Su debut cinematográfico tiene lugar en 1918 como intérprete y asistente de Jacinto Benavente en su adaptación de Los intereses creados. [Barreira: "Con su vida hicieron cine: José Buchs", en Primer Plano, núm. 1109, 14 de enero de 1962.] La participación del dramaturgo en la creación de la productora madrileña Atlántida Films sitúa a Buchs como principal director de una empresa a la que proporciona su primer gran éxito: La verbena de la Paloma (José Buchs, 1921). Los problemas de capitalización de Atlántida llevan a su gerente, Oscar Hornemann a crear Film Española, para lo que vuelve a contar con la colaboración de Buchs como "director artístico" y factótum del nuevo estudio.
Para la nueva empresa realiza Buchs una versión del drama lírico Carceleras, estrenado en Valencia en 1901 con libreto de Ricardo Rodríguez Flores y música del maestro Vicente Peydró. La acción del libreto se concentra en la segunda parte de la cinta, en tanto que los antecedentes, que en el drama se dan por el diálogo, se dramatizan durante la primera mitad. Asistimos así al aprecio que los hombres de un cortijo cordobés hacen de las muchas virtudes de la pizpireta Soledad (Elisa Ruiz Romero “La Romerito”). Aunque ella está enamorada de Gabriel (José Romeu), la pretenden Pacorro (José Rogés) y Jesús (Manuel Alicar), éste último calladamente y desde la distancia. Una noche en que Pacorro ronda a la muchacha, alguien dispara contra él. Gabriel es detenido y conducido a prisión en Córdoba. Pero el amor de Soledad es más fuerte que las convenciones y le sigue hasta la ciudad, donde aguardará a que sea libre. Gabriel la hace entonces su mujer sin pasar por la vicaría. Pero he aquí que un buen día la abandona. Vuelve al cortijo e, inesperadamente, el patrón, don Matías (Modesto Rivas), le concede la mano de su hija Lola (Aurora Ruiz Romero). Soledad olvida su orgullo y regresa al cortijo para pedirle explicaciones a su amante. Sin embargo, una vez allí, el señor Matías intenta violarla. Se descubre entonces, flashback mediante, que fue él quien asesinó a Pacorro y que Gabriel aceptó asumir la condena a cambio de la mano de su hija. Soledad rechaza sus pretensiones y, cuando se va a celebrar la boda entre Gabriel y Lola, se presenta en el cortijo. La tragedia es inevitable.
La localización de la acción en Córdoba permite a Buchs –y al director de fotografía José María Maristany- recrearse en un buen número de rincones turísticos de la ciudad y en algunas faenas del campo, ciñéndose en el resto de las escenas a los interiores y exteriores del cortijo. Es en estas ocasiones cuando Buchs se atiene a la puesta en escena frontal en planos de conjunto con reminiscencias teatrales. Sin embargo, la orquestación del flashback, recurriendo a un nuevo punto de vista de unos hechos que en el primer acto nos habían sido revelados sólo parcialmente lo sitúan un escalón por encima de la mediocridad que suele asociarse su cine, tendente al desaliño.
La borrachera del tío Chupitos (José Montengro) le proporciona, además, ocasión para ensayar algunas sobreimpresiones y dotar de un alivio cómico al drama, reforzado con la presencia, en el último tramos de la cinta, del cómico Antonio Gil Varela “Varillas” en el papel de monaguillo trapisondista.
Aparte de la ambientación análoga y cierta similitud genérica, Rosario, la cortijera (José Buchs, 1923) está emparentada con Carceleras por el tiempo en pantalla que Buchs concede a las escenas cómicas protagonizadas por José Montenegro y Varillas –la capea, la Semana Santa sevillana…-, lo que provoca una descompensación en la estructura dramática a todas luces evidente. Hemos de colegir pues que lo que interesaba al director era la componente espectacular de las mismas y que intuía que buena parte del enganche del público con la película no se debía únicamente a la popularidad del drama lirico de Manuel Paso y Joaquín Dicenta hijo, sino a la capacidad de los cómicos para crear situaciones hilarantes.
