domingo, 26 de julio de 2020

josé antonio de la loma (4)


José Carreras Planas crea Pecsa Films a mediados de la década de los cuarenta con intención de dar un impulso a la producción barcelonesa, considerada por entonces oficialmente como una manufactura de comedias a bajo coste. Con la colaboración de Ricardo Gascón como realizador y director artístico de la empresa, emprende una serie de producciones de prestigio que incluyen la contratación del astro italiano Amedeo Nazzari para protagonizar Don Juan de Serrallonga (Ricardo Gascón, 1948), fotografiada por el también italiano Enzo Serafin. La maniobra rinde sus frutos y la película obtiene el Interés Nacional con sus correspondientes beneficios económicos. Sin embargo, la producción de Luna de sangre (Francisco Rovira Beleta, 1950) en Cinefotocolor agudiza los problemas financieros de una empresa altamente dependiente de los créditos sindicales  y Carreras Planas se ve obligado a actuar como productor asociado en un par de proyectos de Iquino. [Esteve Riambau y Casimiro Torreiro: Productores en el cine español: Estado, dependencias y mercado. Madrid, Cátedra / Filmoteca Española, 2008, págs. 610-612.] Carreras Planas entra en contacto con Miguel Iglesias cuando este dirige El fugitivo de Amberes (Miguel Iglesias, 1954), para la que presta su marca, y recurre a él cuando quiere relanzar la producción en 1955. Es en este momento cuando, cumplido el breve ciclo de Laurus Films, José Antonio de la Loma se incorpora a la empresa en la que finalmente debutará como director. En este marco, el rodaje de Gascón para IFI de Los agentes del Quinto Grupo (Ricardo Gascón, 1954), a partir de un guión de De la Loma, supone una especie de relevo, de puerta de vaivén por una de cuyas hojas uno entra y el otro sale.

A finales de 1955, Carreras Planas encomienda Iglesias el rescate de un pecio cinematográfico que lleva por título Dulces primaveras, cuyo rodaje ha dado por suspendido por la impericia de su director. José Antonio de la Loma se encarga de redactar el nuevo libreto que llevará por título No estamos solos (Miguel Iglesias, 1956). Lo hace en comandita con el dibujante Luis S. Poveda, que será su pareja de hecho libretística durante su estancia en Pecsa Films. La estructura de No estamos solos se resiente de la construcción a salto de mata: lo que empieza como drama romántico deriva inesperadamente en película sobre la infancia descarriada. Hay un punto de inflexión, la marcha de la madre de la casa de su cuñado, cuya única motivación es soldar el nuevo argumento con las localizaciones planteadas en el guión primigenio en torno a la estancia del niño en el internado. La cinta tiene a partir de ese momento bastantes similitudes con Sin la sonrisa de Dios (Julio Salvador, 1955), en la que intervinieron como actores Ramón Hernández y Javier Dotú.

Debido al buen rendimiento económico obtenido por No estamos solos, Carreras Planas solicita a Miguel Iglesias otro argumento. Éste recurre entonces a una idea concebida a partir de la popularidad de Mónaco por la boda de Grace Kelly y el príncipe Rainiero ese mismo año: un variopinto grupo de viajeros realiza en un microbús el viaje desde el principado hasta la frontera española. Carreras Planas encomienda el guión, como en la película anterior, a José Antonio de la Loma y Luis S. Poveda, que facturan una historia de corte sentimental con un fondo policíaco con ribetes políticos que se va desarrollando según avanza el viaje: Los ojos en las manos (Miguel Iglesias, 1957).

Manos sucias / La morte ha viaggiato con me (José Antonio de la Loma, 1957) supone el debut del guionista como director de largometrajes. La película se rueda en coproducción con Italia. Asume la parte (mayoritaria) española José Carreras Planas, pero, nunca recuperado del todo de sus problemas económicos se asocia para la ocasión con Francisco Fernández de Rojas, que pega de este modo un pequeño salto en la ambición de los dos proyectos anteriores de Planeta Films. El primer paso es la firma de un contrato en exclusiva con Katia Loritz, actriz helvética que hasta ese momento ha hecho pequeños papeles en Italia. Ella será la femme fatale de este noir canónico, género poco frecuentado en España por imperativos censoriales. Una gasolinera situada al borde de una carretera en medio de ninguna parte se convierte en escenario de un juego de pasiones despojadas de todo adorno, en las que la culpabilidad, la venganza, la soledad y el odio fermentan hasta la explosión final de violencia.

