domingo, 30 de septiembre de 2018

selmier: actor, autor, asesino (1)


Dean Selmier se plantó un buen día en España y empezó a aparecer en películas como intérprete y, muy ocasionalmente, con participación en la producción. En un septenio rodó docena y media de títulos y, con la muerte de Franco, se esfumó tan misteriosamente como había llegado. De sus andanzas posteriores sólo teníamos razón a través de dos hechos. El más cercano es su fallecimiento en Las Vegas en 2004, a los sesenta y cinco años. Los obituarios estadounidenses daban cuenta de que había nacido en Indianápolis el 8 de julio de 1938, que su nombre completo era Dean K. Selmier pero que también había sido conocido como “Skip”, “Cowboy”, “Warrior” y “Quasimodo”, que tenía dos hermanos y una hermana, que había estado casado con Candy Lecaro y que en su azarosa vida había sido actor, cineasta, escritor y “agente especial de Estados Unidos y otros gobiernos, especialmente en Oriente Medio”. [The Indianapolis Star, 18 de mayo de 2005.] El segundo, es la publicación por editorial neoyorquina Viking Press en 1979 —tras o cuatro años después de haber abandonado España— de una novela escrita en colaboración con el prestigioso cronista deportivo Mark Kram: Blow Away.


La información sobre el autor que ofrece la solapa no puede ser más impactante. El volumen no sería una novela, sino la autobiografía de Selmier entre 1959 y 1971. Su trabajo como actor habría sido en realidad la cobertura para cometer una serie de asesinatos en Europa por cuenta de una organización clandestina al servicio del gobierno de Estados Unidos. El mismo texto promocional nos remite a Chacal, la novela escrita en 1971 por Frederick Forsyth, llevada en 1973 a la pantalla por Fred Zinnemann. Como éste, Selmier es un asesino solitario, aunque es bastante mal tirador y debe estar junto a su víctima para poder cumplir su misión. Blow Away alterna estas misiones secretas con el rodaje en España y presentación en el Festival de San Sebastián de Los desafíos (Claudio Guerin Hill, José Luis Egea y Víctor Erice, 1969), una producción de Elías Querejeta en la que tomaban la alternativa como directores Erice, Guerin Hill y Egea, o su participación en Patton (Patton, Franklin J. Schaffner, 1970). De este modo, la única incursión literaria de Selmier se inserta, gracias a la experiencia de Kram en reportajes para Playboy y Sports Illustrated, en la corriente del “nuevo periodismo” y en la disolución de las barreras entre los géneros narrativos y la denominada “no ficción”. La nota de que precede al libro también va en este sentido: aunque todo lo relatado es verídico, ciertos nombres y fechas han sido alterados para proteger el anonimato de algunas personas y la seguridad de los autores. [Dean Selmier y Mark Kram: Blow Away. Nueva York, Viking Press, 1979. pág. vii.]


Las estrategias metaficcionales que constituyen el meollo de Blow Away quedan refrendadas por la imagen de la contraportada: una fotografía de R. McDowell publicada en la revista Life en la que se ve a Selmier por una calle de Nueva York cargando a hombros con Michael Dunn, un actor aquejado de enanismo que mide poco más de un metro. La instantánea está tomada en 1964, en la época en la que ambos actúan en el teatro Martin Beck de Broadway en la versión teatral de Edward Albee de The Ballad of the Sad Café, según el relato de Carson McCullers. Es una fotografía extraña, como la relación entre ambos: Selmier parece abrumado por el peso, pero Dunn se está comiendo un perrito caliente tan tranquilo.


Según el estudioso del teatro independiente neoyorquino Wendell C. Stone, Selmier se ha trasladado a Nueva York desde Indiana en compañía de Johnny Dodd, que se convertirá en el iluminador de las obras puestas en escena en el recién creado Caffe Cino. [Wendell C. Stone: Caffe Cino: The Birthplace of Off-Off-Broadway. Southern Illinois University, 2005. págs. 27, 46-47] Es en este minúsculo escenario de Greenwich Village, hecho con cajas de leche, donde Selmier da sus primeros pasos como actor a principios de los sesenta. En Blow Away relata que llega allí después de haber sido entrenado en un cuerpo de operaciones especiales, haber actuado en misiones en Indochina y Oriente Medio, y de haberle partido la mandíbula a un superior por lo que ha sido condenado a catorce años de reclusión en una prisión militar. Un tipo misterioso se presenta allí y le ofrece la libertad y la destrucción de sus antecedentes a cambio de que actúe sin preguntar cuando sea requerido para ello. Selmier habría aceptado la propuesta y pedido quinientos dólares con los que trasladarse a Nueva York y emprender una carrera como actor que le sirva de cobertura en futuras acciones clandestinas.

Si hacemos caso de su recuento, se ganó la vida como limpiaventanas, tuvo una novia llamada Madeleine que era bailarina de ballet y le empujó a inscribirse en las clases de interpretación de John Stix en el Herbert Berghof Studio. Desde luego, hay fotografías suyas en camiseta y con el pelo rizado, interpretando Aria da capo, de Edna St. Vincent Millay, en la que Bill Mitchell y Kitty McDonald encarnan a Pierrot y Colombina. También está documentada su participación en 1961, junto a Larry Johnson, Vic Greco y Fred Willard en If Men Played Cards as Women Do, una comedia en un acto de George F. Kaufman. Por estas mismas fechas consigue también un papelito en la primera temporada de la serie The Defenders (Los defensores, 1961-1962), en una de los episodios dirigidos por Franklin J. Schaffner.


A Michael Dunn lo conoce en 1964, a través de Arthur Kennedy, con el que iba hacer en el Festival dei Due Mondi de Spoleto Escurial, de Michel de Gheldore, una obra que ya ha representado en el tabladito del Village. Desde entonces se hacen inseparables. Frecuentan los bares de Broadway con Jason Robards y Richard Burton. Se supone que escriben juntos un guión y que Selmier quiere producirlo con quince mil dólares que le va a dar su madre. Entonces se presenta en el camerino su viejo conocido y le dice puede hacerlo, pero en Europa. En la primavera de 1965 está en París.

