domingo, 25 de febrero de 2024

vizcaíno casas y gil en un país (de cine) antes llamado españa

El "tejerazo" también tuvo su caldo de cultivo literario y cinematográfico. Fernando Vizcaíno Casas y Rafael Gil facturaron al alimón media docena de películas en plena Transición en las que el éxito de taquilla refrendaba que el pasado podía estar enterrado y bien enterrado, pero que la nostalgia y el humor podían ser armas al servicio de una ideología. 

El abogado Fernando Vizcaíno Casas había ejercido como periodista y escritor antes de dar a la imprenta en 1976 el libro de relatos Niñas... al salón y la novela De camisa vieja a chaqueta nueva (crónica de una evolución ideológica). El año siguiente, la editorial bilbaína Alvia publica La boda del señor cura. En 1978 regresa a Planeta con la fábula de política-ficción ... y al tercer año resucitó, que se vende por cientos de miles. Es entonces cuando un Rafael Gil achacoso y un tanto desnortado en lo profesional decide adaptar La boda del señor cura. Le ha precedido en el filón vizcaínocasero Vicente Escrivá al realizar la versión cinematográfica de Niñas... al salón (1977), suerte de crónica sentimental de los prostíbulos de la posguerra.

Al contrario que las otras cuatro sátiras que Gil va a realizar en colaboración con el escritor valenciano —casi siempre firma también como coautor de los guiones—, La boda del señor cura  (1979) resulta de una solemnidad abrumadora. Apenas hay apuntes de comedia en las aventuras eróticas y estudiantiles de los alumnos de un colegio de jesuitas que admiran la integridad moral del hermano Camí (José Sancho). Joseantoniano, adalid de la cultura física promovida por el Frente de Juventudes, como reza el subtítulo de De camisa vieja a chaqueta nueva, La boda del señor cura se pretende “crónica de una evolución ideológica”, aunque esta evolución sea tan brusca como caricaturesca, lo cual desactiva su carácter evolutivo para convertirlo en una especie de capricho en el que el mundo y la carne —dos de los grandes enemigos del alma— juegan un papel fundamental. Ante la intransigencia dogmática del nuevo rector, el ya ordenado padre Camí renuncia a la orden y es trasladado como párroco a un par de pueblos del norte donde entra en contacto con anarquistas y comunistas. Esto le permite a Gil autocitarse: la escena de la taberna del pueblo en la que se gana el respeto de sus rivales ideológicos esta traída de La guerra de Dios (1953). La decisión de encerrarse con los mineros en huelga le lleva a la cárcel, donde es captado por los comunistas. Tras su paso por la fábrica, donde es desvirgado por una anarquista bisexual (María Luisa San José), recibe la orden del Partido de volver al púlpito para hacer desde allí prosélito del marxismo. Su relación con una muchacha del pueblo (Blanca Estrada) termina en escándalo mayúsculo y con la definitiva renuncia al hábito. Su trayectoria es un aguafuerte de la de tantos curas obreros, curas que han colgado los hábitos, ex-curas casados, cuyo arquetipo ideológico es el padre Llanos, aunque el título de la novela tenga el atractivo de la reciente boda de la duquesa de Alba con el ex-sacerdote Jesús Aguirre.

Han pasado veinticinco años desde que los ex-alumnos del padre Camí abandonaron el colegio. Todos ellos se han establecido como profesionales o empresarios, algunos se han separado. La organización de las bodas de plata de la promoción propiciará el reencuentro y la asistencia de los solteros y separados a un local de strip-tease en el que se tropiezan inopinadamente con Camí, que se va a casar con una de las bailarinas (Isabel Luque). Durante la celebración en el colegio, los antiguos alumnos se enfrentan al nuevo rector (Francisco Piquer), que les reprocha su devoción mariana. Hasta el más descreído (Juan Luis Galiardo) hace una defensa cerrada de la enseñanza religiosa que recibieron en el centro. La falta de distancia de Gil con respecto al material que maneja, queda reflejada en el estupor de dos de sus ex-alumnos cuando contemplan que la celebración de la boda de Camí se remata con un strip-tease de la novia. Ni la planificación ni la interpretación invitan a que veamos la escena con el carácter esperpéntico con el que probablemente fuera ideada. El abismo en el que supuestamente ha caído el cura secularizado sólo tiene lugar en la ausencia de reacción de dos triunfadores hipócritas. El último plano, sobre el que se insertan los créditos finales, está protagonizado por la excavadora que va a derribar el viejo colegio, sinécdoque diáfana de la destrucción de un “país antes llamado España”, como le gustaba decir a Vizcaíno Casas. Tal cual hoy, vaya.

Durante la promoción, Gil asegura tautológicamente que en la película no hay “ni política ni pornografía. Únicamente, y como se ve en el programa, sale una señorita haciendo strip-tease. Pero esto no lo considero pornografía, puesto que no lo es”. [“Se estrena hoy La boda del señor cura, de Rafael Gil”, en ABC, 20 de diciembre de 1979, pág.56.] A pesar de lo ambiguo de su tratamiento, lo llamativo —en aquel momento— del título y la relevancia del autor del argumento llevan a cuatrocientos mil espectadores a las salas, lo que induce a Gil y a Vizcaíno Casas a repetir la jugada con la novela más reciente de este último: ... y al tercer año resucitó (1980).

La comparecencia de Franco en el balcón del Palacio Real en octubre de 1975, pocas semanas antes de su fallecimiento, supuso la reedición de otras multitudinarias concentraciones en la Plaza de Oriente que habían tenido lugar cada vez que el Caudillo necesitaba un baño de masas. Ocurrió con la retirada de embajadores recomendada por la ONU al finalizar la II Guerra Mundial, con la visita de Evita Perón, después del proceso de Burgos y, esta última, con motivo de las protestas internacionales por la ejecución de las últimas penas de muerte firmadas de su puño y letra. En su última alocución, Franco afirmaba que las protestas se debían “a una conspiración masónica izquierdista en la clase política en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece” y que demostraban “que el pueblo español no es un pueblo muerto, al que se le engaña”. 

