domingo, 29 de abril de 2018

ramón torrado (4)


Al final de la década de los cuarenta, y respaldado por el público de modo incontestable con títulos como Botón de ancla (1947) o Sabela de Cambados (1948), Ramón Torrado, se siente legitimado para percibir el mismo salario que los primeros espadas de la dirección en España. Cesáreo González está en ese momento en plena expansión por Latinoamérica y le echa un pulso a su pupilo. La oferta de Cinematográfica Madrileña de dirigir Rumbo (Ramón Torrado, 1949) por el procedimiento cormático autóctono denominado Cinefotocolor le viene al pelo a Ramón para escapar a la tutela del empresario vigués. El guionista y dibujante cubano Heriberto Sánchez Valdés, colaborador habitual de Torrado, es el consejero delegado de esta productora.

Rumbo (Fernando Granada) regresa a la capital hispalense en un barco que remonta el Guadalquivir desde Sanlúcar. Un abuelo con sombrero cordobés se encarga de explicar a dos mocitas con bata de cola y claveles en el pelo azabache que es el gitano más rumboso de toda Sevilla, que ha estudiado Medicina en París y que sólo atiende a los que tienen mucho y a los que no tienen nada; a estos últimos, de balde, claro. Esa noche Rumbo se reencuentra con su amigo Gabriel Hurtado (Fernando Fernández de Córdoba). Es éste un banquero que ha hecho fortuna gracias a un préstamo del rumboso médico de origen gitano. Gabriel le encarga que visite en su cortijo a unos parientes lejanos, pues su tía (Julia Lajos) es una tacaña terrible, dedicada al negocio del estraperlo. En el cortijo le confunden con Gabriel. Rumbo no aclara el entuerto porque se ha enamorado de Dulce Nombre (Paquita Rico), una muchacha tan linda como montaraz. Ella contrata a un actor para poner al descubierto el engaño. La llegada del verdadero Gabriel, el tercero en el enredo, precipita los acontecimientos. Rumbo decide renunciar al amor de Dulce Nombre porque está convencido de que su origen gitano es un obstáculo para sus relaciones, pero ambos terminarán rencontrándose en la romería del Rocío.

Si no otros méritos, tiene Torrado al menos el de presentar a Paquita Rico con un truco de auténtica estrella. Rumbo llega al Real de la Feria de Sevilla y escucha un tumulto. Es un globero que discute con una amazona en el arzón de cuyo caballo se han enredado los globos. Rumbo los pincha y descubrimos así a una Paquita Rico enfurecida, vestida de corto y con catite.

Rumbo puede ser generoso, simpático y estar dotado de otras prendas, pero el amor interracial es tabú. El conflicto queda expuesto con nitidez cuando don Manuel (Manuel Arbó) explica que él ha prevenido a su hija contra los gitanos, pero contra los del oso y el pandero —o sea, los robagallinas a lo Morena Clara que encarnan Vilches y Mancilla—, no contra los que pueden invertir medio millón de pesetas en un molino de aceite, como Rumbo. El deseo reprimido aflora en forma de pesadilla. Dulce Nombre duerme agitada. La cámara se aproxima a su rostro y accedemos a un sueño distorsionado por motivos decorativo-vanguardistas. No es difícil rastrear los recursos cinematográficos con los que Torrado resuelve la escena hasta la pesadilla planificada por Segundo de Chomón para El negro que tenía el alma blanca (Benito Perojo, 1927), donde también se intenta reflejar el terror subconsciente al otro.

Desde la presentación a modo de flashback Torrado intenta dotar a Debla, la virgen gitana (1951) de un marco mítico. Después de un día de trabajo en la sierra, el pintor Eduardo Miranda (Alfredo Mayo) descubre en unas cuevas a Carmelilla (Paquita Rico), una gitana misteriosa. Cuando Eduardo encuentre a Carmelilla, será otra gitana quien le avise de que “está loca” y por eso se aparta del resto de la tribu. La propia Carmelilla contribuirá a alimentar su propia leyenda cuando explique al pintor que una tradición gitana asegura que si una muchacha cuenta nueve estrellas durante nueve noches seguidas, el resultado de esta operación de aritmética astronómica será el dueño de su corazón. Eduardo la llama Debla y la cita al día siguiente en su cortijo para hacerle un retrato. Vicente (Alfonso Estela), un gitano de la tribu, pretende a Debla con un amor posesivo y amenazador y el interés de Eduardo por Carmelilla es puramente artístico pues está felizmente casado con la aristocrática Cristina (Lina Yegros). Las malas lenguas provincianas y Reyes (Lola Ramos), enamorada de Vicente, hacen su trabajo.

Con estos dos títulos arranca la colaboración entre Ramón Torrado y Paquita Rico, que se prolongará a lo largo de toda la década.

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