un papel un poco más lucido, el resto de los intérpretes españoles —Rafael Bardem, José María Lado, Margarita Alexandre...— hacen poco más que figuraciones con frase. Un duelo entre redes, los bellos paisajes mallorquines y la música de Joseph Kosma no consiguen borrar lo anodino del argumento ni las absurdas incrustaciones de números musicales protagonizados por un grupo de Coros y Danzas o el inevitable tributo a la “españolada” con Lola Flores y Manolo Caracol.
El director adjunto español, José Antonio Nieves Conde, reniega de ella en cuanta entrevista le hacen. Se disculpa en que le interesaba ver metido en harina a Duvivier, en la buena amistad que hizo con George Sanders y en que apenas rodó personalmente unos planos de recurso. Corto consuelo.

Sumemos a la anterior  Aquel hombre de Tánger / That Man from Tangier (Robert Elwyn y Luis María Delgado, 1952) o Muchachas de Bagdad / Babes in Bagdad (Edgar G. Ulmer y Jerónimo Mihura, 1952), que obedecen a esta regla en la que la productora foránea, aunque dependa de capitales estadounidenses bloqueados en Europa, suele presentarse bajo pabellón británico o suizo. Tal es el caso también de Billete para Tánger / Tangier Assignment (1954), coproducida por Hesperia Films y Rock Pictures. Esta última es una empresa gibraltareña que produce en España pero sin participación financiera española Song of Toledo (Ted Leversuch, 1953). La voz en off está en inglés y los personajes españoles hablan en español (doblados en ambos casos). El cortometraje es un travelogue musical Toledo-París-Londres con la excusa del viaje a la capital británica de una chica toledana que deber recoger una herencia. Para las canciones de Antoñita Candela no se buscan excusas, lo mismo canta cuando se va que cuando vuelve, que se pone a soltar gorgoritos en el Talgo, con el beneplácito del resto de los viajeros, a lo que parece. Algunas escenas musicales fueron rodadas, según queda acreditado en la cabecera, en El Mesón de Fuencarral. 

El mismo equipo rodará unos meses después Billete para Tánger, en la que por exigencias del Sindicato Nacional del Espectáculo figura como codirector César Fernández Ardavín. La última actividad de Leversuch en suelo español habría sido su labor como argumentista y ayudante de producción en Pasaporte al infierno / Action Stations (Cecil H. Williamson y Ramón Quadreny, 1957). A principios de la década de los sesenta llega a Canadá donde se especializa en películas para adultos, desde falsos documentales rodados en colonias nudistas a French Without Dressing (1965), sobre una televisión que, gracias a la incorporación de la cuarta dimensión, permite asistir a los stripteases de varias señoritas francesas. A mediados de la década traslada sus actividades a Uruguay donde al parecer rueda con la colaboración de la emisora local TV Film Limitada Love with a Stranger (1966) y Today and Tomorrow (1969).

Manchas de sangre en la luna / Come Die, My Love (Luis Marquina / Edward Dein, 1952) es otra producción de Hesperia que no figura en los catálogos de cine británico. La productora española había echado a andar de la mano de Luis Marquina, durante el largo hiato —dieciocho meses— en el que la producción de Amaya (1952) estuvo en el alero. Marquina aprovecha estos dieciocho meses para rodar para Hesperia Films —rama de producción de la distribuidora Mercurio Films— Quema el suelo (1952) y codirigir con Edward Dein la película que nos ocupa.

Edward Dein escribe con su mujer, Mildred Dein, el libreto de la cinta que supondrá su debut en la dirección. Tiene una larga experiencia como guionista en producciones de serie B de terror o intriga facturadas por estudios del Callejón de la Pobreza y por Universal Pictures. Localizaciones, técnicos e intérpretes son españoles y sólo es súbdita de su Graciosa Majestad, la actriz Honor Blackman, por lo que Julio Pérez Perucha aventura en su monografía sobre Marquina para el Festival de Valladolid (1983) que del Reino Unido llegaran en un paquete el guión y la actriz mediante un adelanto de distribución. El mismo autor asegura, sin hacer constar las fuentes documentales, que Marquina se hizo cargo del rodaje de la versión española, en tanto que Dein se habría encargado de la versión inglesa y, sobre todo, de las escenas de la un tanto inexpresiva Honor Blackman. La atribución de la elaboración del guión técnico al español vendría a redondear la autoría de éste, que se vería poco después en un fregado análogo con Don Siegel durante la producción en España de Aventura para dos / Spanish Affair (1957). Por último, Pérez Perucha, aventura la existencia de dos versiones distintas debido a la censura española, en tanto que propone que el título de la anglófona fuera The Eye —dato que tampoco hemos podido contrastar— y que hace suponer que la relación entre los personajes interpretados por Gerard Tichy y Honor Blackman fuera más explícita. Extraña, por el contrario, que las extensas apologías a propósito de la excelencia del matrimonio según el rito católico por parte del padre Carmelo (Francisco Viñals) y su relevancia en el camino de redención emprendido por la pareja protagonista sobrevivieran en la copia para el mercado anglosajón.

Hasta el momento en que el coche de Bill (Gerard Tichy) y Eva (Honor Blackman) se avería en un pueblecito del interior de la isla de Mallorca, el argumento ha seguido la senda del noir. Bill es un desheredado de la fortuna en Tánger, donde es testigo casual de un crimen cometido por Eva. O al menos, eso cree él cuando la chantajea y se lleva el dinero del muerto y un billete a Palma de Mallorca. Sólo entonces descubrimos que el auténtico asesino es Eddie (José Bódalo), un canalla que utiliza a Eva como gancho para sus golpes. Por un capricho de los guionistas, mientras él se queda en Tánger para deshacerse del cadáver, ella seguirá a Bill hasta la isla. Pero, cuando va a disparar contra él en las cuevas de Artà se da cuenta de que su amor no es fingido, sino verdadero. La llegada de Eddie da al traste con sus planes de comenzar una nueva vida. Bill y él pelean al borde de los acantilados y Eddie cae al vacío. La pareja huye. Pero una mujer encuentra al hombre herido y lo cuida. Una vez recuperado, el asesino persigue a la pareja, que, siguiendo los consejos del padre Carmelo, ha decidido contraer matrimonio y ha gastado el dinero en penicilina para salvar la vida de un niño enfermo. Ya sólo queda ver cómo se resuelve un final necesariamente trágico.

