domingo, 11 de diciembre de 2016

panorama del cine criminal barcelonés (10)


Entrevistado a pie de obra durante la postproducción de Distrito Quinto (Julio Coll, 1956), Coll, que ha sido crítico teatral en la revista Destino durante un buen puñado de años y ha participado en algunos guiones, entre ellos el seminal de Apartado de Correos 1001, responde a la pregunta sobre su interés por los “bajos fondos”.
Porque en ellos responde Coll he encontrado unos tipos, que al mismo tiempo que son vehículo para darle amenidad a la anécdota, con su agudeza para mentir, me han permitido dar cuenta de la facilidad con que se nos puede engañar en la vida en todos los terrenos.

No estamos pues lejos de Los bajos fondos de Gorky y de su adaptación por parte de Jean Renoir, por mucho que no sea ésta referencia habitual a la hora de enjuiciar la película. La misma miseria, idénticos sueños rotos.

Nunca es demasiado tarde (Julio Coll, 1956), su debut como director, arranca como un clásico noir pero pronto deriva hacia el drama moral, como anuncia su título. Jorge (Gerard Tichy) participa en un atraco a una fábrica durante el que muere el vigilante nocturno. Denuncia entonces a sus cómplices y regresa con el dinero del botín a su pueblo. Allí le aguardan sus hermanos, Isabel (Margarita Andrey), la mujer a la que abandonó hace doce años, y un hijo al que su hermano mayor está dispuesto a reconocer casándose con la chica. Jorge intenta hacerse digno de su apellido y de su hijo casándose con Isabel y entregándose a la policia, pero sus cómplices han escapado de la policía y vienen a buscarle al pueblo.

La primera película como director de Coll muestra ya algunas características de su cine: cierta tendencia al fomalismo, esmero compositivo y diálogos eminentemente teatrales, un tanto rígidos para el medio cinematográfico. También la presencia en un papel secundario de un primerizo Arturo Fernández, que terminará por convertirse en protagonista de algunos de los títulos del ciclo policial barcelonés.
 
Para su primera producción con la marca Juro Films, Coll adapta libremente una obra teatral de José María Espinàs titulada Es peligroso hacer esperar. En lugar de “airearla”, que es lo que tradicionalmente se hace con cuanta comedia y drama de ponen a tiro del adaptador, Coll opta sabiamente por circunscribir la acción al piso, jugando con el ritmo obsesivo de los relojes hasta crear una pieza claustrofóbica y enfermiza. El exterior, las calles del Distrito Quinto del título, apenas se vislumbran desde una terraza donde David “El Bobo” (Jesús Colomer) cría palomas, eco incuestionable de On the Waterfront (La ley del silencio, Elia Kazan, 1954). El piso de Miguel (Pedro de Córdoba) y Tina (Linda Chacón), punto de reunión de cinco atracadores que acaban de perpetrar un robo en una fábrica, no deja de ser trasunto del clima que se respiraba en España en aquellos momentos. O así, al menos, es dable interpretarlo ahora. Los censores coincidieron con estas apreciaciones pero no les satisficieron demasiado. Uno de ellos escribió que el guión eran“noventa minutos metidos en un ambiente de asfixia moral, entre tipos humanos repulsivos, en un medio cinematográficamente desagradable”.

Tales admoniciones llevaron a Coll a realizar varias supresiones y a introducir una cartela en el que se avisa al espectador de que sólo la Conciencia y la Religión —así, con mayúsculaspueden salvar al hombre del crimen. Mientras esperan la llegada del jefe de la banda (Alberto Closas) empiezan a aflorar los temores y esperanzas de cada uno de los delincuentes. En todas sus escenas Closas manda. Había llegado de Buenos Aires, donde su familia se exilió siendo él apenas un mozalbete, pisando firme en el teatro. Para enfrentarse a él, Julio Coll llama a un actor al que ha visto también desenvolverse en el escenario como galán joven en la compañía de Conchita Montes. Apenas tiene tablas cinematográficas, es asturiano y se llama Arturo Fernández:
Julio Coll era un hombre con una visión... Se adelantó, en su forma de dirección, en todo... Era un hombre muy meticuloso. Estéticamente: los encuadres, los actores, todo. Ensayabas hasta la saciedad y, qué duda cabe, eso lo agradecía.

