domingo, 1 de diciembre de 2024

javier setó, plusmarquista de la simpatía (5)

 

A partir de 1960, los trabajos de Javier Setó están ligados a Producciones MD, la productora de Marujita Díaz y Espartaco Santoni. Rimbau y Torreiro hacen la crónica del auge y debacle de la empresa con más gracia que uno, así que dejémosles hablar a ellos:

Juntos [...] se erigieron en productores cinematográficos cuando, al ser contratado por el realizador José María Elorrieta como protagonistas de La corista, tuvieron que asumir su financiación para poder concluir el rodaje. Así nació la productora M.D. P.C. con el fin de gestionar películas protagonizadas por cualquiera de ellos y con el apoyo inicial de la distribuidora Brepi. El éxito que la actriz obtuvo con Pelusa (1960) garantizó que un consorcio de distribuidoras regionales adelantara el capital necesario de los siguientes tres títulos, con el único requisito de que incluyeran no menos de ocho playbacks musicales. La operación se desmoronó con el fracaso de Abuelita Charlestón (1961) y la productora tampoco remontó el vuelo con el lanzamiento de Estrellita, la actriz infantil que protagonizó Han robado una estrella [1961]. El tormentoso rodaje de Lulú (1962) fue la gota que colmó el vaso y liquidó la relación profesional y sentimental del productor con la actriz. [Esteve Riambau y Casimiro Torreiro: Productores en el cine español: Estado, dependencias y mercado. Madrid, Cátedra / Filmoteca Española, 2008.]

En efecto, Pelusa fue un éxito morrocotudo en cuanta ciudad se estrenó. Los críticos de los diarios alabaron la ambición de la producción y se mostraron condescendientes con algunos efectos melodramáticos y con la ambición de Marujita Díaz de mirarse en el espejo de la Gelsomina de Giulietta Masina. Claro, que aquí todo está servido en un vistoso Eastmancolor y la protagonista-productora no está dispuesta a dejar pasar ninguna oportunidad de lucimiento. Como ingenua enamorada, como clown que ha de hacer reír el público con el corazón destrozado y, de repente, sin apenas transición, como intérprete versátil de música ligera, de copla y hasta de tango. Vicente Antonio Pineda fue casi el único crítico que se empeñó en que el traje nuevo del emperador no existía y que éste iba desnudo:

Javier Setó, autor de todo el atentado, no ha sabido evitar, ni por instante, todo lo que le ha caído encima. Ha plantado la cámara y se ha dedicado, casi exclusivamente, a fotografiar a Marujita Díaz. Cuando se ha acordado de que ésta sabía cantar, ha puesto tres canciones juntas sin venir a cuento y las ha soltado así, en fila. Su dirección de actores es mediocre: Marujita Díaz está mejor de clown que al natural, pues resulta un tanto inexpresiva, aunque tenga ademanes y gestos que quieren ser “salaos”, pero que resultan teatrales y fáciles. Del resto, sólo se salva la belleza sobria de Vivianne Romance y un Roberto Rey que tenía poco trabajo. [Film Ideal, núm. 68, abril de 1961, pág. 30.]

No parece muy justo recriminar a Setó los defectos de un guión cuya idea original había partido de la estrella —con algunos materiales reciclados de La corista (José María Elorrieta, 1959)— ni de las carencias de ésta como actriz. Sí, en cambio, de apurar el patetismo de las situaciones —el desamor de la chica, el alcoholismo del padre, la ausencia de la madre— para colocar luego un final feliz de Cenicienta disneyana que se cita literalmente. Servidumbres a fin de cuentas de un entretenimiento popular cuyas reglas acepta el realizador sin ninguna ambición de trascender el arte menor.

La buena marcha de Pelusa anima a Setó a seguir con el mundo del circo. En marzo de 1961 viaja a Las Palmas para poner en marcha una biografía cinematográfica de la trapecista Pinito del Oro. Están cerrados el reparto —Aldo Frabrizi, Rolf Rubinsky, Juanjo Menéndez, Tomás Blanco—, el libreto, en el que vuelve a participar como asesor circense Alfredo Marqueríe, las localizaciones y hasta el título: Trapecio para un ángel.

Se trata de hacer una película que presente la humanidad del circo —expone Setó—; estamos hartos ya de ver películas en las que sólo se vea la maldad, envidia y los clásicos “cortes de cuerdas” para hacer fracasar o morir a un artista... Voy a hacer una humana del circo. [Pedro González-Sosa: “Trapecio para un ángel, película sobre Pinito del Oro”, en Pueblo, 22 de marzo de 1961, pág. 20.]

