domingo, 19 de julio de 2020

josé antonio de la loma (3)


El cierre de Emisora Films en 1951 ha dejado a Conrado San Martín, su principal estrella, un poco descentrado. Durante un tiempo se dedica a otro tipo de actividades extracinematográficas hasta que, en 1954, decide poner en marcha junto a Julio Salvador la productora Laurus Films:
Me metí a productor porque me animaron a ello. Fue una locura. Era un momento muy difícil, porque hacer la producción en Barcelona y luego clasificar en Madrid complicaba mucho las cosas. La realidad de los hechos te obligaba a estar cerca del poder. En cualquier caso, fui valiente y me enfrenté con los proyectos. [Conrado San Martín entrevistado por Emilio García Fernández, en Memoria viva del cine español - Cuadernos de la Academia, núm. 3. Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, Madrid, junio de 1998. pág. 383.]
De todas formas, el neófito productor se cubre con todas las garantías. El guión de su primer proyecto está basado en un folletín radiofónico anticomunista de Guillermo Sautier Casaseca y Luisa Alberca que ha paralizado el país a diario en su horario de emisión en 1952: Lo que no muere. Se publican fascículos semanales con los guiones radiofónicos al precio de cinco pesetas, su adaptación literaria vende doscientos mil ejemplares y el mismo cuadro de actores de Radio Madrid representa la versión escénica. [Pedro Barea: La estirpe de Sautier: La época dorada de la radionovela en España (1924-1964). Madrid, El País / Aguilar, 1994, págs. 114-117.] De la adaptación cinematográfica y el diálogo se encargan De la Loma y Julio Salvador, lo que habla bien a las claras de la reputación como guionista del primero recién cumplidos los treinta años.

Lo que nunca muere (Julio Salvador, 1954) —cambia el adverbio, acaso porque se pensara que éste resultaba más contundente— delata su origen folletinesco en la multiplicación de tramas y personajes, en los entrecruzamientos continuos que el destino propicia entre todos ellos. El protagonista es un héroe mesiánico, dispuesto a dejar la espada por la cruz, como un Balarrasa cualquiera. Hasta tres mujeres que llevan una vida equivocada –en realidad, todo el género femenino la lleva, incluso su madre- se redimen gracias a un amor al que él no puede corresponder por incompatibilidad ideológica o moral. Al finalizar la Guerra Civil entra a formar parte de los servicios de información. En su nuevo cometido debe neutralizar a los agentes soviéticos que pretenden realizar un sabotaje en una presa que el gobierno español construye en Marruecos. Desconoce que uno de ellos es su propio hermano, evacuado a Odessa durante la contienda. Su comportamiento ejemplar le lleva a enfrentarse con él, criado en un ambiente de odio al orden y a la religión. No obstante, dicho enfrentamiento no tendrá lugar hasta el último acto, en el cual se producirá también el reconocimiento explícito del mito bíblico de Caín y Abel, sobre el que se articulan éste y otros títulos del ciclo dedicado a la Guerra Civil. Así como las escenas de la contienda carecen de aliento épico y, excepto en la secuencia del ametrallamiento aéreo, de emoción, en la parte que se desarrolla en Barcelona y en Tánger Julio Salvador utiliza con eficacia los resortes de la intriga y resuelve con dignidad las escenas de acción. Sin embargo, parece sentirse especialmente cómodo cuando la intriga va de la mano del melodrama, algo en lo que reincidirá en el clímax de Sin la sonrisa de Dios (Julio Salvador, 1955), segunda y última película de Laurus Films.


Cuando el editor Luis de Caralt publica la novela de José Antonio de la Loma, en la primavera de 1951, ya anuncia que está próxima su filmación. [Destino, núm. 715, 21 de abril de 1951, pág. 22.] La crítica en la misma revista ha sido excelente:
He aquí un novelista que tiene idea de la medida y de la proporción entre los elementos de una novela. Esto es tan poco frecuente en el caótico mundo de la novelística de nuestros días, que me produce una impresión de seguridad, de confianza en que no se romperá lo que en la tradición de este género debe continuar existiendo siempre. Sin la sonrisa de Dios, de José Antonio de la Loma, me parece una novela ejemplar en tal sentido. El realismo de este ambiente y las duras condiciones sociales que determinan los actos de sus personajes no permiten, sin embargo, encasillar al autor en el tremendismo ni en ningún otro ismo. [Rafael Vázquez Zamora: “La vida de los libros: Sin la sonrisa de Dios”, en Destino, núm. 733, 25 de agosto de 1951, pág. 14.]
Sin embargo, la producción se demora tres años, hasta que entre en los planes de producción de Laurus Films.

