domingo, 10 de marzo de 2019

filmografía española de miriam day


Miriam Day o Myriam Day o, incluso, Mirián Day, que con todas estas grafías se prodigó en las pantallas españolas entre 1947 y 1950, se llamaba en realidad Maria Petacci. Era hermana, claro, de Claretta Petacci, a cuya azarosa vida y trágica muerte junto a Mussolini dedicó una monografía al final de sus días: Chi ama è perduto: Mia sorella Claretta (Reverdito, 1988).

Nacida en 1923, debutó como actriz cinematográfica con dieciocho años en el principal papel femenino de Le vie del cuore (Camillo Mastrocinque, 1942), un melodrama ambientado en el siglo XIX y que mereció los honores de ser presentado en la Mostra de Venecia. Al parecer, el alias adoptado por la debutante, Miriam di San Servolo, provocó risas entre el público porque San Servolo era el manicomio de la ciudad. Sin embargo, la crítica contemporánea tuvo buen cuidado en no decir nada negativo de la hermana pequeña de la amante del Duce. Cuando éste cae en desgracia, aparecen las primeras críticas al corto cuello de la actriz, a lo poco que realzaba su físico el vestuario de época, a su falta de formación y al flaco favor que le habían hecho eligiendo como su rival en la pantalla a la deslumbrante Clara Calamai.

Ferdinando Maria Poggioli se presta a dirigir sus dos siguientes películas en 1943, pero la carrera italiana de Miriam culmina con L'invasore (Nino Giannini, 1943), cinta supervisada por Roberto Rossellini que no llega a las pantallas hasta 1949, cuando ella ya está asentada en España. Aquí su carrera arranca con El emigrado (Ramón Torrado, 1947), pero salvo ésta, Confidencia (Jerónimo Mihura, 1948) y alguna más, sus películas resultan prácticamente invisibles cuando no han desaparecido para siempre. Nueve títulos en los que encabezó los créditos en la mayoría de las ocasiones y de los que hoy apenas podemos disponer de los carteles...

El emigrado (Ramón Torrado, 1947)

 
Lluvia de hijos (Fernando Delgado, 1947)


Confidencia (Jerónimo Mihura, 1948)

 
Doña María la Brava (Luis Marquina, 1948)

 
Cita con mi viejo corazón (Ferruccio Cerio, 1948)

 
Vendaval (Juan de Orduña, 1949)
 
En Vendaval Miriam Day interpreta a la enamoradiza Isabel II. Cuando arranca la película está intentando recuperar unas cartas comprometedoras que le envió en un momento de extravío amoroso al coronel Puig Moltó (Eduardo Fajardo). Si esta correspondencia cayera en manos de sus enemigos políticos, el trono estaría en jaque. Para burlarlos, la cantante Soledad Montero (Juanita Reina) y el capitán Mir (Virgilio Teixeira) se hacen pasar por la pareja de amantes. Soledad tiene que agradecerle a la reina el indulto de su padre y ejercerá de mediadora ante Puig Moltó para recuperar la correspondencia, lo que provoca situaciones ambiguas que excitan los celos de Mir. Para colmo, el hermano de Soledad (José Bódalo) está metido en la conspiración de modo que ella tendrá que fingir que están de fiesta cuando vengan a detenerlos a la Venta del Cojo. Y así, los fingimientos y las falsas apariencias terminan constituyendo el meollo de la película, más allá de su desarrollo argumental. La revolución y el melodrama se van entreverando a lo largo del metraje con alguna incursión musical -tampoco muchas- de la tonadillera en su última película a las órdenes de Orduña. La escena de la renuncia al trono de la reina en 1868 remite a la de su nieto Alfonso XIII en 1931: la monarquía debe apartarse del camino del pueblo irresponsable a fin de evitar derramamientos de sangre. El vendaval titular, por supuesto, es el de la Historia con mayúscula.

 
Tempestad en el alma ((Juan de Orduña, 1950)

 
Flor de lago (Mariano Pombo, 1950)

 
¡Torturados! (Antonio Mas Guindal, 1950)

Realizada en 1950, un año en el que el cine español declina un buen número de variantes del cine policial y criminal, Torturados se sitúa a la sombra de Rebecca (Rebeca, Alfred Hitchcock, 1940) y de los melodramas de Bette Davis dirigidos por William Wyler, como The Letter (La carta, 1940) o The Little Foxes (La loba, 1941), para culminar en un clímax netamente noir. Mas Guindal juega, en su única realización, con los puntos de vista para incrementar el suspense de algunas escenas -la del envenenamiento de Elena (Porfiria Sanchiz) por parte de Raúl (Virgilio Teixeira) se lleva la palma en este aspecto- y con una planificación por momentos imaginativa que busca compensar visualmente la carga literaria de los diálogos. Precisamente por eso brilla con luz propia la escena de Pablo y Diana en la playa, libre de estas constricciones y en la que lo único que parece importar es la mera presencia de dos cuerpos jóvenes y, en concreto, antes el del atlético Ramón Bonada que el de la cuellicorta Miriam Day.

Inaccesible como queda este tramo de su filmografía, los historiadores han optado por señalar la coproducción franco-italiana Bonnes à tuer / Quattro donne nella notte (Henri Decoin, 1954) como el único título relevante de su carrera...


Ésta culminará interpretándose a sí misma en una breve intervención en Claretta (La amante de Mussolini, Pasquele Squitieri, 1984), santiguándose ante la tumba de su hermana. En ambas cintas figura con su auténtico apellido, Petacci, al igual que en su cometido de responsable del vestuario en la coproducción Vacaciones en Mallorca / Brevi amori a Palma di Majorca (Giorgio Bianchi, 1959).


ps.- Asegura Sara Montiel en uno de sus volúmenes de memorias que a ella le ofrecieron el papel de Claretta en la película de Squittieri, pero que lo rechazó por la amistad que la unía a su hermana, con la que coincidió en el rodaje de Confidencia.
Yo conocí a los padres de Clara Petacci gracias a Miguel [Mihura], que me llevó a su casa. Miguel, que era germanófilo, tenía mucho trato con ellos y los había recibido cuando vinieron huyendo de Italia. Se suponía que Clara los iba a seguir, pero ya se sabe que no lo hizo, sino que se quedó con Mussolini. Luego yo seguí siendo amiga de Miriam hasta su muerte. Cada vez que iba a Roma, la visitaba; cuando ella veraneaba en Palma, nos veíamos. [...] A mí me habría gustado interpretar a esta mujer [Claretta] porque murió por amor. Ni por poder ni por dinero: murió por amor. Podía haberse marchado de Italia, pero prefirió ir junto a Mussolini para morirse. [Sara Montiel y Pedro Manuel Villora: Vivir es un placer: Memorias. Barcelona, Plaza & Janés, 2000, pág. 135.]

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