
Edgar Neville aborda el rodaje de sus dos Canciones como si de unas vacaciones se tratara. Ha regresado a España con Conchita Montes tras el rodaje de Sancta Maria (La muchacha de Moscú,
Edgar Neville, 1941), que va a distribuir Saturnino Ulargui, y apenas
le ha dado tiempo a pasar por Madrid para concertar con Cepicsa la
producción de Correo de Indias (Edgar Neville, 1942). Un mes más
tarde, en Barcelona —probablemente por mediación de su gran amigo López Rubio, con el que ha coincido en Hollywood en la época de las versiones hispanas— se embarca en la realización de La Parrala (Edgar Neville, 1941).
Este primer corto de la serie se empieza a rodar el 28 de julio 1941 y el equipo técnico conformado por Ulargui se mantendrá prácticamente inamovible en los nueve títulos: fotografía de Ted Pahle, al que más adelante sustituirá Mariano Ruiz Capillas; Antonio Cánovas a la moviola; el alemán Willy J. F. Steiner como jefe de producción; decorados a cargo de Pierre Schild; y maquillaje de Vladimir Tourjansky. En esta ocasión, el ingeniero de sonido es Fermín Rodríguez Mújica, aunque en otros títulos figurará Hans Bittmann. Ulargui sigue así con su costumbre de incorporar a los equipos judíos que han huido de Alemania y expatriados de la revolución soviética establecidos en Francia.
El guión planificado por Neville se reduce a 42 planos desarrollados a lo largo de once páginas. Ulargui ha obtenido la autorización de la censura el 23 de junio. El anónimo censor concluye: “Aunque es una andaluzada puede autorizarse por tratarse de un argumento corto”. El rodaje se resuelve en cuatro días de trabajo en estudio y una jornada de exteriores en el Pueblo Español de Montjuich.
En realidad, hay dos Parralas cuya leyenda se entremezcla: Dolores y Trinidad
Parrales Moreno. Ambas triunfaron en los cafés cantantes. Trini actuó
en París y Dolores en el Café de Silverio Franconetti en Sevilla y en el
Imparcial de Madrid junto a Juan Breva. A Dolores la alabó como
cantante por soleares Federico García Lorca en el Concurso de Cante
Jondo de Granada de 1922 al que Neville asistió como periodista y amigo
de Manuel de Falla. Dolores había fallecido siete años antes, pero aún
vivía cuando el autor de Cantaores andaluces, historias y tragedias escribía:
Hermosa de una hermosura dominadora, atrayente y sugestiva, esta mujer
ha jugado a la vida como otros juegan al monte o al bacarrat, se ha
burlado de todo, de todo se ha reído, jamás tomó nada en serio, ni el
matrimonio; nunca sintió una pasión profunda y duradera por nada, ni por
el arte. [Guillermo Núñez de Prado: Cantaores andaluces, historias y tragedias. Casa Editorial Maucci, 1904.]
El moguereño —como La Parrala— Xandro Valerio escribe en 1939 la letra
de esta copla junto a Rafael de León a la que el maestro Quiroga pone la
música. Concha Piquer la estrena en 1940 en uno de sus espectáculos. Además, para la película de Ulargui, Rafael de León compone en solitario ¿Qué te pasa, Triniá?, un segundo tema que prolonga el carácter irreductible del personaje femenino y su sino trágico:
¿Que por qué los soles que había en mis ojos / ahora son dos mares de
sal y de llanto / y ya no hay claveles en mis labios rojos? / Es
únicamente por quererle tanto. / Y si un día llegara, que Dios no lo
quiera, / que por la desgracia de la suerte mía / dándome al orvío con
otra se fuera, / tengo la certeza que lo mataría.
Arranca la acción cuando unos marineros borrachos salen del Café del
Puerto cantando una habanera, paradigma de los cantes de ida y vuelta. En la puerta se anuncia: “Hoy gran sesión
de cante: Juan Breva - Silverio - La Parrala”. Los marineros pasan ante
una puerta. Por ella sale un hombre; su sombra contra la pared encalada
nos indica que ha muerto. Un instante después sale Trini, la Parrala
(Maruja Tomás), desmelenada y se marcha hacia el Café del Puerto. Un
policía (Antonio L. Estrada), que hace su ronda nocturna, se cruza con
ella. Allí la esperan la tabernera (Ana María Quijada) y Curro (Manuel
Miranda), su guitarrista. La Parrala pide de beber y, a petición del
público, canta ¿Qué te pasa, Triniá?. Cuando termina, entra el
policía y pregunta cuánto tiempo lleva allí. La tabernera
miente para exculparla. La cantaora entabla conversación con un
desconocido que le interroga por su madre. En respuesta, ella vuelve a
cantar, ahora la canción que le valió el mote:
Dos hombres riñeron una madrugá / dentro der cormao / donde ella
cantaba, / y el que cayó herío dijo al expirar: / “Por tu curpa ha sío, / Trini la Parrala”. / Los jueces al otro día / a la Trini preguntaban / si a aquel hombre conocía, / y la Trini contestaba: / “Yo no lo he visto en mi vía / ni sé por qué lo mataban”. / Unos decían que sí, / otros decían que no, / y pa dar más que decir / la Parrala así cantó: / “Que sí, que sí, que sí, que sí, / que la Parrala tiene un amante; / que no, que no, que no, que no, / que ella no quiere más que a su cante”.
