Las dos versiones y la intervención de la censura
Aunque críticos tan prestigiosos como Bosley Crowther le reprocharan a la película que se recrean en los paisajes idílicos y en las pacíficas granjas, poco aptas para servir de escenario a las fechorías de un asesino en serie, lo cierto es que el contrapunto funciona de manera harto eficaz. Santos Zunzunegui resulta más cercano a nuestra percepción que el crítico del New York Times cuando apunta que la fotografía de Guerner
se aparta, de forma decisiva, del estereotipado "drama en claroscuro" en el que cierta crítica ha venido situando sus trabajos, en provecho de una gélida iluminación que visualiza, sin innecesarios subrayados, el lado clínico de la historia. [Zunzunegui, 1996: 453]Las recensiones contemporáneas insisten en la delicadeza del tratamiento y en el hecho de que estos asuntos ocurrieran fuera de nuestras fronteras. De ahí el empeño en proclamar la hispanidad de los logros técnicos pero la nula relación del tema con la realidad española. Fernando Méndez-Leite resume su impresión del siguiente modo:
Tanto los detalles técnicos como artísticos han sido tratados con ejemplar finura, sin cuyo requisito difícilmente hubiera podido llegar al gran público un tema de tan peligrosas derivaciones. [Fernando Méndez Leite, 1965: 339.]En la misma línea de argumentación se desarrolla la crítica del ABC escrita por Guillermo Bolín, sustituto del titular «Donald», ya que éste era Miguel Pérez Ferrero, corresponsable de los diálogos españoles de la película y, como parte del equipo de la misma, se abstuvo de enjuiciarla:
Buenas pruebas tiene dadas el famoso director de Marcelino de su sensibilidad y buen gusto, pero aquí creemos que superó su propia marca, tratando con ejemplar limpieza y finura un tema sombrío, difícil y peligroso, atento siempre a no caer en la tentación de hacer fáciles concesiones a la voracidad morbosa de una parte del público. [ABC, 13 de febrero de 1959.]Una vez finalizadas las labores de montaje, doblaje y sonorización, la película fue calificada como de 1ª B por la administración, aunque hubo recurso por parte de Chamartín que se saldó con una nueva calificación de 1ª A, lo que la hacía merecedora de todos los beneficios administrativos, salvo los otorgados a las películas de Interés Nacional.
Dos admoniciones censoriales fueron de orden léxico: ni la "violación" ni los "delitos sexuales" podían mencionarse, según se dictamina expresamente en las hojas de censura emitidas el 26 de febrero de 1959 y que debían acompañar a cada copia de la película durante toda su vida comercial. De modo que la posibilidad de que la niña hubiera sido "violada" fue sustituida por "maltratada" –“secuestrada” en el guión- y los "delitos sexuales" por "conductas inmorales". En ambos casos he restituido el texto original. Algunas otras alusiones más graves quedaron en el guión. La responsabilidad social por la existencia de este tipo de crímenes nunca se cuestiona. En la escena en la que Matthäi, después de descubrir que los erizos son trufas de chocolate, pide al Comandante que le dé de nuevo el caso, hay una alusión que en la película terminada hace referencia genérica a los “accidentes infantiles”. El guión en mucho más explícito. El comandante arguye que en Alemania se producen anualmente un millar de “atentados morales contra niños”. La única opción que queda sería la prevención puesto que, aduce el comandante, de lo contrario se correría el riesgo de crear un estado policiaco.
Por último, hay un corte también ordenado por la Censura que al rollo 4. La indicación reza literalmente: “Suprimir la secuencia cuando llega el policía a casa del comisario para decirle que el vagabundo se ha declarado culpable. Corte nada baladí puesto que en esta escena, que se desarrolla en casa de la señora Arbenz. Donde Matthäi lleva viviendo los últimos doce años se no ofrece el único atisbo de la intimidad del personaje. Supongo que porque se insinúa un interrogatorio nocturno acompañado de violencia, si no de torturas, para que Jacquier confiese el crimen. Por el camino, desaparece toda la secuencia y uno de los únicos apuntes sobre la vida privada de Matthäi que había en toda la película. Al desaparecer éste queda estigmatizado como una fría máquina en busca de la reparación moral prometida a la madre de la niña asesinada.
En el guión hay una secuencia que no llegó a rodarse o se descartó en el montaje en la que Matthäi entrega lo que adivinamos que son algunos regalos de despedidaa los mecánicos del cuartel de policía. Se hace referencia en ella a casos pasados y a la relación cordial que mantiene con los delincuentes. Uno de los mecánicos le propone que le lleve con él a Jordania y otro revela que le llaman “Matthäi, el último”, apelativo sobre el que el comisario ya estaba al cabo de la calle. Un delincuente habitual les ha dicho: “Cuando Matthäi se marche, no habrá ni juicio final”.
Esta secuencia da paso a otra que sí que está en la versión alemana pero falta en la española. La alusión a lo prolongado del interrogatorio sea posiblemente la causa de la desaparición de esta secuencia en la que se muestra bien a las claras la decisión de Matthäi de abandonar Alemania definitivamente, pero también su relación con las plantas que son, también, metáfora de sí mismo: “necesitan poca agua”. Estos atisbos de la vida privada de Matthäi tienen su momento más explícito en la conversación que mantiene con el comandante, en la que da la alternativa a Henzi. El comandante le muestra una foto de sus nietos y le pregunta por qué no vive más que para el trabajo, si nunca pensó en formar una familia. “Una vez hubo alguien en mi vida quien yo quería –contesta Matthäi. Pero ella me quería menos. Y desde entonces… no he vuelto a querer a nadie”. Es imposible no asociar este desencanto con el de Sherlock Holmes cuando Irene Adler le traiciona en Un escándalo en Bohemia.
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