domingo, 30 de diciembre de 2018

la estafa de la vida: julio coll (y 6)

Desde 1965 Julio Coll, ya instalado en Madrid, se ha incorporado al equipo de TVE como realizador del espacio Telenovela. Con el inicio de las series filmadas en soporte cinematográfico dirige y participa en los guiones de los episodios de La familia Colón (1966). Toma así el relevo de la pionera Diego de Acevedo (Ricardo Blasco, 1966) pero con un formato bien distinto: nada de alambicadas producciones históricas, sino un recorrido por la España contemporánea por parte de una familia americana plurinacional que hace el viaje de vuelta para recuperar sus raíces. Los guiones son obra del joven dramaturgo argentino Osvaldo Dragún —con quien Coll volverá a colaborar en El mejor del mundo, como ya hemos visto— y en ellos se propicia el rodaje en exteriores, aunque el grueso de los capítulos se resuelva en un par de interiores con un intérprete invitado en cada ocasión que dé la réplica a Susana Canales, Fernando Siro, Manuel Velasco y Nieves Salcedo. El crítico de televisión de ABC elogiaba la producción —“Julio Coll es un director importante que ha dado a esta producción de TVE calidad de cine grande con impacto de cine “pequeño”, por televisual, sin perder de vista el ritmo, la cadencia” [Enrique Corral, en ABC, 15 de enero de 1967, pág. 126.] — pero no alcanzó la repercusión esperada, por lo que la emisión pasó del horario estelar de los viernes a los miércoles a las nueve de la noche.

En 1970 se encarga de las ficciones filmadas de un programa denominado Investigación en marcha, que previene a los telespectadores sobre posibles timos de los que puedan ser víctimas y solicita su participación para localizar a desaparecidos, al tiempo que excita el morbo reconstruyendo crímenes de la crónica negra. Promovido por el periodista Enrique Rubio, uno de los creadores de El Caso, el programa contaba con la colaboración de la Guardia Civil y la Dirección General de Seguridad. En Cine en 7 Días, otra revista vinculada al editor de El Caso, Eugenio Suárez, mantiene Coll la sección “El jazz y todo lo demás”. Todo lo demás son, por ejemplo, las muertes de amigos y colaboradores como Ana María Noé y Mario Berriatúa. En un momento del obituario lírico y espiritista de este último, escribe: “Somos trashumantes de la noche, sombras, seres de fantasía, monigotes dibujados en las esquinas o meras caricaturas de nosotros mismos”. [Julio Coll: “Mario Berriatúa, Fin”, en Cine en 7 Días, 488, 15 de agosto de 1970.]

Mucho más popular fue el programa en el que Coll dio por finalizada su carrera de realizador. Se ha contado hasta la saciedad que Crónicas de un pueblo fue un encargo directo del almirante Carrero Blanco a Adolfo Suárez, entonces director general de RTVE, para que se divulgaran las Leyes Fundamentales del Movimiento. Aunque Antonio Mercero se hace cargo de los primeros episodios —que comienzan su emisión un emblemático 18 de julio, efeméride del Alzamiento Nacional—, pero en el invierno se incorpora Julio Coll, como segundo director. Rueda nueve episodios que se emiten entre el 5 de diciembre de 1971 y el 9 de abril de 1972. El solapamiento en la realización conlleva también alternancia en los guiones. Durante el primer semestre han estado firmados por Juan Farias, escritor gallego que ya había demostrado su interés por el mundo rural, pero Coll colabora, sobre todo, con el historiador y escritor de novelas de a duro Juan Alarcón Benito. Como la lección sobre el Fuero de los Españoles y otras futesas legales es obligado, los realizadores terminan dedicando su atención al trabajo con los actores y, en el caso del gerundense, con algunos resabios documentalistas —planos de la vida cotidiana en el pueblo de Santorcaz, rebautizado  en la ficción Puebla Nueva del Rey Sancho con voluntad patente de aunar tradición y modernidad— procedentes de los reportajes filmados para Investigación en marcha. Con la el episodio Los hijos se hacen hombres Julio Coll se aleja definitivamente de las cámaras y lo hace con un guiño a Los muertos no perdonan (1963). Cuando un hijo atribulado (Víctor Petit) porque su padre no le entrega la herencia con la que poder emprender su propia vida y consulta con el maestro (Emilio Rodríguez), éste en lugar de cascarle el correspondiente artículo del Fuero sin más ni más, le pide que le lea el pensamiento. Así, el maestro se ahorra la penosa labor de memorizar el articulado y Coll introduce cierta variedad en el desarrollo de los episodios, muy lastrado por la morralla didáctica que debían acarrear.