La primera noticia que tenemos de su presencia en España data de 1966, cuando algunas gacetillas anuncian la llegada a nuestro país de Ingrid Pitt para rodar a sus órdenes una película titulada Los profesionales. [Blanco y Negro, 15 de enero de 1966.] En este momento sitúa Selmier el proyecto Maybe You Don’t Like it, la película que le ha de servir de cobertura para asesinar a un oficial nazi que vive recluido en una zona inaccesible de la costa ibicenca. Nos ahorraremos los mil enredos detallados en Blow Away sobre sus misiones y contactos clandestinos o su historia de amor con una mujer tan libre como peligrosa llamada Sandra. Contemos sólo la deserción de Dunn del proyecto por cuenta de su posible nominación al Oscar por su interpretación en Ship of Fools (El barco de los locos, Stanley Kramer, 1965) y pasemos al momento en el que, en su primer día de estancia en el Hotel Hilton de Madrid, es abordado por un tal Luis, que se ofrece a presentarle a su tío Elorito. El portador de tan exótico nombre es una especie de “conseguidor”, que se dedica a armar equipos y producciones para extranjeros que quieren rodar en España ateniéndose a cualquier presupuesto. Selmier entra así en contacto con el mundo del sonido de referencia, la picaresca de los laboratorios y otras lindezas del cine español en la etapa del florecimiento de las coproducciones y de los rodajes en España por cuenta de los grandes estudios estadounidenses. Hay bastante de folklore en el fresco que pinta, pero también algunas pinceladas certeras. Selmier traza su autorretrato paródico estudiando aprisa y corriendo el libro de Raymond Spottiswoode Film and its Techniques para no pasar por un zoquete en su primer rodaje. Leyéndolo le habría encontrado su contacto español en la segunda entrevista en el Hilton:
—Rodaremos la mitad de la película en la Casa de Campo —dijo—. Ya tengo los permisos. He conseguido dos apartamentos para los interiores. No son muy caros: veinte dólares diarios en pesetas para los inquilinos.
—¿Qué más?
—El material y el equipo están resueltos. Podemos ponernos en marcha.
—¡Estupendo! —dije—. Conoces a alguna actriz en Madrid que pueda ser la protagonista.
Lo meditó durante un momento.
—Sí, ahora hay una aquí —dijo—. Su nombre es Ingrid Pitts [sic]. ¿Quiere que hable con ella?
Le di el visto bueno. Fue a la cabina de teléfonos. Ella se presentó en el vestíbulo del hotel media hora después. Era perfecta para el papel. Rubia. Esbelta. Sensual. Buenas tetas.
—Dale el guión, Luis —dije—. El papel es tuyo si te interesa, Ingrid.
—Me interesa —dijo. Probablemente llevaba tiempo sin trabajar. Madrid estaba lleno de Ingrid Pitts.
—Estas contratada —dije.
Al día siguiente me llamó a mi habitación.
—Sigo interesada en el papel —me dijo—. Pero me gustaría que se reescribiera el personaje para que se adaptara mejor a mí.
—Estás despedida —le contesté—. Y colgué. No por la reescritura. Ella me iba a ocasionar problemas. Podía imaginarme las demoras y mi dinero agotándose, mientras ella intentaba buscar la motivación de su personaje. Había más chicas. Dos días después encontré a una. Además, la historia iba sobre mi personaje y el de Michael… ahora Thorstan. Era difícil sacudirse de encima al enano, aunque estuviera a diez mil kilómetros. [Selmier y Kram: Op. cit. pág. 74.]
Lo que más inverosímil resulta, no obstante, es su petición de que se encomiende la fotografía a Luis Cuadrado, cuyo trabajo se supone que conoce a la perfección, cuando el malogrado operador ni siquiera ha estrenado todavía La caza (Carlos Saura, 1966), la primera película que atrajo la atención sobre él fuera del círculo reducidísimo de la Escuela Oficial de Cinematografía. Y sin embargo, la realidad, tozuda como ella sola, se empeña en darle la razón a Selmier. Procedente del desmantelamiento de los laboratorios Fotofilm de Madrid, ingresó en el archivo de Filmoteca Española un material incompleto cuyas colas llevan el título de Maybe You Don’t Like It, seguido por el subtítulo Los profesionales. Además, en las latas figuran sendas traducciones literales: Quizás no te guste y Quizás no le guste. Y Bill Robinson, efímero bajista de Los Bravos, cuenta en una entrevista: "En España, además de las actuaciones, nos propusieron componer la música de una película de espionaje dirigida por un americano, Dean Selmier. Se titulaba Maybe you don't like it (Quizás no te guste); y era un encargo que no habían podido aceptar Los Brincos por los plazos establecidos y por el presupuesto inferior al caché que ya manejaban". [Bill Robinson a Guzmán Alonso Moreno: Los Bravos. Recuerdos de una leyenda. Madrid, autoedición, adenda pág. 13.]

El reparto está encabezado por el propio Selmier y por Leslie Thorsten —no Thorstan— y Nigel Cox, que también ejercen de coproductores. En el resto de papeles: John Clark, Sam Jardin, Theda Turner, María Moreno, Manuel de Blas, Pico Jersch, Barbara Barker y Scott Miller. Como ayudante de dirección y coguionista figura Wilhelm “Guillermo” Ziener, alumno desde 1959 del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas.

La referencia a Cuadrado y al círculo Querejeta nos conduce a dos años más tarde, al verano de 1968, cuando Selmier financia y protagoniza Los desafíos.

domingo, 23 de septiembre de 2018

franco en el no-do

 

Existen varios estudios sobre el noticiario español No-Do (1943-1981). Todos inciden y alguno se centra exclusivamente, en la construcción de la imagen de Franco como Caudillo de España a través del único informativo que se pudo -y se debió, pues era de proyección obigada- ver en los cines españoles entre 1943 y 1976. El más destacado es, sin duda, el de Vicente Sánchez-Biosca y Rafael R. Tranche: No-Do: El tiempo y la memoria [Madrid, Cátedra / Filmoteca Española, 2006].

El análisis textual y la revisión historiográfica son las perspectivas más habituales desde las que enfrentarse a esta construcción idealizada del rector del destino de los españoles. Por eso sorprende encontrarse con impresiones a pie de obra, suscritas en su momento por gentes ajenas al mundo cinematográfico. Tal es el caso del periodista Gaziel y de sus acotaciones íntimas sobre el propio exilio interior: Meditaciones en el desierto (1946-1953) [Barcelona, Ediciones Destino, 2005]. La entrada del 24 de noviembre hace referencia a la edición del noticiario oficial que se proyecta esos días en las salas madrileñas y, en concreto, a la noticia sobre el doctorado honoris causa en Derecho  ofrecido a Franco por la Universidad de Coimbra. El hecho forma parte de una política ibérica que pretendía paliar el aislamiento internacional al que estaba sometida España desde la retirada de embajadores propuesta por la ONU en 1946. Sólo Portugal, Argentina, la Santa Sede y algún otro país desoyeron la recomendación. Claro, que no bastaba con esto. La visita de Evita Perón a España en junio de 1947 tuvo también una amplia cobertura por parte de No-Do -noticiarios 232-A, 233-A, 234-A y 235-B-, por no hablar del despliegue mediático y propagandístico que supuso la celebración en Barcelona en 1952 del Congreso Eucarístico como prólogo a la firma del Concordato con la Santa Sede, cubierto por los noticiarios 488-A, 490-A, 491-B, 492-A, 492-B y 493-A, amén de por los documentales XXXV Congreso Eucarístico Internacional (1952) y, más tangencialmente, A la paz de Dios (1952).

La ceremonia de doctorado resulta totalmente ajena a cualquier valor académico y se plantea como un paso más en el Acuerdo de Amistad revalidado por los gobiernos de Salazar y Franco un año antes y basado en un férreo anticomunismo y en una no menos férrea concepción integrista del catolicismo. De ahí que actúe como padrino del nuevo doctor el cardenal patriarca de Lisboa. En su largo discurso de agradecimiento afirma Franco:
Cuando contemplamos el panorama universal, que se esfuerza en dar solución a estos problemas mediante fórmulas capitalistas o por la vía materialista de los marxismos fracasados, se siente todo el vacío de la filosofía social en que se pretende asentar el nuevo Derecho, que, para nosotros, no puede ser otro que el que desde hace siglos viene proclamando la Iglesia Apostólica Romana.
El acto, recogido en los últimos minutos del noticiario 357-A, carece de brillantez debido a lo reducido del espacio en que tiene lugar -o al reducido tiro del que disponen las cámaras- y a la escesez de iluminación. Más vuelo tienen los actos celebrados en el Palacio de Queluz y la visita a Fátima, en un bloque del informativo titulado "Fraternidad peninsular" y en el que Franco viste de paisano, de militar y con la capa académica. Es precisamente este atuendo el que llama la atención de Gaziel y le decide a subrayar el aspecto grotesco de la ceremonia:
imaginaos su figura en pantalla, vestida con una toga doctoral que le llegaba hasta los puies, y de holgada valona, que le convertía literalmente en una peonza; y llevando en la cabeza un birrete rodeado de flecos y coronado por una punta coronada con una pieza de ajedrez, un alfil. Era como una especie de salero andante monumental -un salero como los de las antiguas casas burguesas, con faldillas bordadas. Era inmenso. Y toda la sala -el día que lo vi yo en el cine, en Madrid- reía a carcajadas. Pero no en tono de mofa ni de irreverencia, sino por la irresistible fuerza cómica de aquel gran egoísta disfrazado.
Para conocer físicamente a Franco -ese hombre que, como muy bien dice François Mauriac, no tiene cara sino sólo mascara- es un documento entre tantos otros. Pero para verle tal como él mismo se debe de ver por dentro, desde el momento en que le parece bien que le vean así desde fuera, esa serie de fotogramas merecen pasar a la historia.
 Lo han hecho, aquí están: http://www.rtve.es/filmoteca/no-do/not-357/1468655/

domingo, 16 de septiembre de 2018

el kinemacolor en españa


El Kinemacolor fue, junto con el Cronochrome de Gaumont, el primer procedimiento cinematográfico comercializado de lo que se denominaba "color natural". O sea, aquél que se conseguía en el proceso de captura de la imagen y no mediante el coloreado manual o por estarcido de las copias como era costumbre por parte de Georges Méliès y Pathé Frères.

El Kinemacolor era un sistema aditivo bicrómico en el que el negativo en blanco y negro pasaba a doble velocidad por la cámara tras cuyo objetivo se colocaba un disco con filtros rojo y verde. Utilizando un procedimiento similar durante la proyección, la película positiva ortocromática se veía en colores. El procedimiento había sido concebido por George Albert Smith y comercializado por el empresario estadounidense afincado en Gran Bretaña Charles Urban. Fue éste quien dio el definitivo impulso a la invención y quien la presentó con el nombre de Kinemacolor en 1909.

