domingo, 2 de agosto de 2020

josé antonio de la loma (5)


Fuga desesperada / Le bourreau attendrà (Robert Vernay y José Antonio de la Loma, 1961) se rueda a finales de 1959 en los estudios La Victorine de Niza. La filmación prosigue en exteriores de Barcelona y la Costa Brava en las primeras semanas del año siguiente. Para su realización, De la Loma y Valentín Sallent, jefe de producción con Iquino y Carreras Planas, crean una productora denominada Java Films —las iniciales de los nombres de ambos— y se asocian con la francesa Atac (Acteurs et Techniciens Associés du Cinéma). Sin embargo, la presencia de Marius Lesoeur como productor invita a pensar en uno de esos embrollos tan habituales cuando interviene Eurociné. Desde luego, en la cartelería francesa el nombre de José Antonio de la Loma no aparece por ninguna parte.

Como es el único largometraje que no he podido ver en ninguna de las dos versiones, me pongo en manos de Ramón Espelt en lo tocante al argumento: Pierre Morlaix (Arturo Fernández), fugado de la prisión de Marsella, recibe la ayuda de Larsen y Marina (Paul Guers y Claire Maurier), una pareja de contrabandistas que le ayudan a abandonar el país en yate y le llevan hasta la Costa Brava, donde vive el tío paralítico de Marina (Milo Quesada). Morlaix es seducido por Marina que le convence para que asesine a Larsen, pero todo es una trampa: Pierre ha matado al capitán del yate al que la pareja debía dinero y, para colmo, cuando regresa a la casa se encuentra con el cadáver del tío, de cuyo asesinato le acusa la policía. El clímax tiene lugar en el barrio chino, donde Larsen dispara contra la pareja y es detenido por la policía. Los fugitivos perecerán en un accidente automovilístico mientras intentan ganar la frontera. [Ramón Espelt: Ficció criminal a Barcelona (1950-1963). Barcelona, Laertes, 1998, págs. 228-229.]

El estreno en casi toda España se produce muy tardíamente —en el verano de 1965—, estación poco proclive a suscitar la atención crítica. Y cuando por fin lo logra, como en el caso del reseñista de la Hoja del Lunes de La Coruña, éste se limita a decir que posee “tan escasos valores que no es posible dedicarle un análisis crítico”. [Manuel Sanhernán: “Desde mi butaca”, en Hoja del Lunes (La Coruña), 21 de junio de 1965, pág. 2.]

Por estas mismas fechas, De la Loma aparece ligado a otra empresa, Dabe Films, cuyo único fruto logrado es la coproducción No temas a la ley / Le cave est piégé (Victor Merenda, 1963). Sin embargo, a finales de 1960 se muestra de lo más entusiasta con éste proyecto —titulado entonces No cuelgue, por favor— y otros dos íntegramente españoles: Clarín de órdenes, que va a dirigir Pedro Lazaga; y una película propia en color y scope, La vida fácil. [Valentín García: "Noticiario barcelonés", en Primer Plano, núm. 1043, 9 de octubre de 1960.]


Durante esta etapa De la Loma sigue colaborando en los libretos de algunas producciones IFI. Acaso en recuerdo de su trabajo en Sin la sonrisa de Dios, Iquino le encomienda los argumentos y diálogos de dos películas protagonizadas por niños, en la estela de Marisoles y Joselitos. Ana María Mascareña “Morucha” y Juan José protagonizan Las travesuras de Morucha (Ignacio F. Iquino, 1962) y el crío en solitario encabeza el reparto de Un demonio con ángel (Miguel Lluch, 1963). Hemos de suponer que De la Loma cumple con su cometido profesionalmente, esto es, que se ciñe a lo que se le ha pedido: una película con su huérfana (Morucha) y su abuelito (Manolo Morán), el hijo trapisondista (Juan José) del sargento de la benemérita (Manuel Gas), una pandilla de arrapiezos revoltosos, una compañera de escuela cuya madre carece de medios para comprar las medicinas que necesita, un festival musical protagonizado por los chicos y un secuestro perpetrado por un por un gánster de pega (Luis Cuenca) del que quiere aprovecharse un publicitario espabilado (Ángel Lombarte). Para que no falte de nada, María Cinta, que interpreta a la hija del hombre más rico del pueblo, canta en francés. En resumen, película infantil y melodrama a partes iguales, con inserciones criminales y cómicas, en la que engarzar tonadillas flamencas y aires yeyés.

