Escribí la primera versión de este texto en 2010, como presentación de un ciclo de cine policial español. Ya entonces las incursiones madrileñas o internacionales del género me parecieron derivaciones del camino recto que trazaba la producción barcelonesa con ambientación autóctona y que constituía la parte troncal de aquel ciclo. Así que seis años después, tras haber visto un buen número de cintas que escapaban al canon y haber tropezado con alguna joya oculta, me decido a rescatarlo, corregido, ampliado y circunscrito a lo que he denominado “cine criminal barcelonés”, eludiendo así etiquetas como noir, procedural o whodunit, aunque todas ellas aparecen a lo largo de la serie que hoy da comienzo.
Como he dedicado entradas a las filmografías de Miguel Iglesias y Ricardo Gascón remito al lector a los comentarios aparecidos en aquéllas cuando se pueden adscribir al filón criminal. No es cosa de repetir lo dicho, aunque puede que alguna idea resulte reiterativa. Vayan las disculpas por delante.
La bibliografía —que detallo al pie de esta primera entrega— ha seguido engrosando con los años, pero para un análisis riguroso y conciso, remito al lector a las tres entradas que, con el título de “Catálogo Criminal Español”, aparecieron en Esbilla Cinematográfica Popular al tiempo que uno escribía esto.
Seguramente el noir a la española sea
el único género nacido de un ataque de cuernos. Hay precedentes ilustres, pero
la partida de nacimiento del policial de por acá está firmada la primera semana
de diciembre de 1950, cuando se estrenan en Barcelona, casi simultáneamente, Brigada criminal (Ignacio F.
Iquino, 1950) y Apartado de Correos
1001 (Julio Salvador, 1950).
Los precedentes a los que aludo son los seriales rodados en Barcelona hace ahora casi cien años: con sus villanos encapuchados y sus herederas en apuros y, sobre todo, una serie de películas facturadas en los años cuarenta por admiradores del sainete y de las novelas de Simenon. Películas ambientadas en el Madrid castizo —El crimen de la calle de Bordadores (Edgar Neville, 1946) y María Fernanda la jerezana (Enrique Herreros, 1948)— o en ciudades portuarias que remiten al universo fatalista de Marcel Carné y Julien Duvivier —Barrio (Ladislao Vajda, 1947) y La calle sin sol (Rafael Gil, 1948)—. Crímenes cinematográficos de pregón de ciego o de novela popular, para entendernos.
Emisora
Films, la compañía de la que Ignacio F. Iquino es el puntal creativo y su cuñado Francisco Ariza, gestor, da soporte a la frenética actividad
del primero desde febrero de 1943. Han hecho un buen puñado de comedias con
incrustaciones musicales, pero también ha habido melodramas, películas
históricas y algún policial. No importa mucho, siempre que se produzcan a buen
ritmo y con un presupuesto ínfimo, porque cuentan con un acuerdo de
distribución con la filial de la 20th Century Fox,
Hispano Foxfilm, lo que les permite realizar un
pingüe negocio a costa de los permisos de importación obtenidos con sus
producciones. En Emisora hay un plantel fijo de escritores, técnicos e
intérpretes a bajo coste gracias a los contratos continuados. Salvando las distancias transatlánticas, Emisora es una
factoría según el modelo de las productoras del Callejón de la Pobreza de
Hollywood.
El proyecto de una película de corte policíaco
rodada a pie de calle lleva ya un tiempo dando vueltas por Emisora. Pero al
bueno de Iquino le gusta más la hermana adolescente de su señora que su señora
y en 1948 tiene que abandonar la empresa con lo puesto. El resultado es que la
película se rueda por duplicado. Ariza da la oportunidad de dirigir Apartado de Correos 1001 al
guionista de plantilla Julio Salvador y se encuentra, de rebote, con una pareja
de intérpretes que hará fortuna en el cine de la época: Conrado San Martín y
Elena Espejo. Entre tanto, Iquino, a medio acondicionar su propio estudio en
Barcelona, se desplaza a Madrid para rodar Brigada criminal.
