domingo, 3 de abril de 2022

religioso, bíblico, piadoso, social y, a ratos, anticomunista

Como soy católico —declaraba Rafael Gil—, siempre he hecho un cine dentro de la moral católica, y si durante algunos años hice varias películas concretamente religiosas fue porque Vicente Escrivá me ofreció unos guiones que sinceramente me gustaron [...] Algunos es posible que piensen que ese cine era simplemente piadoso y no católico. Éstos suelen ser los que se esfuerzan por encontrar sentido religioso en ciertas turbias películas en las que todo es depravado y equívoco, y en las que lo religioso sólo es perceptible para los que no practican religión alguna [...] creo que a la fe se llega por caminos simples y se pierde por los complicados.

Aunque el ciclo católico-piadoso entreverado de anticomunismo de Rafael Gil para Aspa P.C., la productora de Vicente Escrivá, ha venido bautizándose peyorativamente como “cine de estampita”, Fernando Alonso Barahona, que se ha encargado de la reivindicación de Gil como escritor cinematográfico y cineasta, conceptúa las películas del ciclo del siguiente modo: La señora de Fátima (Drama religioso), La guerra de Dios (Drama social y religioso), El beso de Judas (Drama bíblico) y El canto del gallo (Drama religioso). [Fernando Alonso Barahona et al.: Rafael Gil, director de cine. Madrid, Centro Cultural Conde Duque, 1997.]

La señora de Fátima (1951) inaugura el ciclo y lo hace aprovechando la anécdota de los pastorcillos de Fátima para construir un alegato anticomunista en el que el Portugal de 1917 sirve a la construcción de un discurso oficial que va a permitir a España integrarse en el bloque occidental mediante la firma del Concordato con el Vaticano y de los acuerdos militares con Estados Unidos. Rafael Gil orquesta un eficaz cuento en el que la Virgen es el hada buena y el diputado comunista, el ogro.

En algunos materiales —vaya uno a saber por qué— se decidió en algún momento mutilar una panorámica vertical en la que  la Virgen adevertía a los niños que "Rusia esparcirá sus errores por el mundo". Una de estas copias fue la utilizada para crear el máster digital que TVE emitió en marzo de 2018 en el programa Historia de nuestro cine, creando la consiguiente polémica:

En estos tiempos de ley mordaza, persecuciones y falta de libertades ha sorprendido la censura espontánea de una película española de 1951 de la que se ha suprimido un fragmento anticomunista muy significativo. Me refiero a La señora de Fátima, emitida esta semana en TVE. Allí, la Virgen aparecida en una encina prevenía a los tres pastorcillos de que Rusia esparciría sus errores por el mundo provocando guerras y desastres pero si la gente mirase a la virgen con fe todo ello se podría evitar. “Rusia se convertirá y habrá paz”.
Un mensaje muy típico de la época del primer franquismo, al igual que la película toda, como bien recuerda este programa, Historia de nuestro cine, que nos da sorpresas y alegrías al margen de disgustos como este de intentar enmendar la plana a un discurso de posguerra. ¿Con qué fin? Si era ridículo el mensaje virginal, así es la historia por mucho que alguien intente disimularla. [Diego Galán: "Cámara oculta: Ganó Putin", en El País, 22 de marzo de 2018.]

El prólogo de Sor Intrépida (1952) nos sitúa en una India de cartón-piedra en una de cuyas chamarilerías se encuentra una figurilla de San Roque. Un salto en el espacio y en el tiempo nos conduce al hogar de Emilia (Julia Caba Alba), dama acaudalada y cicatera, tía de una cantante de éxito que ha decidido ingresar en un convento con el nombre de sor María (Domonique Blanchar). Nada sabemos de sus motivos —en algún momento se mencionará un accidente— pero sí que el apodo de "sor intrépida" le cuadra perfectamente, porque no se para en barras a la hora de lograr sus objetivos. Y así conseguirá la conversión de un moribundo descreído (José Nieto) o la cantidad exorbitante de medio millón de pesetas de un empresario de televisión (Fernando Sancho) a cambio de unas grabaciones clandestinas a fin de que el hospital de la orden no tenga que cerrar. De todos modos, su obsesión es trabajar en una de las leproserías que las hermanas tienen en la India y allá que se va con su talla de san Roque. Una pareja de indígenas (Francisco Rabal y Nani Fernández) que esperan un hijo la ayudan a instalarse, pero sus vidas se ven en peligro por el ataque de unos bandidos. El bautismo del recién nacido significará el sacrificio de su vida.