Por otra parte, la cinta es la única oportunidad de ver en la pantalla a Encarnación López “La Argentinita” –amiga de Federico García Lorca y musa del baile español para los de la Generación del 27- en un papel protagonístico. Encarna a Carmela, la hija del señor José (Montenegro) y la señora Prudencia (María Comendador) y está ennoviada con Varillas (Antonio Gil Varela). A pesar de su talento como bailarina, la inclusión en el argumento fiestas como la Feria de Abril y la Cruz de Mayo sólo propicia una única escena -en las copias conservadas, al menos- en la que puede lucirse bailando por alegrías, en tanto que, durante el resto del metraje, Buchs se limita a ofrecerle ocasiones en las que sus mohines sirvan de contrapunto a las bufonadas de Varillas. Porque la auténtica protagonista es el personaje titular (Elisa Ruiz Romero “La Romerito”), mujer independiente por cuyo amor terminarán matándose dos hombres: Rafael (Manuel San Germán), el mayoral del cortijo, y Manuel (el matador Miguel Cuchet), torero de éxito. Esta trama de celos y malquereres apenas cuenta con tiempo para desarrollarse durante la quinta y última parte por lo que el conjunto resultante es una de las películas más deslavazadas de José Buchs.
Es difícil trazar un resumen sucinto de las mil peripecias que se suceden en Curro Vargas (José Buchs, 1923), adaptación del drama lírico homónimo de José Joaquín Dicenta y Antonio Paso con música del maestro Ruberto Chapí, basada a su vez en El niño de la bola de Pedro Antonio de Alarcón. Si anotáramos simplemente la historia de amor trágico entre Curro Vargas y Soledad por viejos odios familiares en el ambiente prerromántico de la Granada de principios del XIX, con su coro de petimetres dejaríamos fuera todo el peso que la iglesia tiene en la adaptación de Buchs. El cura del pueblo se hace cargo de Curro desde que es un niño y media en todo momento entre las partes en conflicto. No sólo eso, sino que además el sentido católico de la caridad lo permea todo y la figura de la Virgen queda asociada en la mente de Curro a Soledad por medio de un primitivo encadenado, de modo que será la presencia de la imagen la que, andando los años, le haga desistir de la venganza. La iglesia queda asociada a la tradición de la Semana Santa y a otras más profanas como la de la "rifa del baile" en la que Curro pregona una venganza que sabemos ineluctable en el último acto.El metraje admite varias escenas cómicas asociadas a los dos petimetres interpretados por Antonio Gil Valera "Varillas" y Alfonso Corcuera, entre ellas una farsa cómica de fantasía oriental a cargo del primero. El exceso de intertítulos lastra el resultado final.
Estrenadas en agosto de 1924 y en noviembre de 1925, Diego Corrientes y La hija del corregidor componen un díptico de asunto romántico y novelesco que, a tenor de las gacetillas insertas en prensa, Films Española quiere situaren el filón de la españolada:
Diego Corrientes es un asunto netamente español, con todos sus inconvenientes censurables, pero con un espíritu admirable en lo que atañe al reflejo de una raza que va del mal al bien, pero sin vacilación, sin rebajamientos. [La Libertad, 18 de noviembre de 1924.]José Romeu, el protagonista de Carceleras (José Buchs, 1922), encarna al héroe romántico y José Montenegro al Tío Petaca. En los fragmentos conservados le vemos montado en burro, como conviene a uno de sus invariables cometidos bufos a las órdenes de Buchs. El resto muestra los celos de Coral (¿María Anaya?), los amores de Diego y Consuelo en la reja; la historia del medallón que serviría para aclarar el verdadero origen de la supuesta huérfana y el asalto a la carroza de su auténtica madre, la marquesa del Campo (Enriqueta Palma), por parte del Renegao (José Calle) y la partida de Diego, soliviantados por la generosidad con la que éste dispone de cuanto roban. La planificación, que aprovecha el desnivel del terreno para mostrar los dos términos de la acción, hace uso del montaje de acciones paralelas para acentuar el suspense. En cambio, el encuentro de Diego con Coral en mitad del camino, con el que concluye el fragmento, abusa de los intertítulos y se limita a mostrar la estampa romántica de la gitanilla y el bandolero. Los ocho minutos accesibles corresponden a las aleluyas 8 a 10 de las veinticuatro que componían el pliego elaborado por la productora para el lanzamiento publicitario de la cinta. La penúltima, preludio del final feliz, reza: "A muerte le han condenado / pero lo hace tan bien en cine / que el Gobierno lo ha indultado".
