domingo, 8 de julio de 2018

ramón torrado (14)


Tres vetas ya explotadas por Torrado se dan cita en el argumento de Más allá del río Miño: el western, el cine religioso y el infantil, en el que ya se había fogueado con Aventura en el laboratorio (1967), cinta de circunstancias rodada en un par de semanas y con un paso igual de raudo por las pantallas. Hay otro antecedente más remoto aún, Un fantasma llamado amor (1957), revisitación de Romeo y Julieta en la que una pareja de niños (Conchita Goyanes y Elías Rodríguez) escapan de sus casas y buscan refugio para su amor purísimo en un convento en ruinas donde toman a un vagabundo (Carlos Casaravilla) por un fantasma. Pero volvamos al presente...

Desde su mismo inicio, Más allá del río Miño plantea el sincretismo popular en el que las fiestas paganas –a rapa das bestas- y religiosas –la festividad de san Pedro- se confunden con la bendición del cura (Sergio Mendizábal). La rapa de las crines y el marcado de los caballos propicia la pugna entre Fuco (Luis Marín) y Andrés (Gustavo Rojo). Lo que está en juego en realidad es el amor de Ana (Enriqueta Carballeira), la maestra del pueblo. Ésta tiene como alumno predilecto a Andresiño (Nino del Arco), el hijo de Andrés, quien, a su vez, mantiene una amistad indestructible con un potro llamado Benito. Para vengarse de Andrés, Fuco vende el potro a unos zíngaros. Andrés emprende la búsqueda por toda Galicia, para lo que cuenta con la ayuda de una turista sueca (Maria Gustaffson).

Con Andresiño a cargo del cura y postergado el enfrentamiento inevitable con Fuco, el dilema de Andrés se presenta ahora como un conflicto romántico en el que se enfrentan modernidad y tradición, o sea, el viaje sin rumbo contra la vida inmutable de la aldea, el descapotable contra el 600, la sueca y libre Erika contra la española y pacata Ana.

A lo largo de la segunda mitad del metraje la película se convierte en un travelogue, cuyas panorámicas de paisajes se justifican mediante las tomas en súper-8 que Erika realiza de un viaje que culmina en la mismísima catedral de Compostela ante el santo ecuestre, donde Andresiño se reencuentra con su amigo Benito y Andrés con Ana.

Además de la sección dedicada al grupo musical La Pandilla de En un mundo nuevo (1972) Torrado tiene aún otro encuentro con el cine infantil, promovido desde la Dirección General de Cinematografía que rige José María García Escudero. Se trata de Aventura en el laboratorio (1967) -también conocida como Lío en el laboratorio-, pero al ser uno de los escasos títulos de Torrado que no he podido ver, me contentaré con mencionar su realización, con producción de Roberto Pérez Moreno y guión de éste y de Mateo C. Miranda. La participación de ambos en Aventura en el palacio viejo (Manuel Torres Larrodé, 1967) invita a pensar en un filón agotado rápidamente.

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