La concepción de Relato policíaco (Antonio Isasi-Isasmendi, 1954) está más
próxima al amateurismo que a la industria. Isasi lleva varios años trabajando
como montador para Emisora, pero ha comprado una cámara y en sus ratos libres
concibe una película que pueda hacer con un grupo de amigos. Se trasladan para
ello a las cercanías de Tortosa, en el delta del Ebro, y ruedan con la cámara
de cuerda de Isasi, negativo adquirido de estraperlo y una motocicleta como medio
de transporte para todo el equipo.
La historia arranca con un cadáver rescatado
del río. Es el de un tal Jacques, que el juez de instrucción descubre que se
había detenido con una mujer en una masía cercana para arreglar su coche.
Siguiendo a la mujer dan con Tomás, el hijo de Anselmo (Luis Induni), que ha
tenido participación en un asunto relacionado con el contrabando de
automóviles. Tomás huye por el río. ¿Es lícito que el agente que le sigue
dispare contra él a fin de neutralizar su fuga?
El mediometraje lleva un par de años enlatado.
Isasi encuentra trabajo como montador con la familia Balcázar, peleteros
reconvertidos en productores cinematográficos, que han probado (mala) suerte en
1951 con un drama histórico Catalina de Inglaterra (Arturo Ruiz
Castillo, 1951). Su siguiente intento sigue la senda de la comercialidad
manifiesta. Se trata de una comedia de ambiente futbolístico titulada Once
pares de botas (Rovira Beleta, 1954). Durante el montaje de esta cinta, en
la sala de proyección de Warner Española, Isasi les propone a los Balcázar rodar
otro episodio y unas escenas de engarce y estrenarlo como un largometraje. Los
peleteros ofrecen una cantidad irrisoria por todo, pero Isasi está ansioso por
debutar como director. El segundo episodio también girará en torno a la
utilización de las armas de fuego por parte de los agentes del orden.
—Disparar es
sencillo —afirma el comisario Nogués (Conrado San Martín)—. El cuándo y el cómo
es lo que importa.
Y es que, para hilvanar las dos historias, el
director le ha pedido una jornada de favor a Conrado San Martín, a cuyo
lanzamiento ha contribuido como guionista de Apartado de Correos 1001.
Se encierran en unas dependencias de la Universidad de Barcelona y en 24 horas
ininterrumpidas (según el actor) o 36 (según el director) se ruedan las
secuencias de la entrega de diplomas a los nuevos agentes y la charla
ejemplarizante que da pie a la inserción de los dos episodios independientes.
Este “más difícil todavía” de planificación y
montaje suele centrar todas las incursiones en el anecdotario de la película.
Los productores hicieron de las carencias virtud y se apuntaron a la “escuela
verista” para justificar la utilización de intérpretes aficionados y escenarios
naturales. Lo cierto es que Isasi da muestras de una gran sabiduría
cinematográfica y el conjunto no delata sus carencias aunque sí, claro, sus
costuras.
En el apartado fotográfico figuran juntos los
hermanos Gutiérrez Larraya. Aurelio, el menor, lleva la cámara y será
responsable de la fotografía de varias películas de nuestro ciclo de principios
de los años sesenta. Federico, que se encarga de la iluminación en ésta, ya
había participado en Apartado de Correos 1001. Este mismo año fotografía
también El fugitivo de Amberes
(Miguel Iglesias, 1955).
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