En el Palacio Real se instala también la capilla ardiente tras su fallecimiento y, el 20 de noviembre de 1976, en el primer aniversario del fallecimiento, sus inmediaciones se convertirán en lugar de concentración de todos los que no están conformes con el cambio político. Las consignas más repetidas serán entonces “Procuradores, sois unos traidores” y “Franco, resucita, España te necesita”. A partir de esta segunda hipótesis, escribe Vizcaíno Casas su gran éxito editorial. La adaptación de Rafael Gil, que le ha arrebatado los derechos a Chicho Ibáñez Serrador, pretende ser un fresco de la Transición española articulado mediante una serie de viñetas satíricas sin más continuidad que la proximidad de la celebración en la Plaza de Oriente madrileña del tercer aniversario del 20-N y la aparición, en las proximidades de Cuelgamuros, de un hombrecillo que recuerda muchísimo al fallecido Caudillo. El incipiente Estado de las autonomías, los cantautores, el Movimiento de Liberación Gay, los curas rojos, el cine S, las huelgas omnipresentes, los anticonceptivos, el teatro subvencionado... todo es motivo de burla.

Santiago Carrillo y Felipe González son ridiculizados en tanto que sobre Adolfo Suárez apenas queda apuntado su pasado franquista en uno de las pocas ideas de la película: unos peatones arrancan el cartel de la convocatoria del 20-N y debajo aparece el rostro del líder de la UCD, porque el clímax emocional de la cinta es la manifestación en la Plaza de Oriente, rodada en directo el 20 de noviembre de 1979. La excelente caligrafía de la que siempre había hecho gala Gil ha desaparecido completamente. Salvo por la llamativa ausencia del recurso al zoom, la rutinaria puesta en escena podría haber sido firmada por Mariano Ozores. Sólo importa la eficacia del chiste verbal y una vez establecido el esquema —los nuevos demócratas vuelven a los principios autocráticos por temor a que la noticia sea cierta— muchas secuencias parecen innecesariamente largas. En cualquier caso, el público responde como un solo hombre. La celeridad en el rodaje y la postproducción permiten que la cinta llegue a las pantallas el 29 de febrero de 1980. Tomás García de la Puerta constata que en la sesión a la que él asistió...

en muchas de las escenas en las que aparece la figura del generalísimo Franco, la gente aplaudía a rabiar. Esto no es la opinión de un crítico, es la realidad de unos hechos. Por lo que se ve, la gente recuerda con cariño y nostalgia esos cuarenta años del “oprobioso” régimen anterior. [Pueblo, 6 de marzo de 1980, pág. 26.]

Blas Piñar, presidente de Fuerza Nueva, ha conseguido unos meses antes el acta de diputado por la coalición Unión Nacional con casi cuatrocientos mil votos. Concilia así una acción parlamentaria de la que abjura, la estrategia de la tensión en las calles impuesta por el escuadrismo de su rama juvenil y la esperanza de que el Ejército retome las riendas del Estado. No todos los lectores de Vizcaíno Casas ni los espectadores de las películas de Rafael Gil son militantes de Fuerza Nueva. De hecho, aunque escriba en El Imparcial de Emilio Romero, el bestsellerista afirma que nunca ha estado afiliado a ningún partido. El fenómeno sociológico que se produce alrededor estas creaciones está más próximo al qualuquismo de la Italia postfacista, caracterizado por su desafección hacia los partidos políticos, y el atractivo de sus dosis proporcionales de populismo y anticomunismo para una clase media anhelante de “paz y orden”.

Millón y medio de espectadores se retratan en taquilla. ... y al tercer año resucitó ocupa el primer puesto en la recaudación del cine español ese año, que también conocerá el célere rodaje y estreno de Hijos de papá (1980).

La estructura de la nueva película es la misma que la de la novela. La primera parte está ambientada en 1946 y la segunda en 1978, el año en que lo escribe Vizcaíno Casas y lo publica Planeta. La tesis viene a ser que en la posguerra la generación del escritor estaba sojuzgada por sus padres y que en la actualidad los hijos “pasan” de aquellos jóvenes convertidos ahora en padres. Aunque hay cierto tono coral, el protagonista es Fabián (Antonio Vico / José Bódalo), que en los años cuarenta tiene una novia formal (María Casal) y amoríos con una vicetiple (Blanca Estrada). Casado con la primera (ahora Yolanda Farr), tienen dos hijos: Fabián (Manuel de Benito), metido en líos de menudeo y proxenetismo, y Amparito (Ana Obregón), una azafata que le lee la cartilla a su hermano:

¿Lo que se lleva? No, rico. Lo que se lleva ahora y siempre es trabajar decentemente, como hago yo y hacen millares de jóvenes de nuestra edad, que son modernos, pero normales, y se divierten sin ofender a nadie. [...] Yo no soy carroza... vamos, digo yo. Vivo con mi época y me aprovecho de lo bueno que tiene y no sólo de lo podrido, como haces tú.

Vizcaíno Casas solía contar que sus hijos le echaban una mano con el argot juvenil, tan impostado y artificioso que resulta sonrojante. Parecido efecto produce la presencia del grupo seudonuevaolero Charol, cedido por el sello Movieplay para que interprete un par de temas en la película.

Al final, Fabián padre y Amparito, se encontrarán en la plaza de Oriente el 20-N, gritando vivas a Franco. Se establece así una continuidad entre los dos tiempos. Las manifestaciones de 1946 y 1978 conviven y el Generalísimo se hace presente en la plaza como al llamado de la aclamación popular del presente. Se resuelve, gracias al montaje del material de archivo en blanco y negro y en color, el papel de la familia como transmisora de unos valores eternos e inmutables. La canibalización del archivo se ha mostrado especialmente productiva durante la primera parte, donde no sólo sirve para contextualizar la época, sino que llega a integrarse en la acción, como cuando Fabián asiste con sus padres al estreno de El clavo (Rafael Gil, 1946) y aprovecha para pedirle —montaje en raccord mediante— un autógrafo a Amparito Rivelles. De este modo, Gil se contempla a sí mismo en su periodo de esplendor en el seno de Cifesa y se coloca en ese doble plano de la nostalgia y la autobiografía.

El material de No-Do de la visita de Evita Perón a España, las tardes de gloria de Manolete en las Ventas o los ensayos de las revistas de Celia Gámez ponen rostros a dos libros de anécdotas y sociología de bolsillo que Vizcaíno Casas ha publicado a principios de la década: Contando los cuarenta y La España de la posguerra. La nostalgia se alimenta de gasógenos, picardías de revista y carteles de “los rojos no usaban sombrero”.

