No
dispares contra mí (José María Nunes, 1961) es una nueva producción de Germán
Lorente y Enrique Esteban para Este Film. La primera de una nueva etapa, según
el pressbook de la película en el que se mencionan expresamente Forajidos
(The Killers, Robert Siodmak, 1945) y La ciudad desnuda (Naked
City, Jules Dassin, 1948). Para la ocasión la mirada esta puesta una vez
más al otro lado de los Pirineos. Lorente propone a Nunes realizar su
particular Al final de la escapada (À bout de souffle, Jean-Luc
Godard, 1959). El dinero es escaso y el proyecto urge. Nunes, afincado en
Barcelona pero oriundo del Algarve, recurre a un contertulio de la pequeña
colonia lusa en el bar “El Chipirón” del Paralelo, donde también acude la
pareja de intérpretes formada por Carlos Otero e Isabel de Castro. El tal
contertulio es Juan Gallardo Muñoz —en arte Curtis Garland, Donald Curtis y
cien sobrenombres más—, autor de novelas de a duro que escribe a razón de dos
por semana; un día para idear el argumento, otro para desarrollarlo y el tercer
para rematar la obra. Con este ritmo de trabajo siempre queda el domingo libre
para el ocio. Es el caso que Gallardo se compromete a proporcionar un argumento
a Nunes y entre ambos pergeñan un guión que terminará firmando también el
productor por aquello de que la idea de hacer una película fue suya.
En sus memorias (Yo, Curtis Garland.
Barcelona, Morsa, 2009) relata Gallardo como la precariedad de la producción le
proporcionó la ocasión de retornar a su viejo oficio de actor, al interpretar
un pequeño papel de juez con una bata que rescató de su viejo vestuario
teatral. Además del argumento y su participación en el guión, aportó presencia,
vestuario y el bocadillo, porque ni para eso daba el presupuesto.
La escena en la que interviene es aquella en
que los fugitivos David (Ángel Aranda) y Lucile (Lucile Saint-Simon) se
refugian en casa de un juez. Por lo demás, la película alterna la huida de
ambos de un comisario interpretado por Jorge Rigaud ,que sospecha de ellos como
asesinos del marido de ella, y de los pandilleros, cuyo dinero se encontraba en
el coche en el que escapan.
La utilización de un montaje stacatto
en las secuencias de acción no es óbice para que haya largas escenas dialogadas
en las que los amantes se hacen confidencias y denuncian el “mal del siglo” que
les ha conducido a esta situación. David confiesa:
—Soy uno de esos
que ha equivocado la época en que ha nacido y no sabe comprender el mundo. O
tal vez el mundo se empeña en no comprenderle a uno.
Las versiones sobre la modernidad de la
propuesta son contradictorias. El propio Nunes da dos o tres distintas según
pasan los años. Según la primera los productores habrían vuelto obnubilados por
el desembarco de la Nouvelle Vague en el festival de Cannes de 1960, pero él no
habría visto ninguna de estas películas hasta después de terminada la suya. En
cambio, Guarner asegura que le pagaron un viaje a París y estuvo allí durante
un mes empapándose de nuevo cine. Nunes vuelve al ataque asegurando que de todo
aquello lo único que le interesó mínimamente fueron las películas de Resnais.
En cualquier caso, la impronta de la película de Godard es evidente. Desde el
punto de vista financiero, la película se podía amortizar en el mercado
interior, gracias a su exiguo presupuesto y a la previsión de una calificación
administrativa favorable, en tanto que la incorporación al reparto de Lucile
Saint-Simon —una de Les bonnes femmes (Claude Chabrol, 1960)—,
garantizaba de algún modo la salida internacional del producto.
Jorge Rigaud ejerce de figura paterna, como había hecho Manuel Gas a lo largo de la década anterior. Ante
los padres que han enviado a su hijo a estudiar a Barcelona y han perdido la
comunicación con él, el empeño del comisario es volver al hijo descarriado al
redil.
Aunque la carrera de Nunes —uno de los
puntales de la Escuela de Barcelona— siguió por otros derroteros, nunca renegó
de este ejercicio de género, destacando, por ejemplo, su uso novedoso del zoom:
“todo el mundo
dijo que estaba muy bien utilizado, que fue una propuesta de búsqueda de
imagen. También hay un ritmo determinado que me gusta, que no es aceleramiento,
claro, porque el ritmo puede ser pausadísimo, como en casi todas mis películas”.
Méndez Leite padre, historiador del cine
español, alababa el argumento pero ponía en entredicho el guión:
“Se ha
extremado la pintura de tipos y situaciones —escribe— copiados de otros films
de procedencia yanqui o francesa, en los cuales abundan esos tipos de
indeseables y gamberros que por suerte escasean en nuestra patria”.
Será ésta una queja que se repita una y otra
vez.
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