Las gacetillas españolas subrayaron la internacionalidad del reparto, el trabajo de fotografía de José F. Aguayo y la violencia de las escenas de acción: “El comportamiento brutal del personaje que interpreta el actor José Bódalo, y la violencia de su rival —personificado por Gerard Tichy— se desborda en esta escena, de varios minutos de duración y que culmina con el emocionante desprendimiento de uno de los contrincantes desde lo alto del acantilado”. [La Vanguardia Española, 5 de abril de 1952.]

En esta deriva del noir a la redención de carácter religioso estriba el carácter diferencial de una cinta que se circunscribía en principio al molde interrnacional del cine de serie B en localizaciones exóticas.

En 1965 Marquina asumirá el papel de director general de producción en 10:30 P.M. Summer (Jules Dassin, 1965). Se trata de una adaptación de una novela de Marguerite Duras rodada en localizaciones españolas y sobre la que especula Pérez Perucha que no lograra la autorización censorial y, por tanto, se terminara como una producción cien por cien foránea. De hecho, en España nunca llegó a estrenarse comercialmente. [Julio Pérez Perucha: El cinema de Luis Marquina. Valladolid: Semana Internacional de Cine, 1983, pág. 105.]

domingo, 6 de noviembre de 2022

adaptaciones

En 1949 Luis Marquina realizaba una declaración de principios sobre las posibilidades de la novela en la pantalla:

La novela es la cantera lógica y normal de nuestro cine. Es en la novela donde el director de cine puede encontrar cuanto apetezca: ambiente, paisaje, psicología, acción, diálogo, lo que quiera. No concibo cómo a estas alturas de nuestro cine, cuando ya hasta se habla de su mayoría de edad, todavía no se han llevado al cine las novelas de Benito Pérez Galdós. Pero el productor manda; el director español no hace más que secundar las iniciativas del productor. [Cámara, núm. 146, 1 de febrero de 1949.]

Parece una proclama de la nueva etapa que está a punto de abordar...

Basada en una novela de Pedro Antonio de Alarcón y con diálogos adicionales de Wenceslao Fernández Flórez, la siguiente película de Luis Marquina relata una historia muy similar a la de La fierecilla domada, de William Shakespeare, sólo que invirtiendo el género de los protagonistas. Sin grandes alardes de producción, ajena al engolamiento de otras producciones históricas, El capitán Veneno (1950) se toma a chufla toda la prosapia del siglo XIX con la complicidad de un reparto en estado de gracia. Se lleva la palma, Fernán-Gómez en el papel titular, al que da la réplica una pizpireta Sarita Montiel y secundados por Manolo Morán en el papel de un senador de inflamada oratoria, José Isbert en el papel de un médico que nunca sabe a qué carta quedarse, Julia Caba Alba como criada respondona y gallega o Julia Lajos encarnando a una marquesa preocupada por el ringorrango.

A don Jorge de Córdoba (Fernando Fernán-Gómez), militar en la reserva por su afición al naipe y a la gresca, le conocen todos como “Capitán Veneno”. Si algo hay que le produzca más aversión que la disciplina es la familia y la institución familiar. Quiere la fortuna que una noche descubra un complot liberal en contra de Isabel II. Él se empeña en denunciarlo ante políticos venales sin que nadie le haga caso, de modo que termina haciendo frente a los revoltosos sin encomendarse a dios ni al diablo. Cuando recibe una herida en una pierna, lo recoge en su casa la joven Angustias (Sara Montiel). Es ésta hija de doña Teresa (Amparo Martí) y de un general carlista fallecido, cuyo reconocimiento de título y pensión le está costando a la señora viuda la pignoración de sus últimas joyas. Obligado a guardar cama en casa de las dos mujeres, el capitán Veneno caerá en las redes del amor, aunque la renuncia a sus principios no llegará sin librar antes cruenta batalla.

La cinta se resuelve en escenas largas y dialogadas, con breves y poco dinámicos interregnos de acción, como la insurrección republicana, pero destaca especialmente la desenvoltura en los diálogos de Wenceslao Fernández Flórez. Estos alcanzan notable fluidez en la primera mitad del metraje, más volcada hacia la comedia y permite al escritor numerosos giros galaicos en la rivalidad entre el capitán Veneno y la criada, ese “monstruo de Mondoñedo”.

Casi todas las críticas que reseñaron el estreno de Quema el suelo (1951) aludieron a lo literario de los diálogos y a lo artificioso de la situación de partida. Ocurre esto último con cierta frecuencia en el cine español de estos años, que cuenta con el hándicap de no poder llevar el adulterio hasta sus últimas consecuencias como motor de la intriga. Por si quedara alguna duda, el prólogo y el epílogo se sitúan en un convento al que padre e hijo acuden a pedir consejo. Un psiquiatra (Tomás Blanco) recibe en su consulta a un escritor (Gerard Tichy) que ha llegado a tal estado en su relación platónica con una desconocida (Annabella) que ha desarrollado la obsesión de asesinar al marido sea éste quien sea. No tardará en aclararse que los vértices del triángulo se circunscriben a estos tres personajes. Por supuesto, el marido es el propio doctor y será él quien, por celos, termine asesinando al escritor. Todas las evidencias están en su contra. El único modo en que se podría salvar de la máxima pena sería que su padre (Rafael Calvo), un eminente abogado, lo defienda. Pero el progenitor ha tenido a gala durante toda su vida el defender la justicia y si lograra la absolución de su hijo sabiendo que es culpable los principios que sustentan su existencia se vendrían abajo.

Uno de los lectores del guión para los trámites de censura previa subrayaba esta contradicción conforme a lo que el nacional-catolicismo consideraba reprobable y lo que no:

Puede admitirse una figura así en la pantalla pero tal y como está presentado resulta que el acto de Rafael disparando sobre el cínico amante de su esposa es absolutamente reprobable a juicio del recto D. Alberto cuando, desde el punto de vista humano y social, y dadas las circunstancias del hecho es perfectamente justificable o al menos merece ser defendido. [Expediente de censura en el Archivo General de la Administración, caja 36/04721.]

La solución al conflicto, que entonces acaso pareciera la única justificable por la moral nacional-católica, hoy adquiere un carácter tan disparatado que convierte el relato en un auténtico despropósito. Marquina se sacará la espinita de la película de intriga psicológica con Alta costura (1953), pero en esta ocasión la banalización de la moda de la psiquiatría, relativamente novedosa por entonces en España, y el sobado molde de drama judicial terminan por apagar el interés del espectador mejor predispuesto.

