Ya
tenemos coche
La película fundacional de la automoción
patria es Ya tenemos coche, dirigida por Julio Salvador en fecha tan temprana como 1958. No en
balde el guión es de Pedro Masó, siempre atento a
las preocupaciones de la naciente clase media y a los pequeños cambios que se
operan en estos años en la sociedad española.
Ya tenemos coche muestra a una de estas
familias en la que el padre, don José (el italiano Umberto
Spadaro) es un modesto empleado que sufre todos los días los empujones
del autobús para poder desplazarse a la oficina. Todo en su entorno le empuja a
hacerse con un coche como sea. Su amigo, don Baldomero (Félix
Fernández) tiene una carraca, pero es un hombre motorizado. El novio de
la niña (Juanjo Menéndez) tiene que conformarse
con una modesta Vespa; en cambio, el director de Larramendi, S.A. posee un
haiga importado.
La alianza familiar, con la suegra como socio
capitalista, se confabulan para comprarlo y don José se deja liar, porque como
dice Larramendi: “un hombre con coche da sensación de prosperidad”. Don José y
su futuro yerno viajan desde Madrid hasta la ciudad condal, lo que nos permite
ver la fachada de la factoría a todo color. A pesar de que la familia se había
decidido por un coche color verde oscuro, el 600 de la primera serie que le
entregan, con matricula provisional M-1876, es de color crema. Las llantas son
en blanco y, según aparece en la película, pareciera que sale de serie con
baca, cosa totalmente inexacta. Por el contrario sí que tiene que ver con la
experiencia de muchos conductores el que al poco de haber salido de Barcelona
el coche se detenga. Finalmente el problema se resolvera con un poco de
gasolina. Cuando llegan a Madrid con el utilitario, la familia se escandaliza:
—¿Y esto?
—Que nos llovió en
Guadalajara.
—Y ha encogido,
¿no?
Don José, que quería ahorrarse los madrugones
para llegar a trabajar y los achuchones en el autobús, debe ahora levantarse
con las gallinas para dejar al niño en el colegio, a su hija en la facultad,
llevar a la suegra al cementerio, a su señora a la peluquería y los domingos al
campo, con el radiador echando humo. Al final llegará a la conclusión a la que
llegan tarde o temprano todos los motorizados: es un esclavo de su coche.
En la escena final, Don José y don Baldomero
coinciden en la cola del autobús. Ambos se han deshecho de sus vehículos que
sólo les han traído disgustos. Desde la ventanilla, al pasar por la plaza del
Callao, contemplan como su hija y el novio han estampado el seiscientos contra
otro coche y se ha montado una monumental broca callejera. En el Palacio de la
Prensa proyectan la anodina película alemana de 1956, Rivales
por amor. Hemos de suponer que “por amor” al 600.
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