domingo, 30 de septiembre de 2018

selmier: actor, autor, asesino (1)


Dean Selmier se plantó un buen día en España y empezó a aparecer en películas como intérprete y, muy ocasionalmente, con participación en la producción. En un septenio rodó docena y media de títulos y, con la muerte de Franco, se esfumó tan misteriosamente como había llegado. De sus andanzas posteriores sólo teníamos razón a través de dos hechos. El más cercano es su fallecimiento en Las Vegas en 2004, a los sesenta y cinco años. Los obituarios estadounidenses daban cuenta de que había nacido en Indianápolis el 8 de julio de 1938, que su nombre completo era Dean K. Selmier pero que también había sido conocido como “Skip”, “Cowboy”, “Warrior” y “Quasimodo”, que tenía dos hermanos y una hermana, que había estado casado con Candy Lecaro y que en su azarosa vida había sido actor, cineasta, escritor y “agente especial de Estados Unidos y otros gobiernos, especialmente en Oriente Medio”. [The Indianapolis Star, 18 de mayo de 2005.] El segundo, es la publicación por editorial neoyorquina Viking Press en 1979 —tras o cuatro años después de haber abandonado España— de una novela escrita en colaboración con el prestigioso cronista deportivo Mark Kram: Blow Away.


La información sobre el autor que ofrece la solapa no puede ser más impactante. El volumen no sería una novela, sino la autobiografía de Selmier entre 1959 y 1971. Su trabajo como actor habría sido en realidad la cobertura para cometer una serie de asesinatos en Europa por cuenta de una organización clandestina al servicio del gobierno de Estados Unidos. El mismo texto promocional nos remite a Chacal, la novela escrita en 1971 por Frederick Forsyth, llevada en 1973 a la pantalla por Fred Zinnemann. Como éste, Selmier es un asesino solitario, aunque es bastante mal tirador y debe estar junto a su víctima para poder cumplir su misión. Blow Away alterna estas misiones secretas con el rodaje en España y presentación en el Festival de San Sebastián de Los desafíos (Claudio Guerin Hill, José Luis Egea y Víctor Erice, 1969), una producción de Elías Querejeta en la que tomaban la alternativa como directores Erice, Guerin Hill y Egea, o su participación en Patton (Patton, Franklin J. Schaffner, 1970). De este modo, la única incursión literaria de Selmier se inserta, gracias a la experiencia de Kram en reportajes para Playboy y Sports Illustrated, en la corriente del “nuevo periodismo” y en la disolución de las barreras entre los géneros narrativos y la denominada “no ficción”. La nota de que precede al libro también va en este sentido: aunque todo lo relatado es verídico, ciertos nombres y fechas han sido alterados para proteger el anonimato de algunas personas y la seguridad de los autores. [Dean Selmier y Mark Kram: Blow Away. Nueva York, Viking Press, 1979. pág. vii.]


Las estrategias metaficcionales que constituyen el meollo de Blow Away quedan refrendadas por la imagen de la contraportada: una fotografía de R. McDowell publicada en la revista Life en la que se ve a Selmier por una calle de Nueva York cargando a hombros con Michael Dunn, un actor aquejado de enanismo que mide poco más de un metro. La instantánea está tomada en 1964, en la época en la que ambos actúan en el teatro Martin Beck de Broadway en la versión teatral de Edward Albee de The Ballad of the Sad Café, según el relato de Carson McCullers. Es una fotografía extraña, como la relación entre ambos: Selmier parece abrumado por el peso, pero Dunn se está comiendo un perrito caliente tan tranquilo.


