La tercera página del número inaugural de La Codorniz [8 de junio de 1941] está dedicada a promocionar los próximos estrenos de U-Films. Tras el abandono de Benito Perojo, José López Rubio se convierte en el director-estrella de la productora de Ulargui. Su primera película en la compañía será La malquerida (José López Rubio, 1940), la adaptación del drama rural de Jacinto Benavente que había quedado interrumpida por el golpe militar del 18 de julio de 1936 y que López Rubio pretendía que fuera su primera cinta española tras la larga estancia hollywoodense. A pesar de su pluriempleo en la empresa de Ulargui, sacará tiempo para crear un pasatiempo que compita en las páginas de La Codorniz con el Damero maldito de Conchita Montes. ¿Está usted seguro? acude semanalmente a su cita con el lector, aunque para ello Miguel Mihura se vea obligado a encomendárselo al crítico cinematográfico Alfonso Sánchez, lo que no sienta nada bien a López Rubio. Pero éste está ocupado en la preparación de Sucedió en Damasco / Accade a Damasco (José López Rubio / Primo Zeglio, 1942) y, además, debe hacerse cargo de todas las Canciones que no encuentran novio y entre las que se encuentran las más anómalas del ciclo.
Luna de sangre (José López Rubio, 1941) es la primera de las Canciones que rueda Miguel de Molina y realiza López Rubio, tras negarse Neville a dirigirlo.
La canción de Rafael de León, Salvador Valverde y Manuel Quiroga que da título a la película es Salomé, una zambra de 1933:
Luna de sangre que abrió el verano / sobre la noche de los calés. / Pagana fiesta que los gitanos / rinden al culto de Salomé. / Y mientras ella baila sin velos, / Juan el Romero de allí se va. / José lo sigue, loco de celos, / y entre la sombra brilla un puñal.
La inspiración lunar dio pie a otro tema de León y Quiroga, escrito probablemente para el cortometraje: el romancillo Me da miedo de la luna.
La niña del Albaicín / se fue con él de Granada. / Su novio la llora, llora, / la llora al pie de la Alhambra. / Yo por eso tengo miedo / de acordarme de la luna. / Se enamoró de tu cara / y de tu piel de aceituna. / Se enamoró de tus ojos / que son pa’ mí una fortuna. / Yo por eso tengo miedo / de acordarme de la luna.
Bajo su lorquiano título, Luna de sangre recoge el peregrinaje de unos gitanos trashumantes. A la vuelta de uno de sus viajes, José (Miguel de Molina) se encuentra con que Salomé (Brazalema) ha aceptado unos espléndidos pendientes “de un payo gordo y rico”. Además, él y sus amigos han pagado una juerga en el campamento esa misma noche. Acuciado por los celos y por la hechicera de la tribu (Juanita Manso), acude esa noche a la fiesta con un cuchillo. Pero el baile une a los enamorados y los payos salen de allí corridos.
El guión, no exento de pujos literarios, dedica un plano específico a demostrar la equivalencia entre baile y cortejo amoroso, de acuerdo con una de las vetas del ciclo: "ESC. 37. M.C.S. de JOSÉ y SALOMÉ trenzando en la danza su amor y su perdón. El moño de SALOMÉ se ha soltado, dejando caer una cascada de noche sobre su espalda”. [AGA, caja 36/03181.] Deseoso de proporcionar cierto realismo a la españolada, López Rubio hace contratar a una auténtica tribu de gitanos con sus carromatos y filman los exteriores en Montjuich, donde se encuentran los estudios Orphea.
En ese escenario —recordaba prepotente Miguel de Molina— interpreté mis canciones y actué junto a una bailarina bellísima [Brazalema], que era pura pinta, pero se defendió bastante bien acompañándome. [Miguel de Molina: Botín de guerra. Autobiografía. Barcelona: Planeta, 1998, pág. 185.]
Luna de sangre pasa censura sin cortes el 31 de octubre de 1941, pero queda autorizada únicamente para mayores de catorce años. [AGA, caja 36/03181.] El cortometraje será recuperado en su integridad por José Miguel Ullán en el programa Tatuaje (TVE, 1985) dedicado a Miguel de Molina: https://www.rtve.es/play/videos/tatuaje/miguel-molina/16511176/.