Hasta 1915, año en que Charles Urban regresó a Estados Unidos debido al estallido de la Gran Guerra en Europa, el procedimiento supuso una sensación mundial, sobre todo en el terreno de los noticiarios y reportajes. Su gran éxito fue With Our King and Queen Through India (1912), un reportaje de dos horas sobre la actos celebrados en la India por la coronación de Jorge V. Como en los tiempos de los hermanos Lumière, los operadores de la Charles Urban Trading Company recorrieron todo el mundo obteniendo reportajes que causaban asombro allá donde fueron proyectados. El catálogo de la compañía del bienio 1912-1913 recoge casi trescientas referencias de películas que se podían alquilar o comprar, aunque era preceptivo tener el proyector con el que poder hacerlo [Catalogue of Kinemacolor Film Sujects. Londres, The Natural Color Kinematograpgh Co., 1913.].

Su otro gran éxito, rodado porla sucursal de la compañía en Estados Unidos fue The Making of the Panama Canal (1912). No obstante, intentó el largometraje de ficción en The World, the Flesh and the Devil (F. Martin Thornton, 1914) y participó con su Kinemacolor en el largometraje de propaganda bélica Britain Prepared (1915).

Para justificar el declive del sistema se han buscado razones económicas -la guerra de patentes con William Friese-Greene-, comerciales -la imposición del largometraje de ficción como base de la programación- y tecnológicas -el nunca bien resuelto ajuste de las dos imágenes sucesivas provocaba aberraciones en la imagen y la pérdida de un fotograma invertía la paleta cromática-. Sea por cualquiera de estas razones o por la suma de todas ellas, el Kinemacolor conoció sus días de gloria entre 1912 y 1915.


Por supuesto, en el catálogo no faltaban los asuntos españoles. The Rebel's Daughter (1911) es una película de ficción de dos rollos ambientada en la lucha de los españoles contra la invasión napoleónica. El catálogo lo describe como un "drama repleto del rico cromatismo del clima meridional", para afirmar a continuación que "los llamativos atuendos de los campesinos de aquellos tiempos están admirablemente reproducidos" y que "un dotado actor infantil presta un atractivo especial a la historia". Pero el fuerte de la compañía de Charles Urban eran los travelogues de países exóticos y aquí podemos enclavar Seville at Carnival (1911), en la que "el colorido y la riqueza del soleado mediodía quedan fielmente recogidos". Este reportaje fue rodado en mayo de 1911, tras el paso del operador por Madrid, donde había rodado el 30 de abril H.M. the King of Spain Reviewing Recruits and Regulars in Madrid (1911). Continuaba así la tradición de la compañía de utilizar como tema de sus reportajes a las casas reales de Europa. Otros reportajes paisajístico-monumentales fueron rodados en Toledo -Views of Toledo, Spain-, Granada y Sevilla -Sunny Spain-, Madrid -Spanish Bullfight at Madrid- y Canarias -Cave Dwellers of Atalaya, The Great Storm at Tenerife y A Tram Ride trough Las Palmas-.Aunque tenemos constancia de que estas vistas se proyectaron en todo el mundo, no hay rastro de que se exhibieran públicamente en España, donde el sistema estaba protegido con los números de patente 44084 y 52474.

En la prensa y en las revistas especializadas se alude al Kinemacolor desde 1911, probablemente a partir de un pase privado con ocasión de la visita del operador en abril de dicho año. En julio, el semanario Alrededor del Mundo ofrece a los lectores un reportaje titulado: "El Kinemacolor, una maravilla cinematográfica". En él podemos leer:
El Kinemacolor es la última palabra en materia cinematográfica, porque las películas tienen los colores de la realidad sin subterfugio alguno y sin recurrir a ninguno de los medios artificiales empleados para colorea, a mano o a máquina, las cintas en blanco y negro, como hasta ahora se venía haciendo. [...]
En América se ha constituido  con treinta millones de pesetas de capital una sociedad explotadora del Kinemacolor, cuya producción no sale más cara que la del cinematógrafo ordinario. También han empezado a constituirse sociedades con el mismo fin en Inglaterra, Holanda, Suecia, Noruega, Dinamarca, Alemania, etc. [Alrededor del Mundo, núm. 632, 12 de julio de 1911.]
La comercialización en España no está exenta de polémica. Con cuatro años de retraso sobre el resto del mundo el editor Miguel de Maeztu -hermano del escritor y político Ramiro de Maeztu y del pintor Gustavo de Maeztu- adquiere los derechos de explotación del Kinemacolor para España y Portugal.

El 3 de mayo de 1915 el Kinemacolor desembarca en Bilbao. Lo hace en el Teatro Trueba con acompañamiento musical de un sexteto dirigido por Eugenio Comadira. [Alberto López Echevarrieta: "El Kinemacolor revoluciona el cine", en Bilbao, mayo de 2015. pág. 35.]

En la capital del reino, tras no lograr cerrar un acuerdo con ninguno de los salones cinematográficos, termina explotándolo él mismo en el teatro Príncipe Alfonso. Y lo hace precedido por una conferencia sobre la cinematografía en color a cargo del célebre "charlista" Federico García Sanchiz. La proyección privada para la prensa y personalidades de la política, el arte y la ciencia, levanta expectación desde el principio:
A modo de prólogo se proyectó una película reproduciendo diferentes clases de flores. El desfile de tantas y tan variadas y tan lindas flores produjo un rumor de admiración, convertido en entusiasmo delirante al ver aparecer un precioso ramo de claveles, tan hermosos y tan fielmente reproducidos en todo su color, que parecían arrancados de las más cuidadas macetas de Sevilla. [El Mundo Cinematográfico, núm. 71, 10 de mayo de 1915.]
El único pero que se le pone es la fatiga para la vista de los espectadores que supone la proyección a doble velocidad de la habitual. El programa se completó con Procesión de elefantes en Calcuta -en realidad uno de los fragmentos más espectaculares de With Our King and Queen Through India-  Maniobras de la escuadra inglesa, Industrias de Ceilán y un cortometraje de asunto dramático. Las gacetillas advierten al público que se trata de un espectáculo especialmente indicado "para personas que han viajado mucho" y acentúa su carácter exclusivo al ofrecer a los espectadores "la comodidad incomparable de poder merendar durante el intermedio, dentro de la sala, o en el salón de té contiguo
al teatro". [La Época, 6 de mayo de 1915.]


En Barcelona se proyecta el programa en el Teatro Principal. La primera sesión tiene lugar el 22 de mayo de 1915 y es presentada por el propio Miguel de Maeztu. Un tal doctor Llopps, colaborador a lo que parece en asuntos de cine científico en la revista Vida Gráfica, expresa su impresión negativa sobre el invento y culmina su reseña con este comentario lapidario:
En resumen: el Kinemacolor es un espectáculo curioso para un día, y más propio de personas estudiosas e ilustradas que del público en general, para quien no tiene ningún interés extraordinario el ver unas cuantas flores iluminadas natural o artificialmente. [Vida Gráfica, núm. 39, 10 de junio de 1915.]
La revista El Mundo Cinematográfico dedica un artículo a glosar su fracaso en Barcelona:
Ni el precio ínfimo de una peseta -o sea, la tercera parte de lo que cuesta en París o Londres- ni al de 0'60, a que se redujo la entrada a los tres o cuatro días de proyectarse, ni aún al de 0,50 y 0,25 el Kinemacolor ha podido mantenerse en los carteles más de ocho díaas y a raíz de la última rebaja, inopinadamente, se anunció la suspensión, no volviendo nadie a acordarse de él.
El hecho se explica. El Kinemacolor, como todo negocio, requiere propaganda intensa y bien estudiada, ambiente, preparación. Nada de esto se hizo ni se procuró, contribuyendo, además, al fracaso, la inoportunidad de la época en que fue presentado. [El Mundo Cinematográfico, núm. 73, 10 de junio de 1915.]
No obstante, la presentación apenas un mes después de Construcción del Canal de Panamá concita a un escogido grupo de periodistas en el cine Cataluña.