La acción arranca cuando Miguel (Amedeo Nazzari) decide provocar un accidente del camión refrigerado de la empresa rival para conseguir el dinero con el que comprar una gasolinera. El percance resulta más grave de lo previsto y el conductor muere y su compañero (Francisco Piquer) queda inválido. Mientras Miguel manipulaba la rueda sus ojos se han encontrado con los de Teresa (Katia Loritz), la camarera de un bar de carretera. En la duda, le propone que se convierta en su mujer, de modo que no pueda declarar contra él. Ella acepta, pero al poco tiempo empieza a aburrirse de la vida solitaria en la estación de servicio. Un día se presenta allí un ingeniero (Carlos Lloret) con el que ella había mantenido una relación. Mientras tanto, Miguel ha ido a buscar al compañero lisiado y le propone que le eche una mano con el trabajo. A pesar de algún pequeño bache en el segundo acto, Manos sucias resulta una de los más logrados policiales de la escuela catalana, probablemente porque De la Loma ha contado en su debut con la valiosa colaboración de Francisco Pérez-Dolz. El cruce de miradas con Nazzari cuando él la descubre en la ventana del parador de carretera o el juego de seducción en el baile están rodados con aplomo y no sin riesgo.

A pesar de algunas transparencias rodadas en Italia, el desolado paisaje de los Monegros en el que está situada la estación de servicio cobra un protagonismo cardinal en la cinta, definiendo el carácter de los personajes. Antonio Isasi asegura que tuvo la mala idea de mostrarle a De la Loma "cientos de fotografías" de las localizaciones inéditas que había encontrado para Pasión bajo el sol (Antonio Isasi, 1958). "Poco después, José Antonio de la Loma, sin ningún escrúpulo —nunca tuvo demasiados— se apropiaba de mi idea de rodar allí". [Antonio Isasi-Isasmendi: Memorias tras la cámara: Cincuenta años de un cine español. Madrid, Ocho y Medio, 2004, pág. 83.]

Al contrario que en alguno de sus guiones anteriores, De la Loma prescinde aquí de los diálogos expositivos y de las moralejas aleccionadoras para dedicarse a narrar en imágenes. y así parece entenderlo también la crítica:
En anteriores obras, José Antonio de la Loma, guionista, trajo al cine problemas sociales de mucha consideración, con el conocimiento y la entrega del hombre que los ha estudiado muy de cerca. Pero el guionista, que en el cine es el único valor del que se sabe de antemano lo que da de sí, está siempre expuesto al vandálico asalto de los enmendadores de plana, capaces de trocar una idea noble en novelón. Quizá fuese debido a ello que De la Loma no lograra cuajar un éxito personal que estuviera a la altura de su afán por salirse de la temática fácil, éxito que ahora ha buscado en campo de la dirección trabajando sobre un escenario escrito por él mismo y que parece pensado más en director que en escritor, puesto que ha, concedido mayor importancia a la realización que a la hondura del tema y sus personajes. [Lucas Cot: “Los estrenos - En Tívoli: Manos sucias”, en El Mundo Deportivo, 22 de noviembre de 1957, pág. 6.]
Igualmente convencido se muestra Sebastià Gasch:
El joven creador de Sin la sonrisa de Dios se ha internado en los dominios de la dirección con pisada firme y segura. El tema que ha escrito es áspero, de un realismo crudo y punzante. De la Loma no ha introducido en su relato ni pizca de humor, ha escudriñado el alma de cada personaje, y ha arrojado con violencia a la pantalla su sórdida cosecha. Sin intervenir personalmente, diríase, en lo que en ella pueda suceder, dejando que esos personajes den libre rienda a su ambición. [Sebastià Gasch: “El sábado en la butaca - Tívoli: Manos sucias”, en Destino, núm. 1060, 30 de noviembre de 1957, pág. 44.]
Pocas veces a lo largo de su carrera lograría De la Loma volver a alcanzar tal consenso crítico. Igual ninguna. El recibimiento queda refrendado con la obtención de la medalla al mejor guión y el premio Jimeno a la dirección del Círculo de Escritores Cinematográficos, en una ceremonia presidida por el director general de Cinematografía y Teatro, José Muñoz Fontán, y celebrada en el Hotel Castellana Hilton de Madrid.


Hay que reconocerle a Katia Loritz la capacidad de poner nerviosos a los censores. La publicidad la promociona como la Loren alemana... a pesar de que ha nacido en Suiza. Tras Las manos sucias, su siguiente película debería de haber sido Un mundo para mí / Tentations (José Antonio de la Loma, 1959), pero el rodaje sufre retrasos una y otra vez, tanto que en noviembre de 1957, la actriz se marcha de vacaciones a Mallorca. Regresa a mediados de mes cuando el inicio del rodaje parece inmediato. El principal rol masculino va a ser entonces interpretado por John Derek. [Valentín García: “Noticiario barcelonés”, en Primer Plano, núm. 892, 17 de noviembre de 1957.] Aunque el contrato inicial contemplaba su participación en nueve películas en tres años para Pecsa Films, los planes de Carreras Planas se viene abajo y la actriz dará un vuelco a su carrera al formar parte del cuarteto protagonista de Las chicas de la Cruz Roja (Rafael J. Salvia, 1958) y convertirse en una de las figuras habituales de la comedia desarrollista.

