domingo, 11 de julio de 2021

josé luis gonzalvo, en la periferia del nuevo cine español

El aragonés José Luis Gonzalvo Monterde (1934-1997) ingresa en la especialidad de Dirección del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas en 1957. Es compañero de aulas, por tanto, de José Luis Borau, Mario Camus, Pascual Cervera y Chus Lampreave, aunque Gonzalvo, como esta última, no llega a titularse.

En 1960 realiza para José Luis Dibildos un cortometraje sobre la vida rural titulado La sangre - Apuntes de geografía humana en España. El documental muestra aspectos de la vida cotidiana en el campo, para centrarse luego en una novillada y en el duelo y entierro de un paisano. Esta obra de debut recibe la Espiga de Oro al mejor cortometraje en el Festival de Valladolid, consagrado por entonces al cine Religioso y de Valores Humanos.

En marzo de 1961, Gonzalvo contrae matrimonio con la bailaora gitana Micaela Flores Amaya “La Chunga”. La boda tiene lugar a las ocho de la mañana en la iglesia de San Pedro Apóstol de Ávila y esa misma noche ella está actuando en un tablao madrileño y él realizando el montaje de su cortometraje La cogida y la muerte, según el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca. Ella se va de gira, él prepara nuevos proyectos cinematográficos. En su casa de la colonia del Niño Jesús, pintan y crían a sus tres hijos. Los periodistas frecuentan el hogar, elaboran reportajes ilustrados sobre la pareja. Francisco Umbral se pronuncia:

José Luis Gonzalvo siempre le llama Chunga a su mujer. José Luis Gonzalvo —pelo apaisado, voz profunda y risa de niño— anda muy atareado con eso de las películas. "Me está dando mucho traba­jo mi próxima película larga", Micaela y José Luis; el cineasta y la bailaora. Un matrimonio publicitario a todos los efec­tos. [Francisco Umbral: Fin de semana con La Cunga", en Mundo Hispánico, núm. 182, mayo de 1963.]

Tras algún corto más y con su propia productora —que lleva el flamenquísimo nombre de Debla Producción—, acomete el rodaje de sus dos únicos largometrajes, situados en la periferia del declinante Nuevo Cine Español. El título de rodaje del primero, La playa de las seducciones (1968), fue Una historia sacada de la Manga y es probable que se tratara sólo de eso, de aprovechar la oportunidad de rodar en la Manga del Mar Menor para urdir una historia sin muchas complicaciones que favoreciera la exhibición de todos los fragmentos de cuerpos que admitiera la censura. La otra excusa, la argumental, toma como motor de la acción al personaje interpretado por Manuel Alexandre en uno de sus escasísimos papeles protagónicos. Encarna a un hombre de pueblo, enriquecido durante la Guerra Civil con el negocio de las alpargatas para los soldados y que mantiene un equipo de esclavos que actúan como secretarias-masajistas (Paloma Cela y Lourdes Albert) y secretarios-celestinos (Manolo Velasco). La acción tiene lugar durante los días que don Juan veranea en un lujoso hotel de la Manga, donde ha quedado con su querida (Magda Maldonado), una vedette a la que ha retirado y a la que humilla constantemente debido a su ligero sobrepeso. Además, ha puesto los ojos en la mucho más apetecible Marlene (Claudia Gravy), una extranjera que está pasando unos días allí con una amiga (Diana Sorel). La relación casual que ambas han establecido con Alberto y Carlos (Julio Pérez Tabernero y Óscar Monzón), dos chulos de playa, no es óbice para que don Juan intente llevarse a Marlene al huerto —esto es, al yate— con el aval de su fortuna.

Con una estructura episódica, subrayada además por la inclusión de aleluyas a modo de didascalias, y un tono decididamente incómodo, la película no acaba de convertirse en el esperpento que podría haber sido, ni en la comedia visual que en ocasiones se apunta. La libertad narrativa a la que pretende adscribirse deviene relato deslavazado en el que lo más destacado resultan los planos de detalle en Techniscope de labios, manos, muslos, hombros, vientres femeninos y masculinos. En Barcelona no se estrena hasta 1975 y en programa doble.