En Valladolid el Kinemacolor se presenta en el Teatro Calderón entre diciembre de 1915 y enero de 1916. En la sesión inaugural se exhibieron Nuestras amigas las flores [Floral Friends (1909)], Bordeando la costa belga, El ejército y la armada de Alemania, Maniobras del ejército inglés y Maniobras del ejército francés. A pesar del ambiente imperante en Europa, el resto de programas fueron menos belicistas: Industrias de Ceilán, Sports atléticos, Parques del Japón, Procesión de elefantes en Calcuta, Peces de colores, Animales domésticos y Las obras del Canal de Panamá. El Norte de Castilla había augurado una larga estancia al invento en la ciudad:
La presentación del nuevo procedimiento cinematográfico ha constituido un triunfo para la empresa, pues el público salió satisfechísimo y volverá en días sucesivos, pues los temas coloristas son inagotables y destruyen la monotonía de las cintas unicolores que a muchas personas producen fatiga. [El Norte de Castilla, 16 de diciembre de 1915.]
Las revistas gremiales anuncian ya para entonces la exclusiva para la explotación del catálogo por parte de la Agencia Cinematográfica Orbe, sita en la calle Leganitos, 47, de la Villa y Corte, y cuyo delegado en Barcelona es Fernando Dessy Martos. A él se debe probablemente esta resurrección del Kinemacolor en las pantallas españolas a lo largo de 1916 y 1917, cuando la empresa de Charles Urban ya había cesado su actividad con la marca Kinemacolor. Durante este tramo postrero de su recorrido en España, el Kinemacolor servirá de complemento breve y espectacular al largometraje de ficción que ha de atraer al público. Tal es el caso de Maciste (Maciste, Luigi Romano Borgnetto y Vincenzo Denizot, 1915) cuya programación en el madrileño Gran Teatro se prolonga durante varias semanas.

Un artículo que citamos más arriba sobre la presencia del Kinemacolor en Bilbao documenta proyecciones en el Salón Gayarre durante dos meses en marzo de 1916 con la proyección de Congreso Eucarístico de Malta, La construcción del Canal de Panamá,  varias cintas de contenido bélico o militar y , al fin, unas vistas de Madrid. Al parecer, el Salón Vizcaya decidió competir con su elegante adversario proyectando en la primera sesión de la tarde de Costas belgas, Viaje por el Danubio a Viena y Egipto y el Nilo.

Lámina del Catalogue of Kinemacolor Film Sujects que ilustra la serie de películas sobre el Nilo

domingo, 9 de septiembre de 2018

klimovsky en argentina



La trayectoria de León Klimovsky fue insólita. De creador de la Cinemateca Argentina y crítico de jazz a manufacturador de títulos de éxito para Paul Naschy. Hombre culto, ameno conversador y estajanovista de la cámara, Klimovsky es un poco el Ulmer hispano-argentino. También él fue un cineasta errante, se tuvo que fajar con presupuestos de risa y procuró dejar su sello en cuanta obra realizó, por mucho que frecuentara los subgéneros y filones que constituían la base industrial del cine español desde los primeros años sesenta hasta la muerte de Franco. Entre estos figuran con especial frecuencia westerns mediterráneos y películas de terror. Probablemente, su mayor éxito fuera La noche de Walpurgis / Nacht der Vampyr (1970).

El periodo de cineasta en activo en Argentina de Klimovsky abarca casi una década, con un interludio español. Debuta nada menos que con una adaptación de El jugador (1946), según Dostoyevski, plena de las audacias que había admirado en los cineastas de vanguardia franceses. Suburbio (1951) se pone bajo la advocación de Vittorio De Sica, aunque el propio Klimovsky aseguraba que la prohibición y posterior censura de la misma por parte del último gobierno de Perón, fueron, en parte, causa de su exilio. Guardaba grato recuerdo, en cambio de su versión de El túnel (1947), según la novela de Ernesto Sábato. Como no hemos podido ver ni Se llamaba Carlos Gardel (1949) ni La vida color de rosa (1951), ambas se encuentran ausentes del presente repaso.

Como apuntábamos, Klimovsky debuta en el cine como director de una adaptación de la novela de Dostoyevski realizada por Manuel Villegas López, escritor e historiador cinematográfico español exiliado en Argentina al finalizar la Guerra Civil.

Andrés (Roberto Escalada) ha caído en lo más bajo que puede caer un jugador: "levantar muertos" en el casino. O sea, robarle las fichas a quien ha ganado. Tres años atrás, cuando conoció a Paulina (Judith Sulián), apenas sabía que existía el juego. Entonces era un estudiante que luchaba por abrirse paso en la vida. Es así como entra a trabajar de secretario del doctor Guerrero (Alberto Bello) y se aloja en una modesta habitación en el mismo hotel que él, frente al casino. Paulina, la hija del doctor, le pide que apueste por ella. A partir de ese momento se establece entre ellos una turbia relación, porque el dinero que ha ganado es para pagar a un prestamista, el barón de Segal (Florindo Ferrario), que pretende casarse con Paulina. Al tiempo, el doctor cifra su supervivencia en la muerte de una acaudalada tía (la española Amalia Sánchez Ariño), a la que espera heredar. La irrupción de ésta en el hotel, vivita y coleando, provoca una crisis en todos los personajes –y un largo paréntesis cómico en el relato- que Andrés aprovechará para intentar alcanzar el amor de Paulina, sin comprender que ya la pasión amorosa y la del juego son indisociables. El encadenado en perpetuo giro de un remolino de agua, la ruleta y la pareja abrazada son la traducción visual de este tema.

El guión refuerza los aspectos inherentes a la diferencia de clases en las relaciones entre los personajes, acentuando el orgullo del entorno del doctor y el arribismo de Andrés. En paralelo, la formación cineclubista de Klimovsky le lleva a cargar la suerte en los aspectos formales, con angulaciones enfáticas en muchas ocasiones -un plano general picado seguido de planos medios contrapicados de los personajes- y movimientos que llaman la atención sobre sí mismos, como una discusión en la que la cámara, al tiempo que avanza, realiza barridos a derecha y a izquierda para recoger la réplica de cada personaje, o el punto de vista de la fortuna encarnada en la ruleta alrededor de la cual giran los jugadores como en un carrusel.

Las filmografías no terminan de ponerse de acuerdo sobre la datación de Suburbio, que si se fecha en 1948 tendría un carácter de precursora del que carecería en 1950 o 1951. No obstante, lo que es seguro es que no se estrenó en Buenos Aires hasta marzo de 1951. La historia, de corte melodramático, está ambientada en un barrio periférico de la gran ciudad. Allí purga su disipada vida juvenil la doctora Amelia (Zoe Ducós), quien, tras un homicidio involuntario, ha decidido dedicar su vida a quienes nada tienen. No es el caso de Fabián Moreno (Pedro López Lagar), el amo del lugar, que exprime hasta la última gota de sangre de los desposeídos, proporcionándoles trabajos clandestinos a cambio del material de construcción para que puedan levantar sus chabolas. Cierra el triángulo Laura (Fanny Navarro), que se convertirá en su amante con tal de salir del suburbio. Todo lo demás es ambiente de billares de barriada, mercado de la carne con la excusa de una escuela de baile para caballeros, fútbol en los descampados como preludio de la vida criminal, carnaval que sirve de contrapunto paradójico al drama de la peste que, como las ratas, se enseñorea del suburbio. Desesperación, en fin, y diálogos tan literarios como los personajes principales, que, no obstante, ofrecen una visión inusitada de una realidad que a nadie interesaba reflejar.

El inicio de Marihuana (1948) no puede ser más espectacular. Tras un prólogo ilustrado en el que se nos cuenta la historia del Viejo de la Montaña y su sanguinaria hueste de fumadores de cáñamo, nos trasladamos a un garito bonaerense en el que la mujer del doctor Pablo Urioste (Pedro López Lagar) aparece brutalmente asesinada. El doctor Urioste es un cirujano devoto de su trabajo al que nunca le ha fallado el pulso. Sin embargo, al conocer la degradación que ha conducido a su esposa a la muerte y el sentido de culpa por haberla echado en brazos de las drogas para paliar sus dolores le hacen embarcarse en un viaje al fondo del abismo. Su guía será otra mujer en busca de redención (Fanny Navarro). Marihuana recibió el premio de la Academia Cinematográfica Argentina y fue seleccionada para representar a su país en el Festival de Cannes.