Al parecer, De la Loma está mientras tanto trabajando para los hermanos Balcázar y preparando el rodaje de La muralla (Luis Lucia, 1958). [Ferrán Alberich: Paco Pérez-Dolz: El camí de l’ofici. Barcelona, Filmoteca de Catalunya / Pòrtic, 2007, pág. 112.] Es un tiempo que Carreras Planas ha aprovechado para poner en marcha dos proyectos que parece que pueden rendir mayores beneficios: Venta de Vargas (Enrique Cahen Salaberry, 1958), con Lola Flores como protagonista, y ¿Dónde vas, Alfonso XII? (Luis César Amadori, 1958), un gran éxito de público del que el productor no pudo disfrutar porque, ante su incapacidad financiera para finalizar el rodaje el distribuidor se quedó con los derechos de explotación de la película.

De este modo, Un mundo para mí se convierte en la última producción de Pecsa Films. La película se concreta como una coproducción con Francia, lo que propicia la participación de la prometedora efímera estrella Agnès Laurent, protagonista también de Altas variedades / Cibles vivantes (Francisco Rovira Beleta, 1960). Ella será el cebo que don Miguel (José Marco Davó, doblado por José María Oviés) pondrá en el camino de su hijo Andrés (Vicente Parra) cuando se entere de que éste, una vez terminados con brillantez sus estudios de Químicas, pretende ordenarse sacerdote en lugar de tomar el relevo en la industria textil que ha levantado. Mimbres pues, de melodrama familiar —a los que se suman el retrato de la madre desaparecida, el autoritarismo del padre, la debilidad enfermiza del chico, la secretaria (Barbara Laage) que guarda un secreto...— que entraría un poco con calzador en el ciclo criminal barcelonés, si no fuera por las localizaciones en la Ciudad Condal y en Sarriá, y la inclusión en la trama de un chantaje y un crimen que nunca llegaremos a saber si fue accidental o no. Porque para recuperar a Andrés para la vida del siglo, su padre recurre a la oveja negra de la familia, Juan (Armand Mestral), un juerguista, siempre sin un duro, que se pasa las noches de cabaret en cabaret y de mujer en mujer. Con la excusa de las buenas calificaciones, don Miguel regala a su hijo un descapotable y le incita a salir a estrenarlo con Juan. En uno de los garitos que visitan la primera noche, Andrés se siente deslumbrado por una bailarina llamada Teresa (Agnès Laurent). La incertidumbre de si podría sentir algo por ella que le impida abrazar el sacerdocio llevan al joven a frecuentarla y a terminar de renunciar a su vocación. Esto ocurre en el ecuador del metraje. A partir de este momento se desarrolla una segunda trama: Teresa está enamorada de Juan y éste se aprovecha de eso para pedirle que siga frecuentando a Andrés. Ella intenta echarse atrás cuando el chico le propone matrimonio, pero Juan ha ideado un plan que le permitiría estafar a su tío y huir a Tánger con una suma con la que dedicarse a la vida de crápula durante una buena temporada.
Desde presupuestos ideológicos oficialistas, argumenta Méndez Leite padre que…
El que se atreva a abordar un tema tan delicado como el de la vocación religiosa ha de llevarlo con mucha sabiduría y mucho tacto si pretende triunfar en tan escollosa empresa. En lugar de la profundidad patética que reclamaba el tratamiento de tan delicado asunto, empleó José Antonio de la Loma —guionista y realizador, todo al tiempo— la superficialidad del melodrama. [Fernando Méndez Leite: Historia del cine español, vol. II. Madrid, Rialp, 1965, pág. 358.]
De nuevo la coproducción propicia la doble versión. En la escena en la que Andrés va por primera vez al cabaret con su primo y éste le deja sólo con “una vieja amiga” (Marujita Bustos), hay una actuación musical rodada de modo que nunca compartan plano la bailarina y los espectadores. En la versión española actúan Teresa y otra bailarina a la que anuncian como Gardenia de Cuba. Asegura Alberich que en Francia la turbación que siente Andrés contemplando a la rumbera estaba provocada por una bailarina llamada Sandrine. [Ferrán Alberich: Op. cit., pág. 112.]

Para promocionar la película, De la Loma se embarca en una gira de conferencias-presentaciones en las que diserta sobre el cine con aspiraciones y el cine popular. La tesis es, lógicamente, que Un mundo para mí consigue aunar ambas tendencias en una única película capaz de satisfacer a todo tipo de públicos. Las estaciones de esta tournée que realiza a lo largo del mes de abril de 1959 son Salamanca, Oviedo, Bilbao, San Sebastián, Pamplona y Zaragoza.

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