El realizador ha adaptado en esta ocasión la novela homónima de J.L. Cromwell publicada por Saturnino Calleja en 1947 en su colección de novela extranjera “La Nave”. Como traductor figura el joven Juan Luis Calleja, nieto del editor. Todo el mundillo literario debía estar en el ajo de que el supuesto autor foráneo era un mero seudónimo porque algunos reseñistas llegan a afirmar que la calidad de la versión española es tal que la obra se diría escrita en castellano e invitan a su autor a publicar sus propias obras. Parece que la novela era un fresco de la Europa de entreguerras con protagonismo coral, del que Marquina habría entresacado a los personajes que sirvieran para montar el armazón argumental. Según Julio Pérez Perucha, Calleja se quitó la máscara de Cromwell cuando la película llegó a las pantallas, denunciando el falseamiento de su obra literaria. Lo cierto es que el rodillo de créditos inicial salta en el momento en que va a aparecer el título de la novela y su autor para recuperarse cuando se presenta a Marquina como responsable de la adaptación y el guión técnico.

Amaya (1952) es una producción de la modesta firma Hudesa —apoyada por el PNV y por los estamentos oficiales— que terminó en manos de Cifesa. La casa valenciana la distribuyó como una cinta más de un ciclo de cine histórico que, a estas alturas, ya había tocado fondo en el interés del público y de las renovadas instancias oficiales.

“El fin será el principio” tal es el lema grabado en el brazalete de Amaya (Susana Canales), la hija del rey godo Ranimiro (Pedro Porcel) y de una descendiente de Aitor, fundador mítico del pueblo vasco. Amaya es el vértice de una intriga que lleva a Teodosio de Goñi (vasco y cristiano, José Bódalo) a enfrentarse con Íñigo García de Amezcua (cristiano y vasco, Julio Peña). Desautorizado el primero para convertirse en “caudillo” de vascos y godos por causa de un trágico parricidio, queda más o menos expedito el camino hacia su destino del segundo, figura crística, que aunará voluntades contra la invasión morisca. Por medio, alusiones legendarias a la fundación de Euskadi de la novela walterscottiana de Francisco Navarro Villoslada (1877), pasadas por el enfrentamiento entre cristianismo y paganismo de corte wagneriano que impregna el drama lírico de Jesús Guridi (1920). De éste se conservan íntegros en la película algunos fragmentos, como la ezpatadanza, resueltos por Marquina con técnicas que en El bailarín y el trabajador podían resultar adecuadas pero que aquí chirrían. Mejor pulso muestra en las escaramuzas bélicas y en la revuelta contra los godos promovida por los hebreos de la judería de Pamplona.

En manos de Marquina los elementos shakesperianos —Macbeth, Otelo...— se superponen a los motivos wagnerianos que inspiraban la ópera —Parsifal...— y, para añadir aún más complejidad al asunto, Amaya pasa de ser mera portadora del brazalete y, por tanto, personaje símbolo de una tradición, a convertirse en la encarnación misma del mestizaje consustancial a la lectura del mito en clave española. Por suerte para el peliculero la religión, que ya estaba en la base de la ópera, supone un dique de contención contra cualquier lectura heterodoxa que se pretenda hacer del texto.

Lo que no admite grietas es el estilo declamatorio de las inacabables escenas dialogadas, que se acumulan sin cuento para conformar un relato plúmbeo, con contadas escapadas al paisajismo —de la mano del operador Enrique Guerner— y a las escaramuzas bélicas. En cambio, la derrota del Guadalete queda elidida y resuelta en un plano general en el que, muerto —o desaparecido en una nebulosa mítica— don Rodrigo, Teodomiro, duque de la Bética, acepta la corona de los godos “porque no es de oro ni de hierro, sino de espinas” que habrá de lograr que “de cien reinos distintos, pero cristianos, vuelva a formarse la monarquía católica española” fórmula mediante la cual Marquina concilia su militancia monárquica con la ineludible profesión de fe en las esencias nacional-católicas del franquismo.

“No peligra el imperio, la religión peligra”, tal es la proclama de Amaya ante el ataque de las fuerzas musulmanas. El llamamiento es claro: los godos y los vascos que han abandonado los ritos paganos para abrazar la fe cristiana deben abandonar sus luchas intestinas y hacer frente al enemigo común. El guión de la cinta utiliza así parte de la feble intriga de la ópera de Guridi para reescribir la historia en clave contemporánea. Íñigo es el autoproclamado Caudillo que trae la paz entre dos facciones unidas en la fe para defender el solar patrio contra la amenaza extranjera.

En Así es Madrid (1953) José Luis Colina y Luis Marquina adaptan La hora mala, “comedia dramática de costumbres populares” de Carlos Arniches estrenada en el Teatro Eslava en 1921 que Marquina tenía previsto haber adaptado en el verano de 1936. Como le ocurrirá a la versión de La verbena de la Paloma de José Luis Sáenz de Heredia, rodada diez años después, la película de Marquina propone una especie de lapso en el continuo espacio-tiempo, de modo que podríamos catalogarla como “ciencia ficción de corrala madrileña”. Porque, si bien el presente de los protagonistas adquiere en algún momento visos de contemporaneidad, el resto de los personajes que habitan en el inmueble siguen sumidos en un pasado que se pretende inalterable.

Y, la verdad sea dicha, es en este universo paralelo hecho de retruécanos castizos y solidaridad lírica donde mejor funciona la película de Marquina, más allá de la trama criminal con redención final protagonizada por el pétreo José Suárez, la dulce Susana Canales y una bellísima Lina Canalejas.

Es en los intercambios, narrativamente estériles, entre José Isbert y José Orjas, Manolo Morán y Julia Caba Alba o su hermana Irene y Antonio Riqueleme donde Así es Madrid gana vuelo y podemos darnos un baño de espíritu arnichesco sin que la toalla de moralina con la que hemos de secarnos al final nos saque ronchas.

domingo, 30 de octubre de 2022

la antítesis del cine español de los años cuarenta

Al contrario que Rafael Gil, Luis Lucia o Juan de Orduña, Luis Marquina no es un “hombre de Cifesa”. Durante estos primeros años de la década de los cuarenta las trayectorias del cineasta y de la productora valenciana coinciden; luego, se separan. Santander, la ciudad en llamas (1944) es ya una producción de España Films. Félix de Pomés es don Pedro Bárcenas, un indiano enriquecido en México que vuelve a España tras escuchar por la radio la lectura del parte del 1 de abril de 1939 —“En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo…”—. Le anima la intención de “ayudar a la reconstrucción de la patria” con su capital. Durante el viaje en barco su imaginación vuela hasta España, pero es una imaginación con afán totalizador porque recorre, a golpe de imagen documental, paisajes, procesiones de Semana Santa, tradiciones, corridas de toros, gentes, la Virgen del Pilar… Todavía llega don Pedro a tiempo para presenciar en primera línea un Desfile de la Victoria. Lo que sigue luego es un melodrama salpicado con infructuosos intentos de emparejar, a base de maquetas, a la capital de la Montaña con San Francisco en la versión catastrofista de la cantarina Jeanette MacDonald.

