domingo, 1 de septiembre de 2019

lazaga 101 (13)


Apenas sabemos nada de La corrida (1965), un documental de viente minutos producido por el ex-futbolista Nazario Belmar, con locución de Matías Prats y en el que intervinieron como asesores taurinos Perico Beltrán y Antonio Díaz Cañabate. En la pantalla aparecían Antonio Ordoñez, Diego Puerta, Juan García "Mondeño" y los hermanos Peralta, probablemente en el campo. Pero el acercamiento de Lazaga al mundo taurino a mediados de los sesenta, aunque mediatizado por la popularidad de los toreros al servicio de los cuales pone su oficio, resulta bastante coherente con el resto de su obra.

Por ejemplo, Aprendiendo a morir (1962) constituye una entrada un tanto anómala en la filmografía taurina. No cuenta la historia de un ascenso y una caída, como tantas otras. Ni la trastienda de la fiesta, como las demás. Probablemente debido a que Manuel Benítez "El Cordobés" era en 1962 un novillero con una prometedora carrera por delante, Lazaga se enfrenta a la tarea de crear una ficción en torno al ansia de triunfo. Manolo lo busca para salir de la miseria. La pobreza, el analfabetismo, la prepotencia de los que lo tienen todo ante los que nada tienen, aflora irremediablemente a lo largo de un argumento que conjuga el reportaje taurino -la película nos permite contemplar el estilo tremendista del Cordobés en su etapa de formación- con una historia romántica -la relación del maletilla con una maestra (Maruja Bustos)-. La estrategia queda clara desde la secuencia de apertura: Manolo se cuela por la noche en un cercado para darle unos pases a un toro bravo. El mayoral lo descubre, lo persigue a caballo con sus hombres, lo derriba con la garrocha y cuando está en el suelo le propinan una paliza brutal. Luego, lo echan al camino. Creen que ha aprendido la lección. Sin embargo, Manolo se cuela en un galpón, roba un estoque y da muerte al toro. La escena carece de música y casi de diálogo. A pesar de lo poco convincente que resulta hoy el efecto de noche americana utilizado por Alfredo Fraile, Lazaga apura todas las posibilidades de la planificación y la edición: planos-secuencia, angulaciones extremas, montaje analítico... Tiempo habrá de recurrir al estilo más directo del reportaje e, incluso, al collage de recortes periodísticos. La última escena, en la enfermería de la plaza de toros, está resuelta con un estilo expresionista que no casa con el final feliz. Le cuadra en cambio al triunfo de la perseverancia, la lucha por seguir adelante del que no tiene nada que perder.

A principios de la década de los setenta, cuando Lazaga dirige una media de ocho películas al año, defiende que hasta en las peor de ellas siempre hay una o dos secuencias con las que puede plantearse algo distinto. Magra aspiración para quien había aspirado con Carlos Serrano de Osma y José G. de Ubieta a revolucionar el anquilosado lenguaje con el que se desenvolvía el cine español de la época. En el tópico biopic que constituye Nuevo en esta plaza (1966) se cuenta el ascenso del matador Palomo Linares de acuerdo con una escaleta desarrollada por Vicente Coello y Pedro Masó. La rutinaria filmación de faenas del diestro que puntúa el metraje es obra de Elás Querejeta, acaso con la colaboración de Antonio Eceiza: diez mil metros de negativo rodado por toda España, que venden a Dipenfa y que le deja a Lazaga las manos libres para centrarse en escenas como aquélla en que el zapatero para el que trabaja como aprendiz (José Bódalo) revive la muerte de Manuel Rodríguez Manolete casi veinte años antes en la plaza vacía. El relato del torero fracasado se resuelve en una serie de zooms, panorámicas y barridos por los tendidos subrayadas por efectos de sonido y por la música de Antón García Abril. Todo lo demás es ilustración de la lucha de los maletillas por una oportunidad, el triunfo como novillero, la redención económica de su familia humildísima y la ñoña trama romántica con la hija del ganadero (Cristina Galbó). Los apuntes cómicos corren a cargo del mozo de estoques (Alfredo Landa) y de la camarera que le da de comer por la cara (Gracita Morales); los más esforzadamente dramáticos, de la madre (Julia Gutiérrez Caba) que sufre en silencio y el padre (Andrés Mejuto) que queda ciego a consecuencia de un accidente en la mina.

Tras sus películas al servicio de El Cordobés y Palomo Linares, Lazaga colabora con José Antonio Cascales en el lanzamiento cinematográfico de Pedrín Benjumea. El vehículo se titula Las cicatrices (1967). El año en que se pone ante las cámaras, Benjumea ha tomado la alternativa como matador en Castellón y la ha confirmado durante la feria isidril en Las Ventas. Si ya como novillero había recibido numerosas cornadas –una de ellas de un novillo de Enriqueta de la Cova, en cuya ganadería se había criado- en este año es empitonado de nuevo en los sanfermines y en la temporada americana, en Cali. Este sentido trágico del toreo tiene bien poco que ver con los flequillos yeyés de El Cordobés y Palomo Linares, con los que Lazaga había bregado hasta ese momento. El guión, cocinado por demasiadas manos, junta los tópicos habituales del género –el asalto nocturno al cercado para torear un novillo, el amigo gracioso interpretado por Alfredo Landa, el empresario sin escrúpulos…- con algunos elementos biográficos e invenciones imaginativas, como el personaje de Reyes (Conchita Núñez), hermana de Pedrín que no duda en glosar el arte de su hermano cada vez que le abren el micrófono de la emisora de radio en la que trabaja, el padre (José Bódalo), que se niega a que su hijo sea torero, o su amigo Curro (Manuel Manzaneque), cuya muerte en lugar de disuadirle de que siga su vocación, le empuja a triunfar. El resto es el sempiterno cuento de la búsqueda de la gloria en Madrid: las tientas, la búsqueda del apoderado, los éxitos como novillero… Para que haya un poco de intiga, Simón Valeiro (Pepe Rubio), el hijo del empresario más importante de España (Carlos Lemos), pone palos en las ruedas de la carrera de Pedrín debido a su orgullo y al desplante de Reyes. De todo ello se vale Lazaga para hurtar la figura del torero del encuadre como no sea en los abundantes segmentos documentales rodados en las plazas de toda España, consciente de que su difícil fotogenia y su inexperiencia como actor son el principal escollo para conectar con el público.

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