Aunque la historia
de Cuando el valle se cubra de nieve
(José Luis Pérez de Rozas, 1956) arranca en Barcelona con tintes de cine negro,
pronto desplaza la acción al Pirineo donde el tono romántico se impone. Mario
(Ángel Jordán) es un exponente más de la generación sin futuro y sin valores
surgida de la II Guerra Mundial. A consecuencia de ello, se ha dejado arrastrar
al negocio del contrabando por Hugo (Gerard Tichy) y Nelly (Michele Codey). Sus
cómplices son extranjeros y desean abandonar España, pero les falla el contacto
que ha de proporcionarles el alijo y Hugo decide atracar una fábrica para
conseguir el dinero necesario para la huida. Al ser descubiertos por el
propietario, Hugo dispara contra él. Los dos hombres abandonan entonces a Nelly
y huyen a un pueblecito del Pirineo con intención de cruzar a Francia. Aunque
el espectador no se entere hasta más tarde, éste fue el pueblo en el que Mario
fue acogido por el cura cuando era niño. Ambos se instalan en la masía de la
Cruz de Piedra. Enfrentados a la grandeza del paisaje y a las ruinas del
castillo, el más joven empieza a recapacitar sobre el pasado de España. Lo que
a Hugo le parecen simples ruinas son para Mario “como eternos monumentos al
amor y a la fe de una raza, testimonio de guerras y de luchas nobles”.
El mcguffines un estuche de violín repleto de billetes de curso legal. Sirve de excusa para mantener a los delincuentes en el pueblo la posibilidad de que el vigilante de la fábrica atracada los identifique. Según pasan los días la endeblez dramática de este argumento cien veces verbalizado por los personajes se torna más irritante para el espectador. Pero es necesario que la pareja se sienta acosada, en un paisaje idílico y a un paso de la frontera. Durante este tiempo se fragua una relación entre Mario y Nuria (Maria Piazzai), que hará al joven reconsiderar su vida pasada. Cuando Hugo, borracho, ataque a Edita (Conchita Ortiz), la novia del pastor José (Jesús Colomer), Mario se enfrentará a él. Este intento de violación, reducido al mínimo por la censura o la autocensura, pone el acento sobre una situación latente desde el principio: el vínculo que une a ambos hombres. Hugo confiesa que a él también le gustan las mujeres, pero la presteza con la que ha instado a Mario a abandonar a Nelly y su fijación con su compañero sugieren una atracción homoerótica sublimada. El intento, abortado por la llegada de Mario, estaría causado por los celos que genera en Hugo el interés de su compañero por Nuria. Es posible que las escenas retrospectivas que figuraban en el guión y en el plan de trabajo, ambientadas en el campo de batalla, en un campo de concentración y un cabaret, pudieran aportar otros matices a la relación, pero tal como se desarrolla en el montaje definitivo la ambigüedad es evidente.
Fiel a la ley del melodrama, el guión empieza a acumular coincidencias en su tramo final. Laura (María Márquez), la hermana de María, está enferma de leucemia y su tratamiento depende de una partida de medicamentos adulterados que introdujeron en España Mario y Hugo. Aún más inverosímil resulta que el tío Martín (Rafael Bardem) sea el contable de la fábrica atracada. Volvió al pueblo desde Barcelona porque su vida allí corría peligro y se encuentra con los asesinos del vigilante nocturno. Concluye el relato con la siguiente explicación:
—Dios lo quiso así.
En el melodrama español de la década de los cincuenta los designios de un dios vengador suelen confundirse con los infortunios del destino. Hugo con maleta y gabardina de trinchera, un vestuario de lo más inapropiado para ir por la montaña, escapa hasta el castillo de cuyas piedras se burló. Como está borracho, resbala, la maleta se abre y los billetes vuelan. Al intentar recuperarlos cae al vacío. Su escarnio de aquellas piedras milenarias —símbolo de una raza, no lo olvidemos—, tiene como consecuencia la muerte. Pero tampoco hay salvación para los inocentes: resulta que la enferma no es Laura, sino María. Está condenada a morir cuando el valle se cubra de nieve. Mario purgará su culpa compartiendo su condena en silencio, sin poder revelarle el secreto. Entonces se arrodillan ante la cruz de piedra que da nombre a la masía y rezan el padrenuestro.
Cuando el valle se cubra de nieve está rodada mediante un sistema anamórfico autóctono denominado Hispanoscope que también se utilizará en otro título que hermana montaña y espiritualidad: Cumbres luminosas - Montserrat (José Fogués, 1957).
La cinta es un melodrama sobre una doble redención, una película policiaca de ladrones y venganzas, y un documental en Agfacolor e Hispanoscope sobre el corazón espiritual de Cataluña, la montaña de Montserrat. Todo en uno y todo igualmente farragoso.
Pierre (Manuel Monroy), un antiguo escalador, ateo por más señas, se reúne en el santuario de Montserrat con Margot (Jacqueline Pierreux), la amante del jefe de una banda de ladrones (Luis Orduña), al que ambos han traicionado. Pero un miembro de la banda, llamado Dupont (Alejandro Rossi), les ha seguido hasta allí. Margot hace amistad con una familia estadounidense, que le hará recuperar el sentido de la espiritualidad perdido y Pierre se empeñará en un duelo alpinístico-dialéctico con el padre Anselmo (José Marco), un experto en rescates en la montaña y en la salvación de almas descarriadas. Las tres líneas temáticas confluyen en un final edificante cuando, en una noche de tormenta, Pierre robe la corona de la Virgen de Montserrat y Marchand intente violar a Margot. Acongojado por el ambiente de la capilla de San Dimas, donde ha buscado refugio, Pierre deposita la corona en el altar del Buen Ladrón. Sin embargo, al abandonar la ermita, se despeña. Margot acompaña al padre Anselmo hasta el lugar donde ha caído el ladrón arrepentido. Lo hace descalza, en prueba de penitencia. El sacerdote los une en matrimonio in articulo mortis de modo que el único fleco objetable quede solventado.
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