domingo, 25 de noviembre de 2018

la estafa de la vida: julio coll (1)


A principios de los años sesenta el gerundense Julio Coll (1919-1993) era punto fijo en las encuestas sobre los mejores realizadores cinematográficos del año. El Círculo de Escritores Cinematográficos le concedió el galardón en dicha especialidad en 1958 y 1962. Sin embargo, su filmografía como director abarca apenas tres lustros y hoy apenas sí se recuerda su nombre como guionista de un puñado de policiales de la edad de oro del cine criminal catalán. Como de algunos de ellos ya hemos hablado aquí y aquí, pasaremos de puntillas por esta faceta de su filmografía.

Antes de dedicarse al cine, Julio Coll había realizado estudios de peritaje mercantil, había participado como sanitario en la Guerra Civil y dirigido una escuela de mecánica de automóviles. En septiembre de 1942 comienza a colaborar en el semanario Destino, fundado durante la contienda en Salamanca por los catalanistas afines al ejército sublevado y que, una vez trasladada su sede a Barcelona, comienza a agrupar a la intelectualidad catalana del “exilio interior”. La revista cuenta con las colaboraciones de José Pla y se hacen cargo de la crítica de arte y literatura Néstor Luján, de cine Ángel Zúñiga y de música Xavier Montsalvatge. La primera recensión teatral firmada por Coll se publica en el número 268, del 5 de septiembre de 1942. Desde el primer momento ejercerá no sólo una crítica orientadora en cuanto a su criterio humanista y comprometido con su tiempo, sino también una reflexión sobre la validez social de la función que ejerce:
El autor da la obra, el público determina su éxito inmediato y el crítico intenta fijar los errores o aciertos de la misma y su posible duración en el tiempo. Al no casar una de estas concordancias se establece una pauta de errores que no es tarea crítica enjuiciarla. Lo perfecto de este juego angular es que autor, público y crítica coincidan. En justeza a la exactitud, difícil determinar cuál de los tres ángulos vive en el equívoco. Uno de los ángulos ha de ser obtuso, reconózcase. Es ley geométrica. [Julio Coll: “Momento crítico”, en Destino, núm. 273, 10 de julio de 1942.]
En estos años, Coll va depurando una visión de lo que para él debería ser el teatro, aunque a veces se deja llevar por su vena sarcástica y lo pone por pasiva:
¿Para qué vamos a rompernos la cabeza asistiendo a eso que llaman un drama de las bajas esferas en donde siempre se quejan los personajes de que no tienen dinero, y van sucios, y parece que visten de alquiler? No. Creo interpretar el sentir de la mayoría al pedir que nuestros autores sigan la tradición. En escena todo el mundo tiene derecho a ser rico, a tener resueltas todas las necesidades. [Julio Coll: “Tribuna del espectador: Discurso del snob sobre el teatro”, en Liceo, núm. 60, agosto de 1950.]
Una propuesta perfectamente coherente para quien va a filmar Distrito Quinto (1957) como primera producción propia.

Además de su actividad cotidiana como crítico teatral, Coll publica algunos relatos en la misma revista —“Una carcajada de Marte”, en el 286, 9 de enero de 1943; “El reverendo padre prior”, en el 390, 6 de enero de 1945— y la novela Siete celdas en la editorial Juventud. Varias fuentes hablan de otra novela que no hemos conseguido localizar; se titularía Se ha perdido alguien el infinito y le habría servido para acercarse en 1946 a Ignacio F. Iquino, que realiza El ángel gris (1946) a partir de dicha novela. Esto le abre las puertas de Emisora Films para la que colabora en los guiones de la casi contemporánea Noche sin cielo (1947) y en alguna más dirigida por Iquino antes de su salida de la productora. Desde entonces, Coll se convierte en el más activo guionista de la empresa hasta su liquidación definitiva por parte de Francisco Ariza en 1951. Habitualmente escribe en comandita con Manuel Tamayo —El arco de Cuchilleros, no realizado, recibe un premio del Sindicato Nacional del Espectáculo en 1953—, pero la película que le proporcionará un éxito sin precedentes y marcará su rumbo como realizador es Apartado de Correos 1001 (Julio Salvador, 1950), escrita al alimón con el entonces montador jefe de la casa: Antonio Isasi-Isasmendi.