Cuando recibe el premio del público “a la película más simpática” en el Festival de Granollers, Iquino argumenta que su producción pretende entretener con dignidad y que el público no salga de la proyección “con la cabeza atormentada por la crónica negra o por los problemas que se les ha dado en llamar mensaje”. [Primer Plano, núm. 1131, 17 de junio de 1961.] Dicho por quien acaba de rodar Juventud a la intemperie (Ignacio F. Iquino, 1961), la cosa no deja de tener su guasa.

Como el concierto celebrado en los estudios Parlo Films, con los dos pequeños artistas cantando y bailando los temas que interpretan en la cinta acompañados al piano por el maestro Enrique Escobar, Iquino prodiga esta serie de apariciones públicas y actuaciones en directo de sus nuevas estrellas, consciente de que el buen funcionamiento de la maquinaria promocional constituye el cincuenta por ciento del éxito. Las sinergias no se agotan ahí, la editora musical de Iquino saca sendos 45rpm con las canciones de la película y en la escena de las fiestas patronales en el cine del pueblo se proyecta Botón de ancla en color (Miguel Lluch, 1961), producción IFI, por supuesto.


El fracaso en taquilla de la Las travesuras de Morucha —o, según otros, las desavenencias con los tutores de la protagonista femenina— indujeron a Iquino a sustituirla en su siguiente película para Juan José: Un demonio con ángel. Y así es como debuta en el cine la niña Maribel Ayuso, arropada por Juan José y por Cayetano García, que había hecho en la cinta anterior el papel de glotón insaciable al que parece predestinarle su físico. Este protagonismo infantil, las canciones del maestro Enrique Escobar y algunos apuntes ternuristas y picarescos salpimentados por José Antonio de la Loma a lo largo del libreto, son lo único que relaciona ambas propuestas. Para empezar, Un demonio con ángel está fotografiada por Ricardo Albiñana en Eastamancolor e Ifiscope. El entorno rural con sus fuerzas vivas de la cinta anterior, es susitutido por el ambiente urbano —el puerto, la Barceloneta, el zoo de la Ciudadela, el parque de atracciones del Tibidabo— en el que no faltan ni el turismo, ni la moda, ni la televisión.

El estreno de Las travesuras de Morucha en Barcelona la misma semana que Tómbola (Luis Lucia, 1962), colma la paciencia de algunos críticos. Miguel Porter Moix escribe en su sección “Cinta sin fin”, en Triunfo:
Los productores cinematográficos han descubierto una mina inagotable: se coge una criatura, se le enseña cuatro canciones, se pule un poco su natural simpatía y se encarga un argumento meloso a un señor listo. Todo ello se mete dentro de la máquina de hacer películas y luego, como quien no hace nada, se abre la taquilla y ya está. [Miguel Porter Moix: “La octava plaga: Las películas con niño”, en Triunfo, núm. 1309, 8 de septiembre de 1962.]
Bueno, pues el “señor listo” es José Antonio de la Loma.

 

El texto programático que abre Vivir un largo invierno (José Antonio de la Loma, 1964), como el de tantas otras producciones de Iquino, nos pone sobre aviso de la intención moralizante de la película. El guión de Iquino y De la Loma vendría a demostrar que la emigración no es fruto de causas sociales, económicas y políticas, sino de la ambición de algunos individuos aislados que ponen así en peligro lo que dejan en España: sus familias.

El caso no puede ser más a propósito... Juan (Ángel Lombarte) trabaja en un taller que pretende comprar con lo que gane en Alemania. Es un buen técnico y en unos meses piensa reunir lo suficiente para hacer realidad sus sueños y dar a su mujer, Teresa (Silvia Solar), todo lo que ella se merece. Va con él un compañero menos cualificado cuyo hijo también puede tener un futuro mejor si, al tiempo que trabaja en el taller, estudia Bellas Artes. Andrés (Fabrizio Moroni), quedará acogido en casa de Juan, donde las relaciones entre Silvia y su suegra (Consuelo de Nieva) no son todo lo buenas que podrían ser. Además, en el barrio todo son habladurías: una mujer joven, un chico que entra en casa apenas se ha marchado el marido... El colmado en el que trabaja Luis (Fernando León), macho en celo perpetuo, es foco de la maledicencia. En la Escuela de Bellas Artes, Andrés conoce a Mónica (Olga Omar), hija de un acaudalado provinciano con complejo de culpa que le paga a su hija un estupendo estudio en La Pedrera. Mónica se interesa por Andrés y la suegra de Teresa alienta esta relación porque intuye el peligro que se cierne sobre su casa, aunque el joven siente un rechazo que podemos llamar "de clase" por su compañera. Un día se presenta allí Luis con la excusa de entregar un pedido. Intenta forzar a Teresa. Andrés llega a tiempo para intentar salvarla, pero recibe una tremenda paliza. Su amor por ella es evidente y no puede ocultarlo por más tiempo.