Para el personaje central de La Petenera (José López Rubio, 1941) sirve de inspiración una cantaora del XIX de la que apenas se sabe que nació en Paterna de la Rivera, provincia de Cádiz, y que su nombre también anduvo en coplas:
Quien te puso Petenera / no supo ponerte nombre, / que te debía haber puesto / la perdición de los hombres.
Siguiendo la senda iniciada en La Parrala, Xandro Valerio y Rafael de León vuelven a buscarle la réplica al personaje histórico envuelto en celajes de leyenda en un pasodoble que, una vez más, ya ha estrenado Conchita Piquer en 1940:
No llamarme Petenera / que ese mote es mi castigo. / Ese nombre es la bandera / que está acabando conmigo. / Madre de mi corazón, / que es la cruz y la ceguera / de mis tormentos mayores. / No llamarme Petenera / que yo me llamo Dolores.
Maruja Tomás canta esta Dolores la Petenera, Santa Lucía y Tus ojos negros, en el marco de una historia de bandoleros y manolas en la que la protagonista, tras ser cortejada por el corregidor, que primero la encarcela y luego la invita a que cante en su palacio, termina escapando con su hombre a la serranía. La acompañan en el reparto Juan Monfort, Miguel Pozanco, Ana María Quijada, la veterana Juanita Manso y el no menos veterano Francisco de Villagómez, que es el único que no repite en otras Canciones.
Los veinticuatro minutos de duración no se limitan en esta ocasión a unas cuantas estampas dialogadas y cantadas. A juzgar por la sinopsis presentada a censura, el cortometraje es una pequeña película de aventuras, con sus prendimientos, sus traiciones y sus tiroteos. López Rubio hace valer su amistad hollywoodense con Douglas Fairbanks, con cuyo Zorro parece tener más de un punto en común el bandolero Diego Romero.
Maruja Tomás concluye su participación en el ciclo con Rosa de África (José López Rubio, 1941). Si por algo destaca este cortometraje —el más largo de la serie— es por su ambientación en las campañas militares africanas y, según el especialista Alberto Elena, “en el escenario privilegiado de la exaltación castrense, ofreciendo para ello un marco menos problemático que el de la Guerra Civil y entendiendo de ipso la acción civilizadora española en clave puramente militar”. [Alberto Elena: “La llamada de África: una aproximación al cine colonial español”, en Un siglo de cine español, Cuadernos de la Academia, núm. 1. Madrid: Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, octubre de 1997.]
No es desde luego el objetivo de la serie Canciones, volcada en un cine sin la más mínima intencionalidad política, por lo que atendiendo a las afirmaciones de Elena no podemos sino tomar Rosa de África como antecedente directo de la que será última película de López Rubio, Alhucemas (1948), cinta de carácter combativamente militar en un momento en el que el cine de propaganda ya había sido relegado a un segundo plano.
Rosa de África intenta conciliar el cine legionario internacional, al modo de Julien Duvivier, Jean Grémillon o, incluso, al del estilizadísimo de von Sternberg, con la pleitesía al militarismo africanista y el pie forzado de un romance de Rafael de León. Una mujer enamorada (Maruja Tomás) busca un hombre (Rafael Medina) en un cafetín tetuaní cuyo voluble propietario está encarnado por un expansivo Manolo Morán. La mujer es una cancionista afamada, pero renuncia a hacer público su nombre a fin de encontrar al legionario, que tiene en su posesión unos papeles tan secretos que al espectador le resulta imposible enterarse de qué van y cuál es su valor. Entretanto, le da tiempo a interpretar algunos temas en el cabaret, entre ellos el danzón Te lo juro yo y la canción ¡Ay, chumbera!:
¡Ay, chumbera, chumbera, chumbera! / A tu verde sombrita quisiera / Taparme del sol, / Y que nadie, que nadie me viera, / Que me he puesto color de la cera / Penando de amor. / ¡Ay, soldadito de la Legión! / ¡Ay, soldadito de la Legión! / Yo quisiera que nadie supiera / Que sólo tú mandas en mi corazón.