Durante la primera parte se alternan las viñetas cómicas —las protagonizadas por José Isbert y Julia Caba Alba, o las de Antonio Riquelme como decano de los pacientes— y las patéticas. Rafael Gil pone su maestría narrativa al servicio del dramatismo de la falsa Navidad y de la curación del muchacho inválido en el trigal. En cambio, un tercer acto precipitado, escaso de medios y de metraje, y, sobre todo, huérfano de motivación dramática, convierten a Sor Intrépida en una de las entregas más flojas del ciclo. A pesar de ello la película recibió toda clase de parabienes oficiales, incluido el Interés Nacional y el primer premio del Sindicato Nacional del Espectáculo.

La guerra de Dios (1953) es un tenso drama en un pueblo minero. La llegada de un curita dispuesto a poner la otra mejilla cuantas veces haga falta provoca rechazo entre los trabajadores, que mantienen un fuerte enfrentamiento con la empresa por las condiciones de trabajo. El rodillo Rafael Gil (dirección) / Alfredo Fraile (fotografía) / Enrique Alarcón (decorados), funciona a la perfección. Dos peros: la blandura de Claude Laydu —claro que había sido el "cura campestre" de Bresson— y un final más falso que un billete de 15 euros.

El momento de tensiones internas que se vivía en el seno del franquismo con la firma de los acuerdos hispano-norteamericanos y la relectura estrictamente anticomunista de la Guerra Civil, lo que dejaba de lado los principios falangistas y nacional-sindicalistas que le habían servido de andamiaje ideológico, propicia la lectura en clave política de El beso de Judas (1954). Judas (Rafael Rivelles) intriga alrededor de Jesús para preparar el levantamiento del pueblo judío contra el dominio de Roma. El centurión Quinto Licinio (Paco Rabal) se compromete a ayudarle pues ha visto los milagros que obra el rabí. Pero el sacerdote Misael (Félix Dafauce) ve peligrar su poder, así que es partidario de entregar al falso rey a Poncio Pilato (Gerard Tichy). Para ello, explota las dudas que corroen al apóstol que cree que el reino anunciado pertenece a este mundo.

Como apuntando al fin del filón, El beso de Judas destaca por dejar de lado las soflamas anticomunistas y tomar como modelo el cine histórico de Cecil B. DeMille. A pesar del esfuerzo de producción, la película le viene un poco grande a Rafael Gil. Lo más memorable quizás sea el trabajo de Rafael Rivelles en el papel titular y lo más anecdótico la presencia de un primerizo Arturo Fernández en el papel de uno de los apóstoles. Gil y Alarcón realizaron un viaje a Palestina por cuenta de Aspa Films para documentarse y luego reconstruir en estudio y en Mojácar más de cincuenta decorados, todo un alarde de producción en el cine de la época. Algunos historiadores han apuntado la novedad del punto de vista adoptado —el del traidor—, aunque la intención pudiera ser subrayar lo inconveniente de cualquier tipo de disidencia. [Elizabeth Scarlett: Religion and Spanish Film: Luis Buñuel, the Franco Era, and Contemporary Directors. University of Michigan Press, 2014, pág. 68.] O sea, que incluso en este caso habría lugar a una lectura política.

El canto del gallo (1955) —uno de los más preclaros ejemplos del cine anticomunista hecho en España— ambienta en un país imaginario de detrás del Telón de Acero una persecución religiosa que pretende poner al día un argumento que bien podría situarse en la Guerra Civil del Madrid, de corte a cheka de Agustín de Foxá. Como en otras ocasiones, el trío Gil-Fraile-Alarcón cumple con las expectativas, pero todo el último tramo del metraje, cuando el miedo del cura interpretado por Paco Rabal deja paso a la redención, la cinta degenera en una modestísima ilustración de una tesis improbable. ¡Ay, Nazarín!

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