El hecho de que José María Zabalza accediera a ambientar el Chicago de la Ley Seca en el Irún post-sesentayochista y el que Homicidios en Chicago (1969) se rodara en frenético doblete con El regreso de Al Capone (1969), con la que comparte intérpretes, decorados, vestuario y flotilla automovilística, resulta tan llamativo que suele opacar el resto de sus virtudes y defectos. Entre los primeros está que, a medio camino entre The St. Valentine's Day Massacre (La matanza del día de San Valentín, Roger Corman, 1967) y Bonnie and Clyde (Bonnie y Clyde, Arthur Penn, 1967), Zabalza elabore un guión junto al productor José Antonio Cascales que bebe directamente de la colección FBI de la editorial Rollán. La intriga en torno a la editorial de Barlow y los propósitos de matrimonio de éste para una de sus hijas, el argumento melodramático de la pianista ciega, la intriga misma, con la multiplicación de sospechosos, procede de esta cantera inagotable que es el folletín popular de posguerra en formato novela de a duro. No es extraño pues que, si el vestuario y las caracterizaciones buscan el reclamo de las películas recientes, el universo al que remiten las cintas de Zabalza sea el de los melodramas criminales de Warner Bros. de los años treinta y la serie de televisión The Untouchables (Los intocables, ABC, 1959-1963), emitida por TVE entre 1964 y 1967.
Luego, la película se resuelve en una serie de secuencias con levísima o inexistente concatenación causal. En ocasiones se trata de diálogos banales o expositivos sin el más mínimo interés, que Zabalza puede llegar a resolver incluso por teléfono, en una argucia ahorradora que se repetirá a lo largo de toda su filmografía. En otras, priman la acción y la violencia, elíptica o no; siempre menos exhaustivas que lo que el género demanda; peleas a puñetazos y atropellos permiten prescindir del derroche de las metralletas Thompson, icono del género gangsteril desde Scarface (Scarface, terror del hampa, Howard Hawks, 1932). Por último, hay mayoría de situaciones en las que lo que prima es un suspense sin resolución inmediata: llamadas no atendidas, ruido de pasos nocturnos en una calle solitaria... En ellas Zabalza hace uso intensivo e imaginativo de las localizaciones naturales, por mucho que casi todas ellas delaten su datación sesentera. A veces parece que se recreara incluso en este tipo de juegos, como cuando sitúa una pelea ante una batería cuyo bombo ostenta sin rebozo el nombre de "The Blues Stones".
El realizador comparece en efigie durante un interrogatorio en comisaría en el papel de un atribulado ciudadano que se encontró por casualidad la cartera de Barlow y que, por tanto, resulta sospechoso de asesinato. Es probable que también aparezca en la película Ana Satrova -sus manos, al menos- interpretando el tema principal de la banda sonora, que tanta importancia cobrará en la resolución del enigma. Es la segunda ocasión en que la compositora argentina colabora con Zabalza. A partir de este momento sus carreras profesionales y sus trayectorias vitales van a quedar indisolublemente unidas.
El regreso de Al Capone apenas tiene nada que ver formalmente con Homicidios en Chicago. Al reparto se incorpora en esta ocasión Jesús Puente en el papel titular, aunque su personaje tenga bastante poco que ver con el auténtico Scarface. Un montaje fotográfico nos sitúa en el tópico Chicago de la Prohibición y la guerra de gangs. A partir de ahí, la acción se dispara, puntuada por breves escenas dialogadas. Esto no quiere decir que las trepidantes escenas estén siquiera correctamente rodadas y montadas, pero la ausencia de secuencias de transición y las elipsis abruptas confieren a un metraje cargado de violencia un ritmo sincopado que impide que el espectador se cuestione las incoherencias argumentales.
Controlado por los Intocables de Ness (Antonio Escales) el contrabando de licor, este Capone tiene sus principales fuentes de ingresos en los amaños de las apuestas pugilísticas y en la protección a tintorerías. Su mano derecha (José Truchado) se llama nada menos que Killinger; su némesis, Tony (José Campos), un buen chico al que su hermana (Bernadette Bernier), amante de Capone, llevará por el mal camino. Cuando Killinger viole a su novia (María Bru), Tony buscará la venganza. Entretanto, Rocco (Ernesto Arróniz) pretende arrebatarle el negocio del crimen a Capone.
Si ya uno de los momentos clave de la trama -el atentado de Rocco contra Killinger- ha quedado inexplicablemente elidido, aún más grave resulta la falta de resolución de la subtrama entre Tony y su amada, que había funcionado como uno de los motores argumentales de la cinta. El insatisfactorio final se desplaza entonces a la muerte de los dos personajes de apoyo -Rocco y Killinger- por cuenta de dos amantes despechadas.
En esta ocasión, Zabalza encarna a un chivato de Killinger. Detrás de la cámara aún se permite el lujo de hacer algún alarde técnico-ecónomico, como la pelea entre Tony y Killinger, coreografiada en un plano secuencia de un par de minutos.
Estrenada en programas dobles, obtuvo tan escasa como negativa repercusión crítica. [Gurutz Albisu: José María Zabalza: Cine, bohemia y supervivencia. San Sebastián: Diputación Foral de Gipuzkoa, 2011, pág. 127.]
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