domingo, 20 de mayo de 2018

ramón torrado (7)


La carrera conjunta de Paquita Rico y Ramón Torrado, a quien siempre reconoció como su mentor cinematográfico, abarca siete títulos entre 1949 y 1958, año en que se despiden en el rodaje de Las lavanderas de Portugal / Les lavandières du Portugal / Lavandeiras de Portugal (Ramón Torrado / Pierre Gaspard-Huit, 1958), una coproducción en Eastmancolor y Dyaliscope. Han rodado Suspiros de Triana (Ramón Torrado, 1955) en Gevacolor pero ¿Dónde vas, Alfonso XII? (Luis César Amadori, 1959), la película que la consagra junto a Vicente Parra, es ya una cinta en Eastmancolor.

Para darle la réplica a la "Trianera de Bronce" en La alegre caravana (1953) llega a España el cubano Otto Sirgo. Está casado con la actriz mexicana Magda Haller y ha trabajado en las dos industrias latinoamericanas más activas en estos años: la azteca y la argentina. Su estancia de un par de años en España viene avalada por una encomienda oficial del mismísimo Fulgencio Batista, como representante del recién creado Patronato de Desarrollo de la Cinematografía cubano. Algo que casa con los intereses expansionistas de Cesáreo González. Además, el tema ha sido elegido, sin duda, por sus cualidades fotogénicas: una caravana de zíngaros y una tropilla de cómicos recorren los pueblos de la España decimonónica estableciendo una competencia que tocará a su fin con el consabido triunfo del amor. Un argumento un tanto reiterativo en su desarrollo, original de Francisco Naranjo y Pedro Lazaga, que optaba un año antes a realizarlo para Ariel y ahora se tiene que conformar con asistir a Torrado. Para que no falte ningún ingrediente, la música es del luismarianista Francis Lopez. La película obtiene la ya habitual andanada de dicterios por parte de los miembros de la Junta de Censura, ahora rebautizada como de Orientación Cinematográfica. En su lectura del libreto, Antonio Fraguas solicita la supresión de una escena en la iglesia y razona que “dadas las normas actuales no hay posibilidad de prohibirlo, pero convendría tomar medidas para limitar tanto folklore y tanto torero y tanto Viva Cartagena”.

La dirección de Ramón Torrado resulta anodina como pocas. El trabajo en estudio tampoco invita a grandes alardes, pero aquí se deja ver que, sin el acicate del color, la producción se adocena a ojos vistas. Tampoco es Torrado un director de grandes ambiciones. Su encuentro con Paquita Rico es el hallazgo de una veta que constituye la esencia de su cine durante la década de los cincuenta. Para Ariel ruedan juntos una nueva versión de Malvaloca (1954), y un año después Curra Veleta (1955) para Dauro Films.

De Malvaloca, drama de ambiente andaluz de los hermanos Álvarez Quintero estrenado en 1912, se han rodado tres versiones. En esta ocasión, al contrario que en otros sainetes de los comediógrafos sevillanos, el humor recae en los personajes secundarios y la trama se centra en una joven que "se echa a la vida". Malvaloca es la mantenida de un canalla simpático, Salvador, y se enamora de un hombre recto y honrado, Leonardo. Hay un paralelismo alegórico entre la mujer caída que lucha por la redención y una campana que los dos hombres de su vida, socios en una fundación, deben volver a fundir. Se ilustra de este modo la copla que dio lugar al argumento: “Meresía esta serrana / que la fundieran de nuevo / como funden las campanas”.

El protagonismo de Paquita Rico en la versión de 1954 enfila irremediablemente el drama por el carril de la españolada. Para ello, Torrado prescinde de todo prólogo. Malvaloca (Paquita Rico) trabaja en el café cantante de su antiguo protector (Arturo Marín) y es ella quien se encuentra con Leonardo (Peter Damon) en el tren, cuando se entera de que Salvador (Emilio Segura) ha resultado herido en la fundición. Además, éste convalece en el convento, al cuidado de la hermana Piedad (Lina Yegros), que será quien finalmente salve a Malvaloca del suicidio en un clímax religioso que Torrado ya había empleado en Mar abierto (1946). Este final de drama romántico supone la culminación de un trayecto en el que, al margen de otras soluciones convencionales, el personaje femenino asume por primera vez la posición de sujeto activo en la relación con Leonardo, como demuestra su reacción cuando éste le desea castamente buenas noches una vez la ha llevado a la casa de Teresona (Rosario Royo) ante el escándalo de las vecinas criticonas.

Como en casi todas las películas de Torrado la comedia descansa una vez más en los personajes secundarios –la pareja Miguel Ligero / Antonio Riquelme, el inevitable Xan das Bolas- en tanto que los protagonistas hacen suyas las leyes del melodrama.

De nuevo a las órdenes de Ramón Torrado, aunque esta vez en un blanco y negro que firma José F. Aguayo, Paquita Rico encarna en Curra Veleta a una muchacha montaraz de Ayamonte —el modelo de partida podría ser la Gina Lollobrigida de la serie Pan, amor y... (Luigi Comencini, 1953-1954)— que se enamora del hispanista estadounidense Alfred Brighton (Gerard Tichy) cuando éste viaja a Sevilla en compañía de un colega (Manuel Arbó).

