domingo, 23 de abril de 2017

el 600, icono de la cultura popular (y 9)


En letra de molde

Habrá tenido menor repercusión pero el seiscientos también ha sido personaje literario. Este asunto lo ha estudiado Rogelio Rodríguez en Novelas con seiscientos, así que su publicación nos sirve de guía en el proceloso mundo del seílla como elemento literario. En literatura el seiscientos es el automóvil de la generación del realismo, la de los 50, los Juan García Hortelano, Daniel Sueiro y Francisco García Pavón.

En Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes, los reproches de Carmen a su marido, de cuerpo presente, adoptan una estructura de monólogo en espiral. Las convicciones políticas y los afanes literarios de Mario no dejan de ser naderías frente a la exigencia de triunfo social simbolizada en el automóvil: “Desengáñate, querido, hoy el coche es un artículo de primera necesidad, ahí tienes al propio don Nicolás, un Milquinientos”.

El éxito esta asociado al vehículo que se posee. Un antiguo novio de juventud, Paco, tiene un tiburón rojo con el que la recoge a la puerta de un cine: “Porque tú te reirás, Mario, pero hoy la gente, bien de dinero que gasta, que es lo que más rabia me da, que tú de tonto ni un pelo pero ya ves, y yo no digo un tiburón, pero un Seiscientos.... Un Seiscientos hoy, hasta las porteras, cariño, que no es que exagere, ya ves los domingos en la calle, cuatro muertos de hambre y nosotros. [...] Que al fin y al cabo, si a su tiempo me compras un Seiscientos, ni Tiburones ni Tiburonas, segurísimo, que con estas restricciones lo que hacéis es ponernos en el disparadero”.

El monólogo que sustenta la novela es en realidad la justificación de Carmen de un adulterio no consumado con un tipo que después de la guerra ha estado en Madrid “relacionándose”: “¡Mario, que me muera si no es verdad!, no pasó nada, que Paco, a fin de cuentas, un caballero, claro que fue a dar conmigo, pero si yo tengo un Seiscientos, ni Paco, ni Paca, te lo juro, Mario, [...] que yo puedo llevar la cabeza bien alta, para que lo sepas, pero ¡escúchame, que te estoy hablando!”.

Tampoco puede acceder a tan codiciado bien de consumo el mecánico de la novela breve Solo de moto. Claro, que él no lo necesita porque tiene una Ducati 48 S, “La Poderosa”. Relato de carretera, los seiscientos son apenas presencia genérica en el taller que queda atrás mientras él emprende una carrera contra el tiempo en busca de una libertad ilusoria en Torremolinos. En otro relato del mismo autor, Daniel Sueiro, “Algún día nos tocará a nosotros”, los desesperanzados usuarios del transporte público se ilusionan el día del sorteo de Navidad con la quimera de comprarse un coche: “Nada de un 600 ni puñeterías de ésas. Un haiga”.

Pero al final uno se conforma con la puñetería. Como el protagonista de El gran momento de Mary Tribune, que al salir de un chalet de millonarios y ponerse de nuevo al volante de su seiscientos, al que no le entra la segunda y con “el radiador hecho un coladero”, tiene la sensación “de entrar en una chabola”. A un amigo más pudiente, en cambio, “se le ha metido comprar un 600, por puro esnobismo se entiende”. El coche, por modesto que sea, le permite fugarse de la ciudad en un caluroso verano, camino de un ventorro, al caer la tarde: “La ciudad se fue disolviendo en barrios inverosímiles, iglesias ecológicas, fábricas, barrancos, mesones, bares normativistas y estaciones de gasolina, hasta que atravesamos el primer pueblo —anexionado a la gran urbe— y encontramos, a uno y otro lado de la autopista, un campo horadado de tuberías y vías de ferrocarril, en venta las parcelas de lejano barbecho”.

El automóvil facilita la escapada pero también tiene sus inconvenientes. La resaca impide al protagonista recordar dónde aparcó y el radiador, el maldito radiador nuevo, que da con el chasis en un taller donde las cosas se eternizan porque ellos no son ni “la General Motors ni Pepito el Rápido. [...] que a la mañana siguiente el radiador estaría en su sitio. Se acusaron mutuamente. Me dieron un cigarrillo. Una vez más, la razón. Y, de despedida ya, que tampoco era para tanto”.