Otro bandolero mítico inspira la creación del protagonista de La hija del corregidor. Si en Diego Corrientes, Buchs se tomaba todas las libertades con la figura histórico, en esta ocasión se lía la manta a la cabeza y hace de su personaje un auténtico maestro de la tauromaquia, de modo que encomienda su interpretación a José García Carranza El Algabeño, sobre cuya trayectoria durante la República y la Guerra Civil se han vertido ríos de tinta. De ahí que llegue a cambiarle el nombre. Los intertítulos quedan acreditados a Francisco Díaz Alonso, quien, a modo de proemio, echa su cuarto a espadas a propósito de la premeditada inexactitud histórica de la propuesta de Film Española:
Del venero inagotable de la vida española en los tiempos pasado, rico en materiales poéticos y en oro de leyendas, se ha extraído el asunto de este cinedrama, en el que palpita una época pintoresca de inconfundible carácter propio, en la que las pasiones, más arrolladoras y violentas que en nuestros días de positivismo, sabían imponerse sus fueros a las almas.Buchs se traslada una vez más a Córdoba para rodar en exteriores estas "relaciones peligrosas" entre el joven Juan y la hija del Corregidor (Carmen Viance), cuya virtud busca desflorar don Luis de Alcántara (Cecilio Rodríguez de la Vega). Contempla con preocupación el amor de los jóvenes el preceptor de Juan (José Montenegro), al que la muchacha visita con cierta asiduidad con la excusa de que sea el sacerdote el encargado de socorrer a los pobres.
El encuentro de la pareja —ella ha tenido que subirse a un árbol para escapar de un toro— da ocasión al diestro para lucirse con la capa, aunque el fragmento conservado no incluye la terrible escena que llamó la atención de los críticos cuando la película se estrenó:
El argumento es muy interesante y entretenido, dando un realce extraordinario a la figura del Algabeño, gran actor y formidable caballista, al que envidiarían muchos vaqueros norteamericanos especializados en este arte. Tiene también sus escenas de toros en la dehesa, de las cuales sale Algabeño, como siempre, airoso; en una de ellas da la muerte a un novillo con un cuchillo, sin truco de ninguna clase, sino fiado únicamente de su valor. [El Heraldo de Madrid, 21 de octubre de 1925.]No fue la única hazaña, pues los diarios de entonces publicaron una carta en la que Buchs daba noticias de un accidente sufrido por la Romerito durante el rodaje de una secuencia en exteriores:
Pepe Algabeño viene realizando fantásticas proezas como caballista y como torero en las escenas de La hija del corregidor. El susto que se han llevado todos con el accidente ha sido enorme. Subían a caballo por un vericueto inverosímil Pepe Algabeño, Elisita Ruiz, el conocedor de la ganadería y nueve muchachos más del conjunto. Cuando ya habían llegado casi al final, el caballo que montaba la Romerito resbaló y cayó, rodando por la barrancada, arrastrando a otros tres caballos, con sus respectivos jinetes. Algabeño se dio cuenta rápidamente, y con una valentía enorme hizo que su caballo descendiera por la rampa a una velocidad inconcebible para evitar que Elisa y los otros jinetes cayesen al fondo del barranco. Y lo consiguió temerariamente, deteniéndoles al borde del precipicio, con grave riesgo de su propia vida. Las contusiones de Elisa Ruiz y de los demás, actores no tienen importancia, por fortuna. [ABC, 17 de octubre de 1925.]El predominio de exteriores y las aptitudes atléticas del Algabeño —cual Douglas Fairbanks hispano— son las cualidades más destacables de una cinta cuya continuidad en el primer rollo depende en exceso de las didascalias, algo que ya le hemos reprochado a Buchs en otras ocasiones.
