Por culpa de José Luis Salvador Estébenez
La prematura muerte de Javier Setó (1926-1969), a los cuarenta y tres años, y el eclecticismo de su filmografía han propiciado que su figura haya quedado al margen de la historia de nuestro cine. Si acaso, es recordado entre la fanaticada del cine fantástico español por un título insólito que resulta ser además uno de los más personales: La llamada (1965). Pero ni ésta, ni Mercado prohibido (1952), su policial más señero, figuran en la prestigiosa Antología Crítica del Cine Español [Madrid: Cátedra / Filmoteca Española, 1998], que ha contribuido a fijar el canon desde finales de los noventa.
Por lo demás, quienes le han dedicado algo de atención destacan sus primeras cintas policiacas, con las que hizo la transición de la industria barcelonesa a la madrileña, en una filmografía que va “de más a menos, desde unos inicios prometedores por su ambición a un final acomodaticio y hasta un punto rutinario”. [Ramón Freixas y Joan Bassa: Diccionario personal y transferible de directores del cine español. Madrid, Ediciones Jaguar, 2006, pág. 431.] En lo personal, la restauradora Mayte lo calificaba de “plusmarquista de la simpatía”. [“Mayte informa: Javier Setó, de Pelusa a El valle de las espadas”, en Pueblo, 3 de octubre de 1960, pág. 7.] En lo mismo insistía un reportero anónimo que visitó el set de La llamada: “Setó es rubio, bajo, regordete y con una cara de simpatía única en el mundo. Su carácter es exactamente igual a su expresión. Jamás se irrita y en los momentos de mayor nerviosismo del rodaje permanece tan tranquilo preparando calmosamente el próximo encuadre”. [“La llamada o el caso Setó”, en Cinestudio, núm. 40, diciembre de 1965, pág. 24.] Acaso por ello —además de los buenos resultados de sus películas— repitiera una y otra vez con los mismos productores; Ignacio F. Iquino, Sergio Newman, Benito Perojo, Espartaco Santoni y Sidney W. Pink fueron reincidentes. Según este último, Setó era “gordezuelo y con forma de pera. Aunque carecía de auténtico talento, era un gran estudioso del cine. Era serio y aplicado, y como ayudante de dirección de algunos de los mejores directores españoles, dominaba los fundamentos de la realización cinematográfica”. [Sidney Pink: So You Want to Make Movies: My Life as an Independent Film Producer. Sarasota, Florida: Pineapple Press, 1989, págs. 134-135.]
En efecto, tras su paso por el campo amateur y el aprendizaje de las ayudantías en la factoría de Iquino, Setó debuta como realizador de cuatro cortometrajes. La mayoría de ellos son de asunto folklórico y están fotografiados en blanco y negro por Pablo Ripoll. Firma entonces como Xavier Setó Casanova.
El primero de ellos se titula Bailes y canciones de España (1950). La sinopsis presentada por Iquino a censura previa no puede ser menos ambiciosa: “Variedades de bailes y canciones españolas sin argumento”. [Archivo General de la Administración (AGA), 36/04714.] En efecto, a tenor del contenido del expediente, se trata de varias canciones interpretadas por Antonio Amaya y enlazadas mediante números de baile flamenco en los que intervienen Manolita Rey y Lita Dubarry, habitual de los teatros de revista y variedades de la Ciudad Condal. La recepción oficial es gélida, como demuestra la Tercera categoría en que queda clasificado el cortometraje. Esto lo excluye de cualquier ayuda oficial y se convertirá en norma durante toda la serie.
La excepción que confirma la regla es ¡Gas! (1951), el segundo corto dirigido por Setó para Iquino. En esta ocasión se trata de lo que parece el promocional encubierto de una compañía de seguros. Arranca con una mujer corriendo por la calle en plena noche. Tiene que llegar a su casa urgentemente porque piensa que se ha dejado el gas abierto y su hijo está solo, durmiendo. La tensión sube de nivel cuando se da cuenta de que no tiene las llaves de casa, porque las ha perdido en la calle. Un vecino echa la puerta abajo... En realidad, ha sido un sueño, pero un sueño con moraleja machista que el locutor se encarga de recalcar, después de afirmar que el gas hace la vida de las amas de casa mucho más cómoda: “Ya lo sabe, señora. De Vd. depende la seguridad de su hogar”. Así lo entiende Juan Esplandiú, uno de los lectores del guión en la junta censorial: “Aceptable y conveniente para la seguridad del hogar. Tiene dramatismo y es cinematográfico”. [AGA, 36/04722.]
Pero los siguientes cortos suponen un paso atrás. Son de nuevo dos películas musicales, cuyos guiones, en los que interviene el propio Setó, buscan entroncar la música y las danzas populares con una supuesta esencia española. Se presentan a censura previa el 17 y 18 de noviembre de 1951, así que probablemente se pretendía cierta continuidad en su producción. De la propia locución de Pentagrama español se deduce la intención de ir desarrollando cortometrajes análogos en otros territorios, aunque este propósito nunca llega a puerto. Éste es una reivindicación de la sardana como baile popular catalán y cuenta con música del maestro Serra. Las canciones están cantadas en catalán por el tenor Emili Vendrell.
Mosaico español sigue el mismo esquema, pero en lugar de ceñirse a un territorio pretende retratar un mismo baile en diferentes entornos. En este caso se trata del pasodoble, como crisol de “todo el modo de ser y sentir español”. [AGA, 36/04729.] Las dos viñetas tienen lugar en Madrid y en un patio andaluz. Pero las tragaderas de la censura previa parecen colmadas de “folklore” y “gitanerías” y se le deniega el permiso de rodaje. Iquino reincidirá un año más tarde, manteniendo el número de ambientación madrileña y sustituyendo el segundo por un pasodoble en un campamento de gitanos. Lo que parecía una provocación del productor, cuela esta vez. Sin embargo, para entonces Setó ya ha saltado del proyecto y es Manuel Bengoa quien firma la realización y el guión. Las canciones son siempre de Augusto Algueró, no sabemos si padre o hijo.
Sobre el último corto del lote, Sevilla en color (1953), hablaremos después de la publicidad.
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