La cinta arranca ciñéndose al precepto dictado por el católico José María García Escudero, quien abjuraba del neorrealismo por su tendencia al miserabilismo y su carencia de esperanza, en tanto que valoraba su capacidad para enfrentarse a los problemas de la realidad contemporánea. De ahí que en el preámbulo, en el que los elementos documentales quedan reducidos al mínimo, se denuncie la situación de desamparo en que vive la infancia en los barrios bajos de una gran ciudad: "No importa cuál. Vistas desde lejos todas las ciudades se parecen", proclama la voz de José María Oviés a modo de editorial. O sea, mal de todos...

Durante los títulos de crédito hemos visto a Piquín (Pepito Moratalla), subiéndose a los topes de los tranvías, fumando, dándole al naipe y gastándose en el bar las monedas que ha ganado como abrecoches... Es así como conoce al profesor Ponte (Conrado San Martín), recién llegado a la ciudad para hacerse cargo precisamente de la clase en la que Piquín está permanentemente castigado. Pronto se comprobará que el maestro tiene un método revolucionario para interesar a los chicos en sus estudios: los cálculos de lo que costará equipar al equipo de fútbol que van a formar sirve para estimular repentinamente la capacidad aritmética y geométrica de todos ellos. Cuando comprueben que, si ahorraran veinte céntimos a la semana, tardarían dos años en conseguir las equipaciones, el señor Ponte tiene también una solución. Le pide a uno de los alumnos que escriba al jefe del Frente de Juventudes para que solucione el asunto.
—¿Y cómo le pongo? —pregunta el chico—. ¿Don Jefe del Frente de Juventudes?
—No, llámale camarada —replica el maestro.
Y al cabo de unos días todos están vestidos de flechas y marchan camino de la montaña y la vida sana. Este ejercicio de moralismo en cuyo final tiene parte principal la iglesia, como no podía ser menos, se ve sin embargo dinamitado desde dentro por su atención a la vida cotidiana y a la cultura popular. Piquín se gana unos duros vendiendo en los Encants números viejos del TBO, El Coyote, El hombre enmascarado o Pulgarcito. Con el dinero, acude con otro pícaro (Jesús Colomer) al cine Diana, donde ven una película de tiros titulada Sentenciado a muerte, o lo que es lo mismo, Assigned to Danger (Budd Boetticher, 1948). En la novela, la película en cuestión era Dillinger (Dillinger, el enemigo público n. 1, Max Nosseck, 1945), lo que daba pie a De la Loma para realizar una disquisición sobre el poder alienante del medio, pero también del espectador para tomar distancia con sus propuestas.
El final, con la muerte del asesino, les desconcertó un poco. Se habían identificado tanto con él, que abrigaban la esperanza de que se salvara.
—¡Bah, no hagas caso! —exclamó Pepe—. Esto es cine y no es verdad, Dillinger todavía vie; me lo dijo mi padre; y los “polis” no le han pescado ni le pescarán nunca; tiene mucho dinero y muchos amigos. Aquí se tiran el farol de que lo matan, pero es mentira.
A Piquín le convencían más las palabras de su compañero que el desenlace de la película.
—Deben de hacerlo para que la gente lo conozca y lo denuncie.
—Claro; pero pierden el tiempo; no ha nacido todavía el poli capaz de echarle el guante a Dillinger…
Y para ilustrar su razonamiento, disparó con el dedo sendos tiros al espacio, arqueando el cuerpo. [José Antonio de la Loma: Sin la sonrisa de Dios. Barcelona, Luis de Caralt, 1951, págs. 19-20.]
La épica del gansterismo contrasta con el golpe que el padre de Piquín (Pedro Porcel) planea con sus compañeros en el puerto. Se trata de pasar de matute seiscientas botellas de whisky que trae un barco holandés. Pero uno de sus compañeros lo denuncia y el chico y sus compañeros creen que su maestro es un chivato. La reconciliación entre Piquín y el maestro es también la aceptación social del golfo en el umbral de la iglesia del barrio. Gracias a la labor asistencial de estas organizaciones y a la integridad del profesor Ponte, Piquín encontrará un camino de redención mediante el que purgar las culpas de sus padres. Asistimos así a la plasmación de lo que se venía reclamando desde instancias oficiales españolas desde la explosión neorrealista, que deflagra en España tardíamente, a principios de la década de los cincuenta. Esto es, que la esperanza de matriz cristiana sirva de superación al determinismo que guía los mejores trabajos de Rossellini y De Sica en esta línea. La cita de Ladri di biciclette (Ladrones de bicicletas, Vittorio De Sica, 1948) no puede ser más literal. Así lo entendía Sebastià Gasch en su crítica en Destino.