Si la fotografía y el montaje son elementos claves en la construcción de una pieza de género, la definición ambiental viene dada casi siempre por la música. También en esto el criminal barcelonés ostenta signos distintivos. El gerundense Xavier Montsalvatge, músico de formación clásica y compañero de Coll en la revista Destino, proporciona una partitura sinfónica de resonancias jazzísticas y se permite licencias populares, como la inclusión de una armónica. Para Un vaso de whisky (Julio Coll, 1959) realizará arreglos y variaciones a partir de un tema de José Solá, lo que provocará una polémica entre ambos. Lo cierto es que a partir de este momento, Solá “es”, musicalmente, el género que nos ocupa. Suyas son las composiciones —desiguales a gusto de uno— para las producciones de Germán Lorente: A sangre fría (Juan Bosch, 1959), Regresa un desconocido (Juan Bosch, 1961) y No dispares contra mí (José María Nunes, 1961), al tiempo que sigue colaborando con Coll en películas con ribetes criminales pero ajenas a nuestra aproximación como Los cuervos (Julio Coll, 1962) y La cuarta ventana (Julio Coll, 1963). Solá tiene una formación musical elemental, pero su orquesta trabaja en los mejores locales nocturnos de Barcelona a mediados de los años cincuenta. Solá acompañará en todo el ciclo a Arturo Fernández cuando éste asuma, ya trasladado a Madrid, el papel de policía corrupto en El salario del crimen (Julio Buchs, 1964). Se trata de algo totalmente insólito en el cine español hasta pocos años antes, cuando Berlanga certificaba que uno de sus guiones había sido prohibido porque un número de la Benemérita marraba un tiro y los censores arguyeron que no se podía poner en duda la puntería de la gloriosa Guardia Civil.

En Un vaso de whisky Coll cuenta con el mismo equipo que había colaborado con él en Distrito Quinto para confeccionar no ya un policial, sino un ambicioso drama sobre las consecuencias de nuestros actos a partir de un envoltorio de noir. Los escenarios —cabarets, gimnasios pugilísticos, tabernas...— y la música —el combo jazzístico de Solá— recrean la iconografía del cine criminal barcelonés pero sólo para apuntalar la tesis de que la responsabilidad por una villanía acaba atañendo a seres inocentes que caen cual las fichas de dominó de los títulos de crédito. Para el gigoló Víctor (Arturo Fernández) las mujeres son únicamente fuente de divisas o promesa un futuro sin preocupaciones. Su afán predatorio no conoce límites. Arrastra a un estudiante de Medicina (Carlos Larrañaga) en sus correrías nocturnas, conduce al alcoholismo a su antigua amante (Yelena Samarina) y enamora a la ingenua propietaria de un hotel en la Costa Brava (Rossana Podestà). Un inspector de policía (Jorge Rigaud) asiste sentencioso a la caída de las fichas de dominó.

Divertimento policial es ya La cuarta ventana (Julio Coll, 1961), que se presenta como la película de las tres hermanas Penella, esto es: Elisa Montés, Terele Pávez y Emma Penella. Las tres son chicas de alterne en el Club La Pachanga y por un quíteme allá usted un tarro de crema lleno de cocaína son detenidas por la policía que las sigue discretamente. Cuando llegan a casa, las pilinguis se encuentran a una pobre muchacha que ha intentado suicidarse al verse abandonada por un saxofonista (Leo Anchóriz). Las peripecias de las chicas en busca del canalla cubren todo el metraje, cuyo principal aliciente es la complicidad de las actrices.

Fuego / Pyro… The Thing Without A Face (Julio Coll, 1963) escapa por adscripción geográfica -la mayor parte de la acción tiene lugar en un pueblo de la costa lucense- y genérica al objetivo de este repaso. No obstante, presenta en el primer acto algunos elementos de cine negro canónico, con un ingeniero adúltero y una amante vengativa y un tanto pirómana. El hecho de que esté producida por Sidney Pink para American International Pictures termina alejándola por completo de nuestro ámbito de interés. Tampoco caben aquí Los muertos no perdonan (Julio Coll, 1963) o en Persecución hasta Valencia / Il sapore della vendetta (Julio Coll, 1970), una estilizada intriga internacional sobre estupefacientes con escala en una Barcelona de postal repleta de gánsteres y hippies, auqnue el encuentro de su protagonista con uno de los intermediarios tiene lugar en el mismo frontón en el que jugaba a pelota la protagonista femenina de Apartado de Correos 1001, de la que Coll había sido coguionista.

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