A tiro
limpio (Francisco Pérez-Dolz, 1963) es, a gusto de
uno, la obra capital del género, digna de compararse con las mejores de Phil
Karlson o Joseph H. Lewis. Economía narrativa de serie B, hallazgos visuales y
una ambigüedad moral que la hace modernísima y la aleja completamente de los
policíacos siempre moralizantes de Iquino, pero también de Los atracadores, donde Pérez-Dolz
había realizado funciones de ayudante de dirección. Precisamente una de las
escenas emblemáticas de aquélla se repite en ésta: el asalto al meublé.
Pero mientras Rovira Beleta tienen buen cuidado en evitar dar la sensación de
que aquello es una casa de citas, Pérez-Dolz lleva la situación hasta el final.
Ventajas de la modestia presupuestaria. Todavía hoy resulta un misterio que la
censura pasara por alto el hecho de que los protagonistas mantengan una
relación homosexual —sólo sugerida, por supuesto—, el hecho de que sean
anarquistas —con la coartada del “gamberrismo delictivo”—, los diálogos en
catalán de las escenas en la casa del “Picas” y los actos de sadismo por parte
de Martín (sensacional Luis Peña).
Vemos por primera vez a Martín y a su
compañero Antoine (Joaquín Navales) cuando se dirigen a atracar a los clientes
de un garaje. Vienen de Toulouse, como Silvestre en Senda torcida, lo que para el espectador avisado los
identifica como activistas políticos. Acuden a un encuentro con Ramón (José
Suárez) que debe hacerse cargo de conseguir armas para preparar un nuevo golpe.
Para ello recurren al “Picas” (Carlos Otero) excarcelado tras ser detenido
durante uno de los golpes del grupo. El asalto a un banco no funciona como
estaba previsto y pone a la policía tras su pista. Martín propone entonces dos
atracos simultáneos en dos puntos distantes de la ciudad: un meublé
próximo al estadio del Barça y la oficina de apuestas mutuas con toda la recaudación
de las quinielas. Los dos golpes en montaje alterno, una persecución por los
túneles del metro para la que se construyó un modestísimo artilugio que es el
antecedente de lo que hoy conocemos como steady-cam, el martilleo de los
disparos en una villa abandonada, un enfrentamiento con la policía en una casa
flotante del puerto... A tiro limpio
no da tregua. Típica producción de los hermanos Balcázar, el rodaje se mantuvo
en unas apretadas cinco semanas, pero la potente realización se engarza en un
argumento que ni evita ni subraya los momentos de nihilismo romántico. Pero lo más interesante es la ausencia de juicio moral sobre los personajes. Desde el mismo arranque, la cámara los acompaña, nos coloca en su posición, nos hace, como espectadores, cómplices de su suerte.
Las sucesivas versiones del tratamiento y el
guión se titularon Los resentidos, Encuentro con la muerte o La senda roja. Esta última propuesta
venía avalada por el rastro de cadáveres que la película deja a lo largo de su
metraje y porque está basado en las andanzas de los anarquistas Quico Sabaté y
Facerías en la Barcelona de los años cincuenta. A los Balcázar no les gustaba
ninguno de los tres, pero cuando se enteraron de que había una ensalada de
tiros decidieron que A tiro limpio
era el mejor título. Seguramente tendrían razón. Se estrenó muy mal, en verano,
en programa doble. Sólo la reseñaron en la prensa diaria Miquel Porter Moix y
Joan Munsó. Su prestigio crítico proviene de que José Luis Guarner la
redescubriera en la Semana de Cine de Barcelona en 1984. Tuvo, incluso, un
remake en los noventa, A tiro limpio
(Jesús Mora, 1996).
La censura ordenó seis cortes con una duración de poco más de un minuto:
1. Una panorámica a la combinación y a la cama en la escena de Román (José Suárez) y Marisa (María Asquerino): 14 segs.
2. La caricia de Martín (Luis Peña) a Antoine (Joaquín Navales) cuando éste espía con los prismáticos a las niñas: 10 segs.
3. Meublé 1: el principio de la escena, con la prostituta alemana en el espejo: 11 segs.
4. Meublé 2: la escena cómica de la pareja que cree que hay un incendio: 7 segs.
5. Meublé 3: el arranque de la escena de Gustavo Ré: 11 segs.
6. La panorámica de los pies de Antoine ahorcado a su rostro, acompañada por una ráfaga musical también suprimida: 8 segs.
Cuatro de ellos tienen que ver con sugerencias de relaciones heterosexuales, aunque estén formuladas en la mayoría de los casos en clave de comedia. Uno está relacionado con el subrayado de la homosexualidad de Martín. Y sólo el último está dictado por la explicitud de la violencia de la muerte de Antoine. Con el tiempo, Pérez Dolz minimizó la importancia de estos cortes, aduciendo que atañían sólo a las dos panorámicas y que apenas duraban unos pocos segundos. Estas declaraciones no suponen adulación al sistema, sino reproches que se hace a sí mismo como artesano consciente de su oficio y de las obligaciones que contrae con la productora a la hora de facturar un producto rentable.
La censura ordenó seis cortes con una duración de poco más de un minuto:
1. Una panorámica a la combinación y a la cama en la escena de Román (José Suárez) y Marisa (María Asquerino): 14 segs.
2. La caricia de Martín (Luis Peña) a Antoine (Joaquín Navales) cuando éste espía con los prismáticos a las niñas: 10 segs.
3. Meublé 1: el principio de la escena, con la prostituta alemana en el espejo: 11 segs.
4. Meublé 2: la escena cómica de la pareja que cree que hay un incendio: 7 segs.
5. Meublé 3: el arranque de la escena de Gustavo Ré: 11 segs.
6. La panorámica de los pies de Antoine ahorcado a su rostro, acompañada por una ráfaga musical también suprimida: 8 segs.
Cuatro de ellos tienen que ver con sugerencias de relaciones heterosexuales, aunque estén formuladas en la mayoría de los casos en clave de comedia. Uno está relacionado con el subrayado de la homosexualidad de Martín. Y sólo el último está dictado por la explicitud de la violencia de la muerte de Antoine. Con el tiempo, Pérez Dolz minimizó la importancia de estos cortes, aduciendo que atañían sólo a las dos panorámicas y que apenas duraban unos pocos segundos. Estas declaraciones no suponen adulación al sistema, sino reproches que se hace a sí mismo como artesano consciente de su oficio y de las obligaciones que contrae con la productora a la hora de facturar un producto rentable.
La trayectoria vital del anarquista Quico
Sabaté, también había figurado en El
cerco, pero en Metralleta Stein
(José Antonio de la Loma, 1974) de la Loma prefiere ceñirse al enfrentamiento
mítico entre un representante de la ley y alguien que hace tiempo traspasó
todas las fronteras, de acuerdo con el modelo propuesto en Y llegó el día de la venganza (Behold
a Pale Horse, Fred Zimmerman, 1964), prohibida en España hasta 1979 y en la
que Gregory Peck encarnaba a Sabaté. De la Loma bucea en la guerrilla urbana
barcelonesa de los años cuarenta y cincuenta para vaciarla de cualquier
contenido ideológico y facturar una película de acción setentera: rutina
policial, tiroteos con las fuerzas de orden público, persecuciones en Seat
1430... ¿El resultado? Acción adrenalínica al más puro estilo del poliziesco. Lo mejor que se puede decir
de Metralleta Stein es que de la Loma
mantiene todo el metraje el acelerador apretado y que John Saxon (el atracador)
y Paco Rabal (el comisario, también doblado) conducen sus esquemáticos
personajes con solidez y convicción.
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