El 23 de febrero de 1981 se produce el largo tiempo anunciado golpe militar. El general Milán del Bosch saca los tanques a la calle en Valencia y el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero ocupa el Congreso y toma como rehenes a los diputados. La intentona queda abortada por falta de apoyos y en las elecciones del 28 de octubre de 1982, el PSOE obtiene mayoría absoluta. Buena parte de los votos de Unión Nacional pasan a Alianza Popular. Fuerza Nueva, ante la falta de fondos por la pérdida del escaño, se disuelve. En este interregno, Rafael Gil realiza y estrena De camisa vieja a chaqueta nueva (1982), de la novela que Vizcaíno Casas había publicado en 1977 y que había llevado al realizador en primera  instancia a interesarse por los derechos de adaptación.

El libro y la película son un ajuste de cuentas con los “chaqueteros”, aquéllos que han hecho de su capa franquista un sayo democrático. Manolo Vivar de Alda (José Luis López Vázquez), el protagonista, se bandea a través de la historia reciente de España mediante cargos públicos y negocios privados. Pasa así por un periodo filonazi al terminar la guerra y se va adscribiendo sucesivamente a perfiles falangistas, católicos, tecnocráticos, opusdeístas, sindicalistas, proestadounidenses y predemocráticos o platajuntistas para terminar precisamente en el PSOE. Las caricaturas de personajes de la política española —otra vez el padre Llanos, Xirinacs, Felipe González...— resultan transparentes en tanto que Vivar de Alda es un arquetipo antes que la contrafigura de alguien concreto.

El personaje tiene dos contrapuntos y los dos asociados al falangismo de primera hora. Por un lado, Enrique (Emilio Gutiérrez Caba), un hedillista irredimible que nunca podrá medrar por fidelidad a sus principios. Por otra, el propio hijo de Vivar de Alda (Antonio Vico), que encuentra en la doctrina joseantoniana un sentido al presente: “José Antonio nunca fue fascista. [...] ¿Es que alguna vez intentasteis llevar a la práctica sus ideas?”.

De nuevo el material de archivo sirve para puntuar los cambios de situación histórica, aunque sin la ambición de la película anterior. Especial énfasis revisten las imágenes del príncipe Juan Carlos jurando los principios del Movimiento y la imagen televisiva de Arias Navarro dando la noticia del fallecimiento de Franco.

La Constitución de 1978 ofrecía tres caminos para que los territorios se constituyeran en comunidades autónomas dentro del Estado. Por la vía rápida accedieron a la autonomía Cataluña y el País Vasco en 1979, y Galicia y Andalucía en 1981. La vía excepcional sirvió para dotar del correspondiente estatuto a Madrid, Ceuta y Melilla. Las demás comunidades fueron conformándose por la vía lenta. El debate estaba en la calle y era nuevo motivo de preocupación para los ultramontanos que veían entonces, como ahora, la inminente desintegración de una España que habían unificado los Reyes Católicos y que Franco había vuelto a suturar tras las declaraciones de autonomía de Cataluña en 1932 y del País Vasco y Galicia en 1936. Con el añadido de unas señas de identidad que temen que conviertan al Estado en nueva torre de Babel, las sátiras se convierten en moneda corriente. Vizcaíno Casas urde en 1980 Las autonosuyas, que se convierte en un nuevo récord de ventas para Planeta. En la presentación del libro, el escritor y guionista falangista Rafael García Serrano tilda la saga de “episodios nacionales” de la España actual. Es la fabulilla futurista —la acción de sitúa en 1982, fecha de preparación de la adaptación cinematográfica— sobre un pueblo de la sierra madrileña cuyo alcalde (Alfredo Landa) pretende sacar tajada del nuevo estado de cosas. Idea así una unidad territorial con otros pueblos limítrofes, instituye como lengua propia el “farfullo” —un castellano en el que las pes son sustituidas por efes ya que él tiene frenillo en la lengua— y establece relaciones con el resto de territorios históricos. Durante la constitución de la nueva comunidad, un viejo coronel que vive atrincherado en su casona se planta en el pleno, en un remedo del 23-F carente de cualquier gracia. La noche antes de que se proclame el estatuto, la sede del Ente Autonómico Serrano —un viejo edificio construido por el padre del alcalde—, se viene abajo. Entre el polvo y los escombros, lo único que ha permanecido indemne es el viejo escudo con el águila imperial y el yugo y las flechas. Frente al final pesimista de La boda del señor cura y el derribo del viejo colegio de los jesuitas, este derrumbamiento fortuito de la España de las autonomías ofrece aún la esperanza de la unidad nacional salvadora.

La mayoría de los chistes son tan coyunturales que, perdida hoy la referencia, lastran irremediablemente el resultado. Además, a Gil nunca se le ha dado demasiado bien la sátira y los zurriagazos a la nueva política empiezan a resultar demasiado repetitivos.

A pesar de la cartela exculpatoria con la que se abre la película, aduciendo que no tiene nada que ver con las autonomías históricas, sino con la multiplicación de burocracias en territorios en los que a nadie le importan estas monsergas, la exhibición se ve dificultada en Cataluña y el País Vasco. Según denuncia Vizcaíno Casas serían responsables de esta suerte de censura los propios organismos autónomos:

Silenciar las opiniones contrarias constituye corruptela propia de las tan denostadas dictaduras: hete aquí que en España, y ahora mismo, se está amordazando la libertad de expresión en este caso concreto, sin reparar en los graves perjuicios que se causan a unos empresarios o, lo que resulta más grave, infringiendo la Constitución ante la actitud inhibida y complaciente o incluso jubilosa de quienes mayor obligación tienen de defenderla. [Fernando Vizcaíno Casas: “Cartas al director: Sobre la llamada libertad de expresión”, en ABC, 3 de septiembre de 1983.]

Como el propio Rafael Gil hiciera con la zarzuela en Teatro Apolo (1950), Las alegres chicas de Colsada (1983) rinde tributo a la revista y la opereta de posguerra con modos de antología contemporánea. Es la última película de Gil y su postrera colaboración con Vizcaíno Casas. También es la única que no está basada en una obra literaria previa —salvo por las exploraciones del escritor sobre la vida cotidiana en la España de los cuarenta— y es la menos ideologizada de todas ellas, basadas como estaban las otras en best sellers que satirizaban los nuevos usos democráticos y ponían en la picota por igual a los antifranquistas que a los que habían optado rápidamente por el “cambio de chaqueta”. Esta última, en cambio, lanza una mirada nostálgica al mundo de la revista musical española ca. 1945, la de los “buenos tiempos” de Celia Gámez, Maruja Tomás y el Maestro Guerrero. Para llevar adelante el proyecto se busca la complicidad de Matías Colsada, que ha logrado grandes éxitos desde los años cincuenta, llegando a ser cuando se realiza la película propietario del Apolo de Barcelona y del Monumental y La Latina en Madrid. 