Nuevas amistades, la primera novela de Juan García Hortelano, había obtenido el premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral en 1959. Después de varios tiras y aflojas con la censura, Ramón Comas consigue poner en pie la adaptación cinematográfica. El resultado es una película sobre un aborto en el que jamás se pronuncia la palabra "aborto". La banda sonora de Pedro Iturralde, los bailes -el twist y el madison-, los coches -el 600 y el 1500-, el reparto de intérpretes jóvenes, contribuyen a conformar una película de estilo europeo -a ratos, las imágenes remiten a las de las cintas del primer Chabrol- pero en la que prácticamente nada puede mostrarse ni decirse. Lo malo es que esta indefinición termina trasladándose a la cinta en un final tan poco convincente como moralista..

Pero donde mejor se puede comprobar la evolución del seiscientos es a lo largo del ciclo narrativo de Plinio de Francisco García Pavón:
—Avise usted a don Lotario a ver si nos lleva en su coche nos ahorramos el paseo —añadió el Faraón, pensando en el gusto del veterinario, en la reacción de Plinio y la comodidad de todos.
El Jefe, sin añadir palabra, llamó por teléfono a don Lotario.
Fueron en el Seat 600 del veterinario. Como era tan poco coche para tanta mercancía, al Faraón tuvieron que encajarlo a empujones.
—Parece mentira, don Lotario, que siendo usted un hombre de carrera y con cuartos no tenga un auto más señor —dijo el Faraón resoplando apenas arrancó el coche, camino del Cementerio.
Sacar al Faraón del Seat fue obra de romanos.
—Yo no sé cómo no harán los coches a la medida del hombre —rezongó mientras se componía el formato.
Como don Lotario, tan bajito y delgado, creyó una indirecta el dicho del Faraón, replicó vivísimo:
—Es que tú no eres un hombre.
—Anda, coño, ¿pues qué soy?
—Un almorchón.
—¡Ay, qué don Lotario éste!

La cita está extraída de El reinado de Witiza, donde el seiscientos recorre una y otra vez la carretera de Argamasilla a fin de que Plinio pueda enlazar todos los cabos que le permitirán dar solución al enrevesado caso del cadáver desconocido aparecido en el cementerio.

En “Una semana de lluvia”, de 1970, el coche del veterinario termina en un pequeño barranco, pero las solas fuerzas ocupantes son suficientes para sacarlo de allí. Don Lotario no puede por menos de exclamar: “Para algo tenían que ser buenos estos coches chicos que la gente desprecia”.

Las aventuras de Plinio —y de paso el seiscientos de don Lotario— llegaron a la televisión en 1971. Antonio Casal fue el jefe de policía de Tomelloso y Alfonso del Real un veterinario menos magro de carnes que el que había ideado García Pavón, pero muy cercano en cambio al perfil del doctor Watson encarnado por Nigel Bruce en la serie de películas que sobre Sherlock Holmes realizó la Universal en los años cuarenta.

Para redondear esta apartado dedicado a los seiscientos que han pasado por la imprenta, no debemos olvidar que el dibujante Francisco Ibáñez los ha incluido en varias historietas salidas de su lapicero. Protagoniza algunas escenas de 13 rue del Percebe o una aventura de Rompetechos titulada “El coche” en la que su amigo Pollínez le enseña orgulloso su flamante automóvil y la miopía atroz de Rompetechos le hace confundir el rabo de un perro con el tubo de escape y una alcantarilla con el capó.

En ¡Siglo XX, qué progreso!, el profesor Bacterio ironiza sobre su capacidad al mostrar a Mortadelo y Filemón pueden acoplarse catorce personas en su interior. En la historieta “El otro yo del profesor Bacterio”, el sabio loco parte por la mitad el seiscientos en que Abelardo y Enriqueta parten en viaje de novios con la promesa de no separarse ni un segundo. El seiscientos ha saltado de las viñetas a la versión cinematográfica —bien que sólo como figurante— e, incluso, a los videojuegos. En el titulado Safari Callejero, Mortadelo, para cumplir su misión, debe esquivar los seiscientos que quieren atropellarlo disfrazándose de rana.

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