domingo, 18 de diciembre de 2016

panorama del cine criminal barcelonés (11)



A sangre fría (Juan Bosch, 1959) figura en los títulos de crédito de la copia disponible como Trampa al amanecer. Se debe esta anomalía al estreno de la película de Richard Brooks con idéntico título español que llevó a la distribuidora norteamericana a pedir, incluso, la destrucción de la cinta de Bosch. Por suerte prevaleció el sentido común y hoy podemos disfrutar de una de las cintas más interesantes del ciclo.

La película comienza con una espléndida obertura por una carretera de la que la cámara devora kilómetros con el acompañamiento de un tema de corte jazzístico de José Solá. Luego veremos que es la huida de los cuatro malhechores tras la muerte de Enrique (un Fernando Sancho en un registro totalmente inesperado). La acción propiamente dicha de abre con planos de situación de un barrio en el extrarradio barcelonés. Un autobús se detiene en lo que podría ser la última parada de su trayecto frente a un cine de barrio, acaso en implícita declaración de intenciones. Estos planos sirven de prólogo a la presentación de Carlos (Larrañaga) y su novia María (María Mahor). Carlos fuma indolente, tumbado en la cama, cuando recibe una llamada de Isabel (Gisia Paradís). María muestra su desaprobación porque sabe el tipo de negocios que Carlos se trae con Enrique, el marido de Isabel. Carlos es ambicioso: uno de los primeros frutos del éxodo del campo al extrarradio barcelonés que anunciábamos al hablar de Camino cortado. Para empezar tiene una moto que es la admiración de todos los chavales del bloque y que le permite desplazarse al centro de Barcelona: una Barcelona de motocarros, vespas y biscuters en la que aún no ha hecho su aparición el seiscientos.

Enrique es un toxicómano e Isabel una femme fatale en toda regla. Van a dar un golpe con un tal Manuel (Arturo Fernández), recién regresado de Italia, en la fábrica que dejó Carlos. Se encuentran con él en un frontón, local que junto con el canódromo, el parque de atracciones y los teatros de variedades sirven de escenarios de ambiente turbio y al tiempo reconocible de muchas películas del ciclo. El golpe, un herido, la huida. La investigación policial apenas interfiere: la confrontación de unas fichas, el levantamiento de un cadáver...

La jungla de asfalto (The Asphalt Jungle, John Huston, 1950) y Atraco perfecto (The Killing, Stanley Kubrick, 1956) son referencias perfectamente rastreables. La película puede parecer mimética y, sin embargo, lleva a su terreno la plantilla norteamericana —herido durante el atraco, huida, estación de servicio abandonada en la carretera camino de la frontera, tiroteos...— pero también hace uso de esquemas del polar, aunque nunca alcance el grado de estilización de las obras de Melville o la frialdad de José Giovanni.

Regresa un desconocido cuenta con un guión de Juan Bosch y Ángel G. Gauna —ayudante de dirección en A sangre fría— sobre argumento del primero, que también dirige. Tiene todos los elementos propios del filón que nos ocupa: producción de Este Films, rodaje en los estudios de Iquino, fotografía de Aurelio G. Larraya, música de Solá —para la ocasión con una partitura jazzística de influencias latinas—, e interpretaciones de Arturo Fernández, Carlos Mendy, Jorge Rigaud y Luis Induni, todos ellos doblados. Las voces José María Oviés y de Miguel Ángel Valdivieso contribuyen al matiz uniformador de la producción.

Comienza la película con una clásica —por no decir tópica— intriga. Una pandilla de tipos de la alta sociedad y parásitos de la misma se embarca en una timba en la que Juan Valdés (Arturo Fernández) acusa a Pardo, un vivalavirgen venezolano (un sorprendente Osinaga), de hacer trampas. En la pelea que se genera a continuación Pardo resulta muerto accidentalmente. Valdés pretende entregarse a la policía pero Ignacio (Jorge Rigaud) y sus invitados temen el escándalo. Proponen entonces recurrir a un delincuente habitual, Mario (Rafael Navarro), que se hará cargo de hacer desaparecer el cuerpo. 
Todo ocurre en casa de Laura (Edith Elmay), lo que proporciona la mínima trama amorosa imprescindible en la historia. Pero ahora Valdés debe pagar un alto precio. Después de tres años en la cárcel Ignacio le propone vengarse de Mario. Juan quiere volver a ver a Laura. Este segundo acto es únicamente un ir y venir para el elaborado golpe final: el robo de las joyas y el dinero de una transacción que Mario va a realizar en un hotel, con la complicidad de Ignacio y de Andrés (Luis Induni), su viejo compañero de prisión. El tiroteo en el sótano del hotel y la última escena en la cabaña de la playa con Andrés malherido son dos de los momentos cumbres del tercer acto. La cabaña de pescadores con las redes en primer término sirven expresivamente a la situación de los personajes, igual que una escena nocturna anterior por callejuelas solitarias con farolas tambaleantes. Ignacio se confiesa con Juan:
—Me asustaba tener que acabar mis días en los barrios bajos, incomprendido, degradado entre gente sucia con mentalidad de ratero. Y ahora, sin embargo, temo algo todavía peor: a mis años duele descubrir que lo que hemos ansiado como ideal no es más que un espejismo.

La película finaliza con Juan caminando por la playa hacia la sirena del coche de policía en una imagen sólo empañada por la necesidad de subrayar el camino hacia la regeneración.
El ambiente de alta sociedad y el tono crepuscular dictado por la edad de los personajes, la aleja de los presupuestos veristas de la anterior obra de Bosch, embarcado en paralelo en una serie de películas playeras —El último verano (Juan Bosch, 1961), Bahía de Palma (Juan Bosch, 1962)— que marcan la pauta de futuras interpretaciones de Arturo Fernández.

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