Su siguiente película, El pendiente (1951), es una historia de intriga basada en el cuento The Earring, de William Irish, en un momento en el que varios de sus relatos son adaptados en Argentina. Al material original, de puro suspense, el guión añade capas de melodrama que sirven para iluminar la felicidad del matrimonio Vélez. El largo flashback que constituye el cuerpo central de la película sitúa hacia el minuto veintitantos la llamada fatal que, desde el primer momento, sabemos que va a llegar. Hace falta una actriz como Mirtha Legrand -con su rostro perfecto- para creer la ingenuidad de sus primeros movimientos. A pesar de estar más o menos comprometida con Roberto Vélez (José Cibrián), Hilda comienza un idilio en un hotel de montaña con el atractivo pero siniestro Luciano Varela (Francisco de Paula). Y sólo ella puede dedicarle unas cartas de amor apasionado antes de descubrir que es un canalla y romper con él sin advertir que esas cartas van a dar un vuelco a su vida justo cuando más feliz sea. Hilda se casa con Roberto, viven en la opulencia y la unión queda bendecida por la llegada de un hijo... La fatalidad se ceba entonces en ellos. El hijo nace muerto. Sin embargo, juntos salen adelante. Cada aniversario celebran una fiesta infantil a la que invitan a cuántos niños conocen. Es como si en cada uno de ellos viviese un poco el hijo que no han podido tener. En una de estas fiestas, Roberto le regala unos costosos pendientes. Están en la cúspide de la felicidad. Ahora, por fin, Hilda puede caer desde lo más alto. El chantajista exige cincuenta mil pesos que Hilda deberá llevarle a su casa esa misma noche. Volvemos al prólogo de la película, al momento en que la mujer regresa a casa y quema en la chimenea las cartas comprometedoras. Sólo entonces, mediado el metraje, el guión vuelve a sujetarse al relato de William Irish. Durante el forcejeo para evitar que Luciano la besara, Hilda ha perdido un pendiente. Tiene que volver allí y, cuando lo hace, descubre que Luciano está muerto y que el hombre al que debía entregar el dinero la encañona con una pistola. A partir de aquí, Klimovsky recrea continuamente el clima de paranoia en el que vive Hilda a base de sombras expresionistas, escaleras y corredores con fugas amenazantes, angulaciones violentas y movimientos de cámara que suelen terminar en el rostro de Mirtha Legrand con los ojos desmesuradamente abiertos. Al contrario que la heroína hitchcockiana –rubia, gélida-, que, en principio, parecía servirle de modelo, Klimovsky y su estrella optan por una interpretación que más parece la ilustración de la portada de una novelita pulp.

Tras una exitosa carrera en su Argentina natal como músico de películas y de espectáculos de revista, Alberto Soifer se traslada a España a finales de los años cuarenta. De su asociación con el cantante Agustín Irusta parece surgir La guitarra de Gardel (1949) cuya dirección se encomienda a otro argentino recién llegado a España: Klimovsky. La operación está avalada por Lais, una pequeña productora que es en realidad una filial de Chamartín Producción y Distribución, parte del conglomerado de empresas que orbitan alrededor de los estudios Chamartín y en las que participa como socio financiero el Banco de Vizcaya

¿El argumento? Pues Raúl Armada (Irusta) es un pícaro que, a pesar de sus aptitudes como cantante, sólo se sube al escenario para "enamorar a las pibas que me gustan, que son todas". Para que se centre en su carrera como cantante, su padrino le aconseja que recupere la guitarra de Carlos Gardel, lo que supondría una publicidad extraordinaria. Raúl acepta el reto y, a partir de ese momento, se verá involucrado en un viaje que cambiará su vida. El rodaje en Buenos Aires, Ciudad de México, Cádiz y Madrid se reduce a un puñado de exteriores, porque la mayoría de las escenas están rodadas en interiores. Antonio Casal, que había sido uno de los primeros galanes de principios de la década, ya aquí se ve relegado al papel cómico de amigo del protagonista. Carmen Sevilla cuenta con diecinueve años cuando interviene en el principal papel femenino, en un nuevo enredo transatlántico tras su debut oficial en la pantalla junto a Jorge Negrete en Jalisco canta en Sevilla (Fernando de Fuentes, 1949).

El reconocimiento de los popes del existencialismo galo de la novela de Ernesto Sábato supuso un importante respaldo para el escritor cuando El túnel se editó en 1948. Argentina Sono Films encontró que el éxito editorial la convertía en una adaptación interesante de cara a la taquilla y que podía servir como trampolín a la carrera emergente de Laura Hidalgo. Pero Sábato había estado trabajando en su propia adaptación con Leopoldo Torre Nilsson, cuya bisoñez no convencía a los productores. De este modo se incorporó al frente del equipo León Klimovsky, que ya contaba en su haber con algunos títulos estimables y se había atrevido a filmar El jugador. Lo más reseñable del guión es que abandona el punto de vista único de Juan Pablo Castell para proponer una justificación de su crimen desde los dos puntos de vista, aunque finalmente sólo el de él, alucinado y delirante, resulte narrativamente relevante.

La novela relata la carrera hacia el homicidio del pintor, que revive los hechos desde la celda en la que ha sido recluido. Capítulo a capítulo, va desgranando su encuentro con María en una exposición y el presentimiento de que es un alma gemela, su búsqueda febril, el reencuentro y la carta de amor que ella le entrega a través de Allende, su marido ciego. Luego, la obsesión, los celos, el alcoholismo y el descenso a los infernos de la propia psique... La convicción de que cada cual vive en un túnel, incomunicado del resto de la humanidad. La película arranca precisamente con la visualización de esta idea: un fragmento de cine impresionista influido por Spellbound (Recuerda, Alfred Hitchcock, 1945) y por Jean Epstein: señales de la formación cineclubística de Klimovsky. Entonces, en un intento de esclarecer los hechos, dos psiquiatras conversan sobre el caso y leen, alternativamente, las declaraciones de Castell (Carlos Thompson) y el diario íntimo de María (Laura Hidalgo). Por lo demás, la anécdota se sigue con bastante fidelidad. Klimovsky saca la cámara a las calles para reforzar la idea de que la búsqueda de Castell constituye una empresa quimérica en el hervidero de la ciudad de Buenos Aires y utiliza el mar y la playa como decorados simbólicos, de carácter casi metafísico. Otras localizaciones, como el Luna-Park o el circo sirven para colorear el contraste entre la felicidad artificial y los celos, que son como una fiera capaz de desgarrar una relación de un zarpazo. Lo que queda son unas interpretaciones cuajadas de excesos por parte de la pareja protagonista y la solvencia de Klimovsky en los pasajes en los que se puede desenvolver con autonomía: las escenas de puro suspense y las alucinaciones de Castell.

En La Parda Flora (1952) el personaje titular (Amelia Bence) es una leyenda de vicio y pecado en el ambiente canalla porteño de principios del siglo. La conocemos actuando en un cafetín de tango y alterne, en cuyo piso superior hay también juego. José María Menéndez (Carlos Cores), el hijo de don Fortunato Menéndez (Bernardo Perrone), cree que la fortuna de su padre le abrirá la puerta de la timba, pero la parda Flora se muestra muy cauta con la gente a la que no conoce. Para cuidar del joven, el padre envía al Mocho Laguna (Jacinto Herrera), un tipo peligroso con el cuchillo empeñado en poseer a la mujer, como la han poseído tantos. El chico hace trampas en el juego y todos terminan en comisaría, donde la mujer se libra del cierre local gracias a que tiene un misterioso protector en el mundo de la política. No tardaremos en descubrir que el avalista y propietario de estas casas de mala nota no es otro que don Fortunato. Una vez al mes, Flora va a visitar a sus hijas a las que tiene internas en un colegio de monjas. Pero en esta ocasión las niñas quieren ir con una compañera y con su madre a un salón del centro donde se proyectan películas. Flora no tiene más remedio que ceder y allí se encuentra de nuevo con José María, que está en un tris de ponerla en un aprieto, pero que termina pegándose por ella cuando un cliente la crítica. Su amor les lleva a alejarse de Buenos Aires e intentar emprender una nueva vida, pero hasta allí les alcanza el rencor de don Fortunato, como en La dama de las camelias. Los giros argumentales se suceden: José María cae una y otra vez en el juego y uno de los modestos conventillos de los que es propietario Menéndez, pero Flora se hace cargo, se derrumba. El pueblo quiere lincharla. Un diputado de la oposición le ofrece el dinero que necesita para que sus hijas se independicen a cambio de las pruebas que incriminan a su rival. El asesinato del diputado significa la caída política de don Fortunato. La misma noche en que el pueblo celebra las primeras elecciones sin amañar se producirá el desenlace redentor.

Con un guión sobretramado del actor Nathán Pinzón, repleto de frases lapidarias, como entresacadas de un tango, la cinta gana enteros en los momentos en los que puede excusar este recurso y se arroja sin rebozo en brazos del melodrama de la maternidad negada. La proyección de un primitivo drama sirve para dar rienda suelta a la pasión cinéfila de Klimovsky, pero también para reforzar las claves de interpretación de la propia película como melodrama tanguero.

