domingo, 6 de diciembre de 2020

cuando el checo joe kolaloka llegó a la españa de fraga


 (Otro texto para el CICA, de Gijón, con ocasión del ciclo dedicado a Oldrich Lipsky en 2013 con algunos aditamentos puntuales que entonces se quedaron fuera)


Un buen día de junio de 1964 desembarca en el Festival de San Sebastián un hombre afable, con gafas de pasta, que se gana inmediatamente la simpatía de todos. Su película, una opereta western paródica, es lo que menos podía esperar el cinéfilo celtibérico de una cinematografía de Europa oriental. Limonádový Joe (1964) se alza con la Concha de Plata y nada menos que Cesáreo González, el productor-distribuidor emblema del Régimen, don Necesario según sus allegados, decide estrenarla en España, para lo cual cuenta con la colaboración del más excéntrico de los humoristas españoles. Antonio de Lara “Tono”, el cómplice de Miguel Mihura en la aventura teatral titulada Ni pobre ni rico sino todo lo contrario y en la del redoblaje humorístico –hoy deconstrucción y metalenguaje- en Un bigote para dos, se hizo cargo de la traducción y el doblaje. Finalmente, se estrena en el verano de 1967, en salas de segunda, con el título de Joe Kolaloka. Una década después, en la delirante cartelera, del posfranquismo, en un momento en que se dan cita en las pantallas películas largamente prohibidas, documentales de urgencia y softcore decorativo, se estrenan otras dos cintas con el nombre de Oldrich Lipsky en los créditos: ¡Que vivan los fantasmas! y Nick Carter, aquel loco, loco, loco detective. Tanto por la elección de los títulos, como por las parvas acciones promocionales, está claro que la idea es lanzarlas como películas infantiles. Y hasta aquí llega la relación de Lipsky con España. Punto y aparte. Rebobinemos…

En los años sesenta del pasado siglo, el cine checo vencía en cuanto festival se ponía a tiro. Las generaciones egresadas de la FAMU –la Facultad de Cinematografía de Praga-, los Forman, Chytilova, Jires, Passer, Nemec o, incluso, Menzel copaban palmareses y hacían las delicias de espectadores ávidos de cintas provenientes de más allá del Telón de Acero. Pero había una o dos generaciones anteriores malbaratadas en la facturación de productos adscritos por decreto al realismo socialista. Las únicas escapatorias eran la disidencia –y el consecuente ostracismo- o la maestría en el oficio. En este campo destaca la escuela de animación checoslovaca con Jiri Trnka y Karel Zeman como principales exponentes. Es en este mundo de marionetas y grabados, de fantasías vernianas y lirismo extremo, donde despunta un surrealismo feroz que eclosionará en la obra se Jan Svankmajer y de Juraj Herz. Y luego está esa vertiente más juguetona, la que va de la literatura de Jaroslav Hasek al cine de Jiri Menzel. Oldrich Lipsky adapta precisamente cuatro relatos de Hasek en su segundo largometraje en solitario: Vzorný kinematograf Haska Jaroslava (1955). El primero, Cirkus bude (1954), dirigido antes de cumplir la treintena, está ambientado en el mundo del circo, otra de sus pasiones. Porque Lipsky, que ha empezado en el campo del teatro amateur en su Pelgrzhimove natal, ha llegado al cine a través de la sátira teatral, de la opereta y del circo, un mundo que le sirve de refugio cuando el comunismo recrudece la censura en Checoslovaquia a principios de los años sesenta.

En cuanto la presión se alivia un poco, Lipsky se descuelga con aquella obra maestra estrenada tardíamente en España: Limonádový Joe, una ópera vaquera brechtiana, cruce de Gene Autry y Kurt Weill y una sátira inmisericorde de la sociedad de consumo. La ciudad fronteriza de Stetson City en 1885. El alcohol hace estragos entre la población. Dough Badman (Rudolf Deyl), el dueño del saloon hace su agosto. A pesar de ello vive con la insatisfacción de no poder conseguir el amor de la cantante del local, Tornado Lou (Kveta Fialova), una morena espléndida que espera la llegada del amor verdadero para entregarle su virginidad. Frente a esta morena desgarrada e ingenua, la ingenua rubia Winnifred Goodman (Olga Schoveroba), militante de la liga antialcohólica que acude periódicamente al saloon para predicar la buena nueva de sobriedad. Ella y su padre son objeto de burla por parte de los secuaces de Dough y en especial de  Grimpo (Josef Hlinomaz), un pistolero sucio y malote que después de tomarse un whisky con pimienta devora el vaso. En el momento álgido de la trifulca irrumpe en el local Limonádový Joe (Karel Fiala), vestido de blanco impoluto, abstemio, tirador infalible y representante del refresco Kolaloka. La morena y la rubita caen inmediatamente rendidas ante sus encantos. Además de frustrar un atraco al banco del pueblo, Joe consigue que le sea concedida al padre de Winnifred la representación del refresco para Stetson City, con lo que la liga antialcohólica edifica un nuevo saloon en el que sólo se sirven bebidas no espirituosas y se escuchan bellos himnos. La trama sufre un nuevo giro con la llegada al pueblo del hermano de Dough, Horac (Milos Kopecky), un mago conocido como “Hogofogo”, que echará una mano a la familia para recuperar a la clientela perdida. Horac es una especie de Fantomas del Lejano Oeste, mago del disfraz, protagonista de revistas ilustradas, ilusionista de recursos. Los hermanos Badman secuestran a Winnifred y Tornado Lou, despechada, jura venganza contra Joe Kolaloka. La tragedia se resolverá, burla burlando, deus ex machina y anagnórisis aristotélica mediante. El reconocimiento de que los cuatro protagonistas son hermanos y el enriquecimiento repentino de todos gracias al capitalismo feroz –descubren un pozo petrolífero y un yacimiento de oro al mismo tiempo, ganan una fortuna en la bolsa y tienen la patente de la Kolaloka, capaz de resucitar a los muertos- hacen precisa una conciliación de intereses comerciales que se logra gracias a la invención de la WhisKola.

