domingo, 20 de noviembre de 2022

la humildad del artesanado


Alta costura
(1954) está ambientada en la casa de modas de don Amaro (Manuel Díaz González), donde se cruzan los destinos y las ambiciones de una serie de mujeres cuya misma esencia es la apariencia. Durante el pase de la colección de primavera habrá de resolverse el crimen del ex-novio de Tona (Lyla Rocco), a la que el canalla sacó unas fotos comprometedoras que ella pretendía recuperar antes de casarse con el heredero de un emporio minero en Asturias (Alfredo Mayo). Las otras chicas son la romántica Pituca (Mónica Pastrana) empeñada en que su prometido (Mario Berriatúa) se sitúe profesionalmente antes de la boda; la descreída Kiki (María Martín), que lo mismo le saca una joya a un marqués que una comida a un estraperlista; la descarada Sole (Laura Valenzuela), recién escapada de un tablao flamenco; la pragmática Lina (Margarita Lozano), la eficacísima Marta (Lina Sten)... Los hombres son como mariposas que revolotean alrededor de ellas, que se dejan querer mientras sus sueños se desvanecen al tiempo que caen las máscaras. Y luego hay clientas añosas que aún se quieren jóvenes (Julia Lajos) o la estrella argentina dispuesta a hacerse con los servicios del figurinista de la casa (Pedro Anzola).

Marquina toma el guión moralizante de Darío Fernández Flórez —quien fustiga tanto la veleidad de la mujer como la dudosa procedencia del dinero de los clientes de don Amaro— y aprovecha la unidad dramática de tiempo para obtener el máximo rendimiento de la intriga mientras va entretejiendo los pequeños dramas o grandes dramas de las mujeres que protagonizan colectivamente la cinta. El motivo del chantaje y su resolución están calcados de The Earring, un cuento de William Irish que León Klimovsky y Mario Soffici han dirigido en Argentina en 1951.

Hasta en el título de Las últimas banderas (1954) remite a Los últimos de Filipinas (Antonio Román, 1945). El argumento es de nuevo obra de Llovet y Román y su habitual colaborador literario y en la producción, Pedro de Juan, se encuentran detrás del proyecto aunque la realización terminara recayendo en Marquina, cuando el rodaje sufre varios aplazamientos y Román se desentiende de la película y abandona Producciones Cinematográficas Velázquez.

El argumento de Llovet se refiere al asedio al que somete Simón Bolívar a la guarnición española del puerto del Callao en 1825. Ambos ejércitos están pendientes de la decisiva batalla de Ayacucho. A pesar de este contexto, narrado en off, Marquina nos ubica desde el mismo inicio en el género de aventuras, no en el épico-histórico. El capitán Jaime Pardo (Eduardo Fajardo) y Miguel Bermejo (Fernando Rey) acuden de incógnito a un teatro de Lima, ciudad que está ya en poder del ejército independentista. Miguel, que ha nacido en Perú, frecuenta a Laura Medina (Pilar Lorengar), una cancionista, pero Jaime se quedado prendado de la belleza de Rosa (Rita Macedo), la prima de su compañero que ha acudido también al teatro. La aventura termina en altercado porque son sorprendidos por el capitán Quesada (Ángel Picazo) del ejército independentista y sólo les salva de una ejecución sumarísima la entereza de la tía de Miguel (María Arias), que hace valer la hospitalidad de su casa ante el ordenancismo del militar. El flechazo entre Jaime y Rosa es fulminante. De vuelta al Callao, el general (Félix Dafauce) les comunica que han sido derrotados en la batalla de Ayacucho, pero que la guarnición del Callao no se va a rendir mientras no llegue la orden de Madrid. El fuerte alberga a ocho mil personas entre militares y refugiados, y hay víveres y las municiones para unos tres meses. A pesar de que habían sido arrestados los dos amigos recuperan la libertad para defender el baluarte de San Miguel. Herido Jaime, Miguel se hace cargo de la defensa, pero sólo para pasarse al otro lado, donde permanece detenida Laura por las insidias de Quesada. No tardan mucho en reunirse los amigos –ahora enemigos irreconciliables- porque Jaime es apresado cuando sale de la guarnición para pedir refuerzos. Sin embargo, Miguel y Laura se esfuman del relato, cuando Jaime vuelve al Callao en un intercambio de prisioneros y Rosa rompe el cerco de la ciudad para llegar junto a él y casarse. Los independentistas deciden entonces atacar con todas las fuerzas a su disposición y los apenas trescientos hombres que quedan en El Callao deciden volar la guarnición antes que caer prisioneros.

Según Fernando Rey todo debería haber culminado con una espectacular batalla, pero el agotamiento del presupuesto impidió que se rodara. De hecho, los problemas económicos de la productora determinaron que esta fuera su última producción y que el estreno se retrasara considerablemente —hasta septiembre de 1957— a pesar de haber obtenido dos premios del Círculo de Escritores Cinematográficos. La crítica tampoco fue demasiado benévola, centrando en general los aciertos en el terreno interpretativo y perdiéndose por las ramas de las gestas del ejército español. Lo cierto es que, a casi una década del estreno de Los últimos de Filipinas, la situación internacional de España había cambiado y el aislamiento de los militares ya no funcionaba con la misma eficacia como metáfora de una España excluida del concierto internacional.

Rodada en 1956, en Technicolor y VistaVision, entre Madrid y Segovia, Tossa del Mar y Toledo, Aventura para dos / Spanish Affair (Don Siegel y Luis Marquina, 1956) es poco más que un travelogue español. La excusa argumental sigue a Merritt Blake (Richard Kiley) y Mari (Carmen Sevilla) en un recorrido en descapotable por la geografía española a fin de que él, arquitecto estadounidense de ideas avanzadas, convenza a uno de los socios de la constructora (Julio Peña) de la que ella es secretaría para que acepten su proyecto de edificar un modernísimo hotel en España. Para que el vagabundeo por las carreteras ibéricas tenga un poquito de picante, un gitano amenazante (José Guardiola) les sigue a todas partes, pues de niños él y Mari quedaron comprometidos conforme a la tradición de su raza. Claro que ella no es más que medio gitana y también es una mujer moderna capaz de irse de viaje sola con un hombre a cambio de mil pesetas diarias, del mismo modo que el americano, después de haberle zurrado la badana al gitano, se da cuenta de que en la vieja España existen tradiciones seculares a las que los proyectos arquitectónicos no tienen más remedio que amoldarse. La tensión entre lo viejo y lo nuevo se resuelve una vez más gracias al amor. El gitano ha quedado definitivamente descartado de la ecuación tras una visita al poblado chabolista de la periferia barcelonesa en la que sus familiares viven en unas condiciones de miseria extrema... al parecer, por gusto.

Don Siegel se incorpora al proyecto a instancias del guionista Richard Collins, con el que había trabajado previamente; el dinero proviene de un financiero estadounidense que pretendía comprar los estudios CEA; Benito Perojo pone en el paquete a su estrella exclusiva Carmen Sevilla; y como el Sindicato Nacional del Espectáculo exige que haya un español al frente del equipo, en las copias españolas figurará Marquina como director adjunto en tanto que en las anglosajonas aparece acreditado como humildísimo "technical advisor".

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