domingo, 1 de julio de 2018

ramón torrado (13)


Pluma al viento / Plume au vent (Ramón Torrado / Louis Cuny, 1952) es la primera ocasión en que Torrado firma al alimón una coproducción y ya se plantea la duda de cuál sería su cometido. Los créditos –repartidísimos para que encajasen en los estrictos márgenes de una coproducción paritaria conforme a los acuerdos recientemente firmados entre Francia y España- indican que Enrique Llovet es el autor de la “versión española y diálogos”, ya que la adaptación de la comedia musical de Jean Nohain y Claude Pingault recae en René Wheeler, Guy Decomble y Louis Cuny. Éste último, que aparece como director único en la versión gala, figura en la española como “director artístico”, en tanto que Torrado ocupa el último cartón en solitario con el crédito de director.

La comedia presenta a un grupo de jóvenes desocupados que han tomado por asalto la fonda de la madre de Fernando/François (Jean Gaven) en un pueblecito vascongado para representar allí un musical. El protagonista será Carlos/Claude (Georges Guetary), que trae a todas las chicas de cabeza y al que, por su volubilidad amorosa, apodan “pluma al viento”. Una de ellas es Alicia (Jacqueline Pierreux), que está dispuesta a que la acompañe a Madrid como sea. La ocasión se presenta cuando Javier/Jean-Pierre (José Luis Ozores), un matemático enloquecido empeñado en la invención del rayo atómico X2, haga volar media fonda. En ese mismo momento le llega la noticia de que ha heredado una participación de medio millón de pesetas en la farmacia Bullón y Pardillo. Carlos se ofrece a ir en su lugar sin saber que allí está trabajando al tiempo que estudia la andaluza Elena/Héléna (Carmen Sevilla), a quien su madre pretende casar con Fernando. Aún hay más, porque en la botica trabaja también la linda Ana María/Anne-Marie (Nicole Francis), la hija del señor Pardillo (Félix Fernández), quien entregado en cuerpo y alma a su pasión taurómaca, ha despistado el medio millón de Fernando que Carlos reclama bajo la identidad de su amigo. El enredo se enreda más y más y sólo unos números musicales bastante modestos, proporcionan un respiro al espectador.

Vodevil sin concesiones, aquejado de una alegría juvenil tan frenética como impostada, la película repunta intermitentemente con las intervenciones de Félix Fernández en el papel del atribulado farmacéutico, en una interpretación bufa, grotesca en la mayoría de las ocasiones, pero llevada adelante con una convicción arrolladora.

Además, la deslocalización será uno de los grandes inconvenientes de este tipo de coproducciones en las que, intentando contentar a todo el mundo, la cosa no termina de ser ni carne ni pescado. Sorprende ver en una película española de esta época los escotes que luce Jacqueline Pierreux y el número andaluz, propiciado por el protagonismo de Carmen Sevilla, casa con el resto de inserciones musicales lo que a un Cristo una pistola.

En Amor a todo gas (1969) Torrado revisa su éxito con Carmen Morell y Pepe Blanco Amor sobre ruedas (1954). El papel femenino queda reducido en esta ocasión al ser interpretado por Nieves Navarro, actriz frecuentadora del western mediterráneo, muchas veces en compañía de Fernando Sancho, quien en esta ocasión hace de representante alemán de la cantante Laura Montes, que en la primera versión interpretara José Isbert. No se altera, en cambio, el enfrentamiento musical final en forma de jotas de picadillo que eran la especialidad del dúo Morell-Blanco, sólo que ahora, por rumbas. Y Xan Das Bolas repite en el papel de amigo gallego del taxista.

Por lo demás, la historia vuelve a ser prácticamente idéntica y muchos de los diálogos, también. Una cantante internacional llega a España. Deseosa de pasar desapercibida toma un taxi que conduce un aspirante a cantante. Ella finge ser una modesta empleada. Él la corteja y se muestra orgulloso de su propio triunfo en un concurso radiofónico. Ella lo arregla para que lo incluyan en el reparto del espectáculo que va a estrenar, pero en el último momento se arrepiente, pues, al reconocerla, dejará de amarla. Él se las ingenia para irrumpir en el espectáculo y demostrar su talento. Al final, el amor prevalece, previo sometimiento de la mujer al imperio del varón. Los tres lustros transcurridos entre ambas versiones, apenas alteran un ápice el argumento, que se renueva en lo accesorio –el color, la actuación en televisión…- para mantenerse inmutable en lo demás. O sea, una película un tanto sonrojante, cuyo único atractivo son las cinco o seis rumbas interpretadas por Peret.