Cumplido el ciclo de colaboraciones con Oscar Hornemann en Film Española, Buchs se asocia temporalmente con el anticuario Abelardo Linares en la creación de la firma Film Linares. El primer producto de la nueva empresa es una adaptación de la novela de Benito Pérez Galdós El abuelo, por cuyos derechos cinematográficos se paga la exorbitante suma de cincuenta mil pesetas.
Durante los primeros compases de la cinta, una serie de cartelas ponen en antecedentes al espectador del regreso del Perú del conde de Albrit (Modesto Rivas), de su ruina y su carácter tremendo, de la boda de su hijo, contra su voluntad, con la estadounidense Lucrecia Richmond (Ana de Leyva), del fruto de este matrimonio, de la aventura extramarital de la mujer liviana con un pintor, de la enfermedad de su hijo, de la necesidad de hacerse cargo de las dos nietas a sabiendas de que por las venas de una de ellas no corre la sangre de los Albrit... Un largo preámbulo, en fin, que habrá de servir de pórtico al drama, pero cuya pertinencia dramática es más que discutible. Llegados a este punto, la cinta arranca después de transcurridos diez minutos con Lucrecia disfrutando de una vida disipada de balandrismo mientras sus hijas, Dolly (Doris Wilton) y Nell (Celia Escudero) viven en una finca. Don Pío (Arturo de la Riva) atiende a las necesidades educativas de las muchachas. Mientras Lucrecia sigue provocando escándalos allá por donde va, al más puro estilo de las divas italianas de una década antes, el viejo conde de Albrit deshoja la margarita de la abuelez. Todo parece indicar que la dulce Dolly sea la auténtica descendiente de los Albrit, así que propone a la madre, al fin arrepentida, quedarse con ella en La Pardina, en tanto que la viuda de su hijo purgaría sus culpas pasadas en compañía de Nell.
Rodada en buena parte en exteriores en Cantabria, que proporcionan un marco adecuadamente señorial y grandioso a muchas de las secuencias, El abuelo se despeña en la las interpretaciones, algo achacable no tanto a los propios intérpretes como a la elección del reparto y la dirección de actores por parte de Buchs. La artificiosidad de la caracterización de Modesto Rivas, los excesos divísticos de Ana de Leyva, las bufonadas de Emilio Santiago –en el papel del petimetre Senén, secretario de Lucrecia- y la inadecuada edad de las dos actrices que han de encarnar a las nietas producen un desapego que no consiguen aplacar otros aciertos, escénicos y de planificación, que atesora la cinta.
Desconocemos la novela de Guillermo Díaz Caneja que sirve de base argumental a Pilar Guerra (José Buchs, 1926), la segunda y última adaptación de José Buchs para Film Linares, así que poco podemos decir de su fidelidad a un original literario en el que Buchs se aleja momentáneamente de los asuntos de época en los que suele embarcarse. Sea por su ambientación contemporánea, sea por su afán de buscar nuevas vías de conexión con el público gracias a la novela contemporánea, el caso es que Pilar Guerra difiere considerablemente de otros proyectos del director. A pesar de su final feliz, el relato cuenta una doble historia de "amour fou". Por una parte tenemos a Luciano (Juan de Orduña), hijo del alcalde (Modesto Rivas) de la localidad cantábrica de Aráceli y aspirante a escritor. Su pasión por Pilar (María Antonieta Monterreal), maestra de la localidad, le llevan a proponerle una fuga, a violarla cuando la encuentra en Madrid, a arruinar a su padre con tal de mantenerla y a padecer unos celos por el escultor Ángel Roberto (Rafael Calvo) que casi le cuestan la muerte. Por otro lado, con más protagonismo que él, está la propia Pilar, mujer independiente que intenta abrirse camino en Madrid, posa para el veterano escultor como modelo y lleva adelante una calculada venganza contra su violador, que la convierte en una auténtica "femme fatale".
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