En 1973 se rumorea que está colaborando con Gualterio Jacopetti en un documental de corte ecológico titulado Bienvenido al Mediterráneo, pero el proyecto nunca llega a las pantallas. A finales de la década de los cincuenta había declarado:

Me queda muy poca vida cinematográfica. La tengo calculada, con suerte, en unos diez años más. Justamente cuando mis facultades empiecen a decrecer, cuando ya no tenga estas facultades para derrochar, ni esta voz para imponer mi criterio, ni estas energías que me hacen dejarme la piel en cada película. Porque lo cierto es que me la dejo. Para mí no existe más que una cosa: trabajar. Me paso el día trabajando, preparando, perfeccionando, pensando en la obra que tengo entre manos. Jamás voy a ninguna tertulia. Tampoco tengo amigos. Vamos, tengo tres o cuatro que tienen mi misma pasión por el trabajo y por sus tareas intelectuales. Y sé que cuando yo no tenga facultades para imponerme, habré acabado mi carrera cinematográfica. Lo prefiero antes que ser comido por esos enemigos, de forma general, entendámonos, que intentan anular la creación, por pequeña que sea, ante los intereses comerciales. Yo no soy un comerciante. [Julio Coll, en Film Ideal, núm. 37, noviembre de 1959.]

Eln 1972 publica una colección de cuentos de ciencia-ficción que aún andan hoy dando guerra por blogs y foros especializados en el asunto: Las columnas de Cyborg. Todavía un año antes la editorial Guadarrama ha recopilado algunos escritos sobre jazz en Variaciones sobre el jazz. Es el resultado de una cultivada afición de antiguo, de sus colaboraciones sobre esta especialidad en las revistas Cine en 7 Días y Discóbolo, y de la colaboración continua con José Solá entre 1959 y 1965. Además de su participación en las bandas sonoras, el combo del músico molletano se ha visto incorporado a la diégesis de Un vaso de whisky y La cuarta ventana.

Trasladado a Madrid, ajeno al ambiente cultural en que se ha formado, Julio Coll ha asumido la subdirección de la Escuela Oficial de Cinematografía en el periodo más crítico de su historia y que, a la postre, culminará con su desmantelamiento. Durante un tiempo publica en Blanco y Negro, el suplemento dominical de ABC, entrevistas con gentes de la farándula, como Elisa Ramírez o Aurora Bautista a su regreso de México. Ya en la Transición colabora en La Vanguardia –que ha perdido la infamante coletilla de “Española” que le impusieron los vencedores de la Guerra Civil- con unos artículos en los que opina sobre un presente que no comprende:

Hoy, al entrar como miembros de pleno derecho en la Europa de los Doce, la CEE (Comunidad Económica EEUUropea) lo hacemos con tres millones de parados, y con una política que, al pronto, parece haber olvidado por, tal vez, alguna razón oculta, que la vida pública es siempre actual, actualísima. Hemos dejado escapar el presente, a base de hablar constantemente del futuro, de la macroeconomía de mercado, y del empobrecimiento milenario, heredado, que es cosa cierta, y así hay que reconocerlo. Pero esos millones de hombres sin trabajo, que son el presente de España. y que lo son al día, al minuto, al segundo, reloj en mano, viven atemorizados como sintiéndose viciosos de las tres comidas al día. Y el político, no importa aquí su color, no lo ve. [Julio Coll: “Ya somos EEUUropeos”, en La Vanguardia, 22 de enero de 1986. pág. 7.]

En uno de los últimos [La Vanguardia, 5 de febrero de 1991. pág. 20.], poco antes de su muerte, pronostica el colapso total de la humanidad devorada por el creciente parque automovilístico. El diario de la familia Godó no dedica ni una sola línea a su fallecimiento.

En 1978 Manuel Lara había realizado una versión de Es perillós fer-se esperar para TVE en Cataluña. La puesta al día de la acción le resta eficacia al lenguaje y el clima existencialista en el que se había concebido la obra resulta extraño al bullente momento que viven España en general y Cataluña en particular. La metáfora del decorado claustrofóbico carece de sentido. Juan Francisco de Lasa aprovecha la ocasión para mostrar su añoranza por Distrito Quinto y su “inquieto y apasionado director y guionista”, y remata con un desolador “por cierto, ¿qué se ha hecho de él?” [Joan Francesc de Lasa: “Notas de un telepaciente: ¿Qué? ¿Le damos vacaciones al televisor?”, en Destino, núm. 2125, 29 de junio de 1978. págs. 54-55.] Acaso la respuesta a su progresivo alejamiento de la vida pública y a los reproches que contra él lanzara veladamente Pérez Giner durante el rodaje de La Araucana, estén en una columna de La Vanguardia que se abre con esta declaración: “Me llamo Julio Coll y soy alcohólico”.

Yo he vivido las gloriosas horas del alcohol y sus miserables despertares, con los párpados caídos y una sensación de pobreza moral, el espíritu furioso y un delirio de vergüenzas. ¿Qué hice? ¿Qué habré dicho? ¿A quién no habré avergonzado anoche? Yo he vivido la estupefacción de la embriaguez obnubilado por la intoxicación y sumergido durante horas entre ruidos extraños y extrañado de ver el mundo tan distinto, con dolor y ceguera. [Julio Coll: “Alcoholismo”, en La Vanguardia, 5 de octubre de 1988. pág. 6.]

Julio Coll en una fotografía publicada en la revista Film Ideal en 1959

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