Cuando termina, el policía la aborda y le pregunta directamente si ha
sido ella quien ha matado al Chiclanero. Ella confiesa el crimen
cantándole al oído la copla de sus desdichas. El policía saca las
esposas, pero la Parrala replica que no son necesarias. Curro, enamorado
de ella, se confiesa entonces autor del asesinato. La cantante le regala
el clavel por su galantería, pero ya ha asumido su destino. Alguien
constata: “El mismo sino de la madre”. La Parrala camina entre
dos policías, detenida, por las calles del Puerto.
Neville no se encuentra a gusto en esas calles encaladas con rejas,
claveles y luz de luna de las que tanta burla ha hecho en sus artículos humorísticos. Y
eso que, al fin y al cabo, se trata de un corto. Cuando más adelante se
tenga que enfrentar a la temida adaptación de una obra taurina de "El
Caballero Audaz" cuajadita de tópicos —El traje de luces (Edgar
Neville, 1946)—, argumentará en su descargo que en la película no se
escuchan más de treinta "olés". Pero también podemos leer esta breve
anécdota relacionada con el cante como un borrador de los episodios que
más adelante ilustrarán una de sus películas más logradas: Duende y misterio del flamenco
(Edgar Neville, 1952). A pesar de todo ello, la cinta es censurada de
urgencia a principios de septiembre —con "una respuesta muy negativa por
los censores" [Pablo Ferrando García: "Saturnino Ulargui: esbozo de un
productor de films de complemento", en El productor y la producción en la industria cinematográfica.
Madrid: Universidad Complutense, 2009]— y enviada como parte de la
representación española a una edición del Festival de Venecia a la que
prácticamente sólo concurren obras de países con regímenes totalitarios. Marianela (Benito Perojo, 1941) y el documental Boda en Castilla (Manuel Augusto García Viñolas, 1941) obtendrán sendos premios para España, pero la modesta Parrala volverá de vacío, a pesar de la buena sintonía que Ulargui mantiene con el aparato cinematográfico fascista.
De toda la serie, junto con La Petenera (José López Rubio, 1941) y A la lima y al limón
(José López Rubio, 1941), es uno de los títulos que más se distribuye
como complemento. En Barcelona se estrena en diciembre y en Madrid,
pocas semanas después, en enero de 1942 y acompañando a El sobre lacrado (Francisco Gargallo, 1941), en lo que se presenta como un “programa netamente español”. [Hoja del Lunes
(Madrid), 12 de enero de 1942, pág. 2.] La crítica da una de cal y una
de arena. Algunos alaban que haya “recogido, en sugestivos fotogramas de
lograda plasticidad cinematográfica, toda la riqueza de colorido y
belleza de ambiente que le brindaban las estrofas y tema de una popular
canción” [G. S., en La Vanguardia Española, 13 de diciembre de
1941, pág. 7.], en tanto que otros la califican de “pequeña obra de buen
contenido cinematográfico”, pero consideran que Maruja Tomás “cumple
muy discretamente su cometido”. [E.F., en Hoja del Lunes (Barcelona), 15 de diciembre de 1941, pág. 7.]
Verbena, la segunda y última "canción" de Neville, cuenta a
priori con varios palos en sus ruedas: su escasa duración —apenas
treinta minutos—, el pie forzado de las canciones que debe interpretar
Maruja Tomás y lo exiguo del decorado de una feria madrileña que Pierre
Schild monta en los estudios Orphea, cuando aún está en la memoria de
todos el soberbio trabajo de Fernando Mignoni para La verbena de la Paloma
(benito Perojo, 1935). Verbenas de signo popular y vanguardista a un tiempo, como ha demostrado Ernesto Giménez Caballero en las doce estampas de su Esencia de verbena (1930). Toda la acción tiene lugar en esta feria de
barriada, donde encontramos todos los tipos esperables: el del puesto de
la fuerza, el tragasables, la del tiro al bote, el comefuegos, el que
vende bigotes postizos... Solo falta la «mujer cañón», que debe
interpretar una gorda inmensa. El ayudante de dirección localiza en el
barrio chino barcelonés a una prostituta de ciento sesenta kilos que
cobra dos duros por servicio. Le ofrecen por salir en la película el
equivalente a una, dos, tres jornadas de trabajo, pero ella se niega en
redondo: "No quiero que mis hijos se avergüencen de mí", corta tajante
la licitación.
