El arranque es fulgurante. Unos disparos resuenan en un paisaje montañoso. Un hombre con una cartera y una pistola (Antonio Puga) se esconde tras una roca. Un inspector de policía (Adriano Rimoldi) y dos guardiaciviles le ordenan que se entregue. Disparan contra él. Lo atrapan. Como está herido, deciden pasar la noche en un refugio de montaña, en tanto regresa el número destacado al pueblo en busca de socorros. Allí se establece una discusión sobre la predestinación, a partir de un accidente ocurrido durante una escalada que podría ser un homicidio. El resto de historias tienen un carácter más o menos fantástico —las protagonizadas por Francisco Piquer y Paco Martínez Soria, inspiradas probablemente por el éxito en España de Jennie (Portrait of Jennie, Robert Siodmak, 1948)— o de burla del destino —un contable que ha cometido un desfalco se hace pasar por un hombre de negocios con el que tiene un sorprendente parecido… para ser detenido por un asesinato perpetrado por éste—. De modo que el relato estrictamente criminal es el que sirve de marco a la película: el detenido ha llegado hasta un pueblo del Pirineo, próximo a la frontera, donde espera recibir el pago por un alijo de drogas que acaba de pasar desde Francia. A la fonda llegan el inspector y una mujer policía (Montserrat Julió), que se hace pasar por su esposa. Mientras él juega con los delincuentes al póquer, ella registra sus equipajes y confirma sus sospechas. Sin embargo, es sorprendida cuando escucha a los malhechores arreglar el pago de la mercancía con su contacto marsellés y su vida corre serio peligro. Abandonando a su cómplice (Carlos Otero), el narcotraficante intenta alcanzar la frontera a pie. El círculo se cierra.
domingo, 29 de enero de 2017
panorama del cine criminal barcelonés (17)
El arranque es fulgurante. Unos disparos resuenan en un paisaje montañoso. Un hombre con una cartera y una pistola (Antonio Puga) se esconde tras una roca. Un inspector de policía (Adriano Rimoldi) y dos guardiaciviles le ordenan que se entregue. Disparan contra él. Lo atrapan. Como está herido, deciden pasar la noche en un refugio de montaña, en tanto regresa el número destacado al pueblo en busca de socorros. Allí se establece una discusión sobre la predestinación, a partir de un accidente ocurrido durante una escalada que podría ser un homicidio. El resto de historias tienen un carácter más o menos fantástico —las protagonizadas por Francisco Piquer y Paco Martínez Soria, inspiradas probablemente por el éxito en España de Jennie (Portrait of Jennie, Robert Siodmak, 1948)— o de burla del destino —un contable que ha cometido un desfalco se hace pasar por un hombre de negocios con el que tiene un sorprendente parecido… para ser detenido por un asesinato perpetrado por éste—. De modo que el relato estrictamente criminal es el que sirve de marco a la película: el detenido ha llegado hasta un pueblo del Pirineo, próximo a la frontera, donde espera recibir el pago por un alijo de drogas que acaba de pasar desde Francia. A la fonda llegan el inspector y una mujer policía (Montserrat Julió), que se hace pasar por su esposa. Mientras él juega con los delincuentes al póquer, ella registra sus equipajes y confirma sus sospechas. Sin embargo, es sorprendida cuando escucha a los malhechores arreglar el pago de la mercancía con su contacto marsellés y su vida corre serio peligro. Abandonando a su cómplice (Carlos Otero), el narcotraficante intenta alcanzar la frontera a pie. El círculo se cierra.
domingo, 22 de enero de 2017
panorama del cine criminal barcelonés (16)
La década de los cincuenta ha tocado a su fin.
La eclosión del desarrollismo —vía consumo, binomio turismo/emigración y
política económica opusdeísta— hace saltar al centro del escenario a los
jóvenes. Juventud a la intemperie
(Ignacio F. Iquino, 1961) comienza, nada menos, que con una cita de José
Antonio Primo de Rivera. Pero es que su guionista es el falangista Federico de
Urrutia. El asunto es exponer del modo más sensacionalista posible los vicios —básicamente
gamberrismo, alcohol, drogas, homosexualidad, proxenetismo y rock’n’roll— de la
juventud contemporánea. Todo ello se da cita en una cave barcelonesa con
la actuación en el escenario del vasco José Luis Bolívar y el holandés Tony
Ronald, que por entonces se hacían llamar “Kroners Dúo”. Sigue así Iquino la
senda de otros reyes de la exploitation, Roger Corman.