Con ella llegó el amor (1970) es un refrito de asuntos torradianos al servicio de Chacho, un rumbero catalán que destaca por acompañarse al piano. Las raíces de su música son las mismas que las de Peret o "El Pescaílla": la canción cubana, la bossa nova, los éxitos de la música ligera... Si Peret es taxista, Chacho será guía turístico; si aquél se enamoraba de una cantante latinoamericana, éste lo hará de una millonaria mexicana (Mara Cruz); como a Manolo Escobar en Tú canción es para mí (1966), le acompaña en sus aventuras y en la pensión Ángel de Andrés; como cualquiera de los otros dos, logra al tiempo el triunfo como cantante y el amor. Por el camino, la princesa del petróleo se hace pasar por modelo sin posibles a fin de probar que el amor del rumbero es sincero, cosa que él pretende demostrar fingiéndose descerrajador de cajas de caudales. En este bastidor convencional, Torrado va intercalando las actuaciones de Chacho, a las que intenta insuflar un poco de variedad mediante algunos artificios externos. Tras la introducción al piano rumbero, "Nuestro ayer" resulta voluntariosamente cómica porque Chacho ha tomado prestado el frac del prestidigitador (Luis Barbero) y de sus mangas y de su chaleco no paran de salir pañuelos de colores y palomas que perturban el ambiente distendido de la sala de fiestas. Más interesantes resultan "El mundo en mis manos" y el mix "Bum-Bum" / "Sin nada" por su carácter onírico, un recurso que Torrado venía empleando desde sus películas con Paquita Rico. Si en el primer tema, la vuelta a la realidad es una dura caída de la cama, el segundo tiene aspiraciones de ballet conceptual. Comienza con Chacho el piano, interpretando una pieza de corte clásico mientras su amada baila al ralentí envuelta en tules celestes. Pero cuando el artista abandona el piano e intenta acercarse a ella, unos hippies la atrapan y arrojan una guitarra que, al explotar, provoca la desintegración del piano y la aparición de más hippies que bailan al ritmo frenético de "Bum-Bum", una pieza de gipsy soul a la que ambos se incorporan una vez superado el sobresalto inicial. Los efectos caleidoscópicos, que ya habían hecho acto de presencia en el sueño anterior, se convierten en este fragmento en motivo visual preeminente. Pero he aquí que, de pronto, aparecen entre el humo un grupo de rumberos tradicionales, con sus camisas rojas y sus guitarras amenazantes. Chacho parece pedir disculpas cuando abraza a Desi y canta: "Sin nada, voy caminando por la vida, no tengo, y ya ni sé ni adónde ir". Su incertidumbre queda reflejada en la división de la pantalla panorámica en dos mitades: a la izquierda, los hippies arrastran a Desi hacia la modernindad, en tanto que a la derecha, los rumberos retienen a Chacho en el puerto seguro de la rumba catalana.

No sabemos cuál sería la responsabilidad de Torrado en En un mundo nuevo (1972), dado que va firmada al alimón con Fernando García de la Vega, aunque cabe pensar que los playbacks corriesen por cuenta de éste, especialista televisivo en este terreno desde los lejanos tiempos de Escala en hi-fi (1961-1967) hasta el programa Pasaporte a Dublín (1970), en el que se elegía la canción que representaría a España en el Festival de Eurovisión y del que En un mundo nuevo constituye una especie de secuela cinematográfica.

En cualquier caso, la bicefalia es evidente, incluso en la distribución espacial de las dos subtramas principales. La primera atañe a Karina (Karina), contratada como institutriz para domesticar un poco a los montaraces miembros del grupo musical infantil La Pandilla, obligados a vivir en un chalet, lejos de sus familias, mientras preparan su próximo disco. La Julie Andrews de Mary Poppins (Mary Poppins, Robert Stevenson, 1964) y The Sound of Music (Sonrisas y lágrimas, Robert Wise, 1965) sirve de patrón no solo al personaje de Karina, sino a las canciones que interpreta con los niños. Por otro lado, están las rencillas provocadas en la casa de discos por la estrella en decadencia (Marisa Medina), el productor con aspiraciones artísticas (José Rubio), el director cazurro (Juanito Navarro) y el publicista sin escrúpulos (Andrés Pajares), al que se adjudica la nacionalidad italiana sólo con el fin de poder bautizarlo con el delirante nombre de Chéfalo Palermo.

En buena lógica dramática, ambas tramas terminan confluyendo en un final tan almibarado como las canciones de Karina y los chicos de La Pandilla, que se entremezclan en un popurrí inacabable.

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