Antes de internarse por el camino del tópico y la autoironía, como corresponde a casi cualquier título protagonizado por un émulo de 007, Julio Coll abre Comanado de asesinos / Sechs Pistolen jagen Professor Z / Fim-de-semana com a morte (1966) con una escena rodada cámara en mano en la que el objetivo adopota alternativamente el punto de vista de un personaje -dos en realidad- al que no vemos y el del espectador... hasta que los personajes irrumpen repentinamente en el encuadre para dejar fuera de juego a los vigilantes del laboratorio y narcotizar al profesor Zandor (José Cardoso). Tras la pista de los secuestradores se ponen en marcha los agentes Kramer (Peter Van Eyck), estadounidense, Dick Haskins (António Vilar), británicos, y Bonnard (Klaus Jürgen), de Oriente Medio. Todos ellos se dan cita en Lisboa, en la mansión del doctor Bardot (Artur Semedo), patrocinador de las investigaciones de Zandor y jefe de Ethel Green (Leticia Román), quien como ayudante del profesor ha sido testigo del rapto. A partir de ahí comienza un juego en el que todos son ratones y gatos.
Coll continúa con los trampantojos visuales –la torre de Londres reflejada en una puerta de cristal, la explosión de un avión sobreimpresionada sobre la esfera de un reloj…- y, sobre todo, argumentales –el trabajo en la BBC de Haskins, la fiesta de disfraces organizada por Bardot, el teatro abandonado que servía de refugio a Zandor…-. El juego de simulación inherente al mundo del espionaje pasa así a primer término. Pero también esto es un espejismo. Pronto la rutina de las peleas a puñetazos, los tiroteos y los engaños invade la pantalla. Coll salva los muebles con un par de persecuciones espectaculares por carreteras de la costa portuguesa y cierra la cinta con una propuesta de ménage à trois resuelto mediante la voz en off.
Otra coproducción, Persecución hasta Valencia / Il sapore della vendetta (1968), marca el principio de la colaboración de Coll con Pan Latina Films, una compañía comandada por Manuel Caño en cuyo seno alumbrará sus últimos trabajos cinematográficos, que alterna con algunos cometidos televisivos. Harry Bell (Tom Tryon) se ve envuelto en un asunto sucio, lo que le vale la expulsión de la Interpol y una condena de tres años de cárcel. Una vez cumplida la pena es reclutado por Marcos (José Bódalo) para recuperar un alijo de droga valorado en dos millones de dólares sustraído por una banda rival. Tras varios enfrentamientos con sus rivales en Roma y Madrid, Bell llega a Valencia donde localiza la droga oculta en un cargamento de naranjas preparado para la exportación. A fin de obtener la autorización para todos los públicos en Italia, los productores se ven obligados a modificar el diálogo final, en el que Bell se quedaba con el cargamento, en una doble venganza, contra el hombre que le ha engañado y contra el establishment. En el nuevo doblaje afirma haber entregado hasta el último gramo a la Interpol, de modo que puede ser readmitido en su antiguo puesto. También se suprime el estrangulamiento de uno de los villanos por parte del protagonista con una cuerda de guitarra y un primer plano de la protagonista femenina (Lorenza Guerrieri) asesinada.
Coll cruza el género de atracos perfectos con el de agentes secretos en una irregular producción de cine bis protagonizada por el inexpresivo Tom Tryon poco antes de retirarse de la interpretación para dedicarse a escribir novelas y cuentos de misterio. Coll se muestra razonablemente solvente aunque el asunto está lejos de sus preocupaciones estéticas. No obstante, en Barcelona sitúa una de las acciones en el frontón donde se rodó parte de Apartado de Correos 1001 (Julio Salvador, 1950), en un guiño al género en el que había cosechado sus mejores frutos.
Sin embargo, Freixas y Bassa descalifican el conjunto de esta etapa de su carrera en una valoración que ha devenido lugar común, al afirmar que desde Fuego / Pyro… The Thing Without A Face (1963) se produce...
una desvirtuación de sus intereses más íntimos, derivando su carrera, a partir de entonces, hacia planteamientos y parámetros más internacionalistas (de factura y temáticos), desvaneciéndose paulatinamente sus ligámenes más arraigados y venturosos con la política de géneros, al punto que obras como Persecución hasta Valencia o Comando de asesinos, tan insulsas como impersonales, denotan el hastío del cineasta. [Ramón Freixas y Joan Bassa: Diccionario personal y transferible de directores del cine español. Madrid, Ediciones Jaguar, 2006. pág. 109.]El mejor del mundo (1970) también podría haberse llamado "El último idealista" o "Nacido para correr" o cualquiera de esos títulos que apelan a la autosuperación y a una competitividad bien entendida. José Alcalá (Tony Isbert) es una especie de psicópata del pedestrismo. Si hemos de hacer caso a los flashbacks psicoanalíticos que trufan la cinta, el origen estaría en la humillación que le infligió su padre (José Bódalo) cuando fue a buscar un balón y se cortó con un alambre de púas. Cuando el niño vuelve con las manos ensangrentadas y sin la pelota a su progenitor no se le ocurre otra cosa que pegarle una bofetada y decirle que nunca será nada en la vida. Él niño crecerá para demostrar lo contrario, que en algo puede ser el mejor del mundo: corriendo.