domingo, 15 de enero de 2017
panorama del cine criminal barcelonés (15)
El mcguffines un estuche de violín repleto de billetes de curso legal. Sirve de excusa para mantener a los delincuentes en el pueblo la posibilidad de que el vigilante de la fábrica atracada los identifique. Según pasan los días la endeblez dramática de este argumento cien veces verbalizado por los personajes se torna más irritante para el espectador. Pero es necesario que la pareja se sienta acosada, en un paisaje idílico y a un paso de la frontera. Durante este tiempo se fragua una relación entre Mario y Nuria (Maria Piazzai), que hará al joven reconsiderar su vida pasada. Cuando Hugo, borracho, ataque a Edita (Conchita Ortiz), la novia del pastor José (Jesús Colomer), Mario se enfrentará a él. Este intento de violación, reducido al mínimo por la censura o la autocensura, pone el acento sobre una situación latente desde el principio: el vínculo que une a ambos hombres. Hugo confiesa que a él también le gustan las mujeres, pero la presteza con la que ha instado a Mario a abandonar a Nelly y su fijación con su compañero sugieren una atracción homoerótica sublimada. El intento, abortado por la llegada de Mario, estaría causado por los celos que genera en Hugo el interés de su compañero por Nuria. Es posible que las escenas retrospectivas que figuraban en el guión y en el plan de trabajo, ambientadas en el campo de batalla, en un campo de concentración y un cabaret, pudieran aportar otros matices a la relación, pero tal como se desarrolla en el montaje definitivo la ambigüedad es evidente.
Fiel a la ley del melodrama, el guión empieza a acumular coincidencias en su tramo final. Laura (María Márquez), la hermana de María, está enferma de leucemia y su tratamiento depende de una partida de medicamentos adulterados que introdujeron en España Mario y Hugo. Aún más inverosímil resulta que el tío Martín (Rafael Bardem) sea el contable de la fábrica atracada. Volvió al pueblo desde Barcelona porque su vida allí corría peligro y se encuentra con los asesinos del vigilante nocturno. Concluye el relato con la siguiente explicación:
En el melodrama español de la década de los cincuenta los designios de un dios vengador suelen confundirse con los infortunios del destino. Hugo con maleta y gabardina de trinchera, un vestuario de lo más inapropiado para ir por la montaña, escapa hasta el castillo de cuyas piedras se burló. Como está borracho, resbala, la maleta se abre y los billetes vuelan. Al intentar recuperarlos cae al vacío. Su escarnio de aquellas piedras milenarias —símbolo de una raza, no lo olvidemos—, tiene como consecuencia la muerte. Pero tampoco hay salvación para los inocentes: resulta que la enferma no es Laura, sino María. Está condenada a morir cuando el valle se cubra de nieve. Mario purgará su culpa compartiendo su condena en silencio, sin poder revelarle el secreto. Entonces se arrodillan ante la cruz de piedra que da nombre a la masía y rezan el padrenuestro.
Cuando el valle se cubra de nieve está rodada mediante un sistema anamórfico autóctono denominado Hispanoscope que también se utilizará en otro título que hermana montaña y espiritualidad: Cumbres luminosas - Montserrat (José Fogués, 1957).
La cinta es un melodrama sobre una doble redención, una película policiaca de ladrones y venganzas, y un documental en Agfacolor e Hispanoscope sobre el corazón espiritual de Cataluña, la montaña de Montserrat. Todo en uno y todo igualmente farragoso.
Pierre (Manuel Monroy), un antiguo escalador, ateo por más señas, se reúne en el santuario de Montserrat con Margot (Jacqueline Pierreux), la amante del jefe de una banda de ladrones (Luis Orduña), al que ambos han traicionado. Pero un miembro de la banda, llamado Dupont (Alejandro Rossi), les ha seguido hasta allí. Margot hace amistad con una familia estadounidense, que le hará recuperar el sentido de la espiritualidad perdido y Pierre se empeñará en un duelo alpinístico-dialéctico con el padre Anselmo (José Marco), un experto en rescates en la montaña y en la salvación de almas descarriadas. Las tres líneas temáticas confluyen en un final edificante cuando, en una noche de tormenta, Pierre robe la corona de la Virgen de Montserrat y Marchand intente violar a Margot. Acongojado por el ambiente de la capilla de San Dimas, donde ha buscado refugio, Pierre deposita la corona en el altar del Buen Ladrón. Sin embargo, al abandonar la ermita, se despeña. Margot acompaña al padre Anselmo hasta el lugar donde ha caído el ladrón arrepentido. Lo hace descalza, en prueba de penitencia. El sacerdote los une en matrimonio in articulo mortis de modo que el único fleco objetable quede solventado.
