domingo, 21 de marzo de 2021

la filmografía invisible de iquino en emisora films

Entre 1943 y 1948 Ignacio F. Iquino fue el realizador exclusivo de Emisora Films. En este plazo dirigió cuatro cortometrajes de circunstancias —a juzgar por sus títulos: Zambra gitana (1946), Fiesta andaluza (1946), Noche flamenca (1946) y Fiesta en el Sacromonte (1946)— y dieciséis largometrajes. 

La ruptura con su cuñado Francisco Ariza y el fin de la actividad de la productora barcelonesa pocos años después, coincidiendo con la transición del nitrato al triacetato de celulosa como soporte cinematográfico supuso la destrucción de la mayoría de los negativos de estos títulos. De la desaparición de las copias se encargó el propio ciclo de distribución de las películas, lo que no deja de resultar sorprendente porque, con el apoyo finaciero de la Banca Tusquets y la distribución garantizada por Hispano Foxfilms, Emisora fue la principal productora catalana durante la década de los cuarenta.

El resultado es que sólo hemos podido ver dos de ellas: Fin de curso (1943) y El tambor del Bruch (1948). El argumento de la primera, va más o menos como sigue... Luisín (Luis Porredón) y Gorito (Ángel de Andrés) son dos estudiantes de esos que no dan golpe. Luisín vive del dinero que le envía una tía paralítica y de las estafas a algunas incautas que le confían sus ahorros para asegurar la boda. Luisito, en cambio, es un incosciente, siempre con ganas de broma. En la pensión estudiantil de doña Loreto (Teresa Ídel) se alojan tambièn Miguel (Vicente Vega) y Celi (Luchy Soto), que sin hacerle ascos a las alegrías de la vida, son todo lo contrario que aquéllos: estudiosos, responsables, buenos chicos... Celi y Miguel esperan a acabar sus estudios de Medicina para casarse y formar un hogar. A la pensión llega don Rodrigo (Fernando Freyre de Andrade), tío de Miguel, que viene dispuesto a casarlo con su sobrina Carola (Alicia Palacios). Para salir del paso, Gorito le dice a don Rodrigo que Celi está casada con Luisín. Como él tío y la sobrina se instalan en la pensión, ya está el enredo en marcha. Apenas un par de salidas de este decorado único alteran el carácter netamente teatral de la cinta. También el uso del montaje por parte de Iquino, que recurre a cortinillas y sobreimpresiones para contar de forma tan imaginativa como económica el apechugón de repasos de última hora de los estudiantes.

A los retruécanos sin tasa, se suman un par de momentos de una sentimentalidad acaramelada y empalagosa, como la historia del padrino de Celi, violinista célebre en otros tiempos, que ahora sufraga sus estudios tocando en antros de mala muerte. También escenas de inusitada bizarría, como aquélla en la que don Hermógenes, decano de los huéspedes, estrangula a un gato para que más adelante se pueda generar un nuevo malentendido y Luisín aparezca ante su tía ataviado con una sábana, cual fantasma sin el consuelo del descanso eterno. Sendos números musicales abren y cierran la película. En esta etapa, Iquino es capaz de facturar ochenta minutos de entretenimiento cinematográfico con tan heterogénos mimbres sin despeinarse.

Durante la mayor parte del metraje de El tambor del Bruch Iquino impone un ritmo trepidante, de modo que apenas hay tiempo para otra cosa que no sea acción. La leyenda del muchacho que redobla su tambor y hace huir él solo a las tropas francesas queda reducida a detonante del clímax. De este modo, se eluden los problemas derivados de la caracterización primaria de los personajes, definidos sobre todo por lo que hacen y no por lo que dicen, al contrario que en el cine de "cartón piedra" que se convertiría en seña de identidad de la cinematografía española en estos mismos años. Antes que referirse al modelo Cifesa —contemporáneo y, por tanto, aún no establecido—, la cinta remite a los cuadernos de aventuras, tebeos que entonces conformaban buena parte de la cultura popular. Iquino traduce las viñetas estáticas a estampas en movimiento, pero la fotografía contrastada de Pablo Ripoll, los encuadres escorados y la brevedad de los diálogos apuntan bien claro a una narrativa tan ingenua como eficaz.

Según el Inventario del cine español conservado de Filmoteca Española, los archivos preservan también copias únicas de...

 

Turbante blanco (1943),

 

Hombres sin honor (1944)

Aquel viejo molino (1946)

Por lo que parece, son reducciones en 16mm, de las que circulaban por salas parroquiales, colegios y organizaciones juveniles, así que la reconstrucción de estos títulos —y no digamos ya su restauración— resultan improbables. En cualquier caso, quedan todavía once títulos más en paradero desconocido...

Viviendo al revés (1943)


Cabeza de hierro (1944)

Una sombra en la ventana (1944)


El obstáculo (1945)

 

¡¡Culpable!! (1945)

Ni pobre, ni rico, sino todo lo contrario (1945)

Borrasca de celos (1946)

Sinfonía del hogar (1947)

El ángel gris (1947)

Noche sin cielo (1947)

 

Canción mortal (1948)

Al frente de los repartos suelen aparecer los nombres de Adriano Rimoldi y Mery Martin, aunque al principio del ciclo tiene cierto peso Ana Mariscal. También repiten ante la cámara Alicia Palacios, Juny Orly, Paco Melgares, Mercedes Monterrey y Teresa Idel, la madre del director. La música va firmada en la mayotía de las casos por Ramón Ferrés, su padre; la fotografía, por Sebastián Perera y, más adelante, por Pablo Ripoll. A la moviola, Amtonio Gimeno y, apartir de El ángel gris, Antonio Isasi-Isasmendi.

De todos estos títulos, conservados o no, tiene el lector interesado noticia en Emisora Films, studio system en el primer franquismo, de Ángel Comas (megustaescribir, 2016).

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