Además de las “alegres chicas” que dan título a la película, protagonizan la cinta Tania Doris, Luis Cuenca, Máximo Valverde y Emilio Laguna, fijos de sus compañías. El empresario, encarnado en la ficción por José Bódalo, pretendía que las y los coristas no cobrasen por su trabajo cinematográfico, al entender que no procedía el sobresueldo a pesar de la jornada completa de trabajo que les correspondía asumir durante el rodaje de números musicales y escenas entre bambalinas que constituyen buena parte del metraje. El resto es el ascenso al estrellato de la vedette Gloria Luz (Doris) de la mano de un pícaro estraperlista (Cuenca), su rivalidad con la segunda vedette (Helga Liné), y el corazón dividido entre su primo (Paco Valladares) y un golfo con buen fondo (Valverde). Un cura (Antonio Garisa) tan preocupado por los asuntos del cuerpo como por los del alma vela por la moralidad del ingreso de la buena chica venida a menos en el mundillo farandulero.

La cosa es que este ejercicio de “campismo” pasó totalmente desapercibido. La base de datos de Películas Calificadas del Ministerio de Cultura y demás no da cifra de espectadores, pero así lo acredita el hagiógrafo de Gil. [Fernando Alonso Barahona et al.: Rafael Gil, director de cine. Madrid: Centro Cultural Conde Duque, 1997, pág. 112.] Durante el rodaje el cineasta sufre algunos problemas de salud. La comisión encargada de conceder subvenciones anticipadas a las películas españolas rechaza su proyecto titulado Hijas de María, nueva adaptación de una novela de Vizcaíno Casas. La enfermedad le vence el 10 de septiembre de 1986.

domingo, 18 de febrero de 2024

rafael gil, propagandista

Translator

Recién inaugurada la década de los treinta Rafael Gil ejerció la crítica cinematográfica en Popular Film, Films Selectos, Nuestro Cinema, en los diarios generalistas ABC, La Voz, Luz, y también en las ondas, a través de Unión Radio. Participó con Luis Gómez Mesa, Manuel Villegas López, Benjamín Jarnés y Antonio Barbero en la creación del GECI (Grupo de Escritores Cinematográficos Independientes), asociación con la que quisieron marcar diferencias con los gacetilleros a sueldo de las distribuidoras, práctica muy habitual en la época.

A partir de 1933, Gil empieza a compaginar la crítica con la práctica cinematográfica. Realiza entonces varios cortometrajes, como Semana Santa en Cartagena, con Gonzalo Menéndez Pidal, Cecilio Paniagua y José Val del Omar. En el momento de la sublevación militar de 1936 están trabajando en la ficción inconclusa Cinco minutos de españolada, con la que pretenden concurrir al certamen de Cine Amateur de Berlín, algo que resulta imposible por la guerra. Adscrito a la Unidad Cinematográfica de la División de Valentín González "El Campesino" —asesorado hasta ese momento por el italiano Antonio Vistarini—, Gil dirige en plena contienda algunos cortos propagandísticos:

Yo, ganas de pelear no tenía ninguna. Estaba muy bien en Madrid y eso de la guerra me parecía una barbaridad espantosa. Tuve la oportunidad de entrar en una sección de cine que tenía la División de El Campesino y que dirigía Antonio del Amo. Hice un par de documentales, pero siempre con la preocupación de que no fueran bélicos, lo cual tiene mucho mérito en aquellos tiempos. [Antonio Castro: El cine español en el banquillo. Valencia: Fernando Torres, 1971. pág. 190.] 

Los títulos de esta producción son: Soldados campesinos (1938), codirigido con Antonio del Amo, y ¡Salvad la cosecha! (1938), codirigido con Arturo Ruiz Castillo. Carlos Fernández Cuenca escribe que en Soldados campesinos Antonio del Amo se encargó de...

toda la parte del campo, en la que había delicadas notas poéticas, mientras Gil rodó, con un regimiento de Caballería, toda la del frente, con sutiles contrastes entre la paz y la guerra y un sentido acusado de la plástica. El filme quedaría como uno de los mejores de la época, presidido constantemente por un alto concepto cinematográfico de independencia y al margen de cualquier forma de propaganda política. [Carlos Fernández Cuenca: La guerra de España y el cine, vol. I. Madrid: Editora Nacional, 1972, pág. 147.]

No podemos contradecirle ni darle la razón porque ninguno de los dos se conserva. Recuerda Antonio del Amo:

Apenas tuvimos copia de Soldados campesinos [...] Gil y yo nos fuimos a Barcelona y allí pasamos las Navidades trabajando para Film Popular, y vivimos el ambiente que había en la ciudad, de auténtica alegría por la toma de Teruel por nuestras tropas, y regresados de Teruel nos incorporamos a la división, que descansaba en un pueblo de Valencia, como reserva hasta entrar en fuego. [...] Regresamos a Madrid, donde teníamos el equipo, y preparamos las cosas para irnos al frente de Teruel a rodar las batallas de la defensa para completar las escenas que el equipo de cámaras había rodado estando nosotros en Barcelona, durante la ofensiva. Y cuando ya estábamos a punto de entrar en Teruel todos los del equipo y yo, volcó la camioneta en que íbamos, rodando por un terraplén y a punto estuvimos de saltar todos por los aires, porque en la camioneta llevábamos una cesta de bombas igual que si fueran manzanas. [...] Por este percance, el documental de Teruel no pudo quedar terminado. Al menos no se rodó la salida de las tropas de la plaza sitiada, que fue algo muy espectacular, una salida y repliegue que se hizo en columna de ataque, rodeando el río Alfambra, porque el puente había sido volado. Rafael Gil había tenido la humorada de decir, cuando la plaza ya estaba cercada y nosotros dentro: "Mira por donde, vamos trabajar para la UFA". [Antonio del Amo: "El cine de nuestra guerra. Mi experiencia personal", en Julio Pérez Perucha (ed.): Revisión Histórica del cine documental español. El cine de las Organizaciones Populares Republicanas entre 1936 y 1939. Bilbao: Certamen Internacional de Cine Documental y Cortometraje, 1981, págs. 43-44.]

Prosigue Gil:

Después pasé a otro equipo de cine del Estado Mayor, aquí en Madrid, en que hacía películas educativas. Por ejemplo, se me ocurrió hacer una película [Ametralladoras (1939)] para explicar el manejo de la ametralladora rusa, haciendo una disección de la ametralladora y reproduciendo las piezas en marquetería, explicando cómo se cargaba y cuál era su funcionamiento. La empezamos a hacer, pero cuando terminó la guerra todavía no la habíamos terminado. [Antonio Castro: Op. cit., pág. 191.]