La película se va internando así por la senda del melodrama y abandonando cualquier intención social más allá de su mera enunciación. El problema es que De la Loma tampoco lleva el melodrama hasta sus últimas consecuencias. Probablemente parte de la culpa sea de la (auto)censura y el resto de cierta incapacidad para el género. Tampoco los protagonistas resultan adecuados, así que el interés se va diluyendo a medida que pasan los minutos y las escenas se suceden con desgana fiando la progresión del relato al diálogo, con algún hallazgo muy ocasional de puesta en escena. A las inverosimilitudes de la trama se contrapone cierto gusto en la caricatura costumbrista por cuenta de la patrona del colmado, el chico de los recados y las clientas.

Los dos años de retraso en el estreno madrileño tampoco ayudan a que el juicio crítico resulte benévolo:
Lo que sucede es que se dan muchos rodeos y algunas situaciones se estiran y otras están construidas con énfasis, aparte de que se introducen anécdotas marginales muy forzadas —el intento de violación por parte del tendero, los planos de la tienda de comestibles, el chico de los recados, el duelo— que denotan una técnica vacilante en la definición de los personajes. Como director, José Antonio de la Loma queda, en general, discretamente, aunque se observan ciertos fallos en la dirección de actores, que a veces no dan el tono sencillo y convincente que exigen los tipos que incorporan. [Martínez Redondo, en ABC, 3 de junio de 1966, pág. 121.]
 


Mientras tanto, han llegado a la pantalla dos títulos más con producción IFI y guiones de José Antonio de la Loma. La chica del autostop (Miguel Lluch, 1965) es una película estándar de la factoría Iquino. Lo es por el guión de José Antonio de la Loma, que anticipa algunos rasgos del cine quinqui del que él mismo será el más ilustre cultivador en la década siguiente. También por el protagonismo de Olga Omar en cuyo cuerpo se encarna un erotismo que será la seña de identidad de Iquino cuando cultive ese mismo filón. Y, aún, por la presencia de la Barcelona popular como escenario privilegiado y omnipresente del relato. Como ya comentamos en otra ocasión...

El argumento sirve para fustigar una vez más a la juventud descarriada —y, de paso, a unos progenitores ausentes—, para mostrar a Olga Omar embutida en unos ceñidos vaqueros o tumbándose en la cama cubierta sólo por el sujetador, y para lanzar a un efímero grupo pop denominado Los Atlas, cuyos dos únicos temas puntúan machaconamente la banda sonora.


La otra tiene un cariz totalmente distinto. El primer cuartel (Ignacio F. Iquino, 1966) narra la creación de la Guardia Civil nada menos. Fernando Martín (José Suárez) es un militar que ha combatido valerosamente en las guerras carlistas. Sin embargo, cuando regresa a Córdoba después de un largo cautiverio en Lérida, se encuentra a Asunción (Marta May), su prometida, casada mediante engaños con Gregorio (Miguel Palenzuela), su hermano. Además, su casa ha sido confiscada. En el cortijo en el que se refugia se encuentra con Carmela (Gloria Cámara), una joven que se siente atraída por él. Para liberar al padre de asunción de la cárcel, Gregorio se pondrá al frente de las partidas de bandoleros cuyas acciones coordinan gentes enriquecidas con la guerra. Mientras tanto, en las Cortes se discute el proyecto del Duque de Ahumada de crear un cuerpo de guardia civil que proteja a los desvalidos de los abusos de los poderosos. Fernando proporcionará caballos al nuevo cuerpo y terminará integrándose en él. De este modo, la rivalidad entre los dos hermanos terminará convirtiéndose en un asunto político-militar, para el que Iquino y De la Loma adoptan un esquema puramente western: carlistas por confederados, bandoleros en lugar de bandidos, políticos corruptos por terratenientes o empresarios del ferrocarril corruptos y la Benemérita en vez de la caballería.

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