Debido a su situación personal y familiar, Gonzalvo debió de encontrar el vehículo ideal para realizar su segundo largometraje en la novela de Ildefonso Manuel Gil, Juan Pedro el dallador, que narra una historia de amor entre un hombre nacido en Daroca y una gitana. Es ésta una obra de corte existencialista, como corresponde al año de su publicación: 1953.

El protagonista de Ley de raza (1969) se siente profundamente ligado a su pueblo y a una tradición de labradores a la que vuelve orgulloso después de realizar el servicio militar. También él, si hubiera tenido dinero y deseos de abandonar la tierra, podría haber estudiado en Madrid y París como su amigo Luis (Ricardo Tundidor), que se ha casado con una muchacha francesa y vive en Zaragoza. El problema de Juan Pedro es que tampoco es como su cuñado Manuel (Ángel Lombarte) sin otro horizonte que la siembra, la cosecha y la siega. La insatisfacción de Juan Pedro parece encontrar su lenitivo cuando conoce a Carmela (La Chunga), una muchacha gitana callada y cariñosa que ha llegado al pueblo desde Cataluña. Cuando la relación entre ambos se consolide y Juan Pedro decida casarse con ella, su padre le cuenta que un tal Diego "El Rubio" (Antonio) se la tiene jurada a su familia porque Carmela no quiso casarse con su hermano. Un día de feria en Daroca, cuando Carmela baila, "El Rubio" se une a ella. El padre intenta separarlos y "El Rubio" apuñala a ambos.

Narrada sin respetar la cronología, con abundancia de planos de detalle que alternan con grandes planos de conjunto, atenta a los gestos cotidianos, reivindicativa de un ruralismo genuino, Ley de raza sólo se convierte en la tragedia calé que anuncian sus protagonistas y su título en el último tramo, para adoptar un tono netamente simbólico propiciado por una coreografía telúrica de Antonio en la que alegoriza sobre la muerte de su personaje. La imposibilidad de llevar a cabo su venganza convertirá a Juan Pedro en un hombre sin destino.

Con el título de Juan Pedro el dallador, Ley de raza se presenta en el Festival de Valladolid en 1970, intentando reverdecer los laureles de su primer cortometraje. No hay suerte. Los cronistas de La Estafeta Literaria resumen: “Hay algunas cosas estimables, pero en general el conjunto adolece de querer decir muchas cosas”. [Luis Quesada y José Luis Tuduri: “Valladolid XV Semana Internacional de Cine Religioso y de Valores Humanos”, en La Estafeta Literaria, núm, 445, 1 de junio de 1970.] En Zaragoza se proyecta en una sesión cineclubística seguida por la provocación fílmica Blanco sobre blanco (Antonio Artero, 1970), rematada por la intervención en directo del gobernador civil y el consiguiente escándalo. [Javier Hernández y Pablo Pérez: Yo filmo que... Antonio Artero en las cenizas de la representación. Zaragoza: Ayuntamiento de Zaragoza, 1998, pág. 104.]

Hasta 1983 no volverá Gonzalvo a ponerse tras las cámaras para rodar una serie de documentales para el Ministerio de Cultura titulada Síntesis histórica del Camino de Santiago. Por el camino quedaron proyectos sesenteros como La fin del mundo, coescrito con Alfredo Mañas, un guión ideado, al parecer, con Rafael Azcona y una película cuyo rodaje se anunciaba para marzo de 1964, El Pascualín, sobre un tonto de pueblo que pretende viajar a la luna. Tampoco llegó a la pantalla un libreto firmado junto a Antonio Lázaro como "José Luis Montalvo" al filo de la década y titulado Otoño y tres suman dos.

Dos cortometrajes prometedores —e inaccesibles actualmente— y dos largos de cierta originalidad pero escaso recorrido comercial constituyen el legado cinematográfico de José Luis Gonzalvo. Si en los últimos años alguien menciona su nombre, es por su relación con "La Chunga", de la que se separó en 1978.

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