Olvida Gil —no sabemos si interesadamente— que antes ha realizado Sanidad en el frente y en la retaguardia (1938) y Resistencia en Levante (1939). El primero de ellos trata sobre la creación de las milicias de Sanidad Popular apenas comenzada la guerra. El realizador recurre a una pequeña dramatización para mostrar la desidia de dos años de gobierno de la CEDA: un funcionario del Ministerio de Sanidad da cabezadas sobre los expedientes, en tanto que su compañera lee una novela romántica. Todo esto se sustituye por eficacia proletaria a partir del 18 de julio. Iglesias, cuarteles y palacios aristocráticos, ámbitos de la decadencia prerrevolucionaria, se convierten en limpios y eficaces hospitales de sangre. A fin de agitar las conciencias contra la obra del fascismo, un breve interludio ominoso muestra algunos de estos establecimientos bombardeados. El buen funcionamiento de los preventorios para tuberculosos comparece inmediatamente en la pantalla como contrapunto de esos planos que pudieran desmoralizar a la retaguardia. La misma contraposición servirá de recurso retórico a la hora de contrarrestar el efecto emocional de las ambulancias ametralladas de la Cruz Roja y la laboriosidad del pueblo, que construye nuevos vehículos a ritmo sostenido para mantener el servicio. Al finalizar cada uno de estos bloques, un gráfico da cuenta fehaciente de las camas disponibles y las plazas en dispensarios infantiles antes de la proclamación de la República, durante la misma y desde la creación del Ministerio de Instrucción Pública y Sanidad en mayo de 1937.

Todo ello apoyado por la música de Rodolfo Halffter y guiado por una omnipresente locución que proporciona continuidad narrativa a imágenes procedentes de archivo, reportaje rodado ex profeso, dramatizaciones y gráficos; o sea, todo el arsenal de recursos que Gil encuentra a su disposición. En cuanto a la estructura, la situación del bloque dedicado a la higiene infantil al final del metraje proyecta el documental hacia los futuros ciudadanos de la República.

Al finalizar la contienda Gil solicita su ingreso en Falange, avalado por el propio Fernández Cuenca y por su antiguo compañero en la crítica José González de Ubieta. Se convierte en reseñista cinematográfico del diario Informaciones y en comentarista del Noticiario Fox. Además, trabaja como ayudante de dirección y como guionista en varias películas producidas por Cifesa. De este modo, salvo el cortometraje Flechas (1939), que es un encargo del Frente de Juventudes, el resto de sus trabajos cinematográficos son encargos de Cifesa en los que prima la propaganda política: La corrida de la Victoria (1939), La copa del Generalísimo en Barcelona (1939) y Luz de Levante (1940), con su alusión al “ausente” José Antonio Primo de Rivera, fusilado en Alicante. 

Mayor sutileza ideológica hay en dos de los cortometrajes que dirige para Juan de Orduña y distribuye Cifesa, Feria en Sevilla (1940) y Luna gitana (1940), aunque no por ello parece ausente la celebración de la Nueva España con todo su viejo tipismo. Orduña se encarga, además, de recitar los poemas que les sirven de base. La relajación ideológica de estas producciones humorístico-poético-musicales parece acorde con el transcurso de los meses desde el fin de la contienda y con la inminencia del paso de Gil a la dirección de películas de largo metraje con un material que le es más afín: la adaptación de la novela de Wenceslao Fernández Flórez El hombre que se quiso matar (1942). No obstante, antes de dar el salto Gil participará en cuatro cortometrajes de alto contenido político debido tanto a la entidad que los encarga, la Comisión de la Exposición de las Islas Canarias, como a la personalidad del autor del comentario que acompaña dos de los cortos: Ernesto Giménez Caballero.

Organizada por la Delegación Nacional de Prensa, la Exposición de las Islas Canarias se pone en marcha en marzo de 1941. Así que en primera instancia viajan al archipiélago el jefe de la comisión, Juan Cabanas; el responsable de Propaganda, Dionisio Ridruejo: Giménez Caballero en representación del Ministerio del Ejército; y Francisco Alonso Luengo, por parte del de Industria y Comercio. El propósito nominal es estudiar “los problemas económicos y espirituales” de las islas, “remediando de esta manera el olvido que en épocas anteriores se ha tenido para aquellas tierras”. [“Partió para Canarias la comisión organizadora de la exposición en Madrid”, en Pueblo, 5 de marzo de 1941, pág. 2.] Más allá de esos problemas de índole práctica o metafísica, la realidad es que Franco le ha exigido a Hitler una serie de cesiones territoriales en África para abandonar su estatuto de país “no beligerante”, que no neutral, y el Führer rebaja las expectativas y pide a cambio a Ramón Serrano Suñer que se entregue a Alemania una de las islas para tener una base aeronaval en el Atlántico, ante la amenaza de una posible invasión anglo-estadounidense. Por tanto, la exposición no es otra cosa que la reafirmación de la españolidad de los territorios norteafricanos e insulares como parte del futuro imperio hispánico. [Alfredo Mederos Martín: “El proyecto de Antonio Tovar de una Exposición de Canarias en 1941 y la consolidación de las Comisarías Insulares de excavaciones como respuesta al intento de Hitler de anexionarse una isla canaria”, en Lvcentvm, núm. 31, 2012, págs. 207-226.]

A la vuelta de su viaje, la comisión diseña los siete espacios de los que constará la exposición y una serie de acciones paralelas de propaganda, entre las que se encuentran actuaciones musicales y “tres tipos de películas documentales, uno dedicado a la agricultura e industria, otro al turismo y el tercero al folklore” [Ibidem]. Sin embargo, la falta de fondos y los retrasos en las obras del pabellón que debía albergar la exposición en la Plaza de España hacen que se llegue al otoño únicamente con el fallo del concurso de carteles, una exposición con las fotografía realizadas durante el viaje preparatorio y un ramillete de artículos en la revista Información Comercial Española del ministerio del ramo. Luego, la información de diluye y todo queda en agua de borrajas, hasta que en abril de 1942, Primer Plano anuncia que los documentales son un hecho.

