El escritor suizo Friedrich Dürrenmatt destacó como dramaturgo en alemán después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, también había escrito un par de novelas más metafísicas que policiacas protagonizadas por un inspector Bärlach enfermo terminal y más preocupado en indagar en las causas del mal que en resolver un simple crimen. Estas novelitas —el diminutivo hace referencia a su longitud, no a su alcance— están escritas en 1950 y 1951 y se titularon en sus ediciones españolas El juez y su verdugo y La sospecha. Aunque Dürrenmatt había estrenado ya algunas obras dramáticas que levantaron cierto revuelo, el estreno de El regreso de la vieja dama en 1957 fraguó su prestigio internacional. Es en este momento, cuando Lazar Wechsler, fundador de la más importante productora y distribuidora suiza de aquellos años, la Praesens, se pone en contacto con él para encargarle el guión de una película.
En el estudio de Francisco Llinás sobre Vajda (1997) se apunta el gusto de Wechsler por los temas importantes: produce, en los albores del sonoro, una película sobre los abortos clandestinos en Suiza y otra sobre la sífilis. Nombres tan ilustres como los de Sergei M. Eisenstein y Walter Ruttman habrían estado relacionados con estos proyectos. Sin embargo, sus producciones de la posguerra tienden hacia la postal turística —véanse, por ejemplo Heidi (Heidi, Luigi Comencini, 1952) y su continuación Heidi und Peter (Franz Schnyder, 1955)—, algo que Dürrenmatt, polemista nato, le reprocha públicamente al productor. A su parecer, la calle es venero de asuntos suficiente como para realizar un centenar de películas. Wechsler acepta el reto. Le propone que escriba un guión para él, con el pie forzado de que debe tratar sobre los abusos sexuales a menores. El libreto original se titula «Das Verbrechen», del que el propio autor derivaría la novela Das Versprechen: Requiem auf der Kriminalroman, editada en castellano como La promesa.
Ladislao Vajda no es la primera elección de Wechsler para dirigir la película, que termina llevando por título El cebo en su versión española y Es Geschah am hellichten Tag, en la alemana. Primero se baraja el nombre del vienés Leopold Lindtberg, veterano realizador cinematográfico y responsable de la puesta en escena de otra obra de Dürrenmatt, El matrimonio del señor Mississippi. Luego, el productor se pone en contacto con Wolfgang Staudte, director de Die Mörder sind unter uns (1946), distribuida por la Praesens en Suiza. Un retraso en el calendario de rodaje y compromisos previos de Staudte sitúan en la línea de salida a Vajda, a cuya eficacia probada en la dirección de actores infantiles se suma el hecho de que hable fluentemente seis idiomas y su mujer sea suiza. Vajda ha realizado en rápida sucesión tres películas protagonizadas por Pablito Calvo: Marcelino Pan y Vino (1955), Mi tío Jacinto / Pepote (1956) —que la compañía de Wechsler ha distribuido en Suiza — y Un ángel pasó por Brooklyn / Un ángelo è sceso a Brooklyn (1957), producidas todas por Chamartín y las dos últimas en coproducción con Italia, donde Marcelino ha tenido una repercusión inusitada. Es así, a través de Vajda, que Chamartín entra en la coproducción de la película, a la que también se suma, en concepto de adelanto de distribución, la alemana CCC-Film de Artur Brauner.
Para cumplir con las estrictas normas de coproducción que entonces impone la administración española Chamartín figura con un 30% del presupuesto, en tanto que la alemana CCC-Film no se menciona en ningún momento. En la documentación de la productora española figuran como aportaciones nacionales: Ladislao Vajda (director y co-guionista de origen húngaro), Enrique Guerner (director de fotografía alemán con una larga carrera en España) y la actriz María Rosa Salgado. Las cantidades que se señalan en concepto de emolumentos a fin de alcanzar el 30% son 1.250.000 pesetas por la dirección, 300.000 por la interpretación y 200.000 por la fotografía, amén de salarios para la elaboración de la versión española en torno a las 50.000.
Las autoridades cinematográficas españolas no están en principio muy de acuerdo con la coproducción, pero a ello coadyuva el prestigio de Chamartín como productora y la presión realizada desde el Instituto Cinematografía suizo, cuyo director se pone en contacto con su homólogo español, José María Muñoz Fontán, haciendo valer el peso que el cine nacional está teniendo últimamente en las pantallas suizas: dos decenas de títulos estrenados desde Bienvenido, míster Marshall (Luis G. Berlanga, 1953) entre los que se cuentan casi todos los dirigidos por Vajda en los últimos años, amén de la ya vetusta El clavo (Rafael Gil, 1943) o el policial Camino cortado (Ignacio F. Iquino, 1953). Por su parte, el Sindicato Nacional del Espectáculo eleva una protesta formal de sus agrupaciones de Técnicos e Intérpretes, aduciendo esta última la escasa entidad del papel encomendado a María Rosa Salgado. Pero hay que poner también en la balanza un informe del Instituto Español de Moneda Extranjera que, si bien está de acuerdo en que no se trata realmente de una coproducción, argumenta que la cantidad reconocida como coste español «representa más que la divisa que habría de percibir el IEME por la prestación de los servicios a que se refiere la aportación española» . Se tiene en cuenta además la potencia de la moneda suiza, en un momento en que España está fuertemente necesitada de divisas. De tal modo que la concesión del permiso de rodaje el 2 de julio 1957 supone el reconocimiento tácito de la nacionalidad española para la cinta.
Otra cosa son los títulos de crédito. En la cabecera española los nombres conocidos se multiplican, aunque su función haya sido muy secundaria. También el orden de los cartones se altera, dando preeminencia a la aportación hispana. En tareas de montaje figura Julio Peña, que poca cosa más haría que marcar los tiempos de los títulos españoles y pegarle a la película los seis o siete tijeretazos que decidió la productora, de acuerdo con la Censura… o por si acaso —ésta es una cuestión que intentaremos dilucidar más adelante—. Lo mismo ocurre con el ingeniero de sonido Alfonso Carvajal, responsable únicamente de la mezcla del doblaje. La traducción de los diálogos españoles se incluye en un cartón de buen tamaño, situado inmediatamente después de la cartela sobre la responsabilidad literaria del asunto. Así que esta labor técnica, todo lo laboriosa y concienzudamente ejecutada que se quiera, pero técnica no más, queda acreditada a nombre de Miguel Pérez Ferrero y José Santugini, fallecido apenas terminada la primera adaptación del texto. La actriz María Rosa Salgado, única aportación española al reparto, ocupa la segunda posición en las cartelas iniciales, inmediatamente detrás de Heinz Rühmann, quedando relegados Michel Simon y Gert Fröbe a una posición subsidiaria.
No obtuvieron crédito —porque no procedía— los encargados de poner la voz en español a los intérpretes alemanes. Félix Acaso dirige esta labor y dobla al comisario Matthäi, en tanto que María Rosa Salgado, se dobla a sí misma. Es fácil reconocer la voz de Fernando Rey como el profesor Manz, pero, en cambio, nadie diría que la voz cascada del asesino fue responsabilidad de un jovencísimo Alfredo Landa.
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