Reina Santa / Rainha Santa (1947) es una coproducción con Portugal realizada en un momento en el que tal tipo de colaboraciones menudearon merced a la alianza, siempre reservona, entre Franco y Salazar. La película sigue la estela de la primera de estas coproducciones, Inês de Castro / Inés de Castro (José Leitão de Barros / Manuel Augusto García Viñolas, 1944) —ambientación (a)histórica, lectura política contemporánea...—, y le añade un componente religioso que Rafael Gil explotará sistemáticamente a principios de la siguiente década. La siempre un poco engolada Maruchi Fresno es el contratipo de las desmelenadas heroínas de Orduña, que han terminado por convertirse en la enseña de un cine que durante mucho tiempo se denominó "de cartón-piedra".
El argumento sigue la peripecia vital de Isabel de Aragón (Fresno) desde que consiente casarse, aún niña, con el rey Dionis I de Portugal (Antonio Vilar) hasta su peregrinación postrera a Santiago de Compostela, cuando ofrece al apóstol una corona a la que ha renunciado cuando su hijo, el infante Alfonso (Fernando Rey), logra por fin el trono por el que ha guerreado con su padre y sus hermanos. En el ínterin, resignación cristiana ante los amores adúlteros del monarca, mediación en los conflictos bélicos y familiares, caridad para con los humildes y desfavorecidos, dos sueños premonitorios y un milagro en el que Gil despliega todo el aparato de música e iluminación acorde con la intensidad del momento.
En algunas fichas aparecen acreditados como codirectores Henrique Campos y Aníbal Contreiras. En los créditos de la copia española Campos no aparece por ninguna parte; tampoco figura en la promoción portuguesa. Contreiras era un personaje al parecer bastante pintoresco que
constituyó su productora al socaire de los acuerdos hispanos-lusos.
Dicha productora contaba con financiación del portugués Isaac Garcia
Fernandes y con la participación del propio Cesáreo González, quien
suscribía también la parte de la producción española con la marca Suevia
Films. Tanto en la monografía de Fernando Alonso Barahona sobre Gil como en la pionera historia del cine portugués de M. Félix Ribeiro, la dirección se acredita en exclusiva al español.
En El gran galeoto (1951), el abismo que se abre entre el industrial bilbaíno Acedo (Ramón Martori) y su hijo Ernesto (Rafael Durán) no es sólo generacional. El padre ve las veleidades artísticas de su hijo como un capricho de titiritero que lo aleja de la tradición familiar. Mientras la conflictividad laboral en los astilleros crece y los anarquistas atentan contra los empresarios, Ernesto está embebido en la creación de un ballet y en su amor platónico por la primera actriz Teresa La Bisbal (Ana Mariscal). Ésta acaba de contraer matrimonio con don Julio Villamil (José María Lado), un diputado al que precisamente, el padre de Ernesto le encomienda la tutela de su hijo cuando cae víctima de un atentado anarquista. Y a partir de aquí arranca el drama de las habladurías de las damas, que siempre han desaprobado esta boda con una cómica, y las burlas de sus rivales políticos, que no dudan en utilizar cuanta arma esté en su mano para desacreditar al marido. La actividad anarcosindicalista y las intrigas parlamentarias proporcionan una estupenda cobertura ideológica —esto es, conservadora, propatronal y antiparlamentaria— de cara a la administración. Luego, el melodrama va ganando intensidad y tiene su apogeo en el doble duelo de Julio y Ernesto con el malvado vizconde de Nebreda (Fernando Sancho) y en la escena en la que a Teresa le niega la entrada en su propia casa el hermano de su marido (Juan Espantaleón).
Como ya hiciera en películas tan distintas como El clavo (1944) o Teatro Apolo (1951), Gil se ocupa tanto de proporcionar solidez al relato —con excursos cómicos protagonizados por Enrique Herreros, Antonio Riquelme, Conchita Fernández o Julia Lajos— como de dar el ambiente de una época, a lo que contribuyen los decorados de Enrique Alarcón, la fotografía bicéfala de Kelber y Guerner, los figurines de José Luis López Vázquez e, incluso, las clases de esgrima de Ángel Monís.
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