Gil se responsabiliza plenamente de los dos que pasan censura entonces. No sólo se encarga de la realización, sino también de escribir el comentario, que locuta Antonio Casal, que en breve va a protagonizar El hombre que se quiso matar (1942). Son, además, los dos cortometrajes más cartesianos del políptico: se dividen en las dos provincias por las que se rige administrativamente el archipiélago. A su vez, cada documental presenta con un mapa cada una de las islas de cada provincia dejando para el final, la más grande, donde está la capital.

Islas de Gran Canaria bucea en el drama particular de cada una de las islas: en Lanzarote, la lucha del hombre por hacer productivo el suelo volcánico; en Fuerteventura, la ausencia de agua provoca “la emoción indescriptible de un paisaje que parece ser el símbolo de la nada”; en Las Palmas, el contraste entre la vocación marinera de la capital, las dunas del sur de la isla y los pueblos trogloditas del interior, herencia del pasado guanche. Las formas abstractas de las dunas con las que concluye el documental riman con las del paisaje lunar lanzaroteño que hemos visto en el prólogo. De todos modos, la carga de profundidad ideológica ha aparecido repentinamente emboscada en la sincronización mediante el montaje de un campesino majorero posando con su camello ante la cámara —ajeno por completo al dispositivo de transparencia que pretende que la cámara es un testigo invisible de la realidad— y un molino de viento: 

Como en Castilla, la mirada del hombre se hace penetrante y clara ante el paisaje de la llanura, y como en Castilla también surgen insospechadamente los molinos de viento con sus aspas inmensas y robusto trazo de estampa quijotesca: es la huella de remotos pobladores de la isla y de su neto origen castellano.

Islas de Tenerife realiza análogo recorrido por La Palma, Gomera, Hierro y Tenerife. La cámara de Cecilio Paniagua se recrea en el panorama del Teide, en la estampa de los saltadores gomeros, en el drago milenario de Icod o en la flora de la Orotava, pero también aquí nos asalta inesperadamente la exaltación del golpe militar:

Pero es en un edificio en apariencia vulgar donde se levanta el mayor monumento histórico de Canarias: la Capitanía Militar, donde Franco alzó su espada para guiar con ella a España en su destino eterno. [...] Simbólicamente, este paisaje de Las Raíces, iba a ser continuidad y savia de la grandeza de España.

Desde esta atalaya se divisa Candelaria, donde la virgen de esta advocación “se apareció a los guanches sin Dios”. Y una vez más, la alusión a Castilla como crisol de las Españas y cuna del imperio.
La promoción turística, que era uno de los objetivos del proyecto, tampoco escapa a la intención del documental. En La Palma, “los pinos son el leitmotiv eterno del paisaje; la naturaleza se hace estampa y el turista agota los carretes de sus Leikas en la captura del contraluz”.

Fiesta canaria nos da una tregua al recrear, al modo einsensteiniano de ¡Que viva México!, la romería y baile de los magos en el pueblo tinerfeño de El Sauzal.

El registro folklórico subraya la devoción popular, pero ya la locución nos ha advertido que ésta se entrevera con cultos paganos previos a la conquista de las islas por parte de la corona de Castilla. Sin embargo, el texto deja espacio a la partitura, inspirada en motivos folklóricos, de José Ruiz de Azagra. No así Tierra canaria, que la revista oficial Primer Plano consideraba el más logrado del lote, pues “acierta a recoger el esfuerzo ciclópeo del hombre de las islas frente a una naturaleza basáltica casi indomable, que por virtud del trabajo fructifica en sus maravillosos productos agrícolas, conocidos en todos los mercados europeos”. [A.L.: “Cuatro documentales sobre las islas Canarias”, en Primer Plano, núm. 78, 12 de abril de 1942.]

En Tierra canaria —afirmaba Rafael Gil— se dejaba notar mucho la influencia del King Vidor de El pan nuestro de cada día [Our Daily Bread (1934)]. Aquellos hombres que llevaban el agua a través de un carril muy pequeño, con un gran esfuerzo, influyó tanto sobre mí, que hice en mi corto una escena equivalente, en la que los habitantes de Canarias transportaban la tierra, a zonas donde solamente había roca. La llevaban a lo mejor desde treinta kilómetros, en burros, en cestas, en cualquier cosa. [Antonio Castro: Op. cit., pág. 191.]

Pedro Poyato ha estudiado la vinculación de este documental con el modelo de cine agrícola establecido por el Marqués de Villa-Alcázar. Sobre la imagen de la estela del barco que llevará los plátanos canarios a la península se sobreimpresionan las imágenes del trabajo necesario para hacer fructificar la tierra. El texto de Giménez Caballero dota de sentido a estas imágenes: “La tierra canaria es un paraíso de Dios, pero donde Adán y Eva no han sido expulsados, porque el hombre y la mujer de esta tierra bendita que riegan con su sudor, alegre y fuerte, trabajan por la grandeza de Dios y la gloria de España".

Se retorna así a Dios, al paraíso de Dios —argumenta Poyato—, pero un paraíso, necesario es matizarlo, en el que el hombre, por mucho que no haya sido de él expulsado, ha de trabajar, regar la tierra con su sudor para potenciar la fecundidad de la misma, contribuyendo así— y en este punto habría que enmendar la plana al narrador —a la grandeza de España —pues es España la que se hace grande— y la gloria de Dios.
Sea como sea, el hecho es que la voz narradora contradice incluso el Génesis para conseguir sus fines: enunciar, como en el caso de los documentales marquesianos, recordemos el caso de Trigo en España, un discurso patriótico bien adobado con postulados de la religión católica, tal era el nacionalcatolicismo preconizado por el franquismo en el cine de aquel tiempo. [Pedro Poyato: “Del Marqués de Villa-Alcázar a Rafael Gil: Tierra, patria y nacionalcatolicismo en los documentales agrarios españoles de los cuarenta”, en Quintana, núm. 15, 2016, pág. 245.]

En realidad, el comentario de Giménez Caballero es el que hace aflorar el subtexto propagandístico de toda la operación, como cuando procede a exaltar la producción hortofrutícola con una greguería patriótica y, sin solución de continuidad, lanza una estocada contra el enemigo británico: 

Tomates y plátanos, rojo y amarillo, son la bandera española de Canarias. El tomate canario traído por nuestros conquistadores de América, sabroso a mar y a sal, pinos, palma y volcán, es uno de los frutos de más vitaminas que se producen en el mundo y era codiciadísimo por los ingleses. La España de Franco va liberando su consumo para un mercado nacional y autárquico.

Y Gil y Paniagua sirven a esta retórica con los contrapicados que exaltan el trabajo del hombre y los picados que lo fijan en la tierra. Las mujeres se encargan entonces de recoger el fruto cultivado por los hombres, en una nueva imagen de la división de funciones de acuerdo con el nacional-catolicismo.