Los norteamericanos son recibidos por los miembros de la “Alianza Cultural Hispano-Americana”. En su conferencia, el profesor Brighton hace suyo el argumento de que “estimar el tipismo de una nación es empezar a estimar a la nación misma”, dando cobertura teórica al argumento oficial y comercial de la exportabilidad de la pandereta:

—En resumen, obligación de todos es estrechar cada día más los lazos que unen a ambas naciones. Por mi parte, os diré que marcharé de esta tierra maravillosa llevándome un recuerdo imborrable de su cielo, de sus flores y de la belleza de sus mujeres, esas mujeres andaluzas, suaves, dulces, nacidas sólo para el amor y la ternura.

Al fin y al cabo, tan tópica es la España de pandereta, argumenta el profesor, como la Norteamérica de las películas de vaqueros en que se basa el conocimiento popular del otro. Las diferencias culturales quedan así asimiladas a la tradicional guerra de sexos. Y, ya se sabe que estas batallas terminan siempre con la rendición —amorosa— de los contendientes.

Suspiros de Triana (1955) es una revisión de Suspiros de España (Benito Perojo, 1938). Ésta había sido una de las producciones que Benito Perojo había realizado durante la Guerra Civil en estudios alemanes para la Hispano Filmproduktion de Johann Wilhelm Ther. Sin perder de vista la repercusión que las producciones de Cifesa con Imperio Argentina habían tenido entre el público latinoamericano, urden una españolada a partir del célebre pasodoble homónimo, compuesto por Antonio Álvarez Alonso en 1902. Juan Antonio Álvarez Cantos, al parecer sobrino del músico, crea entonces una letra preñada de nostalgias transatlánticas a la que se ceñirá el argumento de la película: “Dentro del alma te llevaré, / cuna de gloria, valentía y blasón. / España, ya nunca más te he de ver. / De pena suspira mi corazón. / Si con el viento llega a tus pies / este lamento de mi amargo dolor, / España, devuélvelo con amor, España de mi querer”.

El argumento de Suspiros de Triana, realizada casi veinte años después por Ramón Torrado para la productora del propio Benito Perojo, es casi idéntico. Sole (Estrellita Castro / Paquita Rico) es una chica humilde del barrio de Triana, a la que Carlos (Roberto Rey / Angelillo), un cazatalentos con base en América, pretende llevarse para allá. Su padrino (Miguel Ligero / Antonio Riquelme) es un borrachín empedernido sojuzgado por su señora (Concha Catalá / Rafaela Satorres), lavandera encargada de la limpieza de la ropa interior de Carlos. Por similitud argumental, se mantiene, incluso, la anécdota del planchado de los calzoncillos para el encuentro del cazatalentos y la cantante neófita, que tan adverso efecto produjo entre la crítica al estrenarse la primera versión. El regreso de Angelillo a las pantallas españolas después de casi décadas de exilio propicia que el personaje sea también cantante. Y el destino del barco en el que la protagonista canta el inmortal pasodoble que daba título a la primera película es ahora México, en lugar de Cuba.

El Gevacolor –hoy absolutamente desvaído- y el protagonismo de Paquita Rico marcan, en cambio, la datación de la cinta de Torrado. Y el nivel de autorreferencialidad, aunque esto sea moneda común en las películas folklóricas de la época. Empezando por la voz en off de Ángel de Echenique, que  invita a los espectadores a buscar al protagonista por toda Sevilla, propiciando la mirada directa al objetivo de la cámara por parte de los interpelados, recurso que se hará patente, esta vez sin justificación alguna, cuando Paquita Rico cante en la cubierta del barco que se la lleva de su tierra “Suspiros de España”, que se reprisa en ambos finales en formato de dúo.

Imposible saber cómo resolvió Torrado su primer encuentro con la pantalla ancha porque las copias de Las lavanderas de Portugal emitidas por televisión amputan el formato. No obstante, resulta dudoso que su responsabilidad en Lfuera más allá de lo nominal a efectos de coproducción. De hecho, en las copias españolas su nombre figura debajo del de Pierre Gaspard-Huit y en las fichas francesas ni siquiera consta esta acreditación. No obstante, su larga asociación con Paquita Rico –que con esta cinta toca a su fin- parece motivo suficiente para justificar su elección por parte de Cesáreo González, quien también incluye en los créditos a Juan Mariné como director de fotografía, cometido que las bases de datos galas atribuyen a Roger Fellous. El Catálogo del cine español 1951-1960 vol. F5 asegura que se rodó en triple versión española, francesa y portuguesa, aunque la participación lusa en la producción sólo ha sido reivindicada por José de Matos-Cruz.

Centrémonos pues en Paquita Rico, que interpreta a Mariana, una lavandera portuguesa en cuyo lanzamiento publicitario como imagen de marca del detergente Floc están empeñados los rivales en la promoción cinematográfica Jean-François (Jean-Claude Pascal) y Catherine (Anne Vernon). La popularidad entre el público francés de la canción “Las lavanderas de Portugal” ha determinado la elección. Sin embargo, su primera aparición en pantalla tiene lugar cuando ya han transcurrido cincuenta minutos del metraje y su presencia no deja de ser un motivo secundario frente el vodevil amoroso entre los dos genios de la publicidad, aunque, una vez atrapado el protagonista en las redes del compromiso matrimonial terminará por imponerse la solidaridad femenina.

Modernidad y tradición son el correlato del coqueteo y el amor verdadero. Lo que más llama la atención es que, a la altura de 1958, España parece haber perdido su pedigrí de esencia de lo típico y del conservadurismo en favor de su vecino ibérico.

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