Tres citas con el destino (1953) es una película internacional de sketches a tres bandas en la que el productor español mantiene un tira y afloja con la administración al declarar sin ningún rubor un abultadísimo presupuesto de tres millones largos por el segmento de 32 minutos rodado en España. La dirección de Florián Rey y el protagonismo de Antonio Vilar, Amparo Rivelles y Lolita Sevilla no daban para tanto.

El argumento del episodio español con el que abre la cinta, se centra en Antonio, maquinista en un barco que fondea en Cádiz. Acude al Café Zapico mientras su compañero se queda en el camarote leyendo una novela policiaca –“La muerte fabrica dólares”–. Allí Antonio se encuentra con una bailarina, Chelo, que le confiesa que acaba de matar a uno de sus pretendientes, don Pedro. Antonio la acompaña al lugar del crimen, pero el cadáver ha desaparecido. La sortija que ha servido de "macguffin" a este primer episodio viaja luego a una joyería de México, donde Jorge Mistral desea hacerse con ella. En tanto llega el dinero para pagarla, el joyero le cuenta la historia de lo ocurrido en Argentina, donde el matrimonio mal avenido formado por Narciso Ibáñez Menta y Olga Zubarry planean eliminarse mutuamente. Ella está decidida a envenenarlo y él propone a un preso que se le parece extraordinariamente que le sustituya. Éste fue el autor de un crimen cuyo botín es la sortija, así que el intercambio de destinos no le va a salir gratis. Se trata de un argumento de una complicación un tanto convencional al servicio del histrionismo de Ibáñez Menta, redimido en cierta medida por la preocupación formal de Klimovsky, que recurre a los claroscuros y no renuncia a los brochazos expresionistas. De vuelta en México, donde el supuesto comprador de la sortija resulta ser un ladrón de guante blanco, asistimos al trágico fin de la historia antes de que la sortija desaparezca por una alcantarilla. Es evidente que este episodio mexicano debía servir de marco a los otros dos y abrir y cerrar la cinta. La reordenación de última hora resalta aún más la inanidad del segmento protagonizado por Jorge Mistral y expulsa del cuerpo central al de Antonio Vilar y Amparo Rivelles, acentuando su carácter extrínseco. De rebote, queda reforzada la autonomía del episodio que Narciso Ibáñez Menta protagoniza por partida doble.

De nuevo en la disciplina de Argentina Sono Film, Klimovsky adapta la célebre novela de Alejandro Dumas El conde de Montecristo (1954). Si la segunda parte abraza sin ambages el folletín literario, la primera se incardina en el esquema del cine de aventuras. Klimovsky recurre a la imaginería estadounidense del género, pero también a las adaptaciones literarias europeas llevadas a cabo sobre todo en Francia e Italia, para conseguir un acabado solvente con un acabado industrial más que encomiable. Jorge Mistral tiene la gallardía precisa para afrontar el papel y Santiago Gómez Cou dibuja un villano según la plantilla de Basil Rathbone. Los papeles femeninos, en cambio, están servidos con muchísima menos convicción. Señalemos como curiosidad la presencia en el elenco de Margot Cottens, que desarrollaría la mayor parte de su carrera en España, en el papel de Valentina.

No debió funcionar mal porque, ya con un pie en España, Klimovsky reincide en el género en Argentina con esta adaptación de la novela de Paul Feval hijo sobre las aventuras del hijo del caballero de Lagardère. El juramento de Lagardere (1955) relata cómo el duque de Gonzaga (Andrés Mejuto) ambiciona la fortuna de su primo el duque de Nevers, al que heredará si es que antes no tiene un hijo. Éste está casado en secreto con María de Caillou (Elsa Daniel). Pero ahora, el rey y su padre le ordenan que se case con Gonzaga. Enrique de Lagardere (Carlos Cores), el mejor espadachín de Francia y un tenorio irredimible cruza una apuesta inconveniente en una posada sobre la seducción de la dama y Nevers se cita con él en el foso del castillo para un duelo a la misma hora en que Gonzaga planea asesinarlo. Y así, de rivales, pasan a ser aliados en un combate desigual en el que Nevers es apuñalado a traición. Lagardere jura vengarle y proteger a su hija. El rey pone precio a su cabeza y Gonzaga ve expedito el camino hacia el ducado de Nevers, pero el rey establece un plazo de quince años para que la niña pueda recuperar su herencia. El segundo acto arranca con el caballero de Lagardere establecido en Pamplona como maestro de armas. Los quince años pasan en un soplo entre ejercicios de esgrima. Aurora de Nevers (Golde Flami), no sólo se ha convertido en una bella joven, sino que está enamorada de Lagardere. Vuelven a París en secreto y un misterioso jorobado se ofrece a Gonzaga para falsificar una partida de nacimiento para uno de sus planes maléficos. Los secuestros y las falsas identidades se multiplican. Mucho más que los duelos a espada y las cabalgadas, severamente racionados en este folletín en el que el juego de las apariencias y lo que esconden siempre le lleva ventaja a la pura aventura.

Tras culminar este díptico, Klimovsky se instala definitivamente en España, donde su carrera arranca con una producción pintoresca –como poco-, la adaptación de un poema de Ramón de Campoamor, que en algunas filmografías figura como una coproducción hispano-argentina, aunque el registro oficial español la acredita como producción exclusiva de la productora nacional Unión Films, en la que Laura Hidalgo –actriz afincada en Argentina y recién separada de Narciso Ibañez Menta- repite su papel de hermosa esfinge, émula de María Félix.

domingo, 2 de septiembre de 2018

llobet gracia, cinemista



Hay películas que nos obligan a reevaluar toda una cinematografía. El descubrimiento de Vida en sombras en la década de los ochenta del pasado siglo, después de cincuenta años de olvido es una de ellas. Obra única de un apasionado del cinematógrafo, la película ponía en evidencia la posibilidad, en plena década de los cuarenta, de un discurso tan disidente como alucinado, silenciado, sobre todo, por motivos administrativos e industriales más que políticos. En ella el cineísta amateur Lorenzo Llobet Gracia trazaba un desasosegante paralelismo entre la historia de España y la biografía del cine-aficionado protagonista interpretado por Fernando Fernán-Gómez.

“Yo creo —escribía en 1950— que toda obra de arte ha de ser ferozmente individual, tal como la concibe su autor, con sus defectos o sin ellos. Una ventaja —la mejor— de nuestro cine es precisamente esto: que hacemos lo nos parece con entera libertad”. [Lorenzo Llobet-Gracia en: José Torrella: Cine amateur español 1930-1950. Barcelona, Centro Excursionista de Cataluña, 1950. pp. 140-141.]


El descalabro económico —sumado a la desgracia de la muerte de su hijo— llevó a su artífice, el sabadellense Lorenzo Llobet Gracia a desertar de la pantalla grande, que no del cinema amateur, disciplina en la que se había formado a finales de los años veinte y en la que seguiría militando hasta mediada la década de los cincuenta. La aparición en el mercado en 1923 de cámaras y proyectores de 9,5mm por Pathé y 16mm por Kodak, estimula la aparición de aficionados que pretenden que sus obras tengan un mayor alcance que el cine familiar al tiempo que se sienten libres de lanzarse a la creación sin cortapisas industriales.

Reclamaban los teóricos del movimiento los términos “cineísta” o "cinemista" como los más pertinentes para definir a sus practicantes, que en Cataluña eran una autentica legión. La revista Cinema Amateur (1931-1936), órgano de la Sección de Cinema del muy activo Centro Excursionista de Cataluña, da cobertura teórica y técnica a los practicantes del culto al paso reducido. Su director, Delmiro de Caralt —Memmortigo? (1933) es el delegado en España de la UNICA (Unión Internacional de Cineastas Ameturs) y la referencia del movimiento; José Torrella, su cronista. Enrique Fité, Pedro Font y Llobet Gracia aparecen año tras año en el palmarés del Concurso Nacional convocado por la institución.


Vástago de una familia propietaria de una empresa de transportes en Sabadell, Llobet Gracia recibe en 1928 una cámara Pathé-Baby como regalo. Con apenas diecisiete años se lanza a rodar. Su primera obrita se titula Un terrat (1928) y reúne tres breves asuntos rodados, en efecto, en la azotea de la casa familiar: una función infantil, un número de magia protagonizado por el propio director y una discusión a propósito de un tintero derramado le permite comprobar las prestaciones de la cámara y las posibilidades expresivas de la planificación y el montaje. Por encima de otros valores la peliculita transmite una alegría contagiosa.