Por entonces traza su perfil Gómez Tello en la revista oficial Primer Plano:
Julio Coll es un poco supersticioso al elegir los títulos de sus relatos en que abundan las alusiones al color y a los números que, según él, traen suerte. Julio Coll es también un gran aficionado y constructor de juguetes. Y Julio Coll es un viajero al que le gusta seguir en rumbo de las estrellas. Que yo sepa, sólo él es capaz de ir y volver a Palma de Mallorca y estar allí veinte días con quince duros en el bolsillo. Cuando regresa de una de estas expediciones o de un viaje en velero por las costas de España, se encierra a escribir en su casa, rodeado de sus tres mil libros, su fantasía, sus dos hijos y su esposa. Porque entonces apunta en él su vena materna, de catalán sedentario"". [Gómez Tello: "Quién es quién en la pantalla nacional: Julio Coll, en Primer Plano, núm. 584, 23 de diciembre de 1951.]
Coll vuelve a colaborar con Iquino en su nueva aventura empresarial con el guión de Mercado prohibido (Javier Setó, 1952) donde inicia su colaboración literaria con José Germán Huici. A pesar de que ha arrancado su carrera como director y productor en 1956, cuando sus artículos en Destino empiezan a menguar. Todavía seguirá colaborando con Isasi —la presentación en Madrid de La huida (Antonio Isasi-Isasmendi, 1956), en Semana Santa, se saldará con dos platos de sopa por cabeza en la calle Tudescos y un préstamo de la SGAE para regresar a Barcelona [Antonio Isasi-Isasmendi: Memorias tras la cámara: Cincuenta años de un cine español. Madrid, Ocho y Medio, 2004, págs. 70-71.]—, proporcionará a Chamartín un nuevo fruto de su colaboración con Tamayo, Tarde de toros (Ladislao Vajda, 1956), y realizará para Balcázar sendas adaptaciones de dramas de prestigio La herida luminosa (Tulio Demicheli, 1956) y La muralla (Luis Lucia, 1958). El desacuerdo con las tesis ideológicas de esta última le habría llevado a escribir el guión pero a rechazar la oferta de dirigirla, lo que le habría ocasionado serios inconvenientes en su trabajo como director. [Entrevistado por Antonio Gregori: El cine español según sus directores. Madrid, Cátedra, 2009, pág. 136.]

Su última película como libretista antes de dedicarse a la dirección es Duelo de pasiones (Javier Setó, 1955) en la que se narra un caso de emigración y usura. Ante la sequía en la Mancha son muchos los que echan el colchón y tres bártulos al carro y escapan de allí. Algunos, dispuestos a buscar fortuna en América, recurren a los préstamos de don Ramón (Antonio Prieto). Eso es lo que hizo el marido de Marta (Silvia Morgan), que ahora se ve obligada a trabajar sola el campo y a esquivar el asedio al que la somete don Ramón. Pero este arranque, con tantos puntos de coincidencia con La aldea maldita (Florián Rey, 1930), pronto se verá quebrado cuando el cura del pueblo (Manolo Gómez Bur, doblado y en un papel sin matices cómicos) aconseje a Marta que viaje a Madrid y recabe noticias sobre su marido en el consulado de Venezuela antes de que venza el plazo para devolver el préstamo. Se abre entonces una trama criminal que terminará confluyendo inexorablemente con la primera. Jorge (Peter Damon), Martín (Arturo Fernández) y José (José Manuel Martín) preparan un atraco a una fábrica de la capital y atropellan a Marta, aturdida por la noticia del fallecimiento de su marido. La cargan en el coche recién robado para no levantar sospechas, pero cuando van a abandonarla en un invernadero, se enteran de que los han delatado. Deciden entonces refugiarse en Almenares hasta que capee el temporal. Martín muere en un enfrentamiento con la policía motorizada, pero Jorge llega hasta el pueblo con la mujer conmocionada. El amor contribuirá a la redención del criminal, aunque para ello haya de enfrentarse al usurero y a su viejo compinche en un cruce genérico que tiene más de western y de noir que de drama rural.

Estamos ya en un terreno que Coll conoce bien y en el que reincidirá en su filmografía como director. Algunos de los elementos manejados en Duelo de pasiones volverán a aparecer en Nunca es demasiado tarde (1956), su debut como realizador, o Distrito Quinto. Sin embargo, fue él quien solicitó que se eliminara su nombre de la publicidad —ya que no de los títulos de crédito— porque “cuanto escribiera ha sido transformado por completo, al extremo de no haber reconocido el interesado en la producción nada de lo que concibiera y diera forma”. [ABC, 4 de febrero de 1956.] Acaso fuera la figura del curita justiciero —introducida en el libreto con calzador— lo que le sublevaba. Si es así, habremos de atribuirla al sometimiento de la productora ante las presiones censoriales y a la labor de Faustino González Aller, guionista de confianza de la casa en este bienio y al que se adjudican en los créditos los “arreglos en el guión y diálogos”. Coll pretendía firmar el guión con el alias comanditario de “Julio Huiman”, que José Germán Huici y él ya habían utilizado para firmar Rostro al mar (Carlos Serrano de Osma, 1951).

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