Por esta época, en un momento de intensa actividad cinematográfica, Marquina se embarca como “asesor taurino” en el proyecto de Abel Gance de hacer una película protagonizada por Manuel Rodríguez “Manolete”. Problemas de liquidez impiden que el rodaje vaya más allá de unas pruebas iniciales, aunque el decorado de la plaza de toros de Ronda se mantiene durante varias semanas en los estudios CEA a la espera de que el productor reciba los créditos sindicales y bancarios que ha solicitado. [Julio Pérez Perucha: El cinema de Luis Marquina. Valladolid: Semana Internacional de Cine, 1983, págs. 67-70.]

Además, desde la creación en 1947 del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, Marquina forma parte del equipo docente, primero en la asignatura de Dirección y más adelante, hasta 1955, de la de Montaje. No obstante, saca tiempo para colaborar con su padre y con Antonio Mas Guindal en el guión de Serenata española (Juan de Orduña, 1947), para realizar Doña María la Brava (1948) —que no he podido ver— y para escribir y dirigir para Manuel del Castillo Filigrana (1949). Esta cinta es la quintaesencia de Antonio Quintero, Rafael de León y Manuel Quiroga en la pantalla. El terceto de compositores que dio sus más sonoros triunfos a la copla flamenca en la anteguerra y la posguerra, tenía en Concha Piquer, que no se prodigó demasiado en el cine, a una de sus intérpretes más señaladas. En su voz fueron éxitos: “Ojos verdes”, “Tatuaje”, “Antonio Vargas Heredia” o “Yo soy esa”.

La acción arranca en 1927, con la cantante gitana María Paz “Filigrana” (la Piquer) ya madura y desengañada de los hombres cosechando éxitos noche tras noche en un teatro bonaerense. Por vengarse del hombre que le destrozó el corazón, acepta la invitación del acaudalado Guillermo Harrison (Mariano Asquerino) y, al darse cuenta de que es un hombre cabal, le relata la historia de sus amores con el conde de Montepalma (Fernanda Granada). Un ballet al ritmo de unas sevillanas en las que se da la versión de la historia que corre por Sevilla durante la Exposición Iberoamericana de 1929, abisagra la cinta por mitad del metraje. Una elipsis nos traslada entonces a Sevilla en 1943, donde el conde de Montepalma ha perdido el palacio por sus muchas calaveradas. Ha sido Filigrana la que ha ido comprando sus deudas, a fin de vengarse del daño que le hizo. El amor entre el hijo de Filigrana (Miguel Gómez) y la hija del conde (Carmen Sevilla) supondrá la cicatrización de las viejas heridas.

Marquina rueda con afán clasicista, subrayando los efectos melodramáticos, como en la escena en la que Filigrana recuerda su humillación pública por parte del conde, en la que la voz en off, los filtros colocados en la cámara, la utilización del sonido y una puesta en escena que aísla a la protagonista o la muestra caminando a contracorriente de gentes vestidas de etiqueta, contribuyen a crear un clima de pesadilla.

Las dos últimas películas de Marquina han sido producidas por Manuel del Castillo, un vallisoletano de nacimiento, pero sevillano de adopción. Ha sido carpintero, viajante y corredor de seguros antes de ingresar en el mundo del cine como exhibidor y distribuidor a principios de la década de los treinta. Tras la Guerra Civil se convierte en uno de los productores de medio fondo, sin alcanzar el volumen de producción de Cifesa, Suevia Films o Emisora Films, pero con una labor continuada en un mundo en que las casas con una sola película eran abundantes. Su primera producción es Cancionera (Julián Torremocha, 1939). Luego establece acuerdos de producción con Cifesa, Suevia y CEA, lo que le permite mantener el ritmo de una película relativamente ambiciosa al año. Edgar Neville llega a un acuerdo con él para hacer en sucesión El crimen de la calle de Bordadores (1946) y El traje de luces (1947). Después de ésta, el alto costo de la producción histórica Doña María la Brava motivará que el rodaje de Filigrana sufra serios contratiempos, convirtiéndose en la última película de la marca del torreón.

Emilio Sanz de Soto resume del siguiente modo la trayectoria de Marquina en esta década:

Es difícil de captar y, menos aún, de definir el estilo de Luis Marquina. En las obras que de verdad le pertenecen, que son las menos, se nos aparece como la antítesis del cine español de los años cuarenta, enfático y altisonante. En él todo era reserva, sigilo. Dijérase que reflejaba la obra de un tímido. Ignoro si lo era, pero así me lo parece. Y este pudor no estaba exento de una cierta elegancia, detalle este siempre de agradecer, sobre todo en nuestro cine. Pero se echaba en falta el brío narrativo de los auténticos realizadores, que, curiosamente, era una de las características de su segunda y mejor película, rodada durante la II República, El bailarín y el trabajador (1936). Como le sucediera a muchos de su generación, la postguerra los desorientó; no era el mundo por ellos soñado, por muy hombre de derechas que fuera, pero tampoco podía identificarse con los intelectuales de izquierda, en su mayoría en el exilio. [Emilio Sanz de Soto: "1940-1950", en Augusto Martínez Torres (ed.): Cine español 1896-1983. Madrid: Dirección General de Cinematografía, 1984, pág. 113.]

domingo, 23 de octubre de 2022

los años cifesa

Tras su paso por Italia, Marquina regresa al cine español en 1941 de nuevo de la mano de Cifesa, compañía a la que su padre —Eduardo Marquina— ha vendido un original titulado Su hermano y él. El dramaturgo asegura que su hijo...

lo realizó a conciencia, pisando sendas vírgenes con tino y amor exquisitos. Estrenada con varia fortuna, la obra rozó el éxito sin conseguirlo. Era seguramente la película que convenía al guión; pero tal vez no era el guión que debe escribirse para una película. Además, llegó en el peor momento: cuando lo álgido de aquella absurda ofensiva contra la literatura en el cine que, afortunadamente (para el bien del cine y de la literatura en general), parece ir cediendo. [Eduardo Marquina: “Mis contactos con la pantalla”, en Primer Plano, núm. 210, 22 de octubre de 1944.]