El reencuentro tiene al fin lugar el 17 de julio de 1936, cuando todos deben incorporarse al Tercio porque Franco acaba de anunciar el pronunciamiento militar. La mujer se asoma a la ventana del cabaret y proclama que “en España comienza a amanecer”. Situaciones prolongadas hasta la extenuación y canciones a cada momento. Las dos últimas de Maruja Tomás aún tienen un pase, pero el pasodoble-tango que canta el legionario...
Aquellas penas tan negras / Que yo pasé por tu amor; / Aquellos celos de muerte / El viento se los llevó. / Los besos que tú me diste / Y los que te di a ti yo, / Y el recuerdo de tus besos / Y el recuerdo de tus ojos / El viento se lo llevó.
... resulta absolutamente insufrible. Para colmo, todo está rodado y montado sin ningún interés. ¡Pobre López Rubio!
No obstante, la crítica no vio con malos ojos el empeño. Mas-Guindal escribía en Primer Plano, con motivo de su estreno en el cine Avenida con otras películas de la serie:
Rosa de África, menos afortunada, encuentra su mérito en las gratas canciones del maestro Quiroga. Cierto confusionismo argumental crea esa falta de verosimilitud que se acusa en algunas escenas [...] y que no es difícil de evitar en producciones de este tipo. Maruja Tomás canta bien y tiene momentos interesantes. [Antonio Mas-Guindal: “Página de crítica”, en Primer Plano, núm. 57, 16 de noviembre de 1941.]
Rodada entre el 11 de septiembre y el 8 de octubre de 1941, Rosa de África llegó a tener catorce copias para su distribución, una vez fue aprobada por el organismo censor, calificada, eso sí, para mayores de dieciocho años.
La intención declaradamente humorística vendría a quebrar un poco el tono general de amores contravenidos, no obstante la copla de Rafael de León que le da título y que —de nuevo como en el caso de La Parrala— había estrenado Concha Piquer en 1940:
Y los niños cantan a la rueda, rueda, / Esta triste copla que el viento le lleva: / “A la lima y al limón, / Tú no tienes quien te quiera. / A la lima y al limón, / Te vas a quedar soltera”. / ¡Qué penita y que dolor! / ¡Qué penita y que dolor, / La vecinita de enfrente / Soltera se quedó! / ¡Solterita se quedó!El argumento hilvanado por López Rubio a partir de la copla se centra en la enemistad entre un zapatero remendón y el loro de la señorita Adelina, una solterona un tanto cursi.
Un buen día, al pasar por enfrente del zapatero, se le rompe un tacón a la señorita Adelina. Él, muy galante, se ofrece a arreglarlo y por este motivo comienzan a hablar y olvidan sus rencores... Se gustan y el zapatero, compadecido de su vecina, se casa con ella. [AGA, caja 36/03181.]Inaccesible en la actualidad, debemos ceñirnos a lo que prometían las gacetillas: “Un encaje cinematográfico de lo popular y lo castizo, en el que lucen su arte genial el as Miguel Ligero y Blanquita Pozas”. [Hoja del Lunes (La Coruña), 21 de diciembre de 1942, pág. 2.] Sin embargo, severos críticos como el salmantino Javier de Montillana —Gabriel Hernández González en el siglo, futuro director de El Adelanto, medio en el que desarrolla toda su carrera llegando a ostentar la dirección del mismo—, se sintieron, más que defraudados, ofendidos por la propuesta:
Una película de complemento, naturalmente, no merece el comentario. Pero como se ha querido darle un relieve destacado, vamos a hacerlo siquiera sea brevemente. ¡Lástima de tiempo, de dinero y de celuloide! Ni la canción del maestro Quiroga tiene más actualidad que la de una temporada, ni tampoco encontramos en ella motivos para ser escenificada. Todo lo que se intenta destacar de la cinematografía tiene acogida en este titulado “encaje”, incluyendo, claro está, la disparatada actuación de Miguel Ligero y el ridículo papel que Blanquita Pozas hace. Y esto es todo. [“Coliseum - A la lima y al limón”, en El Adelanto (Salamanca), 12 de febrero de 1942, pág. 2.]