En estos primeros años, Llobet lo filma prácticamente todo: la Exposición Internacional de 1929 —con especial atención a las fuentes, más que a los pabellones oficiales o a los actos públicos—, el ambiente en las calles de Sabadell el 14 de abril de 1931, durante la proclamación de la República, la celebración de la Diada de 1932, el entierro de Francesc Macià en diciembre de 1933… La presencia de Ventura Gassol como consejero de Cultura de la Generalitat en el breve reportaje dedicado al campamento de Bellaterra nos obliga reconsiderar la datación de estas imágenes en 1930 y retrasarlas al menos hasta 1933, si no a 1935. Más completo es Festa major (1933), sobre las fiestas en el barcelonés barrio de Gracia, con sus tiovivos, sus barcas y sus bailes populares, en los que se inserta un apunte ficcionado en el que un danzarín pisa a su pareja de baile. El segmento dedicado a los castillos de fuegos artificiales no sólo incluye el plano de recurso de los niños boquiabiertos mirando al cielo, sino que Llobet recurre de nuevo a la inversión de la marcha para obtener efectos casi abstractos.


También La neu que pel camì hi ha (1934) incluye una pequeña ficción sobre un espontáneo empeñado en lanzarse desde un trampolín de saltos de esquí durante unos campeonatos celebrados en la Molina con la participación de esquiadores internacionales como Hans Teichner y Sigmund Ruud.

Ya de lleno en el terreno de la ficción, Un crim i res mes (1929) es una parodia de serial cinematográfico destilado en tres minutos. Tres facinerosos acaban con la vida del barón Cunilleras y se deshacen del cadáver lanzándolo a una presa, aunque los intertítulos humorísticos —juegos de palabras, onomatopeyas, alusiones a la novela rusa apócrifa en la que se basa la peliculita…— tienen casi tanto peso como las imágenes en movimiento. 


También es una parodia Encara que sembli una bola (1929), pero de los complementos que acompañan al programa principal en las salas cinematográficas. Llobet recurre al trampantojo visual —“la perla del Mediterráneo” es una sencilla perla—, a los recursos popularizados por la vanguardia —para mostrar uno de los barrios “más retrógrados” de la ciudad e invierte la marcha de la película y transeúntes y vehículos circulan marcha atrás— e, incluso, a un par de animaciones más o menos primitivas.

Pero el título más señero de esta etapa prebélica de Llobet es Suicida (1934), “film que tiene el mérito de estar permanentemente concebido en cine y de contener un verdadero derroche de agudas soluciones cinematográficas”, según escribía José Torrella, amigo de Llobet y adalid de este título en años venideros. [José Torrella: Crónica y análisis del cine amateur español. Madrid, Rialp, 1965. pág. 103.]

En efecto, Suicida se desenvuelve con prodigalidad de inventiva y trucos artesanales: efectos de montaje sincopado y planificación ocurrente con un recurso sostenido y coherente de la sinécdoque —la parte por el todo—, de las sombras y de la imagen como elemento sustitutorio de la realidad, lo que constituye el meollo de este drama de amor ferrocarriliano —que no ferroviario— y prefigura algunas de las soluciones aplicadas más tarde en Vida en sombras. Tampoco está ausente el acusado sentido del humor de Llobet, que aparece en el prólogo reflejado en un espejo, rodando y preparando la proyección de la película. La pirueta metaficcional se completa cuando tras la aparición en la pantalla de la palabra “fi”, el autor despierta de la siesta en que ha estado sumido durante la proyección.

 

Una discusión entre la pareja queda resuelta mediante panorámicas a izquierda y derecha para encuadrar de perfil a cada uno de los personajes pasando en cada movimiento sobre el retrato de boda. Pero es que, a cada nuevo barrido ella aparece más alta en el encuadre y él más abajo, en un juego progresivo de picados y contrapicados en la misma toma que pone de manifiesto la asimétrica relación marital. Todavía en 1964 recordaba Torrella la sofisticadísima sonorización en directo de esta escena, en la que en cuestión de segundos el cinemista iba cambiando los discos, pues cada cual llevaba su propio acompañamiento musical, “amén de otras muchas filigranas sonoras, inclusive una secuencia dialogada en disco”. [José Torrella: “La música en el cine amateur”, en Otro Cine, núm. 65, marzo de 1964.]

Lógicamente, estas sonorizaciones en directo —Almodóvar haría lo propio con sus súper-8s cuatro décadas más tarde— están ausentes de la edición en DVD, por lo que nos perdemos al menos el cincuenta por ciento de la fuerza expresiva y cómica de la película, pero nos permite también el carácter de proto-happening que tenían las sesiones de cine amateur sonorizadas por Llobet:
“Llobet-Gracia, además de complicarse la vida con trucos y problemas de orden visual —insiste Torrella en su crónica de 1950—, se martiriza también con alambicadas sincronizaciones sobre discos. Fue el primero y uno de los pocos que, en el primer periodo [1930-1936], pusieron especial atención en el acompañamiento musical de las películas amateurs y en dotarla sincronización de ruidos y efectos especiales”. [José Torrella: Cine amateur español 1930-1950. Barcelona, Centro Excursionista de Cataluña, 1950. pág. 85.]

Las carencias no afectan sólo a la sonorización, sino también a la conservación de algunas otras cintas rodadas en 9,5mm y que constan en los programas de las sesiones y concursos del periodo republicano como De tot arreu (1935) y Vida breve (1936).

En cualquier caso, lo que hoy podemos ver nos lleva a intuir una personalidad dual en el joven Llobet: por un lado, el catalanista comprometido con su tiempo, dispuesto a dejar constancia con su pequeña cámara del momento histórico que le ha tocado vivir; por otro, el muchacho alegre y desenfadado que desatiende de tanto en tanto el negocio familiar para filmar sin desmayo cuanta idea le sale al paso. Ambas facetas se funden en L’any 1932 a la pantalla (1933), suerte de collage de duración más consistente en el reúne filmaciones de actividades excursionistas, reportajes sobre la llegada de Manuel Azaña a Barcelona para hacer entrega del estatuto de autonomía y la reapertura del Parlamento, o el registro de una gran nevada en Sabadell que adquiere un tono decididamente lírico.


En 1936 Llobet funda un cine-club, Amics del Cinema de Sabadell, cuya primera sesión debería de haberse celebrado el 18 de julio de 1936. Durante la Guerra Civil se casa con Beatriz Sans , nacen sus hijos y, a lo que sabemos, suspende sus actividades cinematográficas hasta 1943. Sirve de puente hacia esta segunda etapa de su filmografía como cineísta, Tim, l’intrepid, una versión de El soldadito de plomo de Hans Christian Andersen que no rematará hasta 1943 con el título ya significativamente en castellano.

La producción postbélica de Llobet Gracia abarca aproximadamente una década abisagrada por la azarosa producción de Vida en sombras —la preparación arranca en 1947 y no se estrena hasta 1953 y, demás, de mala manera— y la depresión en que le sume el fallecimiento de su hijo. No obstante, este periodo reúne características propias como el rodaje en 16mm, con alternancia de emulsiones en blanco y negro y color, el uso del castellano en la rotulación y el recurso casi sistemático a su propia familia como intérpretes y técnicos de las películas, lo que le lleva a bautizarlas humorísticamente como “producciones autárquicas de la familia Llobet”.

No obstante, la primera producción conservada de este periodo, Contrastes (1943), con un planteamiento un tanto ingenuo, vuelve a tener su principal baza en una banda sonora contrastada y recurre a Eduardo Martí —el protagonista masculino de Suicida— como intérprete único, con lo que se establecen nuevos vínculos con su producción anterior. El resultado obtiene la Medalla de Oro del concurso anual de Cinema Amateur.

En el género reportajístico, Ávila (1945) demuestra un dominio pleno e ingenioso de los recursos visuales —el balcón que se abre y se cierra al principio y al final de la película para ofrecer una vista impresionante de la catedral—, el interés por el detalle ornamental más que por el conjunto arquitectónico y, sobre todo, el protagonismo de los tipos humanos que cruzan ante la cámara, de modo que el paseo ante las murallas termina convirtiéndose en el seguimiento de un padre y un hijo de condición humildísima que viven de lo que encuentran en los vertederos y la recogida de leña.