Actualmente, podemos dar la película por desaparecida. [https://www.culturaydeporte.gob.es/cultura/areas/cine/mc/fe/icec/icecconservado.html]

En Torbellino (1940), el director de una emisora de radio de altas aspiraciones artísticas, Segundo Izquierdo (Manuel Luna) vive en un segundo izquierda. O sea, el astracán a pleno rendimiento. Si además, se monta una trama a partir de una confusión de identidades y se coloca en el centro del reparto a Estrellita Castro como una mocita sevillana con la voz de oro, ya tenemos una comedia de las de la primera etapa de Cifesa; para el caso, Torbellino. Álvaro de Esquivias (Arturo Marín) está dispuesto a hundir la cadena de radio que dirige don Segundo, un vasco amante del arte y la ciencia y serio como él solo. Para ello, sólo tiene que alentar las ambiciones artísticas de un director de orquesta enloquecido (Freyre de Andrade) y de una cantante lírica propensa al gorgorito (Irene Caba Alba). La llegada de Carmen Moreno (Estrellita Castro), con su ingenuidad, su gracia desarmante y su voz de oro, desbaratará sus planes. Carmen no sólo salvará la radio sino que conseguirá el amor del estirado Segundo.

Marquina intenta imprimir un pulso de comedia desenfadada a la acción y lo logra durante casi todo el metraje. La localización madrileña —aunque la acción tiene lugar exclusivamente en interiores— y la ambientación en una estación de radio otorgan cierto aire de modernidad a una trama construida a golpe de tópicos. Sin embargo, se echa de menos el aire decididamente cosmopolita y la imaginación visual que hicieron de El bailarín y el trabajador (1936) una de las mejores cintas del periodo republicano.

De la versión de Marquina de Malvaloca, la comedia de los hermanos Álvarez Quintero, lo más interesante es el trabajo del trío protagonista, con una muy sólida interpretación de Amparito Rivelles que contaba con sólo dieciséis o diecisiete años cuando rodó la película en 1942 y debía encarnar a la experimentada amante que se ha dejado arrastrar por todas las pasiones hasta que encuentra el amor verdadero. Pero los insertos documentales del trabajo en la fundición —al contrario que en El bailarín y el trabajador— no terminan de integrarse en el desarrollo de la trama y el personaje cómico interpretado por el gran Freyre de Andrade —Joaquín Carrasco en la versión de 1926 y Miguel Ligero en la de 1954— resulta excesivamente antipático. El galán por antonomasia del cine español de estos años, Alfredo Mayo, encarna al adusto y trabajador Leonardo, y el sevillano Manuel Luna al trueno Salvador.

Félix Fanés ha subrayado la filiación de la cinta con el “realismo poético” francés al modo de Marcel Carné o Jean Grémillon, antes que por su ambientación, por el pesimismo que impregna sus imágenes, insólito —continúa argumentando Fanés— en el cine español de la época. [Félix Fanés: El cas Cifesa: anys de cine espanyol 1932-1951. Valencia: Filmoteca de la Generalitat Valenciana, 1989, pág, 199.]

Jacinto Benavente presentaba su comedia Vidas cruzadas en 1929 como un “cinedrama”, dada la profusión de cuadros breves —trece y un epílogo— en los que se organizaba la acción dramática. Acaso por ello los estamentos cinematográficos pensaron que era una obra fácilmente “cinematografiable”. A ello se aplican en 1942 Antonio Mas Guindal y José Antonio Nieves Conde como guionistas y Marquina como director. Lo logran en lo que la película tiene de variedad de localizaciones. Marquina utiliza además numerosos artificios para reforzar el dinamismo interno, pero todo queda torpedeado por la acumulación de epigramas y diálogos de alta comedia:

—Vengo a solicitar algo de usted.
—¿De usted?
—El tuteo está de más entre nosotros. Somos dos orgullos frente a frente.
—Me gusta verte así, desafiando con la mirada.
—Las mujeres de mi raza saben perder.
—¿Y amar?
—¿Sabemos nunca lo que en realidad es el amor?
—Querer... Desear nuestro gozo.
—También odiar lo que nos atrae, buscar lo que nos humilla.
—¿Amas?
—¡Qué más da! 

Tal es el diálogo que mantienen Eugenia de Castrojeriz (Ana Mariscal) y Enrique (Enrique Guitart) cuando ella acude a su casa para ofrecérsele a cambio de que retire la denuncia de robo contra su hermano tarambana (Luis Peña). El conflicto de clase entre la aristocracia venida a menos y el nuevorriquismo de la posguerra constituye el meollo de la trama, una tesis que a ratos obliga a que los personajes actúen un poco como marionetas. Marquina no se arredra y procura proporcionar una ambientación plausible a la alta comedia benaventina. La supuesta localización en el sur de Francia coadyuva a tal propósito, así como el reconocido buen gusto de Marquina.

La concreción en imágenes de una fantasía oriental de Eugenia permite a Marquina desbordar los límites del relato a base de tableaux vivants y, sobre todo, lograr una serie de imágenes de impacto que fueron convenientemente aprovechadas en la promoción de la cinta. La utilización de éste y otros artificios formales —las cortinillas durante la escena del casino— ponía en cuestión la transparencia narrativa que el propio Marquina propugnaba en sus declaraciones y escritos programáticos. La sangre no llegó al río, pero el cineasta mantuvo un serio rifirrafe dialéctico con el crítico Domingo Fernández Barreira a propósito de esta evidente contradicción. [Domingo Fernández Barreira: “Los directores del cine español: Luis Marquina”, en Primer Plano, núm. 138, 6 de junio de 1943.]

Tanto Malvaloca como Vidas cruzadas son producciones de UPCE para Cifesa. Al parecer, la tal Unión de Productores Cinematográficos Españoles no figura en ningún registro, así que se trataría de un grupo de inversores anónimos o de profesionales que capitalizan parte de su trabajo a través de esta fórmula en un producto que Cifesa financia y distribuye.

