domingo, 28 de noviembre de 2021

siempre es domingo en el madrid desarrollista

A principios de la década de los sesenta los productores cinematográficos españoles parecen profundamente preocupados por la deriva de una juventud sin valores que no ha conocido la guerra: Fernando Palacios dirige Siempre es domingo (1961); Juan de Orduña rueda para su propia productora Bochorno (1962), a partir de una novela de Ángel María de Lera; León Klimovsky pone su granito de arena con Todos eran culpables (1962), Ramón Comas se embarca en Nuevas amistades (1963), de la novela de Juan García Hortelano. Incluso Joselito se ve metido en semejante fregado de la mano de Manuel Mur Oti en Loca juventud / Questa pazza, pazza, pazza gioventù / Le petit gondolier (1964).

Estas cintas son el resultado de la creciente preocupación institucional por las protestas universitarias que vienen teniendo lugar desde 1956 y que ponen en cuestión el futuro relevo en los cuadros de mando del franquismo. Porque, frente a los jóvenes subproletarios que Iquino ha retratado en Juventud a la intemperie (1961), los mencionados más arriba son hijos de la burguesía industrial y financiera, sin más problemas que el de tener que pedirles constantemente dinero a sus tutores para vivir en una juerga permanente, según propone el título de la película de Fernando Palacios. 

Es ésta una producción de la Asturias Films de Jesús Rubiera que ha encadenado sendos éxitos de taquilla con Las chicas de la Cruz Roja (Rafael J. Salvia, 1958) y El día de los enamorados (Fernando Palacios, 1959), de las que Siempre es domingo viene a ser el contratipo. Si en aquellas dos primaba el tono rosáceo, en esta ocasión se busca la polémica. Las declaraciones del productor no hacen otra cosa que atizarla:

—Se habla mucho de que esta película, como importante, tiene mensaje.
—Sí, pero es un mensaje a la española, con casos españoles y respuestas españolas.
—¿Contra quién va? ¿Contra los padres, por su abandono, o contra los hijos, por usar mal su libertad?
—No va contra nadie ni tampoco se refleja en ella a una clase determinada, ni se localiza la acción pues puede ocurrir en cualquier parte; es un problema mundial que se expone con energía y, al mismo tiempo, con ternura y con un dinamismo quizá no logrado nunca en el cine español. ["Habla Jesús Rubiera, productor del cine para la juventud", en Cine en 7 Días, núm. 24, 23 de septiembre de 1961.]

Rubiera es muy dueño de promocionar la película como mejor le parezca, por supuesto, y de citar La dolce vita (Federico Fellini, 1960) cada vez que surge la oportunidad, pero en lo de la localización se columpia bastante. Siempre es domingo fracasa estrepitosamente al diagnosticar los males de la sociedad contemporánea, pero constituye un magnífico documental sobre Madrid a principios de la década de los sesenta. Las localizaciones de la cinta son un mapa del Madrid desarrollista y el hecho de que David (José Rubio) haya estudiado arquitectura y esté buscando —o no, esto es otra cuestión— piso para poder casarse centran una y otra vez la acción en el momento en que la especulación inmobiliaria cambia totalmente la fisonomía de la capital.

La película arranca con un recorrido por la ciudad de madrugada. Cada personaje es definido, de hecho por la casa en la que vive, casi todas señoriales en el barrio de Chamberí y en el de Salamanca...

Clara Eugenia (Mara Cruz) es la hija de un juez de carrera (Fernando Rey con canas teñidas). Aparenta vivir en un edificio señorial de Don Ramón de la Cruz esquina con Velázquez y en realidad tiene su casa en la acera de enfrente, en el mismo portal que las Bodegas Aguña.

También finge Doris (María Luisa Merlo) ser una chica de buena familia: hija de diplomáticos. Reside, en efecto, en un moderno edificio de la plaza del Conde del Valle de Súchil —inaugurada por el alcalde de Madrid en 1958—, pero es porque está colocada como doncella en casa de un matrimonio americano de la base aérea de Torrejón, cuyo armario saquea cada vez que ellos se van a Rota: "¡Vivan los pactos de ayuda mutua!", proclamará al abrir el frigidaire lleno de bricks de "milk" y de comida enlatada.

Tras dejarlas en sus respectivos domicilios, David llega a su casa en el número 38 de la Avenida de Filipinas. Es un edificio construido en 1956 y diseñado por el arquitecto Juan de Haro al que Pepe Rubio volverá en breve porque también se rueda allí Tú y yo somos tres (Rafael Gill, 1962).

Durante el día se confraterniza en el Hipódromo de la Zarzuela —diseñado por los jóvenes arquitectos Carlos Arniches, Martín Domínguez y el ingeniero Eduardo Torroja— o en el Tiro de Pichón de la carretera del Pardo...

El punto de reunión nocturno es el apócrifo Francis, un club con máquina de discos sito en la calle Fuencarral, enfrente de los cines Roxy.

Los recorridos nocturnos incluyen la Puerta de Alcalá, la de Callao, con sus cines de estreno —el Palacio de la Prensa—, o la estatua de Goya en la trasera del Museo del Prado.

Para sacarle el dinero a la despistada Gloria (Maite Blasco), David finge que tiene dar la entrada para un piso. De este modo accedemos a una inmobiliaria donde se publicita la Ciudad Parque-Aluche y los compradores deciden a la vista de unas maquetas.

Todos quieren en la Castellana —avenida del Generalísimo—, pero sólo quedan en los nuevos barrios de Pacífico y en la carretera de Toledo,
 
Los coches están a tono con los decorados, sobre todo el Lancia Augusta rojo descapotable carrozado por Serra que conduce Carlota (María Mahor). A su volante llega hasta la moderna fábrica de electrodomésticos Kelvinator que dirige su padre.
 
 
David conduce un Morgan Plus 4 DHC blanco descapotable. En él llevará a su vecina Teresa (Susana Campos) hasta los suburbios, donde ella practica la caridad cristiana. Ante la miseria de las casas bajas junto a las nuevas barriadas en construcción, David sueña la utopía de unas tópicas casitas modulares: "hormigueros para hormigas con alma".
 

El problema es que su diseño resulta ajeno por completo a la función semirrural que aún tienen este tipo de construcciones: tres tristes tiestos no cumplen la misma función que un huerto. A la entrada de la barriada vemos una panadería, una taberna y una frutería que también anuncia la venta de piensos. Las carencias no son únicamente de diseño, claro, sino de servicios públicos y de urbanización.
 
En tanto que los comentarios moralizantes han ido salpicando aquí y allá el metraje, la redención de David, que al fin podrá llevar adelante sus proyectos en la constructora ¡con la colaboración de una asociación caritativa, nada menos!, constituye la guinda de este pastel en Eastmancolor que saltará por los aires una década después cuando el globo inmobiliario explote y el asociacionismo en los nuevos barrios se conviertan en uno de los principales focos de oposición al agonizante franquismo.

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