Según el estudioso del teatro independiente neoyorquino Wendell C. Stone, Selmier se ha trasladado a Nueva York desde Indiana en compañía de Johnny Dodd, que se convertirá en el iluminador de las obras puestas en escena en el recién creado Caffe Cino. [Wendell C. Stone: Caffe Cino: The Birthplace of Off-Off-Broadway. Southern Illinois University, 2005. págs. 27, 46-47] Es en este minúsculo escenario de Greenwich Village, hecho con cajas de leche, donde Selmier da sus primeros pasos como actor a principios de los sesenta. En Blow Away relata que llega allí después de haber sido entrenado en un cuerpo de operaciones especiales, haber actuado en misiones en Indochina y Oriente Medio, y de haberle partido la mandíbula a un superior por lo que ha sido condenado a catorce años de reclusión en una prisión militar. Un tipo misterioso se presenta allí y le ofrece la libertad y la destrucción de sus antecedentes a cambio de que actúe sin preguntar cuando sea requerido para ello. Selmier habría aceptado la propuesta y pedido quinientos dólares con los que trasladarse a Nueva York y emprender una carrera como actor que le sirva de cobertura en futuras acciones clandestinas.

Si hacemos caso de su recuento, se ganó la vida como limpiaventanas, tuvo una novia llamada Madeleine que era bailarina de ballet y le empujó a inscribirse en las clases de interpretación de John Stix en el Herbert Berghof Studio. Desde luego, hay fotografías suyas en camiseta y con el pelo rizado, interpretando Aria da capo, de Edna St. Vincent Millay, en la que Bill Mitchell y Kitty McDonald encarnan a Pierrot y Colombina. También está documentada su participación en 1961, junto a Larry Johnson, Vic Greco y Fred Willard en If Men Played Cards as Women Do, una comedia en un acto de George F. Kaufman. Por estas mismas fechas consigue también un papelito en la primera temporada de la serie The Defenders (Los defensores, 1961-1962), en una de los episodios dirigidos por Franklin J. Schaffner.


A Michael Dunn lo conoce en 1964, a través de Arthur Kennedy, con el que iba hacer en el Festival dei Due Mondi de Spoleto Escurial, de Michel de Gheldore, una obra que ya ha representado en el tabladito del Village. Desde entonces se hacen inseparables. Frecuentan los bares de Broadway con Jason Robards y Richard Burton. Se supone que escriben juntos un guión y que Selmier quiere producirlo con quince mil dólares que le va a dar su madre. Entonces se presenta en el camerino su viejo conocido y le dice puede hacerlo, pero en Europa. En la primavera de 1965 está en París.