Noche fantástica (1943) vuelve a ser una producción ciento por ciento Cifesa. La cinta propone un carrusel de amores y desamores. Los personajes que viajan en un tren representan distintos estadíos románticos: la extranjera (Lily Vincenti), que sólo siente cariño por su perrito; dos recién casados (Fernando Fernán-Gómez y Cristina Yomar) que todo lo ven teñido de un romanticismo empalagoso; el viejo marqués (Mariano Asquerino) que vive del recuerdo de una historia que pudo ser y no fue; Alicia (Isabel de Pomés) que siente un amor puro por Pablo (Carlos Muñoz), que, a su vez, se deja querer pero no está seguro de que esta historia convencional sea la gran pasión que llene su vida. El descarrilamiento del tren, la estancia forzosa en una ciudad de la costa y la presencia en ella de la condesa Diana (Paola Barbara), trastocan las vidas de todos ellos.

Resuelta con soltura por Luis Marquina, esta nueva producción de Cifesa no pretende evitar lo literario de los diálogos ni lo teatral de la declamación. Noche fantástica se mueve en el ámbito de la alta comedia y a ella remiten decorados, personajes y réplicas. Si por algo destacan situaciones e intérpretes, es por su contención. También la resolución, abierta a reconciliaciones, perdón y renuncias, pero suspendida por la entrada del tren en un túnel, hace suyo este tono mesurado, civilizado y un puntín pirandelliano.

domingo, 16 de octubre de 2022

una película y pico en la italia de mussolini

El capitán de húsares Leonardo Núñez de Vargas (Luis Sagi-Vela) y Adelaida (Ana Mariscal) se separan en el portal de la casa de ella en la noche del 31 de diciembre de 1899. A pesar de su promesa de fidelidad, apenas la deja, Leonardo corre a encontrarse con una cantante (Carla Candiani). Esta vida de disipación tiene las horas contadas porque con el nuevo siglo, se casará con su prometida, Margarita de Peñaflorida (Conchita Montenegro). Pero, en la borrachera de fin de año, decide con sus compañeros de armas, matar al pobre mentecato que va a abandonar la vida de soltería, y escribe unas cartas de suicidio que Margarita y el juez reciben en la mañana de Año Nuevo. Leonardo le pide a Carlos (Armando Calvo), que su novia Clara (Lily Vincenti), interceda ante Margarita porque su amor es sincero y sólo le une a Adelaida la lealtad surgida del viejo vínculo. El problema es el carácter del conde de Peñaflorida (Alberto Romea), que se alegra enormemente del fallecimiento porque nunca ha visto con buenos ojos el noviazgo de su hija con un oficialillo. Prefiere al financiero Ismael Adams (Luis Hurtado), que intrigará sin tregua para separar a los enamorados haciendo que el conde se endeude en su casino y propalando el rumor de la relación entre los antiguos amantes.

El último húsar / Amore di ussaro (Luis Marquina, 1940) es una coproducción entre Cifesa y la Sovrania Film italiana, concebida y escrita por Antonio de Obregón. El escritor vanguardista y productor cinematográfico se ha trasladado a Italia para poner en marcha algunos de los proyectos que han quedado varados en el fragor de la propaganda bélica. La figura del húsar, oficial caballeresco a la antigua usanza, había protagonizado ya un cuento humorístico y vanguardista publicado en enero de 1935. Decía allí...

Su rojo, su azul cielo, su charol brillante, sus dorados intensos, constituían una verdadera ofensa personal para los funcionarios, contables, ordenanzas, viudas, etc., que caminaban por la calle. Él no se parecía nada a ellos. Era de una raza distinta y luminosa. Pertenecía al sexo brillante de las máscaras. [Antonio de Obregón: "Un húsar bajo la lluvia", en Civdad, núm. 6, 30 de enero de 1935.]

El guión aprovecha cualquier ocasión para que el barítono Luis Sagi-Vela luzca sus habilidades canoras.  No sólo los duetos y romanzas sentimentales encuentran acomodo en el metraje, sino que también las revistas y paradas militares se orquestan a los acordes de tonadas más o menos marciales. El vals, el inevitable vals de las películas de Ernst Lubitsch y Willy Fritsch, queda asociado a la historia de amor entre Margarita y Leonardo que tiene varias réplicas, no sólo en la antigua relación de éste con Adelaida, sino en el tormentoso tira y afloja entre Carlos y Clara, e incluso, en el tonteo entre Esther (Concha Catalá), el aya de Margarita, y el ordenanza del capitán (Fernando Aguirre). Sin embargo, esta estructura, que nos podía hacer pensar inicialmente en una comedia de enredo, queda contaminada de inmediato por el registro melodramático. El flashback relatado por Adelaida no deja lugar a dudas, por mucho que Ismael Adams, villano de folletín, se encargue de poner en solfa el relato tildándolo de “novelero”. Los tintes oscuros van apoderándose poco a poco de la pantalla, para culminar con la siniestra fiesta de carnaval con todos los húsares encapuchados en dominós negros danzando alrededor del padre y del futuro marido de Margarita hasta desalojarlos de la fiesta, permitiendo así el reencuentro entre las dos parejas principales. Sólo entonces vuelve a sonar el vals. Pero no es el baile atorbellinado y mareante del vértigo amoroso, sino una danza en que la pareja entona el dueto inmóvil en medio de un círculo formado por los húsares y sus damas con los brazos enlazados. La cámara de Carlo Montuori se eleva para mejor mostrar a los amantes cercados.

Desde la cartela inicial ya queda clara la ambivalencia de la operación. Por una parte, la nostalgia del XIX, en la que el cine italiano se sumergirá sin rebozo en estos mismos años, en un intento de olvidar el retumbar de los cañones. Por otra, la ambición de un cine fascista e imperial, en abierta contradicción con los temas elegidos. De ahí que podamos leer en el texto de apertura: “Los húsares fueron substituidos por las masas enorme y grises de las batallas modernas. Ahora 1900 con sus valses y habaneras tiene el encanto de una vieja estampa y acaso lo mejor de ella es que, efectivamente, haya pasado”. Y Marquina se deja llevar por este espíritu cuando resuelve —muy lubitschianamente— la llegada de Leonardo al baile al que tiene prohibida la entrada, ante la llamada irresistible del vals que canta Margarita. En ocasiones, se deja llevar por soluciones de montaje más propias del silente, como ese salto de agua sobre el que van apareciendo en sucesivos encadenados los correveidiles que propalan el rumor de la vigencia de la relación entre el capitán y Adelaida.

