En letra de molde
Habrá tenido menor repercusión
pero el seiscientos también ha sido personaje literario. Este
asunto lo ha estudiado Rogelio Rodríguez en Novelas con seiscientos, así que su publicación nos
sirve de guía en el proceloso mundo del seílla como elemento literario. En literatura el seiscientos es el automóvil
de la generación del realismo, la de los 50, los Juan
García Hortelano, Daniel Sueiro y Francisco García Pavón.
En Cinco horas con
Mario, de Miguel Delibes, los reproches de
Carmen a su marido, de cuerpo presente, adoptan una estructura de monólogo en
espiral. Las convicciones políticas y los afanes literarios de Mario no dejan
de ser naderías frente a la exigencia de triunfo social simbolizada en el
automóvil: “Desengáñate, querido, hoy el coche es un artículo de primera necesidad,
ahí tienes al propio don Nicolás, un Milquinientos”.
El éxito esta asociado al vehículo que se
posee. Un antiguo novio de juventud, Paco, tiene un tiburón rojo con el que la
recoge a la puerta de un cine: “Porque tú te reirás, Mario, pero hoy la gente,
bien de dinero que gasta, que es lo que más rabia me da, que tú de tonto ni un
pelo pero ya ves, y yo no digo un tiburón, pero un Seiscientos.... Un
Seiscientos hoy, hasta las porteras, cariño, que no es que exagere, ya ves los
domingos en la calle, cuatro muertos de hambre y nosotros. [...] Que al fin y
al cabo, si a su tiempo me compras un Seiscientos, ni Tiburones ni Tiburonas,
segurísimo, que con estas restricciones lo que hacéis es ponernos en el
disparadero”.
El monólogo que sustenta la novela es en
realidad la justificación de Carmen de un adulterio no consumado con un tipo
que después de la guerra ha estado en Madrid “relacionándose”: “¡Mario, que me
muera si no es verdad!, no pasó nada, que Paco, a fin de cuentas, un caballero,
claro que fue a dar conmigo, pero si yo tengo un Seiscientos, ni Paco, ni Paca,
te lo juro, Mario, [...] que yo puedo llevar la cabeza bien alta, para que lo
sepas, pero ¡escúchame, que te estoy hablando!”.
Tampoco puede acceder a tan codiciado bien de
consumo el mecánico de la novela breve Solo de moto.
Claro, que él no lo necesita porque tiene una Ducati 48 S,
“La Poderosa”. Relato de carretera, los seiscientos son apenas presencia
genérica en el taller que queda atrás mientras él emprende una carrera contra
el tiempo en busca de una libertad ilusoria en Torremolinos. En otro relato del
mismo autor, Daniel Sueiro, “Algún día nos tocará
a nosotros”, los desesperanzados usuarios del transporte público se ilusionan
el día del sorteo de Navidad con la quimera de comprarse un coche: “Nada de un
600 ni puñeterías de ésas. Un haiga”.
Pero al final uno se conforma con la
puñetería. Como el protagonista de El gran momento de
Mary Tribune, que al salir de un chalet de millonarios y ponerse de
nuevo al volante de su seiscientos, al que no le entra la segunda y con “el
radiador hecho un coladero”, tiene la sensación “de entrar en una chabola”. A
un amigo más pudiente, en cambio, “se le ha metido comprar un 600, por puro
esnobismo se entiende”. El coche, por modesto que sea, le permite fugarse
de la ciudad en un caluroso verano, camino de un ventorro, al caer la tarde:
“La ciudad se fue disolviendo en barrios inverosímiles, iglesias ecológicas,
fábricas, barrancos, mesones, bares normativistas y estaciones de gasolina,
hasta que atravesamos el primer pueblo —anexionado a la gran urbe— y
encontramos, a uno y otro lado de la autopista, un campo horadado de tuberías y
vías de ferrocarril, en venta las parcelas de lejano barbecho”.
El automóvil facilita la escapada pero también
tiene sus inconvenientes. La resaca impide al protagonista recordar dónde
aparcó y el radiador, el maldito radiador nuevo, que da con el chasis en un
taller donde las cosas se eternizan porque ellos no son ni “la General Motors
ni Pepito el Rápido. [...] que a la mañana siguiente el radiador estaría en su
sitio. Se acusaron mutuamente. Me dieron un cigarrillo. Una vez más, la razón.