La primera noticia que tenemos de su presencia en España data de 1966, cuando algunas gacetillas anuncian la llegada a nuestro país de Ingrid Pitt para rodar a sus órdenes una película titulada Los profesionales. [Blanco y Negro, 15 de enero de 1966.] En este momento sitúa Selmier el proyecto Maybe You Don’t Like it, la película que le ha de servir de cobertura para asesinar a un oficial nazi que vive recluido en una zona inaccesible de la costa ibicenca. Nos ahorraremos los mil enredos detallados en Blow Away sobre sus misiones y contactos clandestinos o su historia de amor con una mujer tan libre como peligrosa llamada Sandra. Contemos sólo la deserción de Dunn del proyecto por cuenta de su posible nominación al Oscar por su interpretación en Ship of Fools (El barco de los locos, Stanley Kramer, 1965) y pasemos al momento en el que, en su primer día de estancia en el Hotel Hilton de Madrid, es abordado por un tal Luis, que se ofrece a presentarle a su tío Elorito. El portador de tan exótico nombre es una especie de “conseguidor”, que se dedica a armar equipos y producciones para extranjeros que quieren rodar en España ateniéndose a cualquier presupuesto. Selmier entra así en contacto con el mundo del sonido de referencia, la picaresca de los laboratorios y otras lindezas del cine español en la etapa del florecimiento de las coproducciones y de los rodajes en España por cuenta de los grandes estudios estadounidenses. Hay bastante de folklore en el fresco que pinta, pero también algunas pinceladas certeras. Selmier traza su autorretrato paródico estudiando aprisa y corriendo el libro de Raymond Spottiswoode Film and its Techniques para no pasar por un zoquete en su primer rodaje. Leyéndolo le habría encontrado su contacto español en la segunda entrevista en el Hilton:
—Rodaremos la mitad de la película en la Casa de Campo —dijo—. Ya tengo los permisos. He conseguido dos apartamentos para los interiores. No son muy caros: veinte dólares diarios en pesetas para los inquilinos.
—¿Qué más?
—El material y el equipo están resueltos. Podemos ponernos en marcha.
—¡Estupendo! —dije—. Conoces a alguna actriz en Madrid que pueda ser la protagonista.
Lo meditó durante un momento.
—Sí, ahora hay una aquí —dijo—. Su nombre es Ingrid Pitts [sic]. ¿Quiere que hable con ella?
Le di el visto bueno. Fue a la cabina de teléfonos. Ella se presentó en el vestíbulo del hotel media hora después. Era perfecta para el papel. Rubia. Esbelta. Sensual. Buenas tetas.
—Dale el guión, Luis —dije—. El papel es tuyo si te interesa, Ingrid.
—Me interesa —dijo. Probablemente llevaba tiempo sin trabajar. Madrid estaba lleno de Ingrid Pitts.
—Estas contratada —dije.
Al día siguiente me llamó a mi habitación.
—Sigo interesada en el papel —me dijo—. Pero me gustaría que se reescribiera el personaje para que se adaptara mejor a mí.
—Estás despedida —le contesté—. Y colgué. No por la reescritura. Ella me iba a ocasionar problemas. Podía imaginarme las demoras y mi dinero agotándose, mientras ella intentaba buscar la motivación de su personaje. Había más chicas. Dos días después encontré a una. Además, la historia iba sobre mi personaje y el de Michael… ahora Thorstan. Era difícil sacudirse de encima al enano, aunque estuviera a diez mil kilómetros. [Selmier y Kram: Op. cit. pág. 74.]
Lo que más inverosímil resulta, no obstante, es su petición de que se encomiende la fotografía a Luis Cuadrado, cuyo trabajo se supone que conoce a la perfección, cuando el malogrado operador ni siquiera ha estrenado todavía La caza (Carlos Saura, 1966), la primera película que atrajo la atención sobre él fuera del círculo reducidísimo de la Escuela Oficial de Cinematografía. Y sin embargo, la realidad, tozuda como ella sola, se empeña en darle la razón a Selmier. Procedente del desmantelamiento de los laboratorios Fotofilm de Madrid, ingresó en el archivo de Filmoteca Española un material incompleto cuyas colas llevan el título de Maybe You Don’t Like It, seguido por el subtítulo Los profesionales. Además, en las latas figuran sendas traducciones literales: Quizás no te guste y Quizás no le guste. Y Bill Robinson, efímero bajista de Los Bravos, cuenta en una entrevista: "En España, además de las actuaciones, nos propusieron componer la música de una película de espionaje dirigida por un americano, Dean Selmier. Se titulaba Maybe you don't like it (Quizás no te guste); y era un encargo que no habían podido aceptar Los Brincos por los plazos establecidos y por el presupuesto inferior al caché que ya manejaban". [Bill Robinson a Guzmán Alonso Moreno: Los Bravos. Recuerdos de una leyenda. Madrid, autoedición, adenda pág. 13.]

El reparto está encabezado por el propio Selmier y por Leslie Thorsten —no Thorstan— y Nigel Cox, que también ejercen de coproductores. En el resto de papeles: John Clark, Sam Jardin, Theda Turner, María Moreno, Manuel de Blas, Pico Jersch, Barbara Barker y Scott Miller. Como ayudante de dirección y coguionista figura Wilhelm “Guillermo” Ziener, alumno desde 1959 del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas.

La referencia a Cuadrado y al círculo Querejeta nos conduce a dos años más tarde, al verano de 1968, cuando Selmier financia y protagoniza Los desafíos.

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