¡Yo quiero que me lleven a Hollywood!
Las dos películas en las que intervino Edgar Neville —la primera más que la segunda— son cintas de acción, en franco contraste con los dramas judiciales que permitían trabajar con unos plazos de ejecución más breves debido a su carácter teatral y a que descansaban en la interpretación de unos actores con entrenamiento previo en los escenarios. Aparte de la traducción de los diálogos y la dirección de actores, poco más puede hacer el frustrado creador.
Neville había descrito a sus amigos en España el deslumbramiento de Hollywood; les cuenta un argumento que quiere realizar: un foco de un plató se enamora de una estrella cinematográfica y su luz la persigue por todas partes. Chaplin le alienta, pero la realización de la película en aquel contexto resulta tan inverosímil como que Jardiel Poncela consiguiera plasmar en castellano ripiado unos años después Angelina o el honor de un brigadier (Louis King, 1935).
Tras El proceso de Mary Dugan Neville declina encargarse de la supervisión La mujer X, incapaz de dar con un reparto adecuado y por desavenencias con Miguel de Zárraga, adaptador en M-G-M, corresponsal de ABC y comentarista en la influyente Cine Mundial, órgano periodístico de la industria para el mercado iberoamericano. El drama de Alexandre Bisson en que se basa la película ha vuelto a los escenarios madrileños, donde María Guerrero la repone en numerosas ocasiones. Neville intenta traerse a Pepita Díaz y Santiago Artigas, en gira por Latinoamérica, pero las fechas no cuadran. En carta a López Rubio —a quien cree en España cuando ya va camino de Estados Unidos, océano Atlántico adelante— confiesa que va a hacer una prueba a la tiple valenciana afincada en México María Conesa:
Por supuesto, ni es el tipo ni sabrá hacerlo, pero es la última que me queda por probar. Si no sale ésta, ya he pedido que no se haga el film, porque no quiero debutar haciendo perder dinero a la casa y haciendo una birria. [Edgar Neville en carta a José López Rubio, 30 de julio de 1930. Reproducida en: José María Torrijos (ed.): José López Rubio – La otra generación del 27 - Discurso y cartas. Madrid, Centro de Documentación Teatral, 2003.]Terminará colocándose tras la cámara y el micro el chileno Carlos F. Borcosque, que ha sido ayudante de dirección en Olimpia (Frank Davis, 1930) y Sevilla de mis amores (Ramón Novarro, 1930), versiones hispanas de His Glorious Night (Lionel Barrymore, 1929) y Call of the Flesh (Charles Brabin, 1930), respectivamente. Tras actuar como supervisor de diálogos en Wu Li Chang (Nick Grindé, 1930) y Su última noche (Chester M. Franklin, 1930), protagonizadas por el insupervisable Enrique Vilches, hace lo propio en En cada puerto un amor, y logra por fin la confianza de M-G-M para figurar como director de pleno derecho de La mujer X. Es esta cinta un vehículo para el lucimiento de María Fernanda Ladrón de Guevara, que formaba parte del elenco que estrenó la obra en 1918 con la compañía de María Guerrero. Entonces, ésta interpretaba a la mujer adúltera que ha cometido un asesinato para salvar a su marido inflexible y al hijo que no ve hace veintitantos años —Fernando Díaz de Mendoza Guerrero, el hijo de la actriz— del chantaje de su actual amante. Ha sido este homicidio el punto más bajo de su degradación y una suerte de redención in extremis. Pero quieren las leyes del melodrama judicial que su marido forme parte del tribunal que la juzga y que sea su propio hijo el encargado de defenderla de oficio. Por supuesto, todo el artificio dramático está construido en función de este acto final y del alegato del joven abogado, escena de la que José Crespo se sentía —lógicamente— orgulloso. Al igual que Juan de Landa en la escena de El presidio en la que le dan la noticia de la muerte de su madre, Crespo solía intervenir en directo durante las proyecciones de la película para reprisar esta parte de su papel en directo a la luz de un cañón que aislaba su figura en el escenario.
Volviendo a Neville, argumenta José Luis Borau que el diplomático metido a cineasta con pujos de autor...
al menos para él, cuyas ambiciones eran bastante más altas que las de algunos de sus compañeros de Madrid, atentos sólo a disfrutar de la buena vida en California mientras durara. (…) La producción en otras lenguas, el francés y el alemán, por ejemplo, se había abandonado ya o estaba sentenciada. Cuando le dieron el guión de una película que había hecho la Crawford, Paid, para que lo tradujera y luego se lo retiraron sin excusa, comprendió que también les había llegado su hora a las Spanish versions. [José Luis Borau: Caballero d’Arrast. San Sebastián, Festival Internacional de Cine de San Sebastián, 1990. p. 96.]A principios de 1931 Neville se embarca en la confección de un guión para Maurice Chevalier con Harry d’Abbadied’Arrast y el dramaturgo Donald Ogden Stewart, pero el trabajo tampoco llega a buen puerto. Regresa entonces a España. Su primer cometido, una vez desembarcado en Europa, será un encargo de Rosario Pi y Pedro Ladrón de Guevara destinado a promocionar futuras estrellas de la academia que dirige éste. El título no puede ser más sarcástico: ¡Yo quiero que me lleven a Hollywood! (Edgar Neville, 1931).
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