Los personajes de Limonadovy Joe habían aparecido por primera vez en un serial escrito en 1940 por Jiri Brdecka para la revista Ahoj na nedělia. Él mismo se encargó de las ilustraciones cuando se editó en forma de novela cuatro años después. Aparte de la parodia de los códigos del Lejano Oeste, popularizados en Europa Central por las novelas de Karl May, Brdecka retrataba con evidente simpatía a los villanos y ridiculizaba a los héroes de una pieza y a los defensores de la moral que, no en vano, terminaban siempre triunfando precisamente porque su moral es más adaptable de lo que en principio pudiera parecer. De ahí que Limonadovy Joe, el vaquero infalible, fuera el protagonista absoluto del musical que llegó a los escenarios de Praga en 1955, más que de una puesta en escena realizada durante la II Guerra Mundial por la compañía teatro experimental Vetrnik de Praga. La versión escénica de 1955 fue dirigida por el propio Oldrich Lipsky y en su reparto figuraban ya Milos Kopecky y Josef Hlinomaz en los papeles de Hogofogo y Grimpo que recrearán en la versión cinematográfica.

El metraje incluye siete canciones o números musicales. Kdyz v báru houstne dým, Coz nevidis me zvlhle rty? y Whisky to je moje gusto son interpretadas por Tornado Lou en su condición de cantante del saloon. Su rival en el corazón de Limonadovy Joe, Winnifred, doblada por la cantante pop Jarmila Vesela interpreta Arizona, en tanto que otros dos cantantes que no forman parte del reparto principal se hacen cargo del resto de los temas. El popularísimo intérprete de música ligera Karel Gott canta Muj Bóze, muj Bóze y el camelo en falso inglés So far. La Balada Mexico Kida corre a cargo de Waldemar Matuska, un cantante que hace un cameo como vaquero solitario encaramado en lo alto de uno de los riscos que dominan el Valle de la Muerte. Por último, Hogofogo disfrazado de afinador de pianos ciego interpreta el Horacuv pohrební blues. La mayoría de las letras son del propio Brdezka y en la composición musical se alternan Vlastimil Hala y Jan Rychlík.

Rodada en scope y en blanco y negro con virados en colores intensos la cinta es un auténtico festín visual. Apenas hay plano en el que no se nos ofrezca un gag y el trabajo de encuadre y montaje son parigualmente imaginativos y juguetones. Lipsky desmonta todos los tópicos del western –duelos, peleas, infalibilidad con el seis tiros– y del serial –secuestros, persecuciones, rescates in extremis, marcas de nacimiento– con un uso siempre fascinante de los recursos de la animación como el paso de manivela, la marcha invertida, las sombras chinescas o la integración de imagen real y grabados de sabor retro.

Siguen a ésta, dos películas no menos imaginativas, escritas a cuatro manos con Milos Macourek. En Happy End (1967) importa sobre todo el cómo: la historia de un hombre desde el momento en que va a morir en la guillotina hasta el día de su nacimiento, en rigurosa marcha atrás. En Zabil jsem Einsteina, panove (1970) lo esencial es el cuándo, porque se trata de una historia de viajes en el tiempo. También el por qué: una mutación nuclear que ha convertido a la Humanidad en estéril y que provoca que a las damas les crezcan en pocos minutos unas barbazas que ni Wifredo el Velloso. Esta circunstancia da lugar a uno de los arranques más sorprendentes y descacharrantes que se hayan dado nunca en la historia de la cinematografía. El resto, viajes al pasado para acabar con la vida de Albert Einstein antes de que pueda formular la Teoría de la Relatividad.

Adela jeste nevecerela (1978) –aquella película que en España se estrenó como una apócrifa y loquísima aventura del detective pulp Nick Carter- parodia con regocijo las peripecias de James Bond y Sherlock Holmes, tanto monta, en un caso en el que juega su papel una planta carnívora. Muy próxima en espíritu se encuentra la adaptación de la novela de Julio Verne El castillo de los Cárpatos, Tajemstvi hradu v Karpatech (1982), traslación del universo bondiano y tebeíl a unos deliciosos ambientes postrománticos y operísticos. Contemplándola, no sabe uno si los gadgets son obra del profesor Franz de Copenhague o de un Dalí enloquecido. La síntesis tiene nombre y apellido: Jan Svankmajer.

La última película que Lipsky pudo terminar antes de su fallecimiento en 1986 es Tri veterani (1983), un cuento de hadas que hace gala de un humor ciertamente ingenuo sin por ello dejar de satirizar los comportamientos de los tres viejos protagonistas: soberbios, envidiosos y cobardes. Eso sí, la autoridad queda siempre a la altura del betún. Que nadie se dé por aludido porque la acción sucede en un pasado indeterminado en un principado balcánico-otomano.

En su gira con la Compañía Nacional de Circo de Checoslovaquia por el Lejano Oriente, a finales de los años cincuenta, Lipsky combina las atracciones tradicionales con proyecciones cinematográficas múltiples y espectáculos de linterna mágica. A lo largo de toda su filmografía Lipsky permaneció fiel a este universo pulp en el que la imaginación, el humor y la poesía caminan de la mano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario