domingo, 13 de noviembre de 2016

panorama del cine criminal barcelonés (6)



Aunque la producción de El fugitivo de Amberes (Miguel Iglesias, 1955) figura a nombre de la productora española Pecsa Films —la firma de José Carreras Planas— según revela Ramón Espelt en su estudio Ficció criminal a Barcelona 1950-1963 la financiación del proyecto fue bastante más complicada. El dinero provendría de un industrial mallorquín encaprichado de la actriz Amelia de Castro, en tanto que el francés Georges de Beauregard habría intervenido en la elaboración del reparto —lo que explica la presencia al frente del mismo del suizo Howard Vernon y la francesa Anouk Ferjac—, el rodaje en los Países Bajos y Francia y el estreno en estos países. El guión corre a cargo del director y de Juan Bosch, que entra así en contacto con Enrique Esteban. Ambos nombres aparecerán de nuevo en esta crónica. Ya hemos detallado su argumento en la entrada dedicada a la filmografía de Miguel Iglesias, a la cual me remito también para otros títulos dirigidos por él e integrados en el ciclo criminal.

La campaña de lanzamiento consistió en insertar sueltos en los que se daba cuenta del argumento como si de la noticia de un auténtico robo se tratara. En El Mundo Deportivo del 30 de julio de 1955 —dos días antes del estreno barcelonés— se menciona la fuga de Amberes de un conocido ladrón internacional que podría haber escapado en un barco con rumbo a Barcelona. Y así.

En La Vanguardia del 2 de agosto del mismo año, se alaba la pericia técnica del director y el operador pero se reprocha a la película la falta de rigor en la construcción.
Se inspira en motivos no ya literarios, sino simplemente cinematográficos jubilados ya; se aprecia en ella un indefinible aire de falta de autenticidad y, en suma, la aventura que cuenta se desvanece en. una pura sucesión de episodios más o menos agitados, más o menos tenebrosos, más o menos artificiales, donde no se halla ni la pequeña novedad de una idea distinta ni ese precioso toque humano que puede valorar, y de hecho valora muchas veces, las historias de más corta raíz”.

Acaso por ello las gacetillas de la siguiente película del mismo equipo, El cerco (Miguel Iglesias, 1955), subrayan que ésta discurre
“por una vertiente distinta a la de las muestras más conocidas del mismo estilo, pues trama novelesca y convencional de aquéllas, ha sido substituida por la repercusión humana de la anécdota verista”.

El rostro pétreo y la voz viril, curtida en mil doblajes, de José Guardiola hermana las acciones del maquis urbano de Quico Sabaté, que constituyen el eje argumental de El cerco con el regreso a Barcelona en 1954 de los miembros de la División Azul que habían permanecido en campos de trabajo soviéticos durante casi una década: Carta a una mujer (Miguel Iglesias, 1956). Aquí Guardiola encarna a “El Asturias”, un infiltrado comunista entre los ex-divisionarios. El cabecilla del grupo que se introduce en España clandestinamente es el imprescindible Luis Induni. El atraco que ha planeado se complica cuando “El Asturias” se encuentra con un compañero de cautiverio en el local que pretendían asaltar. Al enterarse de que otro se sacrificó por él, da marcha atrás. Ahora le pisan los talones la policía y los miembros del grupo. Los alrededores de la estación, con sus túneles y sus sombras expresionistas son el escenario idóneo para el enfrentamiento final, que, no obstante, queda relegado a una función secundaria en los vericuetos melodramáticos que consumen la mayor parte del metraje.

Barcelona Connection (Miguel Iglesias, 1988), la película que cierra la filmografía de su director, intenta adscribirse al modelo del cine de denuncia italiano sin lograrlo por culpa de una realización deudora de la explotación más evidente. El hecho de que la cinta se rodara en inglés —o para ser doblada en este idioma— y se presentara en España doblada en castellano, tampoco ayuda. Sin embargo, los apuntes sobre la infiltración del crimen organizado en una delincuencia que podríamos llamar "menestral" en la Barcelona preolímpica, a la que se alude un tanto de pasada, indican que había una veta que se podía haber explorado con provecho.

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