domingo, 10 de noviembre de 2019

lazaga 101 (23)


El dinero tiene miedo / Cómo atrapar a un Don Juan (1970) es una nueva entrada para una película huérfana en la filmografía de Lazaga, acaso porque parte de un guión en solitario de Pedro Masó que no se atreviera aún a dirigir él mismo. Siempre atento a los titulares de la prensa, el productor se saca de la chistera esta inopinada coproducción con México a propósito de la fuga de capitales, problema esencialmente español en tiempos de escándalos financieros y devaluación de la peseta. Y en el centro del relato coloca a un sinvergüenza (Mauricio Garcés) y a dos infelices incautos (Tony Leblanc y Manolo Gómez Bur) que se las dan de listos. El primero, Juan Quesada, ha vivido siempre en la opulencia gracias a una serie de empresas fantasma que le han servido para captar el dinero de capitalistas ansiosos de conseguir dinero fácil. Pero los días de amor y lujo se han acabado, según le comunica su abogado (Manuel de Blas), porque el Tribunal Supremo acaba de dictar una sentencia definitiva en su contra. Precisamente un titular de "El Alcázar" en el que se anuncia que no habrá devaluación de la peseta enciende la chispa del nuevo plan para salir una vez más del lío. Los segundos son Benito y Agustín, dos nuevos ricos que han hecho sus fortunas con la construcción y las gasolineras. Con Vicky (Rosanna Yanni) como cebo, los crédulos pronto están a merced de Quesada, dispuestos a llevar su dinero a Suiza y a ingresarlo en una cuenta cuyo número sólo conoce el interesado. La aparición de un tipo misterioso (Antonio Ferrandis) en el avión a Ginebra  pone en marcha una segunda trama. Benito está dispuesto a renunciar a su dinero, pero Quesada, dándoselas de altruista, se empeña en recuperarlo. Para ello será necesaria la intervención de Vicky y un nuevo viaje con el resto del dinero.

Garcés y Yanni lucen palmito y Gómez Bur y Leblanc se lanzan por el camino de la comicidad bufa y, en muchas ocasiones, de lo chabacano. El peluquín y las cicatrices de un accidente de circulación en el rostro de este último resultan tanto o más patéticas que los tics televisivos que a estas alturas imprime a su humor. Lazaga y su montador habitual, Alfonso Santacana, resuelven la película como un mero trámite, sin mayores alardes.

Como en otras ocasiones, aprovechamos estas entradas raquíticas para repasar el equipo de sospechosos habituales. Santacana trabaja como ayudante de montaje en Hombre acosado (1952) y asume la titularidad en Muchachas de azul (1957). A partir de entonces y hasta ¡Vaya par de gemelos! (1978), es más fácil contar las películas del de Valls que no ha montado él, que las que sí. Tanto, que en la década comprendida entre 1966 y 1975 sus filmografías son prácticamente coincidentes, con escapadas de Santacana para compaginar cintas de Julio Coll o Pedro Masó, para el que de todos modos Lazaga sigue trabajando como realizador. Comparten créditos en unos sesenta y tantos títulos, así que buena parte de lo que podemos denominar estilo lazaguiano vendría a ser en realidad una entente cordiale entre el modo de rodar del realizador filtrado por la labor del operador de cámara Miguel Agudo, la omnipresente música de Antón García Abril, y la utilización que el montador hace del material que éstos le proporcionan.

La carencia de información sobre los profesionales de esta especialidad nos empuja a entresacar alguna de sus opiniones de una clase magistral que impartió en la Universidad de Verano de Almería en 2009. Decía entonces a los alumnos: “He trabajado con muy pocos directores porque me han acaparado”. No es el caso de Berlanga, aunque si los cinéfilos buscan su opinión es por haber montado El verdugo / La ballata del boia (1963). También explicaba que en su época el cine “era algo mágico, jugabas con las manos, con la mente, a través de una lupa y leyendo los labios a los actores, porque no teníamos sonido”. O sea, de la necesidad, virtud... todo un credo lazaguiano.

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