Sin embargo, dificultades de financiación o logísticas dan al traste con el proyecto. Tras separarse Marujita Díaz y Espartaco Santoni, éste producirá con Producciones M.D. y protagonizará Abajo espera la muerte / Delitto d’amore (Juan de Orduña, 1964), tópico drama de celos en el trapecio. La quiebra de la empresa y la fuga de su titular, Santoni, ocasionó que la cinta no se estrenase hasta 1970 en sendas salas de programa doble de Madrid y Barcelona.

Con su cuádruple papel para la protagonista, Abuelita Charlestón es una de las cintas del ciclo Marujita Díaz en la que más parece haberse implicado Setó. Las estampas históricas y los coloristas números musicales alternan con breves segmentos construidos a base de montaje a la soviética. Pero la estructura es cien por cien revisteril: una excusa cualquiera —unas medias seda codiciadas por las mujeres a través de las épocas por el poder de seducción que ejercen sobre los hombres— sirven de excusa a la estrella para enjaretar hasta diez números musicales de largo aliento ambientados en los años veinte, en la España contemporánea, en la de la invasión borbónica y en la Centroeuropa romántica. Julio Peña, Germán Cobos y Espartaco Santoni son los tres galanes, según la época. La fotografía de Antonio Macasoli busca sacar el máximo partido del Eastmancolor. Casi todas las canciones están firmadas por Salvador Ruiz de Luna con arreglos de Gregorio García Segura y sorprende encontrar cierta fijación monárquica en varias de ellas, dedicadas a exaltar hasta el agotamiento las figuras del infame Fernando VII de Borbón y de Eugenia de Montijo, "de Francia emperatriz".

El siguiente intento de Setó con producciones MD es el lanzamiento de la niña cantante Estrellita, émula de Marisol, que ha hecho la fortuna de la familia Goyanes dirigida por Luis Lucia en Un rayo de luz (1960) y Ha llegado un ángel (1961). Estrellita tenía dos años menos, había nacido en Sevilla y se llamaba Isabel Rincón. De la presentación de Han robado una estrella, su debut en la pantalla, dijo el almibarado cronista del ABC sevillano:

Con singular donaire y clara inteligencia, Isabelita Rincón Bautista contestó a cuantas preguntas le fueron hechas sobre su primera intervención en la pantalla, poniendo en cada alusión o en el comentario de alguna de las escenas, de las que es inefable heroína, la juiciosa expresividad de una actriz, consumada. Y más tarde, cuando su voz de bellos matices, de brillantes tonalidades, surgió en la. copla fundida al compás del más puro eco gitano, la personalidad artística de Estrellita quedaba rotundamente expresada. Fueron sus relevantes intervenciones una prueba indiscutible del acierto de unos productores, que nada menos que en la Feria de Abril sevillana descubrieron a una Estrellita cuyo arte genial brillará pronto, refulge ya, entre las más señeras figuras de nuestro folklore, más radiante y efectivo por sevillano. [ABC, edición de Andalucía, 22 de abril de 1962, pág. 77.]

Setó y Paulino Rodrigo Díaz, que ha empezado a colaborar con él en Abuelita Charlestón, conciben y escriben un guión pleno de guiños al filón de los niños prodigio y a los intríngulis de la productora. Es la cosa que una huerfanita ha asido secuestrada en el orfanato malagueño por unos peligrosos delincuentes que la conducen hacia Madrid como polizones en un camión perteneciente al transportista don Onofre (Antonio Prieto). La cuadrilla de camioneros es variopinta: el viejo Mariano (Robert Rey), que perdió a su hija; Elías (Tito García), brutísimo, siempre dispuesto a partirle la cara a alguien; o Carlos (Espartaco Santoni), cuya novia (Paula Martel) es taquillera en un cine y está deseando casarse. Pero los secuestradores son un charlatán y dos flamencos sin talento (José Orjas, Goyo Lebrero y Tip) que se traen a la niña a la capital con la excusa de que van a triunfar en el mundo de la música, cuando en realidad todo es un encargo del hermano de la taquillera (Antonio Casal), que cree que esta niña es la que le arrebataron en una de las muchas calaveradas que ha cometido en su vida. Para colmo, don Onofre y su señora (Guadalupe Muñoz Sampedro) nunca han podido tener hijos y el viejo Mariano cree reencontrar en Estrellita a su hija fallecida. La niña va de mano en mano y la policía anda detrás de todos, así que la trama resulta incluso más liosa que esta sinopsis, que ya es decir.