Las dos cintas son lo que los sajones llaman procedurals,
películas dedicadas a describir los procedimientos policiales. Por mucho eco
que la prensa se hiciera del sello “neorrealista” de ambas propuestas
argumentalmente la mirada estaba puesta en policiales americanos tipo Contra
el imperio del crimen (G-Men, William Keighley, 1935) o La ciudad
desnuda (Naked City, Jules Dassin, 1948). La fascinación de la cultura
popular por “lo norteamericano” como epítome de modernidad ha sido muy bien
analizada por Pedro Porcel:
“Lo urbano, la
acción, la violencia, el sexo en tímidas dosis permitidas, las altas finanzas,
los chantajes, la corrupción, la escenografía de los peligros del progreso:
todo un confuso batiburrillo de ideas e imágenes que definen de nuevo al
género” (Tragados por el abismo: La historieta de
aventuras en España. Valencia, Edicions de Ponent, 2010.)
Se evidencia aquí, más que en ningún otro
lugar, el trasvase entre los distintos medios. Del cine a la novela de kiosco,
de aquí, al tebeo, y de vuelta al cine, como veremos en el caso atípico de No dispares contra mí (José María
Nunes, 1962). Un buen ejemplo de todo ello es la llegada a los kioscos españoles
en 1950 de una colección de bolsilibros de la Editorial Rollán, centrados en
las aventuras de los agentes del FBI norteamericano. Dirige la colección Alf
Manz, en realidad Alfonso Rubio Manzanares Muñoz, nacido en Ciudad Real en 1922
y fallecido en Madrid en 1989. Antes de dedicarse a la novela policíaca, fue
boxeador aficionado y actor ocasional. Además del director son varios los
autores que americanizan sus nombres: Octavio Cortés Faure, el más veterano del
grupo, firma O. C. Tavin, o sea, Octavín. Juan Benito Alarcón lleva por alias
Alar Benet, Federico Mediante se hace llamar Fred Baxter, Luis Rodríguez Aroca
se sajoniza en Lewis Haroc y Eduardo de Guzmán, firma como Edward Goodman o
Eddy Thorny. Éste último afirmaba con toda contundencia y bastante impropiedad
que tales novelas habían inaugurado en España el género negro. A la
colección de Rollán se añaden en rápida sucesión “Brigada Secreta” de Toray o
“Servicio Secreto” de Bruguera. Con guión de Federico Mediante y dibujos de
Luis Bermejo llegan a las manos de los chicos de la España de los cincuenta los
cuadernillos de historietas titulados “Aventuras del FBI”. La diferencia entre
la literatura de kiosco y el cine es que, con los mismos mimbres, el Federal
Bureau of Investigation se convierte en la Brigada de Investigación Criminal y
los míticos coliseos de la calle neoyorquina 42 devienen teatritos de revista
del Paralelo.
Alf Manz escribe sin ningún pudor:
“Mis
conocimientos del hampa neoyorquina, del valor heroico de los agentes del
F.B.I. y de la pasión amorosa, han creado mi novela más interesante y emotiva:
La hora gris”.
Y en la nota previa al lector de Entre
rejas moraliza:
“Si presento la
ruindad, la venganza y el odio, es para que, al contraste, resalten mucho más
la nobleza, la generosidad y la pureza de espíritu. ¡Admiración a los
desinteresados servidores de la ley! ¡Desprecio y maldición para los
encenagados del Mal!”.
Las soflamas que se lanzan desde los pórticos
de las películas de Iquino y Emisora van en la misma dirección: pura exploitation
con la excusa de la glorificación de las fuerzas del orden. Es por ello que los
estudiosos del tema han coincidido en la imposibilidad de un genuino noir
a la española dadas las circunstancias de censura, falta de libertad y obligada
apología del orden en las que fermenta el género. Recojamos, entonces, la
taxonomía propuesta por Ramón Espelt, para caracterizar las películas que
componen el ciclo propuesto, aquéllas cuyo asunto contemple
“el hecho
delictivo contemporáneo y la tensión que se deriva de la existencia de fuerzas
enfrentadas a uno y otro lado de la frontera (muchas veces discutible) de la
ley y el orden vigentes” (Ficció criminal a Barcelona (1950-1963). Barcelona, Laertes, 1998.)