Sin embrago, no deja de haber algunos apuntes que nos remiten a la realidad contemporánea. Margarita se proclama “mujer moderna”, capaz de llevar por sí misma las riendas de su vida —en consonancia con la imagen que el público tiene de la propia Conchita Montenegro después de su divorcio de Raoul Roulien y de una agitada vida sentimental en Estados Unidos—, ante el escándalo mayúsculo de su progenitor. El pretendiente que éste busca para ella lleva por nombre Ismael Adams, lo que delata su doble condición de judío e inglés. De ahí, el enfrentamiento con el coronel del regimiento cuando se atreve a poner en duda el valor de un militar, aunque éste sea el díscolo Leonardo.

Sanz de Soto afirma que El último húsar "fue sin duda alguna la mejor película española de las realizadas en aquel país en lis años del intercambio fascista cinematográfico".

Era obra de difícil realización, dado que el hilo argumental —y nunca mejor empleada la palabra hilo— era levísimo, pues lo que en verdad se trataba era de ironizar sobre el mundo del 1900 a través de los clichés de la opereta. Todo tenía que ser suave, sutil, vaporoso. Y lo fue hasta tal punto que el film escapó a la comprensión, no ya del público, sino también de la crítica. [Emilio Sanz de Soto: "1940-1950", en Augusto Martínez Torres (ed.): Cine español 1896-1983. Madrid: Dirección General de Cinematografía, 1984, pág. 113.]

Realizada como parte del programa de Cifesa de coproducciones postbélicas con Italia, Yo soy mi rival / L’uomo del romanzo (1940) se anunció desde el principio y según era costumbre con dirección bicéfala compartida por Mario Bonnard y Luis Marquina. Pero a partir de finales de 1940 el nombre del español desaparece de la promoción y cuando por fin se estrene por aquí —¡en 1947!— brillará por su ausencia tanto de la publicidad como de los créditos de la película, “en la que sólo ocasionalmente aparece como colaborador”. [Felipe Cabrerizo: Tiempo de mitos: Las coproducciones cinematográficas entre la España de Franco y la Italia de Mussolini. Zaragoza: Diputación Provincial de Zaragoza, 2008.]

El argumento, traído de una comedia de Guido Cantini, juguetea con la metaficción. Una escritora estadounidense se ha enamorado de un italiano (Amedeo Nazzari) y este amor le ha inspirado una novela. Una amiga suya (Conchita Montenegro), subyugada por la historia, viaja a Italia para conocerlo y termina enamorándose también de él. Pero el romance culmina esta vez en boda y los distintos caracteres de la pareja recién constituida no tardarán en chocar. Como no he encontrado copia de ninguna de las dos versiones, no me atrevo a entrar en otras valoraciones, más alla de la constatación del contraste entre el Nuevo y el Viejo Continente o entre la vida en ciudad y en el campo como motores de una comedia "con mensaje" probablemente grato al fascismo.

domingo, 9 de octubre de 2022

primeros pasos de luis marquina

En 1983, la vigésimo octava edición del Festival de Valladolid dedica una retrospectiva a Luis Marquina. Julio Pérez Perucha publica entonces una filmografía razonada de un director, productor y guionista con una trayectoria tan extravagante como ambiciosa en el cine español desde la irrupción del sonoro hasta el tardofranquismo. 

Luis Marquina —escribirá Pérez Perucha en otra ocasión— es una de las figuras más raras e inclasificables de nuestro cine, una de sus personalidades más opacas y escurridizas y al mismo tiempo más sugerentes, puesto que siempre vivió la paradoja de pretender por origen y vocación realizar un cine personal en el que inscribir con independencia rasgos autorales y hacerlo desde el territorio de los social e intelectualmente aceptable, tal y como le obligaba su formación (de carácter católico y conservador) y su personalidad discreta y sigilosa. [José Luis Borau (coord..): Diccionario del cine español. Madrid: Alianza Editorial, 1998, pág. 546.]

Hijo del dramaturgo Eduardo Marquina, nieto y sobrino de pintores, el joven Luis Marquina se decanta por la ingeniería industrial y obtiene el título en 1932. La necesidad de técnicos de sonido en el momento en que el cine ha empezado a hablar, le empuja a trabajar en dicha especialidad en los estudios CEA de Madrid, de los que su padre es socio fundador junto a lo más granado de los dramaturgos de su tiempo. De la coordinación de la producción se hace cargo, desde 1933, Enrique Domínguez Rodiño, un periodista con contactos con el cine alemán. De esta misma nacionalidad son los equipos de sonido Klangfilm que CEA compra a Tobis, con la que también firma un acuerdo para distribuir sus películas en España. Luis Marquina y León Lucas de la Peña son los responsables de esta dotación, con la que se han familiarizado en los estudios franceses de Tobis en Epinay. Marquina va afinando el oficio en algunas producciones de los propios estudios y en las películas cuyos rodajes tienen lugar en los mismos, como La traviesa molinera (Harry d’Abbadie d’Arrast, 1934), La Dolorosa (Jean Grémillon, 1934) o Doña Francisquita (Hans Behrendt, 1934).

Por ese tiempo —aseguraba Marquina— se fueron serenando mis impresiones sobre el cine; ya tenía de él un conocimiento técnico y directo. Me había aplicado fielmente a observarlo. Y el cine volvía a plantearme los viejos sueños literarios. [Domingo Fernández Barreira: “Los directores del cine español: Luis Marquina”, en Primer Plano, núm. 138, 6 de junio de 1943.]

Entretanto, su antigua amistad con Salvador Dalí y con otros miembros de la Residencia de Estudiantes, propician que Luis Buñuel le ofrezca —desde su puesto de director de producción de Filmófono en la sombra— la dirección de Don Quintín el amargao (1935), de la que ya hablamos aquí.

La buena acogida de su película de debut facilita que sean los propios estudios CEA los que financien su segunda incursión como director a partir de una comedia del presidente honorario de la sociedad, Jacinto Benavente: Nadie sabe lo que quiere o El bailarín y el trabajador. Esta “humorada en tres entreactos largos y tres actos cortos”, según la definía su autor, la estrenaron en el Cómico en marzo de 1925 Josefina Díaz y Santiago Artigas. Los personajes principales, son Luisa y Carlos. Ella es hija de un fabricante de galletas, un industrial que cree en el poder del dinero y en la fuerza del trabajo. Él es un joven de buena familia venida a menos, un tipo ocioso cuyo principal mérito es haber ganado un concurso de valses en Viena. Luisa y Carlos se pasan las noches en los locales de moda, pero el padre de ella le ofrece trabajo en la fábrica para disuadirlo. La cosa es que Carlos, no sólo acepta, sino que termina entregándose por entero al trabajo, sino que se excusa de sus salidas nocturnas, con lo que Luisa busca la diversión en compañía de un admirador antes desdeñado porque bailaba peor que Carlos. Como se trata de una comedia —por mucho que la tesis regeneracionista constituya el núcleo de la obra y el grueso del diálogo— al final el ocio y el trabajo encuentran su justa proporción y triunfa el amor verdadero.