Más allá de su relativamente temprana y anómala incursión en el cine histórico con Reina Santa / Rainha Santa (Rafael Gil / Aníbal Contreiras, 1947), los pujos propagandísticos de Gil volverán a aflorar cuando se asocie con Vicente Escrivá en Aspa Films, a finales de la década, y juntos exploren el filón de un cine tan religioso como anticomunista.

Actualizado el 10 de marzo de 2024.

domingo, 11 de febrero de 2024

angelino fons, triple salto mortal del nce al ozorismo (y 6)

Hay un paréntesis en la filmografía como director de Angelino Fons entre Esposa y amante (1977) y su regreso a tal cometido en 1982 para rodar la coproducción hispano-mexicana Mar brava / Dios, el niño y el mar (1983). Motivos personales y profesionales se entrelazan para que este lustro se salde con apenas dos libretos de sendas películas de corte erótico dirigidas por Jaime Jesús Balcázar: Inés de Villalonga 1870 (1979), a partir de un argumento de Miguel Cussó, y Playa azul (1981). La primera está ambientada en las guerras carlistas y cuenta la historia de una novicia enamorada de un militar, circunstancia que sirve de excusa para varios encuentros lésbicos tratados según la moda impuesta por Bilitis (Bilitis, David Hamilton, 1977): jóvenes núbiles, fotografía saturada de flou y música empalagosa. La segunda presenta a un grupo de mujeres (Helga Liné, Juanita Brown y Dorothee Wider) dedicadas al turismo sexual en Lanzarote. Según el vademécum de este tipo de cine, el metraje alterna un completo recorrido turístico por toda la isla, establecimientos hoteleros y discotequeros incluidos, con escarceos eróticos. En el montaje internacional, titulado Black Sands, hay además alguna secuencia con intérpretes ajenos al argumento en la que se intuyen los cortes para insertar escenas hardcore

La implicación de Fons en el producto incluye también un breve cameo, puro en ristre, como inspector de policía. Intuimos su mano en la historia de la joven huérfana y sin norte que encuentra el amor en un isleño tan puro como ella. Al final, ambos partirán en busca de la inexistente Isla de la Felicidad. Este elemento fantástico va a estar también presente en Mar brava / Dios, el niño y el mar, que pretende trocar un milagro del tipo de El Cristo del océano / Luca, bambino mio (Ramón Fernández, 1973), otra coproducción con México rodada en Cudillero, Asturias:

En el fondo, es una especie de cuento como los de Las mil y una noches o como Blancanieves y los siete enanitos. Hay un naufragio, mueren una serie de personas, otras desaparecen y en la playa aparece un personaje medio ahogado que va rehaciendo poco a poco lo que ha sucedido. Es darle la vuelta al tiempo, rehacer lo que ya ha pasado. La historia está basada en San Telmo. El personaje era marinero aunque tiene aspectos de realidad y leyenda. [Antonio Gregori: El cine español según sus directores. Madrid: Cátedra, 2006, pág. 737.]

En la estela de los éxitos cinematográficos de los Monty Python, José Frade emprende a principios de los años ochenta una serie de parodias históricas que tienen en común los guiones de Juanjo Alonso Millán y el protagonismo de figuras señeras del mundo del espectáculo. En Cristóbal Colón, de oficio... descubridor (Mariano Ozores, 1982) es el humorista Andrés Pajares, en Juana la Loca... de vez en cuando (José Ramón Larraz, 1983), la cantante y bailaora Lola Flores, y en El Cid Cabreador (1983), nada menos que el domador Ángel Cristo. La otra seña de identidad del filón es la explotación sistemática del anacronismo como procedimiento cómico a partir de una serie de personajes que, en el imaginario popular, habían quedado fijados por las películas de Juan de Orduña para Cifesa. La figura icónica de Rodrigo Díaz de Vivar tiene los rasgos de Charlton Heston en la producción de Bronston que dio fama mundial al guerrero castellano. Sin embargo, buena parte de los recursos paródicos no aluden tanto a la película dirigida por Anthony Mann, como a... Superman (Supermán, Richard Donner, 1978). Como el superhombre del planeta Krypton, El Cid Cabreador tendrá superpoderes desde su más tierna infancia y vestirá un pijama azul con calzones y botas rojas. En vez de la “S”, una doble “C”.

Carmen Maura, Luis Escobar, Manolo Gómez Bur y José Luis López Vázquez, alternan con los veteranos Alfredo Mayo y Paquita Rico y con unos Paco Cecilio y Pepe da Rosa, como recién escapados del concurso televisivo 1, 2, 3... responda otra vez. Lo demás, son tres o cuatro números musicales en los que la estética del programa juvenil Tocata se da la mano con letras alusivas al juramento de Santa Gadea o a la afrenta del robledal de Corpes. Fons afirmaba que él había tenido la intención de seguir la senda marcada, pero que el protagonismo del domador no le había permitido profundizar más en esa línea. [Ibidem] Casi siempre, el abismo que se abre entre la realidad y el deseo resulta insalvable.

Los últimos intentos de Fons en el audiovisual tienen lugar en el campo de las series televisivas. Dirige sendos episodios de Las pícaras (1983) —La hija de Celestina—, producida por Frade, y La huella del crimen (1985) —El crimen de la calle Fuencarral—, producida por Pedro Costa. En éste, Fons rehúye el tratamiento naturalista de otros episodios y opta por el asainetamiento al tiempo que introduce a dos mediadores —¿un coro brechtiano?— entre el espectador y la intriga, interpretados por Francisco Nieva y Luis Escobar. Edgar Neville había urdido en cambio un sainete criminal con final melodramático en su versión de los hechos por los que fue ajusticiada Higinia Balaguer en El crimen de la calle de Bordadores (1945).

Luego, se mueve en la órbita televisiva de José Luis Rodríguez Puértolas. O sea, el docudrama. Para la serie Vivir cada día realiza Las rejas las veis vosotros (1987), sobre un convento de monjas de clausura, y Una cana al aire (1987), a propósito de los jubilados que acuden a salas de baile. La joya del Paralelo (1990), el programa dedicado al Molino de Barcelona en la serie El marco de la fama, tiene un carácter más estrictamente documental: su historia, sus estrellas, sus clientes... En cambio, Un negocio familiar (1995), que forma parte de las Crónicas urbanas de Rodríguez Puértolas, es básicamente un sainete con algunas incrustaciones de expertos. La excusa argumental muestra a una familia que regenta un video-club en crisis en un barrio popular de Madrid y decide transformarlo en un sex-shop.

