domingo, 22 de abril de 2018

ramón torrado (3)


Los líos sentimentales de tres guardiamarinas en la Escuela Naval de Marín, producida por el gallego Cesáreo González, constituyen el primer gran éxito popular del también gallego Ramón Torrado y supondrán un filón al que volverá una y otra vez en el futuro, amén de refugio en tiempos de desorientación, cuando la deriva de sociológica y económica de España hacen que Torrado pierda pie en su sintonía con un nuevo público. Cómica, sentimental, dramática, épica, patriótica… esta primera versión de Botón de ancla (1948) llegó al corazón de los espectadores y al de la Administración que le otorgó el marbete de “Interés Nacional”.

Escribe Fernando Fernán-Gómez en El tiempo amarillo:
Por primera vez, en 1948, desde que en 1938, diez años antes, me dediqué a este oficio, había logrado un éxito popular. Cuando hacíamos presentaciones en los cines de reestreno, las ovaciones eran estruendosas, los saludos, los abrazos, rebosaban admiración, simpatía, cariño. La gente me reconocía por la calle. No se habían aprendido todavía mi nombre, pero me señalaban y decían:
-¡Mira, mira: el que se muere en Botón de ancla!
El éxito de la cinta propició sendas revisiones. La primera fue una producción de Iquino. Su principal aliciente de cara a la taquilla, el color, presente incluso en el título: Botón de ancla en color (Miguel Lluch, 1960). Además, tenía como protagonistas a Ramón Arcusa y Manuel de la Calva, el Dúo Dinámico, con lo que estos guardiamarinas tenían su ración de música ligera garantizada. El humor corría por cuenta de Gila, así que “Trinquete”, el personaje creado por Xan das Bolas en 1948, iba aquí por caminos menos próximos al retruécano galaico y más ceñidos al humor absurdo y (sólo veladamente) antimilitarista.

En el ocaso de su carrera, Torrado retoma al guión original y, sin apenas tocar una coma, vuelve a rodarlo con el título de Los caballeros del botón de ancla (1974). Los personajes, las situaciones, todo, es idéntico. Advertimos que han pasado veinticinco años porque en los diálogos se desliza algún “puñeta”, por el color, y por algún exceso esperpéntico en el dibujo de las hermanas que dan de merendar a los guardiamarinas. Por lo demás, Peter Lee Lawrence resulta un galán bastante menos convincente que Jorge Mistral, Ramón Pons carece de la gracia melancólica de Antonio Casal y Pepe Ruiz está a años luz de la vis cómica de Fernán-Gómez, por lo que el final pierde en un patetismo que, bien que algo forzado, clausuraba convincentemente la historia original. El único parangón posible se establece entre la dulzura en blanco y negro de Isabel de Pomés y el encanto en Eastmancolor de Maribel Martín. Por rescatar, Torrado rescata hasta el plano final, en el que el fantasma de Enrique, sobreimpresionado, desfila junto a sus compañeros en el patriótico final.

En cualquier caso, Torrado cierra con esta cinta el ciclo de sus películas de alumnos de academias militares, que abrió un filón que también excavaron Pedro Lazaga y Agustín Navarro.

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