Al grito de “¡Viva Escandinavia!” y “¡Viva Fraga Iribarne!”, el doctor Enrique Varela (López Vázquez) celebra al llegar a Torremolinos los logros demográficos de Suecia y los promocionales del Ministerio de Información y Turismo. Lástima que él y su amigo Mateo (Gómez Bur), un detective privado, estén allí para intentar resolver el misterio de un hombre (Antonio Pica) cuyo certificado de defunción ha firmado el doctor para encontrárselo a la noche siguiente en una boite con su supuesta viuda. Por supuesto, nada es lo que parece, los crímenes se suceden y el consejo de tía Nati (Margot Cottens) cuando le puso una consulta en Madrid —“Cuidado con las señoras”— no pudo ser más acertado. Además de la amante del difunto, las mujeres de armas tomar son una cantante de melodías románticas (Teresa Gimpera), una eficacísima enfermera (Mary Francis) y una vedete que habla como un carretero (Rosanna Yanni).
La intriga criminal de Cuidado con las señoras (1968) funciona como mero soporte de una serie de situaciones cómicas resueltas en ocasiones en clave de slapstick, aunque el ritmo del relato se ciña en todo momento a la gestualidad incontenible de López Vázquez. Buchs hijo aporta su granito de arena a la variedad cuando la falsa viuda hace el recuento de la multiplicación inexplicable de muertes de su amante y el folletín que es su relato adquiere el formato de una fotonovela. Por lo demás, no parece que la película hubiera tenido distinto fuste si la hubieran dirigido Pedro Lazaga o Mariano Ozores.
Durante la cabecera suena el tema homónimo de Algueró y Guijarro, con una letra humorístico-machista que tira de espaldas, pero estupendamente interpretada por Los Gritos, con Manolo Galván en plan soulero al frente.
Dispuestos a no perder baza en el coto recién abierto por No desearás al vecino del quinto / Due ragazzi da marciapiede (Tito Fernández, 1970) y por la censura sobre lo que entonces se considera “ambigüedad sexual”, siempre que vaya en un envoltorio farsesco, los hermanos Reyzábal encargan a Julio Buchs la realización de Una señora llamada Andrés (1971). La planificación, con proliferación de imágenes reflejadas en espejos,
pone en evidencia la dualidad de los personajes escindidos. En el guión no caben más manos. León Klimovsky y su mujer, la húngara Elisabeth Szel firman un argumento en el que también meten la cuchara el director y Federico de Urrutia. Estos dos últimos figuran también como guionistas junto a Rafael J. Salvia y Jesús María de Arozamena. Hablamos de ella hace no mucho, así que al comentario de entonces me remito.
En la siguiente comedia del ciclo, El apartamento de la tentación (1971), el guión de Federico de Urrutia y Julio Buchs figura en los créditos como el desarrollo de una idea de Carlos Blanco. Desconozco qué papel pudiera jugar el prestigioso libretista de Los peces rojos (José Antonio Nieves Conde, 1955) en este vodevil en toda regla que sólo gana vuelo en las escenas de deriva fantástica y con el tour de force del lío de puertas final. Claro que para concluir que el adulterio —no consumado, por otra parte— es una cosa muy fea y que como mejor se está es con la/el parienta/pariente, no hacían falta alforjas, así que tiro del comentario que escribí en otras circusntancias y en otro lugar…
El profesor Barami (Jesús Guzmán) es lo más in para la alta sociedad del Madrid hippy. El Barón (Jaime de Mora y Aragón) recomienda a sus amigos una visita a la vieja mansión del profesor, donde el ambiente vampírico “es muy polanski”, según advierte. El profesor Barami ha inventado una nueva terapia. Allí, a cambio de un óbolo, la gente de postín puede desgañitarse, insultarse y expresar sus deseos secretos. La sesión comienza cuando su asistente (Tito García) toca el gong. El profesor Barami desciende la escalera ataviado con esmoquin y un turbante. Luce también perilla y un zarcillo de oro en la oreja. El decorado, a base de tapices e ídolos hindúes. A su señal, los asistentes empiezan a despotricar:
—¡Quiero ser hippy y fumar marihuana! —proclama un vejete.
—Me gustan los gitanos. ¡Que me traigan a Peret! —reclama María Isbert.
—A ver si aprendes a conducir… ¡so cebollo! —exabrupta el Barón.Cuando Alberto (Juan Luis Galiardo) sospecha que su mujer (Carmen Sevilla) le engaña, vuelve a la consulta del profesor Barami. Éste, después de analizar las pruebas que le ha traído el marido, hace su diagnóstico. Julieta es una Tauro soñadora y ardiente, difícil de seducir, pero caerá rendida ante el cerco de un Capricornio misterioso y aventurero. Ambos se pondrán mutuamente a prueba. Los líos entre tres matrimonios dan lugar a un enredo vodevilesco que culmina en el “apartamento de la tentación” del título, propiedad de un actor en paro (Antonio Ozores). Pero en todo ello ya no tiene parte el profesor Barami. Sus poderes han servido únicamente para sembrar en la mente del burlador que teme ser burlado la idea de que Julieta puede caer.
En torno a un millón y medio de espectadores vieron cada uno de estas tres comedias sobre la "guerra de sexos" —¿vodevilescas? ¿farsescas? ¿costumbristas? ¿satíricas?—, lo que viene a demostrar el buen ojo de los Reyzábal para captar el aire de los tiempos y la buena mano de Buchs para plasmarlos en la pantalla, por mucho que su crédito crítico se haya agotado hace tiempo y deba pechar con el sambenito de realizador de oficio progresivamente chapucero.
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