Decía al principio que la pauta parece ser la autorreferencialidad, más allá de la claridad expositiva. Apenas comienza la acción, ya está uno de los camioneros comentando que el folletín de la huérfana secuestrada seguro que no es más que una maniobra publicitaria para lanzar a una nueva niña prodigio, y otro quejándose de que si por lo menos fuera “la Marujita Díaz”. El hecho de que Estrellita proceda de Málaga, como Marisol, refuerza la conexión burlesca, aunque luego los tópicos del melodrama de los padres sin hijos y los hijos sin padres no se nos ahorren en ningún momento. En el cine en el que trabaja la novia de Carlos ponen la apócrifa El sobrino de Drácula, cuyos diálogos —en un doblaje plagado de “queridos” y “queridas”— escucharemos en algún momento, mientras que en otros está presente la cartelera. De todos modos, el círculo se cierra con una nueva alusión a “la Marujita Díaz” durante un espectáculo para los presos e, inmediatamente aparece la aludida caracterizada como Pelusa —su éxito aún vigente— que interpreta una canción homenaje a Charlot, con Estrellita caracterizada como el vagabundo chapliniano. Pero no acaba ahí la cosa, sino que juntas vuelven a aparecer en el escenario, ataviadas ahora con bata de cola, para cantar una desgarrada versión de Yo vendo unos ojos negros.

En todas las películas del ciclo Setó / Producciones MD ha actuado como productor asociado Emiliano Piedra con su distribuidora Brepi Films. Él será quien tome brevemente el testigo del lanzamiento de la estrella infantil con una nueva marca, Internacional Film Española. El resultado es la prácticamente invisible Su Alteza la niña (Mariano Ozores, 1962).

Lulú (El Globo Azul) (1962) sigue el modelo retro de El último cuplé (Juan de Orduña, 1957), pero en lugar de insertar las actuaciones musicales en un esquema de melodrama, opta por la comedia. Toma para ello dos sucesos de la historia del teatro y el music-hall: la adquisición en 1929 del celebérrimo Teatro Apolo por una entidad bancaria y la adopción por parte de la franco-estadounidense Josephine Baker de una docena de niños de diferentes nacionalidades. Lulú (Marujita Díaz) ha ido reuniendo en su casa varias criaturas durante la Gran Guerra y ahora vuelve a su teatro, El Globo Azul, después de una gira internacional. Su felicidad se ve amenazada por las reclamaciones de los países de origen de los críos. La única solución, según su secretario y administrador (José Suárez, en un papel probablemente escrito para Espartaco Santoni), es que se case. Tres son los aspirantes: el banquero Asmodeo Manzanares (Beni Deus), el playboy y sportman Paquito Torcaz (Paco Morán) y el narcisista tenor Giovanni Spoletto (Tranquilino). Ninguno de los tres es el adecuado, claro, y las gamberradas de las que son objeto por parte de los niños tampoco ayudarán a que se decidan. Este elemento argumental sirve a Setó para obtener de sus protagonistas unas interpretaciones caricaturescas y para intentar probarse en el slapstick, tarea en la que no siempre logra sus objetivos con la eficacia que requiere el humor físico.

Película de interiores durante la mayor parte del metraje, su fuerte está en los figurines del especialista Pepito Zamora —que había trabajado en el París de los años veinte— y en los decorados diseñados por Gil Parrondo en su etapa de colaboración con Luis Pérez Espinosa.

Las desavenencias entre Marujita Díaz y Espartaco Santoni, que acaba de rodar con la mexicana Tere Velázquez El valle de las espadas / The Castilian (1962) —a la que dedicaremos la atención que merece en la siguiente entrega— se traslucen en un rodaje que debió ser un verdadero infierno para todo el equipo, a pesar del tono humorístico de la cinta:

Ella no la quería hacer, pero tenía un contrato firmado y, además de que era una gran profesional, en aquella época había un sindicato vertical muy duro que no permitía incump0limientos de contrato. [...] La película se hizo gracias a que el director, que era un catalán, Xavier Setó, el director de fotografía, que era Mario Pacheco, y yo pactamos engañarla: rodábamos todos los días de ocho de la mañana a tres de la tarde y, a menudo, ella decía que no se encontraba bien, que estaba enferma, y bajaba tarde, a las doce o la una. Para que no nos retrasara el rodaje, hacíamos todos los contraplanos sin ella y ensayábamos todos sus plano con una doble de luces para que cuando ella bajara el director pudiera rodar inmediatamente. [...] Existía una lucha entre su profesionalidad y su enojo, porque cuando estaba enojada con su pareja, Marujita no razonaba. De hecho, la última escena, el último playback, la canción más importante de la película, ya no la rodó ella. Pero teníamos muchos planos de su cara y gracias a una doble que llevaba sus vestidos y rodábamos de espalda, pudimos montar la escena. Incluso, pusimos unas fotos fijas de Marujita para terminar de llenarla. [Piti Español: Josep Anton Pérez Giner: La veritable historia de l’Innombrable. Barcelona: Portic / Filmoteca de Catalunya, 2008, págs. 82-83.]

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