domingo, 13 de octubre de 2019

lazaga 101 (19)


Después de innumerables cábalas, he decidido dejar Sor Citroen (1967) desparejada, dada su condición de islote en la filmografía de Lazaga. Podría haber intentado casarla con otras producciones de Pedro Masó o con el conservadurismo de las primeras colaboraciones del de Valls con Paco Martínez Soria, pero todos ellos son filones con características propias en los que el melodrama protagonizado por Gracita y el juguete cómico en el que se mueve López Vázquez resultan tan irreductibles que terminan conformando un universo cerrado.

Agotadas las variedades yeyés de la monjita cantante, Pedro Masó apuesta por la variante de la motorización. Ya había hecho la promoción cinematográfica del 600 en Ya tenemos coche (Julio Salvador, 1958) y se lanza en esta ocasión al fomento del popular “dos caballos”, fabricado en Vigo desde 1959 con licencia de la francesa Citroen. De que Lazaga cumplió a la perfección con lo que se le había encomendado dan cuenta los casi dos millones de espectadores que pasaron por taquilla cuando la película se estrenó y la prevalencia de su éxito en sus actuales reposiciones televisivas.

El futuro del convento en el que vive la hermana Tomasa (Gracita Morales) pasa porque ella consiga el carné de conducir con el que poder maniobrar el Citroen 2CV que llevará a las monjitas hacia un futuro prometedor. Tres tramas secundarias van punteando ésta: la del padre (Andrés Mejuto), el guardagujas de La Robla que ha debido renunciar en la vejez a la compañía de su única hija; la del “Cuchillas” (José Luis López Vázquez), un ladronzuelo de tres al cuarto al que la hermana Tomas siempre está sacando de algún lío; y la de Luisita (Ana Isabel Joglar), una niña acogida en el convento a la que han tenido que separar de su hermanito. El carácter sentimental de la primera y la última proporcionan cierta continuidad a un argumento claramente episódico, en tanto que las tropelías del “Cuchillas” y las quisicosas del convento –con la rivalidad siempre presente con la hermana Rafaela (Rafaela Aparicio)- soportan la mayoría de las escenas cómicas.

También la música de Antón García Abril se atiene a esta dualidad. Hablar del compositor turolense es hablar del paisaje sonoro lazaguiano. Tanto llegaron a confundirse sus filmografías que el maestro ha sido calificado como "compositor oficial de Pedro Lazaga". [Josep Lluís i Falco, en José Luis Borau (ed.): Diccionario del Cine Español. Madrid, AACCE / Alianza Editorial / Fundación Autor, 1998, pág. 393.] El reconocimiento contemporáneo -los premios del Sindicato Nacional del Espectáculo para las partituras de La fiel infantería (1959) y No le busques tres pies (1968), y el del Círculo de Escritores Cinematográficos ese mismo año a su labor de conjunto- se fue convirtiendo en baldón al tiempo que la filmografía de Lazaga se adocenaba. Resulta sintomático que en la monografía que le dedica Cabañas Alamán, el realizador sea mencionado en contadísimas ocasiones y en alguna de ellas como contrapunto para destacar las colaboraciones del compositor con Mario Camus: "[Lazaga] se vio obligado a supeditar su enorme talento a lo que suponía el cine como empresa". [Fernando J. Cabañas Alamán: Antón García Abril: Sonidos en libertad. Madrid, Instituto Complutense de Ciencias Musicales, 1993, pág. 123.] Porque García Abril tuvo que participar en El crimen de Cuenca (Pilar Miró, 1979) o Los santos inocentes (Mario Camus, 1984) para recuperar su prestigio de músico serio. Transita así de la tendencia sinfónica y vanguardista de sus inicios, a la música ligera de corte italiano, con preponderancia de la melodía característica de la comedia desarrollista, para recalar al fin en las orquestaciones sinfónicas, ahora de ascendencia nacionalista. En 2014 recibe la Medalla de Oro de la Academia de Cine. Declara entonces: "He escrito de todo en todos los formatos, no hago distingos entre una película y una ópera". [ABC, 27 de octubre de 2014.] Pero también se queja de que hace veinticinco años que el cine se olvidó de él. Si la sintonía de El hombre y la tierra (Félix Rodríguez de la Fuente, 1974-1981) es acaso su composición más recordada, el tema “dabadá” de los títulos de crédito de Sor Citroen ha llegado, con el tiempo, a convertirse en un imprescindible del retro-lounge hispano. 

 

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