Y, de despedida ya, que tampoco era para tanto”.
Nuevas amistades, la primera novela
de Juan García Hortelano, había obtenido el premio Biblioteca Breve de la editorial
Seix Barral en 1959. Después de varios tiras y aflojas con la censura, Ramón
Comas consigue poner en pie la adaptación cinematográfica. El resultado es una
película sobre un aborto en el que jamás se pronuncia la palabra
"aborto". La banda sonora de Pedro Iturralde, los bailes -el twist y el madison-, los coches -el 600 y el 1500-, el reparto de intérpretes jóvenes, contribuyen a conformar una película de estilo europeo -a ratos, las imágenes remiten a las de las cintas del primer Chabrol- pero en la que prácticamente nada puede mostrarse ni decirse. Lo malo es que esta indefinición termina trasladándose a la cinta en un final tan poco convincente como moralista..
Pero donde mejor se puede comprobar la
evolución del seiscientos es a lo largo del ciclo narrativo de Plinio
de Francisco García Pavón:
—Avise usted a don
Lotario a ver si nos lleva en su coche nos ahorramos el paseo —añadió el
Faraón, pensando en el gusto del veterinario, en la reacción de Plinio y la
comodidad de todos.
El Jefe, sin añadir
palabra, llamó por teléfono a don Lotario.
Fueron en el Seat
600 del veterinario. Como era tan poco coche para tanta mercancía, al Faraón
tuvieron que encajarlo a empujones.
—Parece mentira,
don Lotario, que siendo usted un hombre de carrera y con cuartos no tenga un
auto más señor —dijo el Faraón resoplando apenas arrancó el coche, camino del
Cementerio.
Sacar al Faraón del
Seat fue obra de romanos.
—Yo no sé cómo no
harán los coches a la medida del hombre —rezongó mientras se componía el
formato.
Como don Lotario,
tan bajito y delgado, creyó una indirecta el dicho del Faraón, replicó
vivísimo:
—Es que tú no eres
un hombre.
—Anda, coño, ¿pues
qué soy?
—Un almorchón.
—¡Ay, qué don
Lotario éste!
La cita está extraída de El reinado de Witiza, donde el seiscientos recorre una
y otra vez la carretera de Argamasilla a fin de que Plinio pueda enlazar todos
los cabos que le permitirán dar solución al enrevesado caso del cadáver
desconocido aparecido en el cementerio.
En “Una semana de lluvia”, de 1970, el coche
del veterinario termina en un pequeño barranco, pero las solas fuerzas
ocupantes son suficientes para sacarlo de allí. Don Lotario no puede por menos
de exclamar: “Para algo tenían que ser buenos estos coches chicos que la gente
desprecia”.
Las aventuras de Plinio —y de paso el
seiscientos de don Lotario— llegaron a la televisión en 1971. Antonio Casal fue el jefe de policía de Tomelloso y Alfonso del Real un veterinario menos magro de carnes
que el que había ideado García Pavón, pero muy
cercano en cambio al perfil del doctor Watson encarnado por Nigel Bruce en la serie de películas que sobre Sherlock
Holmes realizó la Universal en los años cuarenta.
Para redondear esta apartado dedicado a los
seiscientos que han pasado por la imprenta, no debemos olvidar que el dibujante
Francisco Ibáñez los ha incluido en varias
historietas salidas de su lapicero. Protagoniza algunas escenas de 13 rue del Percebe o una aventura de Rompetechos titulada “El coche” en la que su amigo
Pollínez le enseña orgulloso su flamante automóvil y la miopía atroz de
Rompetechos le hace confundir el rabo de un perro con el tubo de escape y una
alcantarilla con el capó.
En ¡Siglo XX, qué
progreso!, el profesor Bacterio ironiza sobre su capacidad al mostrar a Mortadelo y Filemón pueden acoplarse catorce personas
en su interior. En la historieta “El otro yo del profesor Bacterio”, el sabio
loco parte por la mitad el seiscientos en que Abelardo y Enriqueta parten en
viaje de novios con la promesa de no separarse ni un segundo. El seiscientos ha saltado de las viñetas a la
versión cinematográfica —bien que sólo como figurante— e, incluso, a los
videojuegos. En el titulado Safari Callejero,
Mortadelo, para cumplir su misión, debe esquivar los seiscientos que quieren
atropellarlo disfrazándose de rana.
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