El guión de Manuel Tamayo, Julio Coll y Juan Lladó está protagonizado por un grupo de refugiados de la contienda mundial que son rescatados en aguas de la Costa Brava por unos pescadores. Entre ellos se esconde un marino mercante que huyó de España en 1939. Sus reacciones “ante la hospitalidad cordial y la paz reinante en nuestro territorio se manifiestan según las ideas políticas de cada uno”, escribe Méndez-Leite (Historia del cine español, vol. II. Madrid, Ediciones Rialp, 1965. p. 41). En una entrevista realizada durante el rodaje, Jerónimo Mihura apunta que se trata de “un tema actual, de posguerra, disparado hacia la candente actualidad de la neblina antiespañola que envuelve nuestro país” (Primer Plano, núm. 415, 26 septiembre de 1948).
Unos marineros de la Costa Brava rescatan en una tormenta a los viajeros exánimes de un velero a la deriva. Se trata de un grupo de fugitivos de la Europa del Este que pretendía llegar a Marsella para, desde allí, viajar a Sudamérica.Los cuatro desembarcan en este “rincón de España” con el temor de las represalias que puedan sufrir. Pero la acogida por parte del cura (José Bruguera), del alcalde (Juan de Landa) y del arruinado terrateniente (Aníbal Vela), capaz de hipotecar su casa con tal de atender a los náufragos, pronto les hace olvidar las penurias del viaje.
El guión ilustra la tesis del acoso internacional a España con machaconería un puntín cargante. Lyda desayuna leche con galletas y se asombra “de lo bien que viven aquí”, a lo que el paternal alcalde replica que esa mala fama es debida a “ciertas propagandas que han trabajado mucho en contra nuestra”, pero que su estancia en España les servirá para conocer la realidad. A pesar de ello, Vladimir / Enrique se muestra suspicaz y receloso en todo momento. Rosa María (María Martín), la maestra del pueblo era su novia y le reconoce inmediatamente. Ahora está comprometida con Pablo (Carlos Agosti), el marinero que les ha salvado. La actitud de Rosa María no hace sino acentuar los celos de Pablo; sobre todo el encuentro entre los antiguos amantes en un cobertizo, durante la romería. Esta subtrama mantiene el suspense y servirá a la postre para sustentar la tesis del perdón para los vencidos—previo arrepentimiento—, que no de la reconciliación entre hermanos fratricidas. El entuerto se resolverá del mejor modo posible cuando Enrique decida quedarse en España para responder al reto lanzado por el comisario: “los españoles que no quieran serlo, que no tienen el orgullo de serlo, no nos interesan para nada”.
En un rincón de España se estrena en el cine Kursaal de Barcelona el 22 de diciembre de 1948. La recepción oficial no puede ser más propicia. La calificación obtenida inicialmente es de Primera A, lo que hace acreedora a la productora de cuatro permisos de doblaje. Pero, a petición de Emisora Films, dicha calificación es revisada y se le conceder el “Interés Nacional”, con un permiso de doblaje adicional. Según nota de la Junta Superior de Orientación Cinematográfica los méritos que concurren en la cinta son “el esfuerzo en pro de nuestra cinematografía al introducir en la misma la modalidad del cine en color que, si bien en este caso no está plenamente conseguido, se hace acreedor no obstante a la protección oficial en razón del esfuerzo y deseo de superación que supone”. A renglón seguido se exponen otros motivos, que seguramente influyen tanto o más en el ánimo de los regidores del cine patrio que los puramente técnicos, al considerar que la cinta “contiene muestras inequívocas de exaltación de valores raciales y de enseñanzas y divulgación de nuestros principios sociales y políticos”.
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