domingo, 8 de enero de 2017
panorama del cine criminal barcelonés (14)
En El presidio le toca el turno al sistema penitenciario y, de nuevo, a la benéfica (y preeminente) supervisión de la iglesia católica en la función regeneradora de dicha institución. De este modo, después de un arranque fulgurante, con fuga y flashback a una historia con femme fatale, la cinta termina convirtiéndose en melodrama redentorista con niño y sacerdote (Manuel Gas). Pablo (Carlos Otero) se fuga de la Cárcel Modelo de Barcelona donde ha sido recluido por una serie de hechos que serán relatados en sucesivos flashbacks. Nos enteramos así de su despido de una empresa y de la atracción que siente por Ana (Isabel de Castro), quien le pondrá en contacto con el jefe de una banda de atracadores conocido como “El Abogado” (Barta Barri). Las sucesivas delaciones y traiciones entre los miembros de la banda culminan con la regeneración de los que escogieron el mal camino y la muerte de los villanos congénitos.
También Cita imposible (Antonio Santillán, 1959) se financió mediante el mismo procedimiento, pero en doble versión, con Claudine Dupuis en el papel de la mujer excarcelada que en la española interpretaba Josefina Güell. Santillán afrancesa su nombre —Antoine— en los carteles de Panique au music-hall.
Situada en el ambiente teatral del Paralelo, Cita imposible inmortaliza la revista musical Leyendas del Danubio, que había sido un gran éxito de la compañía de Los Vieneses. La Censura cinematográfica era bastante más estricta que la teatral así que los pudorosos responsables de velar por la moral colectiva, decidieron que había que cortar un número completo de Mercedes (Mercedes Monterry) y varios planos de las bailarinas que acompañaban al payaso Juanón (Francisco Piquer). Éste, imitador de voces, tiene un importante papel en la alambicada trama policíaca. Un abogado novato (Philippe Lemaire) y un inspector de policía (Arturo Fernández), que además resultan ser primos, compiten por el amor de una guapa chica (Luz Márquez) y por llevarse el gato al agua en la resolución del misterio.
Después de una larga temporada en paro tras salir de la cárcel, Raúl (Víctor Valverde) recibe en una misma noche dos ofertas de trabajo. Una consiste en conducir un camión entre Barcelona y Sevilla, lo que le alejará de Clara (Marta Padován) y dejaría el camino bastante despejado al propietario del cabaret donde ella se ve obligada a trabajar (Gustavo Re). La otra procede de su ex–jefe (Enrique Diosdado), que le entregará cien mil pesetas a cambio de que le mate. Raúl acepta la primera, pero al llegar a Sevilla lee en el periódico la noticia del fallecimiento del empresario. En Barcelona, le espera un tenaz inspector de policía (Ismael Merlo). Los sospechosos se multiplican al tiempo que las tramas secundarias y el relato va perdiendo foco, derivando en tramas secundarias, como la de la celosa mujer del inspector, tan reiterativa como chusca en su planteamiento humorístico.
Las estrecheces presupuestarias confinan las escenas en interiores durante la mayor parte del metraje y Santillán resuelve muchas de ellas con los intérpretes de perfil, uno frente a otro, eludiendo así el plano-contraplano, pero confiriendo a la planificación un estatismo que ayuda bien poco a mantener el pulso narrativo.
domingo, 1 de enero de 2017
panorama del cine criminal barcelonés (13)
José María Forn ha realizado el film con una considerable habilidad técnica que en muchas ocasiones logra hacernos olvidar las oscuridades y complejidades de un guión demasiado oscuro. Incluso ha logrado momentos de indudable interés y ha dado vigor a la creación de algunos de los tipos que participan en la cinta. [La Vanguardia Española, 25 de mayo de 1961.]Con una excelente fotografía de Ricardo Albiñana, La ruta de los narcóticos (José María Forn, 1962) hace uso de los decorados naturales barceloneses —Zona Franca, estación de Francia, aeropuerto del Prat…— con la eficacia habitual en el ciclo criminal barcelonés. El policial procedimental chez Iquino ha sufrido la lógica evolución desde la fundacional Brigada criminal. Sobre un argumento de José Antonio de la Loma y con la dirección de José María Forn, Iquino sigue ensalzando en 1962 el trabajo de las fuerzas de seguridad del Estado. Ahora le toca el turno a la Brigada de Narcóticos. En la escena de apertura, el comisario Mendoza (José María Oviés) se encarga de aclarar que en España sólo hay mil tres cientos toxicómanos —de los cuales, curiosamente, el porcentaje más elevado corresponde a las mujeres—. Una gota de agua en el océano de los trescientos mil que vagan por las ciudades estadounidenses en busca de su dosis de heroína cual ejército de muertos vivientes. Aún así, España colabora eficazmente con la Interpol en la represión del tráfico que, procedente de Oriente Próximo, toca en el puerto de Barcelona para seguir su ruta transatlántica.