domingo, 17 de junio de 2018

ramón torrado (11)


Aunque el comandante John Bedford (Alex Scott) y el cabo Paul White (Frank Latimore) vistan casacas rojas, sus aventuras bien podrían haber tenido lugar en Fort Apache con casacas azules. La principal originalidad de esta nueva incursión de Torrado en el western tras la rareza –por híbrida- que supone Bienvenido, padre Murray (1964) es que tiene lugar en Canadá: La carga de la policía montada (1964). Así que su primer western estricto es, en realidad, un northern.

Los primeros compases presentan la rivalidad amorosa entre el cabo y el comandante por el amor de Valerie Jackson (María Silva), indecisa entre las atenciones y galantería del primero y los sentimientos del segundo, que, no obstante, pone el cumplimiento del deber por encima de todo. El conflicto entre colonizadores blancos y pieles rojas se presenta en el segundo acto con la llegada de los indios a negociar con un mercader de pieles Peter Barton (Tito García), dispuesto a proporcionarles whisky y rifles a cambio de la mercancía. Con el grupo llega Flor de las Cumbres (Diana Lorys), una bella piel roja a la que los tramperos contemplan con una lascivia que sólo logra contener la llegada del cabo. Sin embargo, la muerte de tres indios pone en el sendero de la guerra al gran jefe Oso Pardo (José Truchado). La Policía Montada tendrá que hacer valer su primacía a la hora de imponer la justicia en el territorio, haciendo saber a los indios que no permitirán acciones de venganza y Bedford encargará a White una misión suicida a fin de despejar el camino hacia el corazón de Valerie. Pero, cuando ya parecía que el conflicto amoroso estaba solucionado, el amor de la muchacha india por el cabo, la indecisión de Valerie y los celos del comandante, activan de nuevo el conflicto. De un modo harto artificioso, todo hay que decirlo.

El guión está firmado en solitario por Bautista Lacasa Nebot, autor de novelas de a duro con los seudónimos de John Lack y John Nebot, quien proporciona a Torrado un material estándar con el que el realizador parece sentirse a gusto. De su trabajo, merece una mención especial la secuencia que sirve de ecuador a la cinta, un típico asalto a la caravana de colonos escoltada por la milicia por parte de los enardecidos pieles rojas. Una planificación dinámica, el aprovechamiento del formato anamórfico mediante TotalScope, la abundancia de caballistas, que en muchas ocasiones se juegan la vida bajo los cascos de los caballos, y, de seguro, la labor de Joaquín Vera en funciones de ayudante de dirección y responsable de la segunda unidad, hacen de esta set piece uno de los mejores momentos de la dedicación al western de Ramón Torrado.

Sin apenas respiro, el gallego se embarca en la confección de otro western, Relevo para un pistolero (1964), que arranca cuando el pistolero “Relámpago” Harris (Alex Nicol) decide colgar los revólveres y rehacer su vida en el pueblo donde han frustrado su atraco al banco.Veinte años después llega allí Edwin Jackson (Luis Dávila), el hijo de su mejor amigo, procedente de Boston. Ahora que su padre ha muerto, Edwin pretende instalar una tienda de tejidos con la que empezar su fortuna. Por qué hacerlo en este remoto pueblo del Oeste es un auténtico misterio, aunque pronto tiene entre su clientela a Anna (Laura Granados), la cantante del saloon. Allí impone su ley del terror Jack Dillon (José Guardiola). Cuando éste abofetee a Anna, Edwin se enfrentará a él a puñetazos, pero Jack le amenaza de muerte. Los bandidos asaltan los dos comercios de Edwin, porque éste, prendado de los encantos de Carmen (Silvia Solar), ha decidido poner otra tienda para mexicanos y colocarla a ella al frente. Relámpago accede entonces a enseñarle cómo consiguió ser el pistolero más rápido del Oeste: unas cartucheras articuladas que le permiten disparar sin desenfundar. A pesar de la promesa de no utilizar este truco más que para enfrentarse al malvado, una vez desaparecido éste, Edwin se deja ganar por el lado oscuro. La conciencia del poder que le otorgan sus pistolas lo convierten en el nuevo matón del pueblo. Cuando abuse de Carmen, habrá llegado el momento en que deberá enfrentarse a su maestro en el arte de matar.

El ciclo llega a su conclusión en plena apoteosis del western mediterráneo, con Los cuatreros (1965). Torrado abandona el filón cuando los demás empiezan a explotarlo.

Del rancho de Thompson (Luis Induni) están saliendo caballos que se venden al sur de la frontera. La sospecha de que le están robando subleva al ranchero, que ordena al capataz el recuento de los caballos. Pero, cuando se dirige a cumplir las órdenes, el capataz es asesinado. Esa misma noche se presenta en casa de Thompson un desconocido (Edmund Purdom), que le avisa de que le van a secuestrar. Gracias a su ayuda, Thompson y su hija Mary (María Silva), salen indemnes del atentado, por lo que le ofrecen el cargo de capataz. Entre Mary y el hombre, que se llama nada menos que Jim James, no tarda en prender la llama del amor. Pero el padre de ella quiere que se case con su primo Lance (Frank Latimore), aficionado a la bebida y al juego, que debe una importante suma al dueño del saloon (Santiago Rivero).

Según se va desenvolviendo la trama a golpe de tópico –la cantante de saloon (Laura Granados) que ha conocido a Jim en el pasado, la falsa acusación de asesinato contra él con pruebas falsas….- también se va desplegando un juego de falsas identidades al que Torrado ha recurrido repetidamente con anterioridad –véanse, por ejemplo, La niña de la venta y Estrella de Sierra Morena- de modo que Jim no sólo se presentará en el cuartel vestido de uniforme, con lo que nos es revelada su auténtico propósito, sino que volverá al rancho disfrazado de sacerdote, fingiéndose hermano del fallecido a fin de hacer justicia.

Al contrario que en La carga de la policía montada, la acción de Los cuatreros se desarrolla en un puñado de decorados interiores –la casa de Thompson, el saloon, la oficina del sheriff…- y sólo muy ocasionalmente se arriesga en los auténticos escenarios que demanda el género: el aire libre de las espectaculares cabalgadas y las persecuciones a tiros. Torrado parece más cómodo en las escenas de comedia chusca -las chicas del coro admirando la galanura del reverendo...-, que en la acción por la acción, que constituye la médula del western de novela de quiosco, filón en el que Los cuatreros encuentra acomodo a pesar de sus divergencias con el canon.

A pesar de ser producciones estrictamente nacionales, Los cuatreros y La carga de la policía montada tuvieron distribución internacional con los nombres del equipo convenientemente anglosajonizados. Es así como Torrado se convierte en Ray o Raymond Torrad, a quien se acredita la realización de Savage Charge y Shoot to Kill. Eso sí, en esta trilogía western –tetralogía, si contamos Bienvenido, padre Murray- Torrado se muestra refractario al modelo impuesto por el éxito sin precedentes de las películas de Sergio Leone. Ni por temática ni por estilo visual se apunta al carro, permaneciendo fiel a unos modos que a estas alturas tienen más de rutinario artesanado que de maestría clasicista.

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