Al principio no hace otra cosa que colarse en los estadios y poner en ridículo a los atletas que se entrenan. Hasta que se fijan en él el periodista deportivo Paco Vélez (José Suárez) y un preparador profesional (Mario Berriatúa). Coll, que ha realizado durante las olimpiadas de México el documental En vísperas de la Olimpíada México 68 (1968), parte del metraje allí rodado para concebir un clímax desarrollado gracias al montaje y en el que José corre contra su enfermedad y su ambición de superar a la muerte, pero también contra los participantes de la maratón en la capital azteca. Sus pisadas contra el asfalto resuenan en las cabezas de cuantas figuras paternas le han ayudado a conseguir cumplir su sueño y le han abandonado cuando se han dado cuenta de que le iba la vida en ello. Pero José no ceja. Paco Vélez le reprocha que se crea Cristo en un mundo en el que "ya no hay Cristos que mueran por nada ni por nadie". Frente a tamaño alegato, la rutinaria trama romántica con una cantante mexicana (Nora Larraga "Karla") que renuncia a su sueño de triunfar en España y decide regresar a su casa es sólo una más de las ingenuidades que presiden una película cuyo personaje central es "El gran ingenuo". Otro posible titulo alternativo.
Coproducción hispano-chileno-italiana, La Araucana / L'Araucana, massacro degli Dei (1971) parte con el pie forzado de tener que satisfacer a tirios y troyanos. La ventaja del poema épico de Alonso de Ercilla, que fue aplaudido por Cervantes por boca de don Quijote como uno de los mejores en su género y reconocido por los propios chilenos como piedra fundacional no sólo de su literatura, sino de su historia, es que, para mejor glosar el valor de los soldados españoles, no deja de alabar la fiereza y la nobleza de los mapuches.
Si en su día los críticos alabaron la pertinencia de la ambientación y el trabajo antropológico, equidistantes del molde del western dedicado a narrar la rivalidad entre la caballería y los indios, y del cine de gualdrapas, lo cierto es que hoy en día el vestuario y las pelucas de los araucanos restan a la película el valor antropológico que, bien que en segundo plano, aspirara a tener. El otro, el épico, se pretende lograr a través de los personajes principales. Por una parte, el conquistador Pedro de Valdivia (Venantino Venantini), pintado como un hombre valeroso y vengativo, militar de una pieza, consciente por momentos de su destino trágico, pero con una visión que le lleva a fundar la ciudad que terminará convirtiéndose en Santiago Chile. Frente a él, el guerrero Lautaro (Víctor Alcázar), dispuesto de pasar por traidor a su pueblo con tal de aprender los secretos de la equitación y el manejo de las armas de fuego con las que derrotar a quienes propiciaron su "educación". La puesta al día del personaje de Inés de Suárez (Elsa Martinelli), ausente del poema pero amante de Valdivia según aseguran las crónicas, copartícipe en la construcción de la ciudad y capaz de decapitar con su propia mano a los caciques presos para espantar a los atacantes, busca convertirla en una heroína en pie de igualdad con los hombres, más próxima a una protofeminista consciente de su propia valía que a una Agustina de Aragón al modo de Aurora Bautista. La revisión histórica alcanza también al sacerdote que acompaña a los conquistadores, contrario a la pena de muerte y reacio a dar su bendición a las incursiones de venganza.
Probablemente sea en estos personajes donde más se nota la impronta de un Julio Coll muy alejado ya del rigor formal que le otorgara reconocimiento general una década antes. El zoom se enseñorea de la planificación. No obstante, sigue habiendo algunos hallazgos sugerentes, como el momento en el que la pantalla se tiñe de rojo y el plano siguiente nos muestra a un soldado herido en la frente, de modo que lo que estábamos viendo era un plano subjetivo.
Sin embargo, el reparto estelar inicial -Paco Rabal, Lucía Bosé y Omar Shariff- se malogra, la producción sufrió numerosos contratiempos y el director y el productor José Antonio Pérez Giner se echaron siempre mutuamente la culpa de la debacle. Éste ya tenía experiencia en este tipo de rodajes pues unos años antes había participado en una coproducción con Venezuela y, de nuevo, Italia, para la realización de un biopic sobre Simón Bolívar (1969) que iba a dirigir José María Forqué y terminó en manos de Alessandro Blasetti.
Algunos testimonios atestiguan que la película fue favorablemente acogida por la administración chilena, sin embargo, la crítica no se mostró tan complaciente:
La araucana fue una película literaria en el peor sentido, en la que abundaban los diálogos rebuscados, las tomas “paisajistas” y una visión pseudoépica de la conquista de Chile y del pueblo araucano. No es evidentemente este tipo de coproducciones el que pueda enriquecer el desarrollo de la cinematografía nacional. [Sergio Salinas: “Cine chileno durante 1971”, en Primer Plano, núm. 2, otoño de 1972, Ediciones Universitarias de Valparaíso. pág. 62.]
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