Sin la sonrisa de Dios no se contenta con plantear el problema, exponiéndolo con trazos crudos y descarnados, sino que apunta posibles soluciones entre las que sobresale como esencial la misión del maestro, personificado aquí por un hombre íntegro, animado por una imbatible vocación y partidario de una pedagogía humana e inteligente, que trata de captarse la voluntad de sus alumnos, sin que por desgracia lo consiga muchas veces por culpa de la huella profunda que en ellos ha dejado el ambiente pernicioso de su casa y del arroyo. Así. es natural que el anhelo de conseguir que el tema aleccionador llegue al mayor número posible de espectadores, haya llevado a los autores del film a recargar con exceso la pintura de tipos y ambientes, recalcando las tintas sombrías y valiéndose algunas veces de situaciones de fácil recurso emocional. [Sebastià Gasch: “El sábado en la butaca - Fantasio y París: Sin la sonrisa de Dios”, en Destino, núm. 949, 15 de octubre de 1955, pág. 39.]
Claro que “los autores del film” contaban con la inestimable colaboración de la comisión de censura, cuyas sugerencias y exigencias se van incorporando al guión a fin de limar las aristas más duras de la cinta. Entre ellas está, la desaparición del delito de tráfico de estupefacientes que cometía el padre del chico en la novela o algunos episodios escabrosos ligados a la prostitución en el puerto. También la inserción de la guía de lectura situada al principio a modo de advertencia y el final, en el umbral de la iglesia de San Pablo del Campo, que si bien figura en la novela por su contigüidad al colegio Felipe II, no tiene el protagonismo que se le concede en la cinta. De ahí que los finales que escribe De la Loma para la novela y para el libreto sean radicalmente diferentes. En la película, tras una aventura digna de Emilio y los detectives para detener a los delincuentes portuarios, Piquín se encuentra solo en Nochebuena e instintivamente dirige sus pasos hacia la iglesia de San Pablo. Allí lo encuentra Ponte. Le pone la mano en el hombro, lo consuela. La fachada se ilumina entonces y las puertas se abren para acoger a la gran familia católica que acude a la Misa del Gallo. Ponte consuela al muchacho:
—Adelante, Piquín. El Maestro, nuestro maestro, ha nacido ya.
Nada más lejos del final solitario del Piquín novelístico, ascendiendo por la ladera de Montjuich para alejarse de la traición de un maestro que antepone su carrera profesional a la imposible redención individual de cada uno de sus alumnos, de un barrio en el que la fuga es la única vía de escape, y, sobre todo, de una madre odiosa a la que considera causa del alcoholismo y caída en la delincuencia de su padre:
Obedeciendo a un impulso, saltó del torreón hasta el suelo, avanzó unos pasos hasta el borde del altozano y contempló a su sabor la belleza del paisaje.
Le gustaba; era otra tierra; una tierra sin callejones, sin mercadillos, tabernas ni camionetas... tampoco había escuelas... ¿pero podía ser eso una contrariedad?
Sabía mucho; quizá —se dijo— lo supiera todo; todo cuanto necesitara apara abrirse camino en el mundo.
Y no podía volver hacia atrás. Nada le quedaba y nada añoraría si se decidía a marchar. Respiró a pleno pulmón, ensanchó el pecho y, a buen paso, como si tuviera prisa, descendió por el sendero hacia el llano.
Iba sereno tranquilo y canturreando; con el gesto altivo del que va a una conquista...
... a la de aquellas tierras nuevas en las que brillaba la sonrisa de Dios... [José Antonio de la Loma: Op. cit., pág. 221.]

 

Aún nos queda un fleco suelto... La colaboración de De la Loma con Luis José Comerón y Jorge Illa en la confección del argumento de uno de los títulos más señeros del ciclo anticomunista: La legión del silencio (José Antonio Nieves Conde y José María Forqué, 1956). Se trata de una producción de la opusdeísta Yago Films cuyo guión firma en solitario Manuel Tamayo. Su legitimidad para tal empresa vendría avalada por su participación en Lo que nunca muere y una solvencia profesional que a estas alturas ya nadie le discute.

No hay comentarios:

Publicar un comentario