Aprovechando las vacaciones familiares en Sant Llorenç de Morunys, en las estribaciones del Pirineo ilerdense, Llobet rueda dos de las “producciones autárquicas” a las que aludíamos un poco más arriba: El valle encantado (1946) y El diablo en el valle (1947). En ambas se mezclan religión y paganismo, el aire ingenuo y terrible a un tiempo de los cuentos infantiles, pero, sobre todo, la complicidad familiar. Ambas obtuvieron galardones en los respectivos concursos nacionales de cinema amateur.
 

En 1947, al tiempo que se embarca en el rodaje de Vida en sombras, realiza en el campo amateur una de sus películas más reconocidas: Prégaria a la Verge del Colls. En este título ve el italiano Mario Verdone, secretario del Centro Sperimentale di Cinematografia, la influencia de Buñuel —“habla aún de las tierras abrasadas de Terre sans pain”— y ve en ella y en las películas de sus compañeros coterráneos aficionados el testimonio más vital de la cinematografía contemporánea. [Mario Verdone: “Testimonios de calidad”, en Otro Cine, núm. 1, enero de 1952.]


Se trata de un trabajo de montaje en el que se aprecia la influencia soviética en toda la primera parte, que retrata la rogativa a la Virgen dels Coll, de San Lorenzo de Morunys, para que acabe con la sequía. Troncos de árboles retorcidos, manos sarmentosas de viejas lugareñas y tallas religiosas se ordenan en un crescendo al que sirve de colofón la formación de nubes sobre el valle gracias a la filmación fotograma a fotograma y el estallido de la lluvia. Llobet crea entonces uno de los momentos más bellos de su filmografía: una serie de travellings por una carretera mostrando las ramas de los árboles secos en blanco y negro alternando con otros, en color, en los que las hojas verdes destacan contra el azul del cielo. El final es una explosión cromática de cascadas de agua, plantas florecidas, animales y criaturas lactantes, para terminar con una serie de planos en color que son el reverso simétrico de los que abrían la película, pero con la presencia de niños y lugareños. La vida renace.

Al parecer, el material reversible en color se obtenía de contrabando en la cercana Andorra al precio exorbitantes de ochocientas pesetas la bobina. Claro que el resultado es espectacular y  Llobet obtiene una medalla de honor en el Concurso Nacional de 1948, el tercer premio en el Concurso Internacional y se presenta en el Festival de Cine Amateur de Cannes, donde logra un diploma de honor. Sus actividades internacionales no acaban aquí... El año siguiente los responsables de la sección cinematográfica del Centro Excursionista de Cataluña realizan una gira por diversas filmotecas europeas con cuatro sesiones en la Cinemathéque Française. La película de Llobet Gracia forma parte del programa, quien, además, se encargó de la sonorización de las proyecciones. No sabemos si en serio o en broma, cuando le preguntan por la experiencia asegura que en el British Film Institute le ofrecieron quedarse como jefe de sonorización del organismo. [José Torrella: “Lo mejor del cine amateur español en Bélgica, Escocia, Inglaterra y Francia”, en Otro Cine, núm. 7, marzo de 1953.]

El contraste entre la vida y la muerte impregnan el resto de su filmografía. El dolor por la muerte de su hijo provoca el internamiento en un sanatorio de reposo donde es sometido a un tratamiento mediante electroshocks. Primera aventura (1950) es parte del proceso de curación. Llobet retoma la cámara para filmarse a sí mismo y el resto de la familia con su hija recién nacida en brazos.


El sueño de la mayor, que queda al cuidado de la pequeña, sirve de excusa a unas breves animaciones con los juguetes rodadas por el sistema de paso de manivela. Un dibujo del humorista Valentí Castanys colgado en la habitación parece ser la única —y macabra— solución para que la niña deje de llorar. La tradición cultural catalana está también presente en El escultor Manolo Hugué, terminado en 1950, pero rodado con anterioridad ya que muestra al escultor, fallecido en 1945, de cuerpo presente. La sombra de una cruz sobre la hoja del calendario tiene su correlato en un plano análogo de Vida en sombras. Del perfil del fallecido, como una máscara mortuoria, la cámara traza una panorámica hasta las manos yertas en las que se enlaza un rosario. Un artificio cinematográfico —un fundido encadenado— obra el artificio de devolver a la vida esas manos que gesticulan nerviosas, modelan la arcilla y manejan los pinceles…

 

El movimiento y los juegos de luces sobre las pequeñas obras escultóricas de Hugué les insuflan un aliento de vida, como hacían visible el milagro de la lluvia concedido por la gracia de la talla de la Virgen dels Colls. Un nuevo encadenado sobre un dibujo en blanco y negro nos traslada a su versión en color y a una nueva dimensión en la que otro movimiento de cámara de fuerte impronta simbólica —una panorámica vertical ascendente— nos eleva desde un busto del artista por el tronco y las ramas de un ciprés hasta el cielo.


A falta de la desaparecida Lo pelegrí (1951) —recreación de una leyenda local sobre un milagro realizado por Jesucristo, haciéndose pasar por peregrino— y tras colaborar con Pedro Font Marcet en Impasse (1952), más próxima al estilo ecléctico de éste que a la inspiración de Llobet, el DVD concluye con la última obra que realizó, un reportaje titula La processó passa pel meu carrer (1954), con profusión de nubes rodadas con temporizador y algunos efectos de inversión de la marcha. La mayor parte del metraje no está dedicada a la procesión en sí misma, sino a los preparativos, la limpieza de la calle después de una riada y los arreglos florales por parte de los vecinos en los que colaboran activamente sus dos hijas. Llobet aparece en una de las tomas, siempre sonriente pero prematuramente envejecido a sus cuarenta y tres años. 


Falleció en 1976 pero su rehabilitación como cineasta demoró aún unos años. Su auténtica estatura como cinemista, alquimista del cinema, arranca ahora, con la restauración y publicación de estas veintidós joyas ocultas de nuestro patrimonio cinematográfico. Sería una pena que pasaran inadvertidas como material extra de la edición de una película extraordinaria.


Todas las capturas proceden de la edición de Intermedio / Filmoteca de Catalunya de Llorenç Llobet Gràcia: Vida en sombras + 22 curts restaurats. 3 DVDs (V.O. en español con subtítulos en francés y en inglés) y un libreto con el siguiente contenido traducido también al francés y al inglés:
Esteve Riambau: “Ombres properes i unversals / Sombras cercanas y universales”
Daniel Sánchez Salas: Vida en sombras, ese tónico tan actual”
Ferrán Alberich: “Vida en sombras: el muntatge del director / Vida en sombras: el montaje del director”
“Notas sobre la conservación y restauración de las películas”
Disco 1:
Vida en sombras (Lorenzo Llobet Gracia, 1948) 78:55.
Bajo el signo de las sombras (Ferrán Alberich, 1984) 32:41.

Disco 2:
De materiales originales reversibles en 9,5mm en blanco y negro…
Un terrat (1928) 4:22
Exposición Internacional de Barcelona (1929) 6:15
Un crim i res mes (1929) 3:42
Encara que sembli una bola (1929) 3:08
Quart campament de Catalunya a Bellaterra (1933) 1:01
Proclamació de la República (1931) / Diada (1932) 2:03
Enterrament d’en Francesc Macià (1933) 3:39
L’any 1932 a la pantalla (1933) 17:30
Festa major (1933) 8:14
La neu que pel camí hi ha/ La nieve que en el camino hay (1934) 6:02
Suicida? (1934) 19:41
El soldadito de plomo (1935-1943) 11:33
De materiales orriginales reversibles en 16mm…
Contrastes (1944) 08:57 Blanco y negro
Ávila (1945) 6:20 Blanco y negro
El valle encantado (1946) 11:16 Blanco y negro
El diablo en el valle (1947) 10:54 Blanco y negro
Sucedió una noche (1947) 5:30 Blanco y negro
Pregària a la Verge dels Colls (1947) 11:37 Blanco y negro y Color
El escultor Manolo Hugué (1945-1950) 5:50 Blanco y negro y Color
Primera aventura (1950) 9:07 Color
Impasse (codirigida con Pedro Font, 1952) 8:50 Blanco y negro
La processó passa pel meu carrer (1954) 5:56 Color

Disco 3:
Vida en sombras (versión previa a la censura) 85:02
Montaje anterior a la censura (Ferrán Alberich, 2016) 23:09
Entrevistas realizadas por Alberich en 1984 para la realización de Bajo el signo de las sombras: Delmiro de Caralt (24:14), Ángel Zúñiga (20:41) y Carlos Serrano de Osma (42:33)