En 2005 Fons recibe el Premio Homenaje de la Asociación de Directores y Realizadores (ADIRCE) a toda una carrera cinematográfica.

 

Filmografía como director cinematográfico:

El barbas (CM, 1960)
Dos soldados / Desertores (CM, 1961)
Viaje de novios (CM, 1962)
A este lado del muro (CM, 1963)
Garabatos (CM, 1964)
La busca (1966)
Cantando a la vida / Ein Hoch der Liebe (1968)
Fortunata y Jacinta (1969)
La primera entrega de una mujer casada / Dirai ho ucciso per legittima difesa (1971)
Marianela (1972)
Separación matrimonial (1973)
Mi hijo no es lo que parece (Acelgas con champán... y mucha música) (1974)
La casa / Prigionieri dello spazio (1974)
De profesión: polígamo (1975)
Emilia, parada y fonda (1976)
Esposa y amante (1977)
Mar brava / Dios, el niño y el mar (1983)
El Cid Cabreador (1983)

domingo, 4 de febrero de 2024

angelino fons, triple salto mortal del nce al ozorismo (5)

El humorista PGarcía firma argumento y diálogos de La casa / Prigionieri dello spazio (Angelino Fons, 1975), en tanto que el guión estaría elaborado en colaboración con el director, aunque éste precisa que la relación entre ambos se limitó a este proyecto y que la idea surgió del lanzamiento del Skylab, la primera estación espacial puesta en órbita por Estados Unidos el 14 de mayo de 1973. La cinta está llena de diálogos altisonantes en la mejor tradición de la comedia burguesa. Y de hecho comienza así, como si se tratara de una comedia con seis personajes encerrados en una casa en un futuro cercano amenazado por la destrucción atómica. El joven David (Antonio Cantafora) representante en la pantalla de la juventud contestataria afirma en los primeros compases:

—La nuestra es una maravillosa sociedad basada en una falsa cortesía. Personalmente detesto la patria, la familia, las madrastras y los ingenieros nucleares.

Paul (Carlos Estrada) es el triunfador de inspiración nietzscheana y Claude (José María Prada) el fracasado que, no obstante, se casó con la mujer de Paul (Helga Liné). La acción, hasta ese momento llevada por el camino de cualquier novela policiaca en la que parece imposible abandonar el encierro por una serie de circunstancias fortuitas, se aclara al final del primer acto. La casa no es tal casa, sino una nave espacial, que ha abandonado la tierra antes de que se produjera la explosión nuclear definitiva. “Siempre he pensado explicaba Fons en la tragedia que supone esas naves girando libremente en el inmenso espacio exterior mientras que sus ocupantes conviven en habitáculos tan reducidos que están a punto de que la claustrofobia los elimine”. Obligados a convivir con reservas de agua y alimento limitadas hasta que los índices de radiación permitan un regreso seguro, los seis personajes viajan por el espacio en unos planos de maquetas que pecan de reiterativos y que alcanzan momentos involuntariamente cómicos en la escena de la lluvia de meteoritos. Aunque se han señalado concomitancias con La caza, por la participación de Fons como guionista en la película de Saura, por la presencia de José María Prada en el reparto e, incluso, por razones de homofonía, lo cierto es que La casa recuerda más a la cinta de Mario Bava Cinque bambole per la luna d’agosto (Cinco muñecas para la luna de agosto, 1969) por la omnipresencia del decorado, el erotismo servido por Helga Liné y Magda Konopka y el recurso a la cámara frigorífica para conservar los cadáveres.

La casa se estrena con dos años de retraso y los espectadores que pasan por taquilla no llegan a los setenta mil, cuando han visto la anterior cinta de Fons casi medio millón.

De su siguiente película, De profesión, polígamo (1975), ya desgranamos el argumento por cuenta de la participación de Victoria Vera en la misma. Armada a partir de una serie de subtramas no siempre bien engarzadas, la producción resulta un artefacto extraño. Los desnudos corresponden a una película de destape, como cualquiera de sus contemporáneas. La fijación del protagonista similar a la de otros personajes con una tara psicológica que Summers interpreta en estos años confiere a la cinta un carácter de apólogo moral. La narración discurre en los primeros compases por la senda de la intriga hitchcockiana, con algún apunte esperpéntico por cuenta de la familia de María, cuyos padres están interpretados por Luis Ciges y Lola Gaos. La reivindicación final del protagonista ante el tribunal no puede resultar más desconcertante. Es como si las piezas del puzle no terminaran de encajar.

Cierra este breve ciclo y su deambular por distintas productoras Esposa y amante (1977), una reelaboración del tema que Fons ya había tratado en Separación matrimonial (1973). Pedro (Ramiro Oliveros) es un periodista deportivo de éxito y un mujeriego empedernido. Su mujer, Luisa (Concha Velasco), le perdona estas infidelidades hasta que le descubre en un hotel de Barcelona con su mejor amiga (Erika Wallner). Ésta le ha confesado más de una vez a Luisa que su matrimonio no va muy allá y que engaña a su marido siempre que se le presenta la ocasión. Pedro abandona el hogar familiar después de la consiguiente trifulca y Luisa decide seguir el ejemplo de su marido y pasar una noche con un hombre al que conoce en un bar (Daniel Martín) y cuyo principal atractivo es el parecido con Pedro. Luego entabla una relación algo más duradera con Mario (Ricardo Merino), un compañero de estudios. Mientras tanto, Marisa (Victoria Abril), la hija de Pedro y Luisa, está cada día más desatendida. De hecho, la película arranca con su tentativa de suicidio y recurre a una serie de escenas inanes en el hospital que pretender pautar los sucesivos flashbacks sobre los que se configura la cinta. El resultado es un relato desarticulado e, incluso, confuso, a pesar del flou con el que Raúl Artigot fotografía las secuencias del hospital.

La alusión a un grupo de futbolistas que pide la amnistía para los presos políticos y una pintada que reclama la libertad para Carrillo en la fachada del diario nacional-sindicalista Pueblo son meros apuntes de la situación política que vive España. Sin embargo, ésta queda expuesta mucho más claramente inscrita en el cuerpo desnudo de Concha Velasco, Conchita Velasco, la chica ye-yé de apenas una década antes. En pleno apogeo del destape y para evitar agravios comparativos también Daniel Martín y Ramiro Oliveros se despelotan.