domingo, 26 de febrero de 2017

el 600, icono de la cultura popular (1)


El biscúter

Los microcoches son vehículos de escasa potencia, creados generalmente por empresas relacionadas con el motociclismo, con grandes dosis de improvisación artesanal e incapacidad para producir en serie. En Europa los microcoches conocen su momento de esplendor a principio de los años cincuenta del pasado siglo, pero en la Alemania que aguarda el “milagro económico”, suponen como en España una buena alternativa a la moto, y se crean modelo propios con abstente difusión como el como el Goggomobil 400que llegaría a España relativamente tarde. Lo que es indudable es que, utilidad aparte, aportaron una nota de excentricidad en las tristes calles de las localidades españolas, repletas de camiones desvencijados, “rubias, motos de baja cilindrada y motocarros de reparto.

Probablemente sea su carácter bizarro por lo que aparecieron tanto en el cine español de la época, robándole el protagonismo al 600que, si bien ostentaba el cetro en las carreteras nunca llego a alcanzar igual puesto en la pantalla. El microcoche más popular, tanto por la cantidad de vehículos construidos como por sus especiales características es un modelo fabricado desde 1954 por la empresa Auto Nacional, S.A. en su factoría de San Adrián del Besós: el Biscúter. Se partió de un diseño del ingeniero aeronáutico –una vez más automovilismo y aviación se dan la mano- francés Gabriel Voisin, al que se adaptó un motor Villiers de dos tiempos, fabricado en España con licencia de dicha empresa británica.

El Biscúter es un pequeño vehículo de dos plazas –“el benjamín de las carreteras españolas”, decía el locutor de No-Do-, con carrocería de duraluminio, tracción delantera, dirección “a cremallera” y motor refrigerado por aceite. Su leve peso –240 kg- le permite alcanzar los 75 km/h con un consumo de 4,5 litros de combustible cada 100 km. Además del modelo “zapatilla”, se fabricaron versiones con toldo, furgoneta y “rubia”. Las piezas proceden de industrias auxiliares, la mayoría de las cuales se dedicaban de la fabricación de motocicletas. La factoría dispone de cuatro talleres: montaje de grupos –con soldadura, pintura y banco de prueba de motores-, montaje de unidades, de carrocería y de acabado y puesta a punto.

En la edición del noticiario No-Do (“El mundo entero al alcance de todos los españoles”) del 16 de enero de 1956, bajo el epígrafe “Coche en miniatura” se puede echar un vistazo a estas instalaciones. La factoría de la que salen, a razón de quince vehículos diarios, es reducida. Dos operarios bastan para colocar el motor y realizar los ajustes en la dirección. Las curiosidades reflejadas en el reportaje pasan por la carencia de marcha atrás, que obliga al propietario del vehículo a sacarlo a mano de su plaza de aparcamiento y enfilarlo en la dirección adecuada antes de arrancar; se argumenta eso sí que su poco peso permite realizar esta maniobra con gran comodidad y sin esfuerzo. Otro de los momentos que mueven a risa o a ternura es el exiguo patio donde se realiza el control de calidad. En un terreno reducidísimo, tapiado y con suelo de tierra dos vehículos realizan maniobras al máximo de su velocidad. En el centro del patio, rodeados por un pequeño parterre, dos ingenieros con bata blanca se sientan ante una mesa de madera en dos butacas de oficina, contemplan las maniobras y auscultan a los recién nacidos como si de comadronas se tratara. Cuando el coche salta por fin a la calle el locutor asegura que por su “capacidad de maniobra y aceleración” los biscúter se deslizan “ágilmente, como ardillas urbanas”.

Para verlo en su salsa es necesario remontarnos a 1955, donde coupa un lugar preminente en el cartel de Al fin solos, de José María Elorrieta. Durante la década de los cincuenta el guionista José Manuel Iglesias cultivó este modelo de comedia inverosímil que bien poco tiene que ver con el costumbrismo y que, en cambio, tiene relación directa con lo que Conti, Cifré o Peñarroya venían haciendo en el Pulgarcito. Los personajes tienen la misma consistencia que el Loco Carioco o Pepe el hincha: un director de manicomio más chalado que sus asilados (Raúl Cancio), un demente que cede el paso para entrar a las duchas frías (Manolo Gómez Bur), un cliente del laboratorio que luego resulta ser comisario de policía (Erasmo Pascual)… En los chaqués alquilados salta a la vista que “el difunto era mayor”, las calvas echan humo tras una fricción con la fórmula milagrosa y los recién casados viajan en un biscúter, aquel cochecillo al que los humoristas de su tiempo comparaban habitualmente con una babucha. Acredita su eficacia cómica que Elorrieta volviera a darle protagonismo en Muchachas en vacaciones (José María Elorrieta, 1958).