Don Paco (Miguel Pozanco), el dueño de la barraca de fenómenos, pregona
sus atracciones. Levinsky (José María Lado), un aventurero extranjero,
le exige que le pague un dinero ya que tiene unos pagarés que le
comprometen. Don Paco le invita a entrar en El Palacio de las Maravillas
para ver a Madame Dupont (de nuevo Amalia de Isaura), la atractiva
mujer barbuda que pone en solfa la propia naturaleza del proyecto al
cantar La Parrala "en camelo":
Lo que la gente sabía / es que dos novios tenía, / que estaba
comprometiendo / porque a ninguno quería, / que de los dos se reía / sin
ningún remordimiento. / Que el uno dice que "oui", / que el otro dice
que "non", / y aseguran por ahí / que a los dos se la pegó.
Don Paco enseña a Levinsky este y otros números, como los de
Rachmaninov, el comepeces (José Martín), y Stella Matutina, la cabeza
parlante (Maruja Tomás) —un personaje que ya había aparecido en un
relato publicado por Neville en Revista de Occidente en 1928,
cuando practicaba el humor deshumanizado al modo ramoniano—, de la que
el aventurero se prenda instantáneamente. Los falsos fenómenos, ajenos
al drama, se reúnen para cenar. Despojados de su ropa de trabajo, los
habitantes del Palacio de las Maravillas resultan un tanto prosaicos;
constituye una digresión humorística en la que Neville se deja llevar
por la fantasía y el gusto por la paradoja. Mientras tanto, Levinsky
hace firmar a don Paco la cesión de Stella Matutina para llevársela a
América. Al enterarse, Estrella, sola en la feria, canta la habanera
Adiós a Madrid: “¡Ay mi Madrid, donde dejo todo mi ser! / ¡Ay mi Madrid,
y mi corazón!”. Y las barcas que se balancean solitarias son el símbolo
de lo que va a quedar atrás.
Felipe (Juan Monfort), el novio de Stella, encargado del tiovivo, se
queda muy contrariado cuando se entera de la noticia. Igual que el resto
de sus compañeros. Madame Dupont, que es un poco revanchista, se
afeita: “Pelillos a la mar”, dice. Don Paco se lo reprocha: “Sin barba
parece usted un torero”. Madame Dupont ocupa el puesto de cabeza
parlante pero es tan borde que el público se queja: “Podían haber tirado
la cabeza, en vez del cuerpo”. Ella se marcha enfadada, desvelando el
truco. Los enanos le enseñan entonces un periódico a la ex-mujer
barbuda. Cuando llega Levinsky revelan que es un fugado de presidio,
convicto por trata de blancas y que, además, en un circo de Marsella
asesinó a una trapecista. Levinsky huye perseguido por los fenómenos.
Stella ya no tiene que marcharse y Felipe pone el tiovivo en marcha. Se
montan juntos en un caballito. Ella canta un nuevo tema y, a mitad, un
reprise de Adiós a Madrid con la letra alterada: “¡Ay mi Madrid, que me
ha dao la felicidad! / ¡Ay mi Madrid, de mi corazón!”.
Con el tiempo, Méndez Leite conceptuará Verbena como la mejor entrega de Canciones “pues ofrece detalles de preocupación creadora y de auténtica inspiración ambiental”. [Fernando Méndez Leite: Historia del cine español, vol. I.
Madrid, Ediciones Rialp, 1965, pág. 147.] Lo mismo había hecho
Mas-Guindal cuando se estrenó en el cine Avenida el 10 de noviembre de
1940: “Verbena [...] tiene ambiente, detalles que revelan una
preocupación directiva y un conjunto bastante armónico en forma y fondo,
llevado ágilmente y con interés”. [Antonio Mas-Guindal: “Página de
crítica”, en Primer Plano, núm. 57, 16 de noviembre de 1941.] Rematemos este repaso crítico con el juicio de Fernández Cuenca:
Desarróllase en un pintoresco marco de unos feriantes y se plantea,
transcurre y resuelve con ritmo lleno de agilidad y precisión. Edgar
Neville lo ha traducido en imágenes eficacísimas siempre y esmaltadas de
aciertos rebosantes de humor; la escena de la comida y la que muestra a
la mujer barbuda afeitándose son ejemplos de buena comicidad
fotogénica. [Carlos Fernández Cuenca, en Ya, 12 de noviembre de 1941]
Si la filmación de
La Parrala se había resuelto en una semana laborable, el rodaje de los treinta minutos de
Verbena se
prolonga a lo largo de ocho jornadas, de las cuales seis son nocturnas.
Cuando finaliza esta labor, Neville pasa unos días en Calella con
Conchita Montes y, apenas terminada la temporada veraniega, se trasladan a
Sitges, donde trabaja en la redacción del guión de
Correo de Indias (1942). Una
vez rematadas las labores de montaje, a finales de septiembre, y
habiéndose pulido el dinero que ha cobrado por el primero de los
cortometrajes en esta suerte de vacaciones laborales, regresan a Madrid. En el saldo estival, quedan además en su haber estos dos cortometrajes de ambientación castiza y trama criminal que prefiguran el rumbo que tomará su filmografía a partir de
La torre de los siete jorobados (1944), tras su producción propagandista en Italia y los dos intentos comercialmente fallidos, de vuelta a España:
Correo de Indias y
Café de París (1943).
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