La adaptación de Marquina destaca antes que nada por su ritmo trepidante. Nada queda de teatral en la cinta salvo lo literario de buena parte del diálogo en cuya confección colabora el propio Benavente. Aún así, en boca de Pepe Isbert, Antonio Riquelme o Antoñita Colomé los epigramas cuelan. Por lo demás, las acciones paralelas, los números musicales o las elipsis funcionan a la perfección y buscan inscribir la producción en las últimas tendencias internacionales rehuyendo un casticismo que, independientemente de su sofisticada puesta en escena, el espectador aún podía encontrar en el gran éxito del musical cinematográfico español de la temporada anterior: La verbena de la Paloma (Benito Perojo, 1935). Los modelos de El bailarín y el trabajador debemos buscarlos en las cintas de la RKO protagonizados por Fred Astaire y Ginger Rogers, en los musicales de la Ufa como Die Drei von der Tankstelle / Le chemin du paradis (El trío de la bencina, Wilhelm Thiele, 1930) y, para ciertas soluciones formales, en las películas de Ernst Lubitsch y René Clair. Cierto que llega un poco tarde, pero Marquina, más que un alumno aplicado, demuestra haber asimilado plenamente todos estos recursos y no los utiliza como meros resortes puntuales.

Ya desde su mismo arranque, Marquina pone en escena la dualidad que va a presidir la película: a unos planos, más propios del cine industrial, que muestran la maquinaria de la fábrica de galletas a pleno rendimiento le suceden las escenas en el suntuoso night club donde Carlos y Luisa (Roberto Rey y Ana María Custodio) son los reyes de la pista. Esta alternancia se prolongará más adelante en el número musical “La vida trabajando”: las diversas estrofas de la canción pasan del protagonista en el tren que le conduce de Biarritz a su puesto de trabajo, con las chicas de la sección de empaquetado capitaneadas por Pilar (Antoñita Colomé) y de las máquinas de fabricación de galletas a unos niños en lo que podría ser un spot publicitario de Galletas Romagosa. A lo largo de toda la película, el ritmo vivo de esta canción y el vals que representa el pasado de irresponsable de Carlos —pero también su amor por Luisa— se contraponen en un juego que busca no sólo el contraste entre los decorados, el modo de comportarse de cada cual según a qué clase pertenece e, incluso, dos tipos de mujer, sino una especie de subtexto musical que subraya las emociones de cada personaje. Esta elección de ingeniero de sonido Marquina —en esta película se hace cargo del sonido León Lucas de la Peña— cobra especial relevancia en la ensoñación de Luisa en la que se le aparece un Carlos escindido, vestido de etiqueta o con mono de trabajo.

Más allá del ambiente que se respirara en la España republicana del Frente Popular, El bailarín y el trabajador propone una fábula en la que la convivencia de clases se da de manera totalmente pacífica. Mientras que los ociosos e improductivos amigos de la caprichosa Luisa son mostrados como una excrecencia, cuando Pilar proclama que “la aristocracia baja y el proletariado se impone”, una de las chicas de la cadena de empaquetado pregunta con ingenuidad: “Oye, ¿y qué es el proletariado?”. Al final son el señor Romagosa (Pepe Isbert) y Carlos los que saldrán victoriosos del enredo: o sea, el empresario implacable y el emprendedor —Carlos ha inventado unas galletas nuevas— capaz de conciliar jornadas de trabajo maratonianas con las imprescindibles veladas de baile y diversión sin las cuales adivinamos que el matrimonio se irá al traste.

Florentino Hernández-Girbal, que asiste al rodaje, describe a Marquina como “un muchacho joven, fuerte, simpático y muy serio. Tiene aspecto de ingeniero alemán, por sus maneras corteses, su voz amable, pero enérgica, y su físico inmóvil”. [Florentino Hernández-Girbal: “Tras la cámara: Viendo rodar El bailarín y el trabajador”, en Cinegramas, núm. 79, 15 de marzo de 1936.]

Dejemos que sea José Luis Gómez Tello el que resuma su labor y su actitud durante la Guerra Civil: 

Preparaba el rodaje de La hora mala cuando llega nuestro Alzamiento, y Luis Marquina, con los decorados de una película en pie, logra abandonar el decorado sangriento de la zona roja para unirse a su ladre en la Argentina. Su paso por Buenos Aires deja huella en el prestigio literario del cine argentino en Así es la vida y La chismosa [codirigida con Enrique Susini]. Viajero de tercera, su fidelidad a los destinos de España le trae en seguida a las filas combatientes de Franco. Su tarea cinematográfica de entonces se registra en noticiarios realizados en los cráteres de la guerra”. [Gómez Tello: “Quién es quién en la pantalla nacional: Luis Marquina”, en Primer Plano, núm. 423, 22 de diciembre de 1946.]

El Catálogo general del cine de la Guerra Civil detalla entre esos “noticiarios realizados en los cráteres de la guerra” su participación en la sonorización de dos reportajes producidos por el Departamento de Propaganda de FET y de las JONS postsincronizados en 1937 en los estudios Lumitón de Buenos Aires y la supervisión técnica de los Celuloides Cómicos finalizados por Enrique Jardiel Poncela en San Sebastián. [Alfonso del Amo (ed.): Catálogo general del cine de la Guerra Civil. Madrid: Cátedra / Filmoteca Española, 1997.] Pérez Perucha incluye en su filmografía también otros títulos avalados por Falange Exterior con destino a Argentina y al resto de Latinoamérica. 

Addenda del 20 de octubre de 2022:

El 19 de octubre de 2022 se presenta en el cine Doré una nueva digitalización de la copia de Filmoteca Española de Don Quintín el amargao, con todos los problemas de continuidad y cortes de censura señalados en la edición en DVD, pero que, al menos, permite su preservación y su proyección pública. Este proceso ha sido realizado por el Centro Buñuel de Calanda y Filmoteca Española con la colaboración de Filmoteca de Zaragoza. La copia que en la entrada previa denominábamos "de archivo", procedía de un pase televisivo a partir del material conservado en la Filmoteca de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México).