Para volver a verlo en la pantalla hemos de esperar al año siguiente, cuando el personaje interpretado por Pepe Calvo conduce uno de los que cruzan a diario la Cibeles bajo la mirada benevolente de Manolo, guardia urbano (Rafael J. Salvia, 1956) y el taxista interpretado por Paco Martínez Soria toma prestado uno que recorre Barcelona en pos del taxi que acaban de robarle.

Pero es el año 1958 en el que el Biscúter posiblemente fuera el automóvil más popular de la pantalla. La feria de Historias de la Feria (Francisco Rovira Beleta, 1958) es la vigésimo quinta edición de la de Muestras de Barcelona, que se celebra en el parque de Montjuic. Entre las historias que se entrecruzan como es tradicional en este tipo de relatos está la del hombre que ha venido del pueblo con la intención de comprar un coche. En la sección de Automóvil le muestran modelos lujosos que no puede adquirir por su alto precio y además él está empezado en que sea “colorao”. Incluso está dispuesto a comprar un coche de bomberos. Como el hombre es Gila, enseguida le vemos agarrado al teléfono intentando convencer a su mujer: “Sí, ya sé que prefieres un coche familiar, lo comprendo, pero este coche, además de ser colorao, que ya sabes que es el color que me gusta a mí, luego tiene la ventaja de que te sirve para apagar algún fuego, porque por muy poco que te cobre un bombero, un bombero mediano, vamos a poner, con dos fuegos que apaguemos nosotros, nos hemos amortizao el coche”. Finalmente, le vemos abandonar el recinto ferial muy orgulloso al volante de un modesto biscúter, eso sí, rojo como un clavel reventón. En sus actuaciones Gila decía que el biscúter no necesitaba más capota que la boina del conductor.

El coche evidentemente movía a risa, así que cumplió la misma función en Lo que cuesta vivir (Ricardo Núñez, 1958), que traslada la acción del sainete teatral de Carlos Arniches Es mi hombre, a Barcelona. Para situar época y ambiente nada mejor que un cartel que anuncia la película Mogambo en una sala de reestreno y, por supuesto, un biscúter, cuyo recorrido por la calle nos sitúa en el marco de la acción del primer acto.

En el programa de mano de La vida por delante, dirigida y protagonizada por Fernando Fernán-Gómez también en 1958, el actor aparece con un biscúter en brazos, imagen sólo levemente paródica puesto que en la película el coche está en el portal de la casa envuelto con papel de regalo. Josefina (Analía Gadé) exclama con admiración: “Si no le falta ni un detalle, hasta tiene su espejito y todo”. Luego, para arrancarlo, Antonio no tiene más remedio que empujarlo. El jaleo gordo viene cuando en comisaría el atribulado comisario deba confrontar las diferentes versiones de los testigos sobre el accidente provocado por la ineptitud al volante del biscúter de Josefina y la distracción de los camioneros. En la versión de los transportistas todo es confuso y el montaje alterna planos; en cambio en la declaración de Josefina, que habla en plan metralleta, la escena se nos presenta aceleradísima. Una vieja y un señor bajito están implicados también en el accidente, en eso todos coinciden. Por fin llega el turno de del señor bajito (José Isbert), el único que puede aclarar la situación. Como es tartamudo, una vez más el montaje ilustra exactamente su declaración y el tartajeo del testigo se convierte en una suerte de scratch visual, en el que la imagen funciona como una especia de disco rayado a la para que el audio. Finalmente Isbert reconoce que él estaba a otra cosa y como testigo es inoperante. Pone la guinda al asegurar que todas las declaraciones están equivocadas en un punto: él no vio al señor bajito que todos aseguran que andaba por allí.

Menos relevancia tiene en la trama de Muchachas en vacaciones. Apenas sirve para que las tres empleadas de unos grandes almacenes que pasan sus vacaciones en Mallorca puedan salir de excursión con sus correspondientes galanteadores, pero, en cambio, el cartel de la película utilizó el pequeño vehículo como motivo principal. El desarrollismo manda y Elorrieta había sido pionero en llevar a la pantalla las posibilidades cómicas del cochecillo en Al fin solos.

Al cabo de los años, lo distintivo de su diseño ha hecho que el biscúter sirva para situar inequívocamente la época en la que sucede cualquier película de ambientación histórica, como puedan ser Cásate conmigo, Maribel, de 2003, o Espérame en el cielo en la que Antonio Mercero especulaba con la posibilidad de que un doble de Franco ocupase su lugar en actos de importancia menor. El doble es un humilde ortopedista y ante su comercio pasa lento el biscúter, nada parecido a la ágil “ardilla urbana” que pregonaba el noticiario. Pero claro, a estas alturas, es un coche talludito al que hay que cuidar.

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