Brigada
criminal y Apartado
de Correos 1001 se estrenan con sólo dos días de diferencia. Ha
habido una competencia entre los dos cuñados enemistados y antiguos socios por
llegar con un mismo tratamiento y parecido tema a las salas de cine. Las dos
películas se apoyan en una locución entre lo forense y lo propagandístico.
Ambas muestran los antecedentes del caso a base de flashbacks. Las dos
están rodadas a pie de calle. En ambos casos el protagonista es un joven
policía inexperto pero lleno de ganas —José Suárez y Conrado San Martín— que se
pone bajo la tutela de un veterano que se las sabe todas. A partir de ahí el
espectador tiene un punto de identificación para familiarizarse con los
procedimientos policiales a la española.
Si Apartado
de Correos 1001 se retrasa levemente en su presentación pública —Antonio
Isasi-Isasmendi, su montador, asegura que la compaginación se hizo en un voleo
y que Emisora obtuvo el permiso ocho días antes que su competidora— en el
ineludible panegírico iniciar no deja de reclamar su pionerismo:
“Emisora Films,
siempre a la vanguardia del cine nacional, ha querido realizar una película
distinta a las demás. Una película que incorpora por primera vez en nuestras
pantallas el sentido realista de la actualidad más palpitante. (…) Es la
historia silenciosa y abnegada de unos hombres que por vocación y honradez
arriesgan su vida con el único objeto de defender a la sociedad de todos
aquellos que intentan perturbarla”.
Las
sombras de La casa de la calle 92 (The House on 92nd Street,
Henry Hathaway, 1945) y La calle sin nombre (Street With No Name,
William Keighley, 1948) planean sobre las recensiones de los dos títulos
inaugurales de esta corriente. No sólo por retratar investigaciones policiales
sino, sobre todo, por su empeño en sacar la cámara a la calle, en un alarde que
poco tiene que ver con el Neorrealismo pero que en España se asocia a este
movimiento tan prestigioso internacionalmente como desconocido. Años más tarde 091,
policía al habla (José María Forqué, 1959) se apuntaría a la moda de las
películas episódicas —que no de sketchs— con una aproximación bastante
más costumbrista al trabajo de la policía. También aquí hay una persecución
final a tiros por el aeropuerto de Barajas, pero López Vázquez siempre decía
que él no sabía qué hacer con un subfusil ametrallador en las manos.
Bibliografía:
Bibliografía:
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Ángel Comas: Ignacio F. Iquino, hombre de cine. Barcelona, Laertes, 2003.
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Roberto Cueto (ed.): Los desarraigados en el cine español. Festival Internacional de Cine de Gijón, 1998.
Rafael de España y Salvador Juan i Babot: Balcázar Producciones Cinematográficas: Más allá de Esplugas City. Universitat de Barcelona, 2005.
Ramón Espelt: Ficció criminal a Barcelona (1950-1963). Barcelona, Laertes, 1998.
Antonio Gregori: El cine español según sus directores. Madrid, Alianza Editorial, 2009.
Antonio Lloréns: El cine negro español. Festival de Cine de Valladolid, 1988.
Elena Medina: Cine negro y policiaco español de los años 50. Universidad de Oviedo, 1996.
Grace Morales: “España criminal: El cine negro español”, en Mondo Brutto, núm. 41, verano de 2010.
Jesús Palacios (ed.): Euronoir - Serie negra con sabor europeo. Madrid, T&B / Festival de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, 2006.
Francesc Sánchez Barba: Brumas del franquismo: el auge del cine negro español (1950-1965). Universitat de Barcelona, 2007.
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